“Creo que a la gente le gusta odiarme de vez en cuando, pero a mí me hace gracia lo que digan. Piensen lo que piensen tienen que respetar mi esfuerzo sobre la cancha. Puedo no gustarles, pero deben tener claro que haré todo lo posible para ganar”. Jimmy Butler siempre ha sido un competidor insoportable. De malas pulgas. Una bomba de relojería para cualquier vestuario. En la noche que anota 33 puntos y da una de las primeras victorias de la temporada a su equipo, sale abucheado. Su afición le pita y él sonríe.
Vive una situación límite en los Wolves. Para él la victoria siempre estuvo por encima de lo divino y lo humano. Necesita una franquicia en la que ganar forme parte de su identidad y, sobre todo, que él mismo la considere a su altura. Ahora sabe bien que Minnesota no es su sitio. Quizás siempre lo supo. El de Butler es uno de los tantos casos de jugadores que no quieren estar en sus equipos. En su caso la diferencia está en que fue sincero y lo dijo claro, delante de una cámara y para que todo el mundo lo escuchase.
Para Butler su salida era innegociable un par de semanas antes de que arrancara la NBA. Estaba totalmente convencido. Pero Jimmy no sabía que el jugador hoy no tiene ni voz ni voto. Él puede desear salir, pero la decisión no es suya. Ni tan siquiera de su agente o su entrenador. La gerencia manda por encima de todas las cosas. Los propietarios son los que mueven ficha y si ellos no quieren, él se queda. Y finalmente se quedó. De nada le sirvió dinamitar y boicotear a su equipo y, por ende, la reputación de sus propios compañeros. No valió de nada.
En la NBA el respeto al contrato firmado es sagrado. Completamente inquebrantable. Si las partes no negocian, o se abona su práctica totalidad o no hay nada que hacer. Ahora bien, el jugador desde el día en el que estampa su firma no puede dar marcha atrás. Su acuerdo está sellado y tiene que cumplirse. Butler no será una excepción. No existen cláusulas mágicas de salida. Las reglas están claras.
Lo de Jimmy Butler es triste. Tantas ganas tiene de irse de Minnesota que anoche, desde el banco, se mostró en modo hincha de los Warriors. Revoleó una toalla para festejar un gran momento del rival. Se hace el chistoso, pero luce adrede. E insólito.
Lo de Jimmy Butler es triste. Tantas ganas tiene de irse de Minnesota que anoche, desde el banco, se mostró en modo hincha de los Warriors. Revoleó una toalla para festejar un gran momento del rival. Se hace el chistoso, pero luce adrede. E insólito. #NBA pic.twitter.com/43FFf70JZ8
— Julian Mozo (@JulianMozo) 3 de noviembre de 2018
La agencia libre, la última bala
Lo cierto es que solo encontramos hoy un resquicio para que el jugador intervenga en su futuro, la agencia libre. Aunque esto no ha sido siempre así. Hasta 1988 la agencia libre no existía, al menos como la concebimos hoy. Los equipos de origen conservaban la reserve clause, una cláusula por la que la franquicia, aun habiendo terminado contrato, mantenía los derechos del jugador. Atados de píes y manos, o renovaba o no podía jugar. Solo quedaba entonces la opción de la rebeldía.
Afortunadamente el signo de los tiempos dio un vuelco y ahora los jugadores tienen la capacidad para presionar a sus clubes a través de la agencia libre. Es decir, «o me buscas un equipo nuevo o cuando acabe mi contrato me voy sin dejarte nada a cambio». No es el mejor de los escenarios, pero los derechos de los deportistas han ganado terreno. La carta de libertad es el único resquicio por el que escapar de un equipo al que te une un contrato largo.
No es este el caso de Butler. Al escolta de Texas le restan dos años de contrato, aunque tiene opción en el próximo curso de salir a la agencia libre. Pero ni esa opción ha impedido a los Wolves retenerlo en su plantilla. Es cierto que hubo negociaciones para sacarlo de la dinámica del equipo. Miami se mostró muy interesado en el jugador. Las franquicias incluso se llegaron a intercambiar informes del estado físico de los implicados en la operación. Finalmente no alcanzaron un acuerdo y todo quedó como está, sin movimientos. A día de hoy todavía 76ers tantea alguna posibilidad según avance la temporada antes del cierre de mercado .
