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Reflejos

Verde marchito

El mejor equipo de la NBA aquel 1986 tenía un plan. Pero la tragedia truncó aquella estrategia tan ambiciosa.

Getty Images

El mejor equipo de la NBA, vigente campeón y con un excelso juego coral capitaneado por el pájaro más hambriento y letal de toda la fauna baloncestística mundial, había diseñado la transición más dulce posible anticipándose al declive, en un plan maestro con el que extender su dominio durante más de una década. La elección lograda un par de años antes, en la operación que acabó con Gerald Henderson rumbo a Seattle para hacer hueco en la rotación al joven Danny Ainge, acabaría transformada en todo un número 2 del draft. Y el 17 de junio de 1986, 9 días después de derrotar a los Rockets de Olajuwon y Sampson en 6 partidos, el comisionado Stern pronunciaría el nombre que todos esperaban, el del futuro heredero del imperio de los Orgullosos Verdes.

Leonard Kevin Bias.

Len Bias había regado de muecas todas las canchas universitarias del país, propiedad de espectadores alucinados ante la imparable pujanza del chico. Anotador compulsivo, su exhuberancia física venía acompañada de un tiro desde la media distancia fiable, fruto del incansable trabajo diario, y de un juego de espaldas al aro nacido de la necesidad, ante la falta de centímetros de aquel equipo de Maryland que obligaba a Len a operar muchos minutos en las posiciones de 4 y 5.

Controlador aéreo tanto del espacio cercano al aro del rival como del propio, el chico dejó para la posteridad exhibiciones como los 35 puntos anotados en una victoria en la prórroga ante North Carolina (77-72). La secuencia de esa misma cita, con Bias anotando un lanzamiento desde la media distancia, interceptando el saque de fondo de los Tar Heels y machacando acto seguido y de espaldas a la canasta, era una muestra clara de dominio arrollador y de su infinito potencial de cara al baloncesto profesional. Len ya se había enfrentado a los de Chapel Hill con un tal Michael Jeffrey Jordan en sus filas en 1984, perdiendo el partido pero imponiéndose en el duelo anotador (24 Bias, 21 Mike). Esta vez, pese a llegar con el primer puesto del ranking del país bajo el brazo, los de azul acabaron hincando la rodilla.

Las comparaciones con un Jordan que acababa de cerrar su segundo año en la NBA no se harían esperar. Y, si bien es cierto que el de Maryland carecía aún del dominio de balón y capacidad generadora de Michael, podía discutir sus delirantes capacidades físicas. Por no mencionar que llegaba a la liga con una mecánica de lanzamiento mucho más fiable que la del Jordan novato. 23.2 puntos por partido en su año senior, 2 veces Jugador del Año de la ACC: era el elegido, destinado a gobernar a medio y largo plazo los designios de una franquicia histórica y a discutir a quien fuera la supremacía absoluta del imperio de la pelota naranja.

Hasta que, en cuestión de horas, el brillo y la esperanza se apagaron para siempre.

«Te veo por la mañana, Smooth. Desayunaremos algo.»

Las últimas palabras de Len Bias a Keith Gatlin, base de Maryland y compañero al que Len solicitaba cada noche antes del partido de turno ser el destinatario principal de sus pases, para nada hacían presagiar el fatal desenlace. La mañana siguiente a la ceremonia del draft Len y su padre se desplazaron hasta la capital de Massachussets con un doble propósito: la firma de su contrato con los Celtics y la formalización de su acuerdo con Reebok, el cual incluía una signature shoe, privilegio reservado para estrellas de la categoría de Jordan. La empresa, fundada en 1958 en el Reino Unido, pretendía plantar cara a Nike y a sus «Air Jordan» con el novato como ariete comercial. Pero esa misma noche la cocaína se acabaría llevando al chico, arruinando una vida y una carrera radiantes y despertando viejos fantasmas procedentes de la NBA de los años 70, con las drogas campando a sus anchas y dañando terriblemente la imagen de una liga salvada del desastre por la irrupción conjunta de Magic Johnson y Larry Bird.

Y las primeras flores en llegar tenían nombre y apellido: Michael Jeffrey Jordan.

 «Iba conduciendo mientras escuchaba una emisora de rock con uno de esos programas de mañana, y dijeron que Len Bias había fallecido. Pensé: no es posible. No se puede bromear con algo así. Cambié a otras emisoras y en todas decían lo mismo.»

Ni Kevin McHale ni ningún otro miembro de la organización de los Celtics lograba explicarse lo ocurrido, en shock ante el desvanecimiento de sus esperanzas de la forma más trágica posible. Bird, Parish y compañía sabían que la energía y el talento de Bias tendrían un impacto inmediato en el equipo, y que en 5 años el alero hubiera podido ser el mejor jugador vestido de verde y uno de los mejores de toda la NBA. La treintena aguardaba ya al pájaro a la vuelta de la esquina, y los problemas físicos le llevarían a disputar únicamente 6 partidos de temporada regular apenas 2 años después.

De hecho el anillo del 86 sería el último de la franquicia hasta 2008, 22 eternos años sin engarzarse la joya más deseada hasta que Garnett, Pierce, Allen y Doc Rivers lograron reverdecer los viejos laureles.

22 años que no hubieran existido en una realidad alternativa: la de los planes de Red Auerbach que el destino truncó de forma inmisericorde, haciendo uso de su cara más cruel.

«En mis 24 años en Duke he visto dos rivales que verdaderamente destacaban de entre el resto: Michael Jordan y Len Bias. Len era un asombroso atleta con un gran espíritu competitivo.»

Las comparaciones con Jordan no eran esta vez producto de la osadía de prensa o aficionados, como confirman las declaraciones del mítico Mike Krzyzewski en 2003. Y «Coach K» arrojaba además una de las claves, más allá de las poderosas aptitudes físicas y técnicas: el Bias universitario era ya un animal competitivo insaciable, trabajador fanático y usuario habitual del trash-talk para acobardar a unos rivales que siempre acababan rendidos a la evidencia.

Tarde o temprano Len Bias acabaría volando sobre ellos, metafórica y literalmente.

Hasta que la imprudencia y la incapacidad de cuidar de sí mismo oscurecieron para siempre ese cielo por el que surcaba, rumbo a la liga de ligas.

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