Llevaba demasiado tiempo fuera. Estaba decidido. Procedía volver a casa. Aquella tarde circulaba por la autopista interestatal que atraviesa Des Moines, Iowa, su estado natal. Había pasado más de una década en Gran Bretaña y cercano a cumplir los cuarenta sentía que era el momento. “Creí que era el instante de hacerlo. Regresar a Estados Unidos. Pensé que podría encontrar trabajo en la D-League (G-League ahora)”. Entonces, volante en mano, giró su cabeza y divisó el Wells Fargo Arena. Nick Nurse no lo dudó. Tomó la siguiente salida.
Estamos en 2006. Nick Nurse se había presentado a varios dueños de equipos y a la oficina de la liga. Cualquier puesto sería bueno. Lo que fuese con tal de acercarse al que ahora era su objetivo: formar parte de la NBA. Y el mejor camino imaginado discurría por la liga de desarrollo. “Por algún motivo yo sabía que ahí estaba mi puerta de entrada”. Aparcó su vehículo en el parking del edificio que había adivinado minutos antes. Sacó su teléfono móvil y comenzó a realizar llamadas. Obtuvo el número del gerente del pabellón. La respuesta no pudo ser más motivadora. Allí únicamente competía un equipo de las ligas menores de hockey y estarían encantados de acoger a un equipo de baloncesto. Nada más colgar entendió que apenas había empezado con el teléfono.
Desde la oficina central de la NBA lo remitieron a la de la D-League. Lo siguiente, Phil Evans, presidente de la liga, quien, tras escuchar atentamente la propuesta de Nurse, concluyó en que no podía estar más de acuerdo: Des Moines era el lugar perfecto para una expansión. “Muy bien. Están dispuestos. Quieren hacerlo. Esto es genial. Vale. Ahora, ¿qué se supone que debo hacer?”
Optó por consultar a un viejo amigo, Orv Salmon. Este le sugirió que contactase con Jerry Crawford, un abogado de Iowa y cabildero del Partido Demócrata. En principio este le fue esquivo, pero tras una charla su postura cambió. Un año más tarde los Iowa Energy (hoy Iowa Wolves) eran una realidad.
Fue el comienzo de un camino de once años que le llevaría de ser un entrenador novato completamente desconocido en la D-League a head coach de uno de los mejores equipos de la actual NBA. Un viaje de esfuerzo en el que apenas hubo días libres. Cuatro campañas dirigiendo a los Iowa Energy y dos más a los Rio Grande Valley Vipers. En 2011 sería distinguido con el Premio Dennis Johnson al entrenador del año y cuando dejó la competición era la única persona que había logrado llevar a dos equipos distintos al título. En 2013 llegaría la recompensa: un contrato como asistente en los Toronto Raptors.
Cinco años después le han sido entregadas las llaves de la nave. Dwane Casey no pudo soportar otro cuatro a cero en playoffs frente a Cleveland, equipo que ha eliminado a los canadienses tres temporadas consecutivas. Ni siquiera la distinción como mejor técnico le otorgó tiempo extra. El despido fue inmediato. Una atmósfera cargada por un déjà vu insoportable. Un primer golpe de timón. No sería el único. Nurse se ha encontrado una enorme plantilla y un jugador superlativo. Kawhi Leonard, sano, es uno de los cinco mejores de la competición. Con él, el objetivo de los Raptors es mirar a la cara a cualquier otro aspirante. Se trata de potencial.
La presión es máxima para un entrenador novato. Sin embargo, Nurse no es un debutante cualquiera. A sus espaldas, 29 años de pizarras y entrenos. Es el tiempo que ha transcurrido desde que comenzó su andadura como asistente en el equipo de la Grand View University. Desde entonces, ha entrenado a quince equipos en cinco países diferentes. Y en cada uno de esos lugares, ha dado con la fórmula del éxito. Claro que el escenario es, en esta ocasión, muy diferente.
