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Reflejos

La Cenicienta de New York

Doce de la noche. Cenicienta sale corriendo del baile olvidando su zapato de cristal. Un príncipe la buscaría después por todo su reino tras caer rendido al encanto de su belleza. Cuando se lo prueba a Cenicienta, ella le da las gracias y unas palmaditas en la espalda. Le dice que es libre e independiente y fue al baile para rebelarse contra su madrastra y el feudalismo que esclaviza a su pueblo.

No es la historia que esperabais, seguro. Pero los cuentos se reformulan con el paso del tiempo en un ejercicio de resignificación para adaptarlos a las nuevas sociedades. Los cuentos son herramientas culturales que transmiten valores y enseñanzas y, como tal, deben responder a las nuevas necesidades.

En nuestro universo NBA, los Nets son nuestra Cenicienta. Nacieron rebelándose contra la tiranía de los Knicks en la ciudad de New York… Y lo pagaron con una cadena perpetua de destierro. Ni carrozas de calabaza ni hadas madrinas vestidas de traje y corbata pudieron litigar contra la poderosa maquinaria de los Knicks y la NBA.

Los Nets se convirtieron en migrantes. Desplazados en busca de un hogar, de un campo a otro, refugiados al sureste de New York, tratando de hallar su identidad.

Migrantes y exiliados

Corría el año 1967 cuando Arthur Brown fundó los New York Americans con 30.000 dólares puestos de su bolsillo. La ABA aún era una amenaza real para la NBA, con sus pintorescas y hasta bizarras escenas. Era la liga de los afroamericanos, la liga de los mates, de la hermandad, del espectáculo. La ABA, con todas sus carencias y limitaciones, era sinónimo de libertad frente a una NBA rígida y eminentemente blanca.

Red Auerbach dejaba el banquillo de los Celtics ese mismo año. Y Bill Russell se convertía en el primer entrenador negro de la historia, siendo entrenador-jugador hasta 1969. Su tiranía se acercaba a su fin. Le llegaría el turno – al fin – a Wilt Chamberlain de conseguir su ansiado anillo antes de que los Knicks de Reed y Holzman irrumpieran en los 70.

Unos 70 fúnebremente conocidos como la Edad Oscura de la NBA. La liga perdió en apenas tres años a casi todos sus iconos. Se acusó la pérdida de identidad. La violencia afloraba sin control. La crisis económica hizo quebrar franquicias que buscaban nuevos acomodos en otras ciudades, como los Jazz de New Orleans en Utah, por ejemplo. La NBA atravesaba sus horas más bajas como competición a todos los niveles.

No era, ni por lo más remoto, el contexto ideal para intentar fundar un equipo nada menos que en New York, la metrópolis americana por excelencia. Y mucho menos fundarlo en la hermana pequeña de la NBA, la ABA, que en 1967 aún no presentaba los síntomas de agotamiento que se agudizarían entrados los setenta. La ciudad no era lo suficientemente grande para los dos. Los Knicks movieron su maquinaria para expulsar de New York a los Americans, instalados en un minúsculo pabellón en Manhattan.

Tres meses duró su sueño neoyorquino. Desterrados, migraron a New Jersey, cambiando su nombre oficialmente a New Jersey Nets en deferencia al estado que les amparó. Tras varios cambios de pabellones se instalarían finalmente en el Nassau, el estadio en el que vivirían sus únicos días de gloria de la mano de Julius Erving. Para entonces, mediados los setenta, la ABA agonizaba y se producía un éxodo masivo hacia la NBA o hacia la bancarrota. En 1976, los únicos supervivientes – Nets, Nuggets, Spurs y Pacers – ingresaron en la NBA asestando la última estocada a la liga.

Con su entrada en la NBA volvió el conflicto con los Knicks. La liga imponía un canon de tres millones de entrada. Un dinero que, en aquella época, era una cantidad astronómica, especialmente para unas franquicias que ya arrastraban abismos económicos. En el caso de los Nets, los Knicks les exigieron otros cinco millones de dólares en un impuesto llamado Territorial Rights por considerar que afectaba a sus intereses estando en la misma zona que ellos. Más que de impuesto, tenía visos de tributo feudal. Los Nets tuvieron que vender a Dr. J para sobrevivir y, aun así, su venta solo cubría el importe del canon de la NBA. Un año más tarde regresarían a New Jersey, como proscritos en aquella ciudad.

Su pena sería conmutada 35 años después cuando, al fin, pudieron recuperar su zapato de cristal abandonado en la vieja armería entre la 25 y la 26 del bajo Manhattan. Atrás quedaban los largos años de peregrinaje por New Jersey. Aquel olvidado cantar de este particular Ulises y del bullying de unos Knicks que se creyeron con los poderes de Poseidón.

