Pese a los prodigios narrados en el capítulo anterior, lo cierto es que fueron los Knicks quienes disputaron aquellas finales de 1994 (llevando a los Rockets de un imparable Olajuwon al límite, para acabar cediendo en el séptimo partido). Para cuando los Pacers volvieron a la Gran Manzana en playoffs, con motivo de las semifinales de conferencia del curso siguiente, todos los aficionados al baloncesto de la capital del mundo se encargaron de recordar tal hecho a su más odiado y temido rival. Spike Lee, en cambio, andaba más comedido de lo habitual, agazapado en su privilegiada butaca, evitando despertar de nuevo a la bestia…
Pero ya no serían necesarias las provocaciones como resorte, había algo en la grandeza inmortal del Madison que seducía a Miller como lo había hecho con otros grandes jugadores en el pasado. Con los Pacers 105-99 abajo a falta de 18.7 segundos para el final de la primera de las batallas, nadie en la expedición de Indiana creía en la remontada. Donnie Walsh, GM del equipo por aquel entonces, llega a abandonar la grada para encerrarse en las entrañas del Garden, ofuscado y con mente y espíritu volando ya hacia el segundo partido de la serie. Cuando llamaron más tarde a la puerta del cuarto en el que Walsh se encontraba, para narrarle lo sucedido durante esos segundos, su incredulidad superó a la alegría en los instantes iniciales.
El partido de Reggie había sido de nuevo fracamente irregular. Con 23 puntos anotados por su escolta (en una muy mejorable serie de 5/16 en tiros de campo, malviviendo a base de tiros libres), la tropa de Larry Brown trataba de competir encaramada a su gigante tulipán. Pero el trabajo de Rik Smits no era suficiente, y Brown («nadie, ni yo mismo, confiaba en lograr la victoria») decide pedir un tiempo muerto con esos famosos 18’7 segundos por jugarse.
Entre los hombres que atendían a las instrucciones de su coach había uno que creía en el milagro, y con él sería más que suficiente…
Los Pacers atacan tras tiempo muerto, y Reggie se eleva para anotar un triple que pone al equipo a 3 puntos de los Knickerbockers. Los locales sacan de fondo, con Mason tratando de hacer llegar el balón a Greg Anthony. El propio Miller reconocería años después (en plena ceremonia de ingreso en el Hall Of Fame) que pudo existir falta en la acción, pero lo cierto es que Anthony acabó tropezando y el balón en manos del #31. La sangre fría necesaria para recepcionar la naranja, girarse en busca de la línea de 3 puntos, elevarse a la media vuelta y clavar la daga letal en el corazón de los Knicks, sólo podría hallarse en las venas de un clutch player del calibre de The Killer, confirmado desde aquel instante como uno de los elementos más peligrosos en la historia de esa jungla inclemente y despiadada que son los Playoffs.
Los triplazos de Miller devastan la moral del equipo de Pat Riley, personificado en un John Starks hundido y fuera del partido que falla los dos tiros libres que podían haber puesto arriba de nuevo a los Knicks. Ewing logra hacerse con el rebote tras el segundo de los tiros y, tras un nuevo error del center jamaicano, la pelota vuelve a manos del demonio llegado de Indianápolis, para recibir de inmediato la falta de un Starks enloquecido y superado por los acontecimientos.
Los espectadores del Garden, Míster Gomina, Larry Brown, los rosters al completo de Knicks y Pacers… todo el mundo andaba asimilando la cadena reciente de acontecimientos, mientras Reggie enfilaba el camino hacia la línea de tiros libres para cobrarse la penalización por la falta recibida. El gran baile de las eliminatorias por el título, la capital del mundo, partido empatado: presión insoportable para la mayoría de los mortales, música para los oídos de Miller.
Sendos lanzamientos encuentran con pulcritud el fondo de la red, dejando a los Pacers arriba 105-107. Incapaces de sobrellevar el durísimo golpe asestado por los 8 puntos consecutivos logrados por el tirador rival en apenas 9 segundos de juego, los Knicks perpetrarían un infame y surrealista último ataque, para acabar perdiendo un duelo virtualmente ganado. Lo nunca visto, una actuación alucinante perfectamente ilustrada por Pat Riley (coach de los Lakers del Showtime antes de hacerse cargo de los Knickerbockers). El hombre que había dirigido a genios como Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar o James Worthy, y que había compartido pista en sus tiempos de jugador con monstruos del calibre de Wilt Chamberlain o Jerry West, afirmó no haber presenciado nunca en su carrera algo parecido al huracán conjurado por Miller aquella tarde de mayo de 1995.
Porque Reggie fue irrepetible, y por ello merece este humilde homenaje en forma de díptico. Firmado por un seguidor de los Knicks, para más inri…
El asesino sin anillo.
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