Nick Nurse es natural de Carroll, una ciudad de diez mil habitantes a un par de horas de Des Moines. Es el menor de nueve hijos. Su madre era maestra. Su padre, ya fallecido, trabajó para el servicio postal de los Estados Unidos. Siempre involucrado en el deporte local (era entrenador de baloncesto y formando parte del programa Little League muchos años), no sería descabellado resolver que fuese él quien motivase a su pequeño.
Nick no tenía el talento para ser una gran estrella en algún deporte, pero, por el contrario, en ninguno desentonaba. En palabras de su hermano Steve: “podía lanzar la pelota con una mecánica casi perfecta desde el momento en el que comenzó a caminar”. Además, era feliz practicándolos. Baloncesto, beisbol o incluso salto con pértiga. “Teníamos un palo muy largo. Fingíamos que éramos saltadores de pértiga. Solo que no había colchoneta para aterrizar. En ocasiones, sin que mamá nos viese, quitábamos las almohadillas al sofá. Era suficiente”.
En su último año en Kuemper Catholic High School, Nurse compitió en los juegos del estado en esa disciplina atlética. Además, fue quarterback del equipo de fútbol americano y lanzador en el de beisbol. Y, como no, base del equipo que ganó el campeonato estatal en 1985. En sus propias palabras, seguramente era el fútbol americano el deporte que mejor se le daba, pero como era demasiado pequeño para soportar los golpes cuando subiese el nivel, decidió dedicarse al beisbol y baloncesto.
Un partido en una exhibición anual de los mejores jugadores de secundaria del estado marcaría su destino. En el llamado All Star del Dr. Pepper jugaban los chicos del norte de Iowa contra los del sur. Ed Conroy, base titular del grupo de Nurse, se rompió una costilla en un entrenamiento previo al partido. “Yo era su reserva. Tuve que salir de inicio. Anoté caso treinta puntos, algo que normalmente no hacía”. A los pocos días, el entrenador de la University of Northern Iowa, Jim Berry, le ofreció una beca. Fue entonces cuando se despidió del beisbol y se centró en el baloncesto. “Todo podría haber sido de otra manera si Conroy hubiese jugador aquel día”.
En la universidad, Nurse era el director de juego de un equipo bastante limitado. Los resultados no llegaron y Berry sería reemplazado un año después por Eldon Miller. Este supo en seguida qué jugador tenía en Nurse: “No podía correr muy rápido, no saltaba mucho, no era fuerte. Sin embargo, ya en el primer entrenamiento pude comprobar que no iba a cometer muchos errores”. Cuando alcanzó su último año, Nurse había batido varios récords de los Panthers (mejores porcentajes en el tiro de tres en un ciclo completo y de una temporada o una racha de 27 encuentros anotando al menos un triple), pero también entendió que jamás jugaría en la NBA.
Pero Eldon Miller había visto algo en él. “He estado entrenando durante casi cinco décadas y en ese tiempo conocí a varios apasionados estudiosos de este deporte y de las personas que lo practican. Nick es, sin duda, uno de ellos. Le encanta el juego, ama los desafíos. No tuve ninguna duda. Supe que iba a entrenar”. Así, le ofreció un puesto como asistente de posgrado para la temporada 1989-90. “Es muy inteligente y un tipo cariñoso. Multiplica la fuerza positiva. Y no piensa en él, sino en el equipo. En las personas que lo componen. Su objetivo es descubrir qué tan buenos pueden ser juntos”.
1990. Suena el teléfono de Nurse. Al otro lado, un tipo con acento británico. “Hola, estoy leyendo tu carta. Dice ‘estimado señor, me interesa jugar o entrenar en el extranjero’. ¿Qué tal ambas cosas?” Se trataba de un ejecutivo de los Derby Storm de la BBL. “Queremos que seas nuestro head coach y que juegues”. A Nurse no le iba mal como asistente de Miller. Los logros del equipo eran mayores, pero él sentía que el deseo de volver a jugar. Un equipo brasileño se había interesado por él. También llegó algo desde Japón. Sin embargo, la oferta de Derby era especialmente atractiva. La respuesta fue afirmativa. Desde Inglaterra le pidieron que tomara un avión ese mismo fin de semana.