El jugador NBA no elige ni el comienzo de su etapa como profesional. Su vida deportiva arranca en el Draft, evento en el que algún equipo se hace con sus derechos. Sin más. Desde entonces la franquicia en cuestión decide qué hacer con él: ofrecerle un contrato, traspasar sus derechos o simplemente mantener sus derechos. La carrera de una estrella está sujeta desde el primer día a la lotería del Draft y la apuesta de un GM por él.
Esta delicada situación le afecta más a algunos jugadores que a otros. La experiencia más cercana la podemos encontrar en Pau Gasol. Lakers deseaba traspasarlo, él no quería salir de la franquicia y los rumores se sucedían mañana y noche. Estuvo a unas horas de acabar en los Hornets -en el megatraspaso vetado de Chris Paul por la organización – y, durante unos meses, le mantuvieron en todas las negociaciones como moneda de cambio. Su frustración era palpable. Se sentía una mercancía, un juguete roto del que querían desprenderse.
De un perfil similar, Brook López ha sufrido a lo largo de toda su carrera profesional rumores de traspaso. Hiciera lo que hiciera. Llama especialmente la atención en un tipo tan leal y profesional como él. El prestigioso periodista Adrian Wojnarowski le dedicó estas palabras en diciembre de 2016, cuando su nombre no paraba de circular por la red: “Si traspasas un jugador como este puede que no seas capaz de encontrar otro como él. Su personalidad, él encaja con cualquiera, mientras que otro jugador puede convertirse en un caso perdido, quejándose constantemente y pidiendo a todo el mundo: ‘sácame de aquí’.”
Existen otras formas de afrontar esta situación. Algunos jugadores incluso aprovechan una lesión para presionar y conseguir un traspaso. Este puede ser el reciente caso de Kawhi Leonard. El alero no quería seguir en San Francisco. No le gustó como la franquicia lo trató durante la recuperación de su lesión. Aunque todavía existen muchos puntos oscuros en esta historia, Kawhi pidió salir traspasado al acabar la temporada. Se atrevió incluso a proponer un destino: Los Ángeles Lakers. San Antonio entonces tuvo que mover ficha. Viendo la negativa de Leonard a seguir en la plantilla, optó por un el traspaso inminente y obtuvo a cambio, entre otros, a la estrella de Toronto Raptors DeMar DeRozan.
¿Y si la franquicia quiere deshacerse del jugador?
También se puede dar (y se da) esta misma situación a la inversa. Un equipo quiere deshacerse de un jugador de su roster y este se agarra a su contrato. Suele ser menos habitual y se da en franquicias con poca planificación y mala gestión. Un claro ejemplo lo podemos encontrar en New York. Los Knicks tardaron meses en buscar una solución a la situación de Joakim Noah. No encontraban la forma de deshacerse de él.
El francés firmó en el verano de 2016 un contrato por cuatro temporadas y 72 millones de dólares. Meses después la franquicia deseaba traspasarle. Sin éxito. Al final, solo les quedó cortarle y pagar. Han esperado hasta septiembre para acogerse a una stretch provision, una fórmula a través de la cual poder ampliar los plazos del pago del salario que le restaba al jugador.
Este verano hemos vivido casos similares en franquicias que necesitaban aligerar masa salarial para no pagar el impuesto de lujo. Oklahoma tuvo que deshacerse de Kyle Singler -actualmente en Monbus Obradoiro disputando la Liga Endesa- para ahorrarse 5 millones de dólares. Hace apenas unos días Chicago Bulls tomó la decisión de rescindir el contrato que le vinculaba con Omer Asik. El center turco solo disputó 4 partidos con el equipo y costará a la franquicia alrededor de 14.3 millones de dólares. A lo largo de la temporada habrá más casos como este, sobre todo cuando las derrotas obliguen a los equipos a tomar decisiones drásticas.
El caso más paradigmático, el de Luke Ridnour. En 6 días pasó por 4 equipos diferentes: dejó Orlando para fichar por Memphis, de los Grizzlies pasó a los Hornets que, antes del Draft, lo mandaron a los Thunder y, nada más llegar a Oklahoma, de nuevo rumbo a Toronto que acabó por romper el contrato con el jugador. Una travesía por el negocio NBA para acabar siendo el dueño de su propio destino. Jason ‘Chocolate Blanco’ Williams decía que el jugador NBA era, en realidad, ‘una prostituta de lujo’. Nada más lejos de la realidad.
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