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Reflejos

El virus S, de Spurs

La cultura de los Spurs se ha extendido como una pandemia por toda la NBA.

Vía: Wikimedia

Es 14 de enero de 2019. Tony Parker pisa el AT&T Center por primera vez… Sin vestir el uniforme de los Spurs. En su regreso a San Antonio le habían preparado una emotiva sorpresa. Toda su familia viajó desde Francia para verle volver a casa. Porque sí, quizá Francia sigue siendo su patria, pero San Antonio es su hogar. Como lo es para Timmy y Manu. O para el del retirado Almirante, quien engulló a Parker entre sus musculosos brazos en uno de sus terroríficos abrazos de oso – que te pueden dejar sin columna vertebral – hasta hacerlo desaparecer. Todos ellos se han afincado en un lugar en el que seguramente nunca se habrían planteado vivir de no ser por el baloncesto. Una ciudad que ha llegado a acogerles como hijos adoptivos.

Cuántas veces nos habremos preguntado qué demonios tendrá San Antonio para encandilar así a los jugadores. Lo más curioso es que esa mística parece ejercer incluso un hechizo especial en los extranjeros más que en los propios americanos. Y todo ello es gracias a un equipo que, en gran medida, ha ayudado a cambiar la propia cultura de una ciudad. Sus valores como organización, su credo y sus principios han calado en lo más hondo de una población que contempla con respeto reverencial a su equipo de baloncesto.

Los Spurs han cambiado la historia. Quizá hablemos de la era de LeBron o de los Warriors, pero a la par coexiste una dinastía de entrenadores y General Managers que pertenece a Popovich y Buford. La cultura Spur es la matriz donde se ha gestado esta segunda edad dorada de la NBA. Y obviamente no todos tienen que aplicar su sistema de juego a pies juntillas (no hay más que ver a los Bucks de Budenholzer renegando del pase para explotar la versión más salvaje de Antetokounmpo), pero todos llevan consigo unos valores y una metodología de trabajo que trasciende más allá del estilo de juego en sí mismo.

DESAFIANDO LA LÓGICA DEL DEPORTE

La NBA es una finita sucesión de dominios cambiantes en la historia. Algunos ejercidos con mano de hierro – la de Auerbach y su brazo ejecutor Bill Russell, o los noventa de Jordan – y otros tan efímeros como una página de un buen libro. Dejan huella, sí, pero saben a poco.

El caso es que la historia de la liga se fundamenta no solo en el actual star system, sino en esas dinastías y hegemonías que encadenan las etapas y marcan la evolución del juego. Detenernos en su cronología, por breve que fuese, podría ocupar las páginas de un artículo entero. El baloncesto y, más concretamente, la NBA, está sujeto a la idea de la regeneración perpetua, a ese cambio de ciclo constante como una parte más de la competición. Es su ADN, su misma esencia. La NBA no sería la NBA sin su condición de mutante.

De hecho es la propia lógica del deporte la que implica esa caducidad. Está sujeto a la juventud, a los resultados, al rendimiento o a cualquier factor que escape de la mano de cualquier jugador o un entrenador. Los cuerpos se marchitan, las ideas perecen. Cuatro años de contrato son un mundo en el deporte, pero un suspiro en la vida. Ningún atleta puede quitarse de encima la sensación de inmediatez. Son nómadas volando a través de sus carreras profesionales, conscientes de que su inminente final pueda estar a la vuelta de cualquier rebote.

Pero en medio de esa marisma de nombres y récords anclados ya en la historia, en mitad del caos organizado sobre el que orbita la NBA, nació un reducto perenne a la destrucción a la que el paso del tiempo somete a proyectos y deportistas. Los Spurs han desafiado esa misma noción de caducidad haciendo de la evolución su bandera. Adaptándose al entorno, que diría la teoría evolutiva. Una y otra vez se han reinventado para dominar, pero siempre sobre una misma base y unos principios incuestionables.

Han pasado veinticinco años desde que Popovich regresara a San Antonio para cambiar la cultura de la NBA. Él y Buford son el ejemplo personificado de que la perpetuidad no implica inmovilismo. Ambos han mutado, fluyendo con el baloncesto en su propia metamorfosis kafkiana. Los anillos de los Spurs no han dado pie realmente a considerarles como una fuerza dominante en la historia, como sí pudieran ser los Lakers de Shaq y Kobe en aquellos 2000. De hecho, su éxito, independientemente de los anillos, se ha estirado tanto en el tiempo que es difícil acotar la influencia que han tenido en el baloncesto NBA dentro y fuera de la cancha. Los Spurs han ido un paso más allá, han edificado toda una cultura arraigada en San Antonio que ha echado raíces en la misma base de la NBA a través de la exportación de talento a otros equipos.