El mesías ruso

No obstante, su odisea está lejos de concluir. Pese a haber retornado a su legítimo hogar, han encontrado un solar abandonado, engalanado para la ocasión en su fachada, pero hueco y ruinoso en su interior. Su mesías ruso cumplió su promesa de poner fin al exilio de los Nets. Lo que desconocían es que ellos solo eran una parte de más de su puzzle de especulación y sus ansias megalómanas, que terminaron hipotecando su futuro y condenaron de nuevo a Cenicienta a otra sentencia de trabajos forzados.

El proyecto de mudanza lo inició su entonces propietario Bruce Ratner como parte de la construcción de su macroproyecto Atlantic Yard. A la postre, un proyecto de especulación inmobiliaria por el cual terminaron litigando en juicio con los ciudadanos de Brooklyn. Ratner quería trasladarse la temporada 2009-2010 pero las incontables dificultades económicas y la espera a la resolución judicial retrasaron el proyecto.

Los residentes locales se habían organizado en diversas plataformas para protestar contra la construcción de aquel proyecto. La más activa de ellas era Develop Don’t Destroy Brooklyn. Porque para que saliera adelante el estado de New York ejerció lo que en España llamaríamos expropiación de suelo público. El caso llegó a la Corte Suprema estatal y los residentes terminaron perdiendo su batalla legal cuando el Tribunal de Apelaciones se posicionó a favor de Ratner y su grupo empresarial.

Los nuevos Brooklyn Nets parecían nacer gafados, una vez más, en su intento por regresar a New York. Más aún cuando el nuevo estadio se construiría al otro lado de la calle donde los Dodgers intentaron asentarse allá por el inicio de la década de 1950. Un plan que fue rechazado por la ciudad y les obligó a mudarse a Los Angeles en 1958. Desde entonces, ningún equipo profesional de ninguna de las grandes ligas había vuelto a Brooklyn.

No obstante, para 2010, el proyecto Atlantic Yard, dentro del cual se incluía el nuevo estadio de los Nets, se había convertido en un quebradero de cabeza. La financiación del complejo inmobiliario corrió serio riesgo de desaparecer y Ratner se vio obligado a buscar un nuevo mecenas para que sobreviviera. Lo encontraría en Mikhail Prokhorov, a quien vendió el 80% de la franquicia y el 45% de los derechos de explotación del nuevo estadio.

Si los nuevos Nets ya nacían bajo la sombra de la especulación y la prevaricación en las salas de los tribunales, firmar con Prokhorov era el equivalente a hacer un pacto con el mismo diablo. No por ser ruso en suelo americano – ha sido el primer propietario extranjero de la NBA – ya que el capitalismo y el dinero no entienden de patrias, fronteras ni absurdos nacionalismos, sino porque más allá de controversias y excentricidades, Mikhail Prokhorov solo entendía a los Nets como una inversión más.

Acercarse a su figura en apenas unos párrafos es una quimera impracticable. Prokhorov es actualmente la tercera fortuna rusa gracias a adueñarse de las moribundas industrias soviéticas. Sus empresas son las principales productoras de dos minerales fundamentales en la sociedad: el níquel y el paladio. Además, se ha convertido en el principal especulador del país y del mundo con su fondo buitre de inversión y la diversificación de sus negocios alcanza ya todo tipo de sectores. Es lo que en Rusia denominan un oligarca.

De hecho, Prokhorov se presentó a las elecciones en primera ronda contra Vladimir Putin y todo apunta a que volverá a intentarlo en un futuro. Sin embargo, necesitaríamos un libro entero para tratar de acercarnos a los negocios de Prokhorov, los cuales están intentando (sin éxito) ser investigados actualmente junto a sus cuentas bancarias por blanqueo y desvío de capitales, cuentas opacas en paraísos fiscales, financiación de armas a grupos terroristas, tráfico ilegal… Una joya para rematar el ya inestable proyecto de los Nets. Todo ello excede notablemente la capacidad que un artículo de baloncesto puede abarcar y entronca más con el periodismo de investigación puro. Y eso que no hemos entrado en el capítulo de excentricidades, que merece consideración aparte.

En medio de semejante contexto entre su nuevo y su antiguo propietario, que aún era la persona detrás del proyecto de construcción del estadio se produjo la mudanza. Para colmo el equipo había traspasado sucesivamente a Jason Kidd, Richard Jefferson, Kenyon Martin y Vince Carter, pulsando el botón de reseteo justo el año que llegaba Prokhorov. En la temporada 2009-2010 cosecharon el peor balance de su historia (12-70).

En aquel ambiente de crispación en Brooklyn, de especulaciones en su cúpula y de falta de identidad en los años que aún hubieron de sufrir en New Jersey, apareció una voz que logró limpiar la imagen de los nuevos Nets: el rapero Jay-Z. Natural de Brooklyn, se convirtió en el principal portavoz de la mudanza. Jay-Z jugó un papel fundamental siendo la cara del proyecto. Una figura mediática, local, con un carisma único… Pasó a ser el mayor activo público de la franquicia. Jay-Z, curiosamente, solo posee un 0.07% de los Nets, es decir, carece de influencia en la toma de decisiones, es un porcentaje simbólico. No obstante, durante aquel año previo al traslado pareció como si tuviera los mandos de la franquicia.

