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Reflejos

La travesía del titán

Décadas después, la travesía de Manute Bol desde su África natal hasta el sueño americano sigue siendo una historia sorprendente y única. Un cuento moderno que siempre es un placer recuperar.

Cuando Sudán del Sur se convirtió en un país independiente el 9 de julio de 2011, dignatarios de todo el planeta se desplazaron a la capital del nuevo país, Yuba. Mientras ésta se regocijaba en su nueva condición de ‘ciudad libre’, la violencia seguía su sanguinario curso, con los sudaneses del sur y sus aliados muriendo no solo a manos del gobierno del norte, el cual no encajó nada bien la decisión democráticamente tomada en las urnas y continuaba bombardeando las regiones fronterizas, sino también de las distintas etnias y tribus de la zona, donde no se entendía de diplomacia ni votaciones.

La incongruencia entre la euforia en la capital y la matanza en las zonas interiores le habría resultado extrañamente familiar a Manute Bol, tristemente fallecido un año antes a causa de una grave enfermedad renal.

Nacido en la tribu dinka -la más alta del país y con una representación cercana al millón de personas-, la aventura de Manute Bol comenzó de manera casual, como tantas otras en la historia del baloncesto.

En 1982, Don Feeley, entrenador por aquel entonces en Farleigh Dickinson, fue el elegido por Elias Stratias, hombre de negocios y promotor de programas de intercambio con el país sudanés, donde residía su hermano, para dirigir la selección de Sudán durante los meses de verano. Reacio en un principio, Feeley terminó por aceptar la propuesta. La sorpresa que le esperaba en Jartum la recordaría el resto de su vida.

Tres años atrás, Manute Bol había comenzado su andadura en el baloncesto después de ser convencido por su primo Joseph Víctor Bol Bol, piloto aéreo que conocía los cantos de sirena y las oportunidades existentes al otro lado del charco. Sin embargo, las pocas expectativas de futuro y unos inicios complicados –cultura popular del baloncesto es ya el episodio en el que Manute perdió varios de sus dientes tras intentar machacar por primera vez- le hicieron desistir y regresar a Turalei, su aldea natal, pese a haberse ganado ya un hueco en el combinado nacional de su país.

Pero la noticia del aterrizaje de un entrenador norteamericano era una oportunidad que no podía dejar escapar e hizo caso a su instinto. Tras seis días de viaje en tren, Manute estaba de vuelta en Jartum y ni la fatiga ni la incertidumbre se impondrían entre él y su sueño: ser jugador de baloncesto profesional.

Y cuando Feeley lo vio por primera vez, el flechazo fue mutuo. El carácter afable y extrovertido del jugador facilitó el trabajo entre ambos durante las siguientes semanas y abrió las puertas a una buena relación. ¿El siguiente paso? Regresar a Estados Unidos. Y Manute iría con él.

Nada más aterrizar en el país norteamericano, Feeley ofreció al gigante desconocido al entrenador de Cleveland State, Kevin Mackey. Éste le había prometido, a cambio, un puesto de asistente en su equipo que nunca llegó. Como venganza, Feeley llamó a Jim Lynam, entrenador de unos Clippers en horas bajas, con el fin de desvelarle el que era, para él, el secreto mejor guardado de todo el baloncesto norteamericano.

Lynam pescó el anzuelo y, sin haber visto siquiera al supuesto talento, lo seleccionó en la quinta ronda de aquel Draft de 1985. Nadie sabía de dónde demonios había salido aquel tal ‘Manute Bol’ ni cómo era posible que un tipo pudiera medir 231 centímetros y pesar apenas 83 kilos.

Dos semanas después, el entrenador voló a Cleveland para valorar in situ a aquel chaval por el que había gastado a ciegas una selección del Draft. Al verlo, quedó profundamente sorprendido. Aquel chico era todavía más alto de lo que pensaba y, pese a sus evidentes limitaciones técnicas, pensó que había encontrado una auténtica joya.

La euforia, no obstante, duró poco. La NBA lanzó un comunicado en el que anunciaba la invalidez de la elección de Manute, alegando que no se había declarado elegible antes de la fecha límite. Otros, más escépticos, opinaban que la organización dudaba de la edad real del jugador. Su pasaporte registraba que el jugador tenía 19 años de edad, una cifra, por otro lado, incapaz de ser demostrada al no existir registro civil en su antediluviana aldea de origen.

Así, Manute se vio sin oportunidad, al menos de momento, de jugar en la NBA y, por otro lado, con grandes dificultades de hacerlo en la universidad al no tener conocimiento alguno de inglés, clave para la comunicación con la institución, entrenador y compañeros.

Perdido entre la civilización, con una amarga sensación de soledad y desamparo, la nostalgia hizo acto de presencia en el día a día de Bol. Más de una vez, su amigo y compañero de equipo Nihal Deng, quien le hacía las veces de traductor, tuvo que mediar para recordarle el error que supondría volver a Turalei, donde no tendría futuro más allá de cuidar el ganado vacuno, sustento principal de la aldea.

Manute reconduciría sus esfuerzos en continuar su evolución en el baloncesto y aprendiendo inglés con una tutora expresamente contratada para ello. Pero el destino le pondría una nueva piedra en su camino. La NCAA rechazaría la inscripción del jugador en la competición y suspendería, además, con dos años a Cleveland State por considerar ilegal la metodología llevada a cabo durante el reclutamiento de Bol.

La muerte de su padre no haría más que empeorar las cosas, obligándole a regresar a su país natal, sumido en el temor del estallido de una guerra civil que terminaría por confirmarse. El tiempo justo tuvo Manute para salir del país y regresar a Estados Unidos.

En ese momento reapareció la figura de Don Feeley para sacar al jugador de tierra de nadie. A través de su reciente estrenado cargo de entrenador asistente en Bridgeport, movió los hilos necesarios para conseguir incorporar a Bol al equipo de baloncesto mediante la creación de una beca especial, saltándose, así, la prohibición impuesta por la NCAA.

Y su presencia cambió totalmente el rumbo de los Purple Knights. Ya en su debut, Manute Bol completó una soberbia actuación que ascendió hasta los 20 puntos, 20 rebotes y 6 tapones. Su capacidad intimidatoria se convirtió en la pesadilla de los ataques rivales, quienes se lo pensaban dos veces antes de entrar en la zona. Así, la Universidad de Bridgetown concluyó la temporada con un registro de 26-5 y el pívot firmó unos promedios de 22.5 puntos y 13.5 rebotes. Desconocido hasta entonces, ahora todos hablaban de Manute Bol y su presencia creaba una alta expectación allá por donde fuera.

Y el siguiente paso apuntaba directamente a la NBA. Nada ni nadie podría interponerse de por medio en esta ocasión. Así, los Washington Bullets usaron su primer de segunda ronda (31ª posición) en Manute Bol, uno de los grandes taponadores en la historia de la mejor liga de baloncesto del planeta.

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