Son más de veinte años en la élite. Cinco anillos en tres décadas distintas. Un sinfín de entrenadores y general manager formados en la cuna de San Antonio, bajo el ala de Pops y Buford, que ahora vuelan solos implantando los valores de sus mentores. Y por supuesto que el proyecto de los Spurs comienza a dar síntomas de agotamiento estructurales, más allá de que haya vuelto a reinventarse una vez más esta temporada. Pero eso queda para otra noche de desvelo. Lo que nos interesa ahora es esa abstracta cultura Spurs de la que tanto hablamos, ese concepto etéreo que se ha instalado en el imaginario colectivo como un mantra, pero que rara vez nos llegamos a preguntar qué integra exactamente.

Así que allá vamos a responder qué es la cultura Spurs. ¿Cuál es su influencia en la NBA? ¿Por qué trasciende en el tiempo más allá del propio juego? ¿Por qué se ha propagado como un virus en la liga? ¿Cómo nace?

FORJANDO LA CULTURA SPURS

Para entender la figura de Popovich y, por ende, a los Spurs, tenemos que remontarnos a sus orígenes. Al menos a los deportivos. Gregg recibe su primer trabajo como entrenador a los treinta años en la universidad Pomona-Pitzer, de la División II de la NCAA. O lo que es lo mismo, empieza desde abajo. Muy abajo. Porque Pomona-Pitzer era uno de los colleges más prestigiosos académicamente hablando, pero en aquel entonces ni tan siquiera ofrecía becas deportivas a sus estudiantes. Nos podemos imaginar el nivel y la los quebraderos de cabeza que eso suponía para un entrenador.

Situémonos. Estamos ante un completo desconocido. Un entrenador joven y novato. En una universidad de un enorme prestigio académico pero sin ningún rastro de cultura deportiva… Y obviamente por aquel entonces Popovich, como tantos otros, se postulaba en el banquillo como un Bobby Knight en potencia. Contaba un ex jugador suyo de aquella etapa que cuando veía a Popovich (ya en la NBA) rojo de ira, desgañitándose como un energúmeno para vociferar a Tony Parker llegaba a compadecerse del entonces joven base pensando “tío… se cómo te sientes”.
Pero siendo francos… quién no imita a otros en sus inicios. En lo que sea. Nosotros mismos, como periodistas, nos forjamos a base de replicar ideas y estilos narrativos de quienes consideramos referentes antes de poder desarrollar nuestro estilo. Siempre existen esos modelos a seguir que van desapareciendo a medida que cada uno construye su propia carrera y gana el incalculable aprendizaje de la experiencia. Así se desarrolla la identidad. Y siempre quedará una cierta base de aquellos inicios, pero se va moldeando como un pedazo de arcilla.

Popovich en sus inicios (un inicio muy prolongado, todo sea dicho) era mucho más autoritario. Más solitario. Es un sesgo que mantuvo muy entrada su carrera en la NBA pero, a la par, fue la influencia de otras personas, especialmente la de Buford, la que fue desarrollando otro tipo de mentalidad e ideas en él. Igual que Knight pudo ser un referente en sus inicios, fue ese minúsculo entorno de trabajo, esas personas, las que influyeron decisivamente en su forma de entender el cargo.

Al igual que ese deje autoritario viene de las influencias de las que se nutría el joven Popovich, la edificación de una cultura deportiva tiene sus raíces en Pomona-Pitzer. Una etapa apenas documentada de su vida (Popovich rehusó hacer ninguna declaración a Jordan Ritter Conn cuando escribió su artículo para Grantland) que es la que nos ayuda a entender su mentalidad. Porque los primeros Spurs son un reflejo de su trabajo allí.

Como no podía ofrecer becas, la tarea de reclutar jugadores podía llegar a ser terriblemente frustrante. Así que Poppo tuvo que idear otro sistema para captar su interés. ¿Cúal? Endandilarlos. Hacerles ver que eran únicos. Cada temporada Popovich enviaba cientos de cartas manuscritas a cada jugador, todas ellas con una caligrafía impoluta. Cada carta personalizada, nunca había dos iguales. Y jamás eran misivas al uso. Pops hablaba a los chicos, como una conversación. Les preguntaba por sus intereses personales e intelectuales, por sus metas más allá del deporte… Hablaba de filosofía, de política, de sociedad… Y sobre todo les transmitía el reto intelectual que suponía aceptar su oferta y el futuro que tenían por delante yendo a ese college. Siempre fue franco, decían sus jugadores. Sabían que el programa deportivo no era el mejor y que en una universidad como Pomona no habría concesiones por ser deportistas. Lo que Popovich les ofrecía era un futuro, dentro o fuera del baloncesto, y la oportunidad de madurar en un entorno distinto.

