Puede que de primeras fuera esa impresión la de Kevin Garnett. Minneapolis no parece una ciudad atractiva. Es fácil pensar en Minnesota y que lo primero que venga a la cabeza sea Fargo. Poco entretenimiento, mucho frío, la nieve y una tonelada de horas muertas. Igual uno, que ya no es un chaval, lo sabe sobrellevar. O el mismo Garnett, pero ahora, con su edad de hoy. Sin embargo, se me antoja complicado cuando tienes apenas diecinueve años y eres natural de Carolina del Sur. Tratas de ser optimista, pensando que ya has vivido en Chicago, la ‘Windy City’, y padecido un invierno más duro del que conocías hasta entonces. Al cabo te paras, cabilas y te das cuenta de que existe otro problema: tu nueva ciudad, clima aparte, no tiene aspecto de ser muy divertida. Bueno, al menos eres profesional por fin y vas a vivir tu sueño.
Supongo que eso consuela. Vas a lo que vas y el resto es secundario. Aunque… ¿Qué pasa cuando encadenas dos noches sin partidos? Vamos, que son apenas veinte años. La videoconsola no da para tanto y además no puedes pasar todo el día encerrado entre cuatro paredes. Sales de entrenar y tienes la mañana del día siguiente libre. Así que cuando se dan las condiciones, haces cosas de un chico de tu edad. Eso sí, con ciertas restricciones. Que tampoco es cuestión de llegar a las tantas.
Y una noche cualquiera, en tu año de novato, saliendo de South Beach, tu club favorito, a una hora prudencial, ves llegar a una leyenda. No de lo que tú haces. Otro tipo de leyenda. De las grandes. Y en donde ahora resides, un dios. Te quedas paralizado, no sabes muy bien qué decirle. En realidad no sabes siquiera si dirigirte a él. A todo esto, es él quien se presenta. Te pregunta que si ya te vas y que por qué no quedarte otro rato. Suena la música en el local. La gente baila y toma copas. Tú, por el contrario, estás sentado en una mesa hablando de baloncesto con un tipo que también ama el baloncesto. Compartes tu amor por los aros y sientes que acabas conectando. Al final pasas allí el resto de la noche. Comprendes que él maneja bastante de tu deporte. Os contáis anécdotas y valoráis situaciones del juego. Seguís. Tocáis otros asuntos. La música se abre paso. Te dice que todos los viernes realiza pequeñas actuaciones (apenas unos temas) para ver la reacción del público ante composiciones inéditas. Suele comenzar a eso de las cuatro de la madrugada, buscando un toque más íntimo.
A partir de entonces, cuando el calendario te lo permite, te acercas a verlo interpretar. Eres un afortunado. Algunas de esas piezas jamás volverán a oírse. Es lo que tienen los genios. Lo que tiene Prince, el genio de Minneapolis. Pero tú has podido disfrutarlas. Y opinas al respecto. Tienes confianza suficiente. A la gente le resulta curioso verles juntos. Un joven imberbe, espigado, y un tipo bajito, inclasificable, que se acerca a la cuarentena. “The Gold Experience” se vendía como rosquillas. Prince entonces se hacía llamar “The Symbol”, seudónimo que sería utilizado desde que en 1992 sacara el álbum con el mismo título y que se mantendría vigente, como mínimo, hasta que el contrato con Warner Bros expirase. La canción “My name is Prince” ya avanzaba, en todo caso, que en un futuro volvería a su nombre real (en diciembre de 1999 concluye la vinculación con Warner e inmediatamente es recuperado). La relación es buena y lamentas no poder estar allí cada viernes.
Lo del Sonido Minneapolis no te resulta nuevo. Como tampoco te son desconocidos algunos de los principales productores del panorama musical. Jimmy Jam o Terry Lewis son ganadores de premios Grammy asociados a la música negra. A finales de los ochenta, a Janet Jackson o a New Edition y antes, a una de las bandas más influyentes de Minneapolis, Flyte Tyme, quienes colaboraron con artistas de la talla de Mary J. Blige o Michael Jackson. Lo que sí te extraña es que ninguna emisora de radio local reproduzca de manera constante la música más famosa de la que el lugar es responsable. ¿Cómo a mediados de los noventa el hip-hop y el R&B no suena aquí? ¡Pero si no cesa de crecer en todo el país! Incomprensible. Te ríes mientras niegas con la cabeza…
Total, que a Jam y a Lewis también terminas por conocerlos. Ellos te ayudan a ver la ciudad de otra manera. Que, como hemos dicho, eres solo un crío. Un valiente, eso sí. El primero que en veinte años salta al profesionalismo desde el instituto. Pero no sabías qué te ibas a encontrar. Te preocupan las calles. Te marchaste a Chicago temiendo ser un objetivo, tras ser arrestado por presunto linchamiento en segundo grado, propiciado por una pelea entre estudiantes blancos y negros en Greenville. El asunto racial es muy serio. Lo de las pandillas no te resulta ajeno y te inquieta. Ellos te ayudan a integrarte. Así que te sumerges y haces de Minneapolis tu hogar. Con su sonido. El de Prince, el de Jam, el de Lewis… Y el de Morris Day o The Time, precursores del R&B. Reflexionas acerca de cuán profundamente han contribuido los músicos de tu nueva urbe a la cultura pop. Lo disfrutas.