Veintitrés años. Era la edad de Nick Nurse entonces. Iba a convertirse en profesional. Recurrió a Wayne Chandlee, antiguo entrenador suyo, quien le hizo llegar planes de entrenamiento y rutinas, llevadas a cabo desde los años setenta. “Eran un montón de cosas escritas en un cuaderno. Todavía lo conservo, en alguna parte”. Con esos apuntes y algunos más de otros docentes del pasado, Nurse tenía material de apoyo. Sin embargo, hay otros aspectos a tener en cuenta. Chris Finch, asistente de los Pelicans, dirigió a los Sheffield Sharks durante seis años. “En los clubes de la liga británica no había mucho personal. Tocaba hacer de todo”. Por ello, los entrenadores se vieron obligados a hacer más tareas de las correspondientes al cargo, como las de ojeador o general manager.
Durante sus once temporadas en la BBL (los parones para entrenar en Bélgica y en la universidad de Dakota del Sur fueron muy breves), Nurse se sentó en el banquillo de cinco equipos. Phil Handy, actual asistente de los Raptors, jugó para él en la temporada 1999-2000 con los Manchester Giants. “Acabamos con un balance de 45-7. Ganamos un campeonato”. Nick fue elegido entrenador del año. Repetiría en la 2003-04, con los Brighton Bears. Aunque ya por entonces, en su cabeza estaba el regreso a su país. “Seguí intentando absorber lo que pensé que podía mejorarme, pero por otra parte pensaba en cuándo iba a volver. No lo veía muy claro, porque daba igual cuánto ganase; parecía que nadie se daba cuenta”.
Decidió comenzar a viajar una vez acabada la temporada a la Long Beach Summer Pro League, precursora de Las Vegas Summer League. Se dejaba ver y compartía datos con entrenadores y asistentes, buscando visibilidad. También había añadido a su calendario los grandes eventos en Europa, como la Final Four de la Euroliga. Incluso una vez, en Italia, entrenó a un equipo en una liga de verano de agentes libres. David, sobrino de Nick y entrenador de habilidades que trabaja con varios jugadores NBA lo tenía muy claro. “Sabía que sería head coach en la NBA algún día. Era su objetivo y estaba convencido de ello. Nunca perdió la fe en sí mismo. Daba igual si otros no creían en él”.
Junio de 2018. Nick se encontraba en el Liberty Village de Toronto. Una llamada entrante. Descuelga. Suenan las voces de Masai Ujiri y Bobby Webster, presidente y gerente de los Raptors. Con el altavoz conectado, fueron directos: “Estamos hablando con el nuevo entrenador del equipo”. Nurse estaba en una terna de unos siete candidatos al puesto. Era vox populi, pero él jamás mostró ansiedad o nerviosismo. Siempre fue paciente. Y sabía que su momento llegaría. “En el último lustro, unas mil personas me dijeron que sería head coach en la NBA. Pero luego, esas mismas personas, se sorprendieron cuando logré el empleo”.
Curtis Stinson, MVP de la D-League en 2001, jugó para Nurse durante las cuatro temporadas que este pasó en Iowa. “He estado en situaciones con él en las que pensaba que íbamos a perder. Al menos recuerdo cinco. Estás abajo y quedan como quince segundos. Él siempre permanece tranquilo. Pide tiempo muerto, diseña una jugada y logra darnos un tiro claro. Es la mejor sensación del mundo. Tú estás convencido de que no vas a ganar y luego él dibuja una jugada… Luego dices ¡Wow! Él siempre tenía una respuesta. Se ganó nuestro respeto”.