Quizá nos recuerde, y con razón, a esas comidas que Popovich paga desde hace años a sus asistentes cuando juegan fuera de casa solo con el fin de compartir vida más allá del baloncesto. O a las interminables conversaciones con sus jugadores interesándose por otras culturas y tradiciones. Esos detalles son los que desarrollan una cultura.

De vuelta a aquellos años, a los que caían en sus redes les hacía un seguimiento como ninguno de ellos hubiera imaginado. Popovich hablaba por teléfono con sus chicos o con sus familias casi todas las semanas para preguntarles por sus estudios, para conocerles en profundidad o interesarse incluso por las más mundanas preocupaciones que puedan pasar por la cabeza de un adolescente a punto de dar un vuelco a su vida. Desde su más tierno inicio Popovich ya estaba construyendo una cultura de diálogo e integración. Y, sobre todo, una cultura casi hedonista, basada en los intereses y la felicidad más allá del deporte.

Por eso Popovich nunca buscó reclutar jugadores al uso, sino chavales con inquietudes y valores. ¿Nos vuelve a sonar, verdad? Pues en aquella época lo hacía solo. Sin recursos ni ayudas. Solo él y su voluntad. Por eso cabe comprender también por qué en ciertos momentos de su carrera a Popovich le ha costado tanto ceder el control o dar responsabilidades. No era tozudez, era simplemente su vida.

HISTORIA DE UN ROMANCE

Hablamos más de Popovich que de Buford en este inicio porque es él quien crea el proyecto. En 1988 llega a los Spurs para ser asistente de Larry Brown en el banquillo. Tras un breve paso por los Warriors tras la marcha de Brown, Gregg vuelve en 1994 para ser el General Manager de la franquicia texana. Esa es la fecha desde donde marcamos el inicio de la cultura Spurs. Aunque para eso hubo otro acontecimiento clave antes.

Un año antes (1993) Peter Holt compró la franquicia trayendo aire fresco a sus apolilladas oficinas. Para 1994 los Spurs estrenan su nuevo estadio, traen de vuelta al ídolo local Sean Elliot gracias al recién llegado Popovich y el equipo acaba con un balance de 62-20 gracias a un David Robinson MVP. Es justo ese mismo año, 1994, cuando los caminos de Pops y Buford se cruzan de nuevo. Ya en 1988 habían compartido banquillo como asistentes de Brown y su relación fue tan intensa que Popovich buscó cualquier puesto disponible para traer a su compañero.

Ambos habían entablado una estrecha amistad como rookies en la NBA. Ese lazo imposible de describir entre dos personas que comparten una misma experiencia e ilusión a la vez. Buford llegaba de nuevo en 1994 como scout y no fue hasta 1999 cuando fue promocionado a vicepresidente de operaciones deportivas y asistente del General Manager. Precisamente el mismo año que los Spurs consiguen su primer anillo. Precisamente, también, cuando Popovich ya había armado su equipo y asentado su filosofía y su credo en San Antonio tras un lustro como entrenador y GM.

Y fue precisamente ese año cuando Buford fue promocionado porque Pops era más consciente que nunca de la necesidad de delegar responsabilidades. Se acabaron aquellos vicios de entrenador universitario. La experiencia iba enseñando a Popovich a confiar en su entorno y la importancia capital que tienen las relaciones personales en la NBA. Aun así a Buford le costaría otros tres años ascender a General Manager (2002) porque, como ya sabemos, en la cocina de Popovich todo se cuece a fuego lento. Y repetimos: aquellos Spurs, ni los noventeros ni los de los 2000, son los mismos que los actuales, ni dentro ni fuera de la pista. En aquel entonces todas sus ideas estaban aún en pañales.

Ahora bien, ¿por qué Buford, más allá de una amistad? Sencillamente, porque fue quien más comulgó con su filosofía. Básicamente, era la suya propia. Ambos trabajaron sobre la misma base de ideas remando en la misma dirección. Y no quiere decir que no hubiera discrepancias (y más que hubo con el paso de los años, como las elecciones de Tony Parker o Kawhi Leonard sacrificando a George Hill, el ojito derecho de Popovich), pero la agudeza y la capacidad intelectual de Buford superaban con creces a las de cualquier otro. Y esa visión especial para detectar talento y sus años como scout es lo que terminaría de erigir el imperio de los Spurs, robando internacionales a manos llenas en el Draft. Algo que, sin duda alguna, Popovich jamás hubiera podido hacer en solitario.

