Son muchas las ocasiones en las que, en esta liga, encontrar los mimbres en un jugador para llegar a su cénit en la misma, una estrella, bien sea pequeña o grande, es relativamente sencillo. El sistema se diseñó para ello. No con Stephen Jackson.
Las franquicias de la NBA son un motor en constante búsqueda de esos activos que se requieren para rodear a lo que la competición les otorga. Y en este punto, es donde las decisiones de las ‘front offices’ y de las propietarios de las franquicias, marcan la diferencia.
Allá por 1996, en Arizona, una franquicia rondaba a la deriva, con un inicio tumultuoso de 0-8. Los Suns, en plena catástrofe, acudían a un viejo conocido para reflotar la temporada. Aquí aparece el que es hoy considerado como uno de los GMs más valiosos de la NBA, un rookie de los banquillos en este año, Danny Ainge. El de Oregon sería la piedra más grande de la joven carrera de nuestro protagonista, pero como bien fueron otras, encontraría la manera de superarla, a su propio estilo.
La historia se remonta a Port Arthur, donde un chaval de 12 años practicaba bandejas con su mano izquierda (mano no natural), en una cancha del barrio. Allí Andre Boutte, trabajador del instituto de Lincoln High, puso sus ojos en él y le recondujo hacia el programa que tenían allí e hizo del baloncesto su forma de vida.
– «¿Cómo de fácil es comprar una pistola en Port Arthur?»
– «Tanto como comprar caramelos».
De esta manera, Stephen encaminó su juego hacia mayores cotas que las del aro que estaba cercano a su puerta. Jackson, como muchas grandes historias comienzan, provenía de una familia muy apurada en lo económico. Las puertas de Lincoln High supondrían una dimensión totalmente diferencial. Diferencial, porque al carecer de una figura paterna en su vida (nunca conoció a su padre biológico) y con un padrastro que estuvo entre rejas durante su infancia, experimentó muchos de sus años más joviales entre narcotraficantes, bandas criminales y demás círculos muy peligrosos para su juventud. Solamente su hermano Buckner sería un apoyo.
El contexto de su madurez fue complicado, pero a su vez explica sin problema la cantidad de conflictos que tuvo en sus estudios y en su día a día. Como muchos, encontraría refugio en el baloncesto.
«No era el mejor estudiando en clase, por lo que me dediqué a estudiar baloncesto».
Y así fue como conseguiría el título estatal en su año junior, lo que le permitió pasar a Oak Hill en su año senior, uno de los high schools más poderosos del país. Pero aquí parecía acabarse su sueño.
Su gran amigo Mike Bibby intentó mover todos los hilos para jugar con él en Arizona, una oportunidad de oro para Stephen, pero las notas fueron su gran escollo y no le permitieron acceder a la universidad. Uno de los momentos más duros de su vida. Intentó hallar la manera de acceder, pero no fue posible y a finales de año, Virginia Bibby, madre de Mike, encontró, de alguna manera, la conseguir la oportunidad que buscaba: un ‘workout’ con los Phoenix Suns de Danny Ainge. El resultado se tradujo en su elección en el nº43 del Draft de 1997.
Tras el training camp, la oportunidad que parecía haber logrado se desvaneció, pero como bien indica el refranero, cuando una puerta se cierra, hay otra que se abre. Ainge seguía viendo capacidades en él, pero simplemente no creía que estuviera preparado, y le animó a que probara lejos de la NBA.
Aquí comenzó, no solo un tour global por diferentes países con la intención de demostrar quién era, sino también un curso de madurez intensivo.
Primera parada, la extinta CBA, sátelite de la NBA. En Lacrosse Bobcats y Fort Wayne Fury fueron simplemente tres años de intentar mantenerse en el radar de las franquicias, pero pronto vio que este no era su camino a seguir y cuando llegó una oferta, quizás algo inesperada, decidió cambiar radicalmente.
Puerto La Cruz sería su nuevo hogar, alejado de todo lo que tenía en Texas. Un nuevo hábitat para un jugador y un alma indomada. Marinos de Oriente, el equipo de la ciudad y el equipo más laureado de Venezuela, fue un antes y un después en su vida. No solo en lo deportivo, su tiempo allí le valió para ver la cruda realidad de la vida. Ni él mismo se lo esperaba cuando pidió aquel taxi. Cuando se bajó, a escasos metros, cayó un hombre desde la ventana de un edificio. Se había suicidado.
No fue lo único que labró ese carácter único de ‘Captain Jax’. En la isla La Española también vería cosas más originarias y comunes de Port Arthur, que de la capital de un país, Santo Domingo, donde si iba a cenar a un restaurante, los comensales se sentaban con sus armas en la mesa, por si acaso había que utilizarlas. Jackson iba valorando cada logro más y más, incluidas las oportunidades que gozó. Fue un periplo muy breve, pero intenso, en San Carlos y Pueblo Nuevo, con una breve parada de nuevo en Venezuela para Stephen Jackson.
De esta manera, su viaje por el mundo, baloncestísticamente hablando, finalizaría en Australia, donde duraría tan sólo cuatro partidos debido a una rotura en su pie que le devolvería a Estados Unidos.
A pesar de esta larga andanza, su objetivo de la NBA nunca se escapó de la mirilla. Durante esta etapa de su vida, Stephen Jackson probó con 17 franquicias, hasta que, en el año 2000, dio con su querido Bibby -y el asistente Lawrence Frank, a la postre figura clave- en los tiernos Grizzlies de Vancouver, donde hizo las pruebas gracias a la recomendación de su compañero. Por caprichos de la configuración del ‘roster’ no se haría con un hueco, pero Frank, actual alto cargo en Los Ángeles Clippers, no le perdería la vista, y poco después le firmaría un contrato en los New Jersey Nets, donde trabajaba a las órdenes de Byron Scott como asistente.
A partir de aquí, la historia de ‘Captain Jax’ es más conocida, y su carrera, única como ella sola, tiene un génesis raramente visto en la liga norteamericana. La marca de todo lo que experimentó sigue latente en la actualidad. Principalmente en su cuerpo, con numerosos tatuajes y en su español fluido. Muchas son las veces que Stephen acercó la NBA para llegar a República Dominicana y así, crear ilusión a nuevos talentos que puedan dar el salto en el futuro. De hecho, más de una vez ha declarado que le encantaría jugar con la selección de dicho país.
De una forma u otra, el destino de esta singular manera de llegar a la NBA estaba escrito así para un talento tan especial como aquel que entrenaba bandejas con la izquierda en un suburbio de Port Arthur.
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