En la cancha vas creciendo y tu equipo lo hace contigo. Flip Saunders te mima. Llegas a Playoffs en 1998 y el binomio que formas con Stephon Marbury copa portadas de revistas y acapara los highlights semanales. Los Sonics, más experimentados, se deshacen de vosotros en primera ronda. Te duele, pero entiendes que es parte del camino. El Target Center se despide hasta el siguiente curso, con la convicción de que lo que tiene que llegar será mejor. Se despide del baloncesto, pero no de tu otra pasión. Algunos de los más reconocidos intérpretes del panorama nacional hacen escala en tu templo. Janet Jackson está de gira tras publicar “The Velvet Rope”. Y Janet tiene un fuerte vínculo con Minneapolis. En otoño de 1985 trabajó mano a mano con Jam y Lewis. El resultado fue el álbum “Control”, uno de los más influyentes de todos los tiempos, por el que ellos obtuvieron el Grammy en su campo, y previo a “Rhythm Nation”, también fruto de la unión de los productores y la artista, que se había extendido hasta el disco que ahora era motivo del concierto. Uno de los instantes más memorables del mismo llegó cuando la propia Janet te sube al escenario para que bailes con ella. La gente se vuelve loca. Ya te has convertido en el ídolo deportivo local. Ahora te ven siendo parte de sus actos, como uno más. Te aclaman. Aclaman a Janet. ¡Qué momento!
La cultura musical en Minneapolis es algo más grande de lo que jamás hubieras imaginado. Prince era el Comandante en Jefe. Tú te habías convertido en uno de sus generales. Más adelante reconocerás que aquello te atraía, comprenderás que formaste parte de una gran ola de bonanza e intentaste dejar tu sello, aportar tu propio sabor. Venías de un pasado complicado y no mostraste miedo a mostrar tus emociones. También sabes, a ciencia cierta, que la ciudad a la que llegaste deseaba contar con alguien como tú. Eso fue una ventaja. Simplemente la aprovechaste. Aceptaste su abrazo.
Con el tiempo alcanzarás cotas impensables. Serás MVP en 2004. Llevarás a tu equipo a las finales de conferencia. Y, aunque partirás cumplida la treintena buscando ese anillo que de sobra merecías, regresarás luego para poner el punto y final a tu carrera en el lugar donde todo empezó. Habiendo sido también Jugador Defensivo del Año, quince veces All-Star y nueve veces All-NBA. En los Wolves dejarás un legado imborrable. Ya retirado, seguirás siendo líder en puntos, rebotes y asistencias de la franquicia, algo que solo Michael Jordan (Bulls) y LeBron James (Cavs), además de ti, habrán logrado en el futuro.
A principios de este 2018 Minneapolis vuelve a estar de moda. La celebración de la Super Bowl, el cuatro de febrero, pone los ojos del mundo entero en el U.S. Bank Stadium y trae consigo la actuación de Justin Timberlake, quien homenajea a Prince en el descanso. Algo a lo que, por otra parte, el artista se hubiese negado, aunque esa es otra historia. El martes previo al evento tiene lugar, asimismo, a un gran tributo al genio. Ese al que viste llegar un día de frente. El que te introdujo en la cultura urbana local. Y también, por qué no decirlo, el protagonista del mejor show del descanso del evento más visto en el globo. Fue en la Super Bowl de 2007, en Miami. Sonó “Purple Rain” y comenzó a llover. Concluyes en que algo de magia acompañaba a ese amigo tuyo…
Suscríbete a nuestras newsletter y no te pierdas ningún artículo, novedad, o menosprecio a Los Ángeles Clippers