El marketing de los Nets caló entre la NBA y sus nuevos aficionados. Comenzaron a vender sus nuevos colores, el nuevo logo… Todo giró en torno a la novedad y a empezar de cero. Como dejando atrás aquellos oscuros años que aún estaban pasando, aguardando en tierra de nadie en una perpetua transición. Como si cruzar el puente para regresar a New York fuese a ser su panacea. Para ello necesitaban un golpe de efecto, confirmar su proyecto a corto plazo. Y en esas circunstancias de urgencia se produjo aquel infame traspaso que llevó a Pierce y Garnett a Brooklyn e hipotecó su futuro inmediato.

Pese a haberse asentado ya en la ciudad, las incertidumbres aún continúan. Desde hace dos años los rumores de venta del equipo se han incrementado, alentados por el mismo Prokhorov. Con el proyecto deportivo descabezado y en vistas de no poder armar un equipo campeón, el magnate ruso quiso abandonar el barco.

Tras confirmarse como propietario comprando el resto de la franquicia para poseer su totalidad, se hizo también con el resto de los derechos de explotación del estadio, sacando todo el beneficio en lo relativo a su recaudación. De hecho, si acudimos a la web del Barclays Center, Prokhorov aparece como su dueño, cuando en realidad aún lo es Bruce Ratner y su grupo empresarial. Los derechos de explotación solo permiten gestionar los beneficios, no la propiedad ni la titularidad.

Prokhorov solo trataba de vender la franquicia, no los derechos sobre el pabellón. De hecho lo consiguió en parte, vendiendo el 49% de los Nets al taiwanés Joe Tsai, fundador del portal Alibaba. Conservaba así el control de los Nets, pero la seguridad que ofrece como propietario es a todas luces inestable y apenas otorga garantías de continuidad. Los Nets son otra especulación más que, bajo su prisma del capital, no consigue explotar.

La joya de la corona Spurs

San Antonio es la cuna de los entrenadores y los directivos en la NBA. Una cantera inagotable de formación de personas que, a base de exportar talento, a conseguido impregnar en el ADN de la propia NBA y de la mayoría de franquicias su filosofía.

Hasta dieciocho entrenadores han debutado como técnicos en la NBA habiéndose formado bajo el ala de Popovich. Y la genealogía se extiende si miramos a aquellos que también han debutado siendo asistentes de alguno de los pupilos de Popovich (como Kenny Atkinson o Quin Snyder, asistentes de Budenholzer en Atlanta, o Lloyd Pierce, asistente de Brett Brown en los Sixers). Entre los General Manager, hasta once formados en la “escuela Buford” ocupan o han ocupado un puesto en otra franquicia.

Entre ellos Sean Marks, la joya de la corona de los Spurs. Sus referencias, ya desde su etapa como jugador son excelentes. Jugó para Pat Riley en los Heat, para Popovich y Buford en los Spurs y para D’Antoni y Kerr en los Suns. Tras finalizar su carrera como jugador volvió a los San Antonio en 2012. Allí había pasado tres años, logrando el anillo de 2005, y regresó para convertirse en la mano derecha de Buford y en el General Manager de su equipo afiliado, los Austin Spurs de la actual G-League.

Marks incluso fue asistente de Gregg Popovich la temporada 2013-14 tras la marcha de los insustituibles Mike Budenholzer y Brett Brown. Nunca fue el puesto que quiso ocupar, pero las exigencias de guión le hicieron bajar a los banquillos, donde también demostró una capacidad innata de dirección justo el año en el que lograron su último anillo. Marks regresaría a los despachos junto a Buford la temporada siguiente y, en 2016, los Nets apostaron por él como General Manager tratando de relanzar su proyecto desde cero.

Desde entonces Marks ha logrado sanear una franquicia moribunda en solo dos años. Aún queda mucho camino en la reconstrucción, pero ya ha conseguido liberar espacio salarial para firmar dos agentes libres de primer nivel o traer jóvenes interesantes como D’Angelo Russell. Marks ha logrado montar un proyecto competitivo. Aún carente de talento y piezas, pero hambriento. Ha aprovechado las urgencias salariales de distintos equipos para robarles rondas de Draft y absorber contratos tóxicos gracias a su flexibilidad salarial. Ha jugado sus limitadas cartas con maestría buscando competir desde el primer día y no especular porque, con un Draft hipotecado, su única opción pasa por hacer un proyecto atractivo para estrellas que sean agentes libres.

Entre los escombros de los Nets empiezan a florecer ya los primeros reductos de esperanzas e ilusiones. Se empieza a forjar una nueva identidad nacida de su lucha y estoicismo. Esta vez sí, en su casa, en New York. Desde la otra punta del país ha llegado un emisario dispuesto a cambiar el rumbo de su historia. Un constructor formado en la mejor universidad del deporte: los San Antonio Spurs.

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