Llegar a los jugadores en un gran desafío para los entrenadores de la G-League. Son profesionales que muchas veces están en el punto más vulnerable de su carrera. Con la NBA siempre observando, no siempre se tiene claro quién se es dentro de un vestuario. Los baloncestistas vienen y van. Habitualmente, en las plantillas de la liga, los jugadores doblan en número a los que componen una de la NBA a lo largo de un curso. Nurse siempre supo ganarse el respeto, más allá del propio baloncesto. “Siempre fue honesto. Fue duro conmigo cuando lo necesitaba, pero al final del día sabía que siempre me apoyaba”, confiesa Adam Haluska, miembro de los Energy en el primer curso de Nick. “Quería ganar, quería vernos tener éxito. No solo como equipo, sino esperando que lográsemos un nuevo contrato o una oportunidad. Esas son las cosas que siempre pensé las mejores en él”. Jeff Horner, base de ese mismo equipo y actual entrenador de la Universidad Estatal de Truman, agrega: “Es un tipo genuino. Ama el baloncesto. Y quiere ganar. Confía en sí mismo, es seguro. Lo da todo, noche tras noche. Hace lo que sea necesario para ganar. Y si las cosas no van bien, buscará la manera de que eso cambie”.
Chris Finch no solo se enfrentó a Nurse en la BBL. También lo precedió como head coach en Rio Grande Valley, equipo vinculado en la G-League de Houston Rockets. “Cuando me contrataron, Daryl Morey quería que presentara una filosofía ofensiva en la que los jugadores no tuvieran una posición fija. Buscaba la polivalencia, una selección eficiente de tiro. Se trataba de desarrollar a los jugadores”. Cuando Nurse tomó las riendas, Finch le propuso que impusiera su propio sello, dentro de esa filosofía tan marcada. En cierto modo, el equipo era un laboratorio donde experimentar. Y Nurse, siempre dispuesto a probar técnicas nuevas, lo hizo. Un ejemplo: para mejorar el lanzamiento desde la línea de tiros libres, tomó como espejo a Steve Nash, quien antes de cada lanzamiento, ejecutaba otro imaginario. Cada jugador suyo realizaría 150 de esos tiros imaginarios cada día durante cuatro semanas.
Según el propio Nurse, mantener a sus pupilos experimentando les aportaba transparencia y energía. Era entusiasta. “Tenía que vender cada inventiva con entusiasmo y siempre con una sonrisa en la cara, porque no sabía si cada cosa iba a funcionar. Lo hacíamos durante un tiempo y esperábamos a ver qué ocurría. Yo les explicaba que, si los resultados no eran óptimos, lo descartaríamos y a otra cosa. Pero, ¿y si algo de lo que probamos mejora su juego? No pasa nada por intentarlo”.
Ya en los Raptors, para mejorar la ofensiva propone a sus chicos alterar algunas cosas en su juego. Fred VanVleet lo explica. “Lo aborda desde un punto de vista lógico. Trae pruebas y números. Como jugador debes respetar eso”. Luego se ríe y añade: “Y como jugador joven, no tienes otra opción”. Claro que, a pesar de su reputación de entrenador innovador, Nurse sabe que la NBA “no es un campo de juego experimental. Ganar partidos es un asunto serio y no arriesgaré el éxito del conjunto en busca de ideas o porque tenga una corazonada”.
Claro que, si ha llegado a donde está ahora, ha sido por su valentía y su creencia de que no se puede lograr nada importante si no se está dispuesto a aceptar el cambio. “Tienes que ser capaz de manejarlo. Creo que eso es parte del problema, y no aquí, en Toronto, sino en general. ¿Por qué la gente tiene miedo a probar algo diferente? Yo creo que por lo que pueden decirles si no funciona. Porque los van a juzgar. Eso evita que las personas intenten cosas distintas. Pero este deporte está evolucionando constantemente. Y hay que probar cosas nuevas. Nosotros tenemos que probar cosas nuevas”.
Con Kawhi Leonard y Danny Green llegados desde San Antonio, el all star Kyle Lowry, jugadores sólidos como Serge Ibaka o Jonas Valanciunas o los jóvenes VanVleet, Siakam o Anunoby, en Canadá esperan subir otro escalón. Quizás el definitivo. Por talento no va a ser. Tampoco por la capacidad de su entrenador.
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