Es en esos años en los que la cultura de los Spurs cambia. En los que Pops trabaja codo con codo con Buford y abre su círculo de confianza. Así hasta alcanzar la maestría entrada esta década en la que han logrado crear un entorno dinámico, de trabajo transversal y de desarrollo personal. Popovich aprende a confiar, se gana el respeto como maestro en los banquillos y gracias a Buford cambian las señas de identidad de la franquicia. A los cimientos de Popovich se sumará una máxima: apostar por la diversidad. Y ese giro lo traerían los extranjeros: Parker, Ginóbili, Scola, Beno Udrih o Leandro Barbosa, así como Splitter, Mills, Diaw, Belinelli…

Desde 1999 (año en que draftean a Manu) hasta 2009 (cuando eligen a De Colo), los Spurs draftearon a 15 jugadores internacionales y 8 americanos. Entre 2003 y 2007 solo escogieron a extranjeros (Barbosa en 2003, Karaulov, Sato y Udrih en 2004, Mahinmi en 2005, Markota en 2006 y Printezis y Splitter en 2007). Evidentemente no todos eran Parker ni Ginóbili, pero la apuesta fue meritoria en unos años en los que los extranjeros aún batallaban contra su propio estigma en la NBA.

Esa obsesión de Buford por importar talento cambió la consideración de la liga hacia el producto internacional. Todo ello, por supuesto, con la connivencia absoluta de un Peter Holt que siempre se ha limitado a dirigir desde la sombra dando plenos poderes, protagonismo, libertad y confianza para trabajar. A día de hoy, de hecho, sería imposible entender esta segunda edad dorada de la NBA sin la aportación de los internacionales.

Así que mientras Popovich se echaba en brazos del darwinismo y desarrollaba sus dinámicas internas, Buford se encargaba de proveer talento constante. Con él y sus extranjeros llegó el aperturismo y convirtireron a San Antonio en la cuna de la cultura. Se creó un núcleo heterogéneo, diverso, con pluralidad de idiomas, de tradiciones, de formas de entender el baloncesto… Casi sin querer los Spurs estaban sentando cátedra y se habían convertido en una franquicia modelo dentro y fuera de la pista. Aún quedaba un mundo para ver aquellos Spurs de 2014, pero su modelo de trabajo empezaba a ser replicado por toda la liga.

En San Antonio se va construyendo un foro global, un ágora de ideas y personalidades. Y esa misma diversidad no solo se integra con los jugadores internacionales, sino que lo hace incorporando a profesionales de muy diversos ámbitos, creando un espacio único multicultural y multidisciplinar. Así se forma ese caldo de cultivo ideal del que han salido incontables entrenadores, jugadores y general manager que han ascendido en otras franquicias, llevándose consigo las enseñanzas y la filosofía Spur. Ese es el verdadero legado de Pops y Buford, el que se extiende como una pandemia por la NBA, un virus que ha infectado a toda la liga sin antídoto posible. No consiste en crear unos nuevos Spurs, sino en aprovechar las enseñanzas para desarrollar su propio estilo e identidad.

Quizá personalizamos esa cultura en dos nombres – tres si contamos a Tim Duncan, claro – pero es el trabajo unido de cientos de personas que aportaron su granito de arena. Y, sobre todo, se debe gracias a tres virtudes que han ido de la mano de todos aquellos que han exportado esa cultura: escuchar, tener la mente abierta y saber adaptarse y cambiar.

LOS SPURS, EN DATOS

Hace casi un año dediqué en el podcast de Outsiders NBA un programa a hablar sobre los herederos de Pops y Buford. Es precisamente la parte que no he analizado en este artículo, por aquello de preservar la originalidad de cada trabajo. También queda pendiente, como dije, analizar las debilidades que acusan los Spurs en estos últimos años.

En cualquier caso, como una última nota al margen y para terminar de comprender no solo cómo nace o qué es esa difusa concepción de la cultura Spurs, sino para entender por qué se expande por la liga como ese virus sin vacuna, voy a recuperar algunos de los datos que preparé para ese programa:

  • Actualmente hay 6 General Manager con pasado Spurs en la NBA y otros seis que lo fueron en su momento.
  • Nueve entrenadores actuales tienen pasado Spurs y al menos otros quince son actualmente entrenadores asistentes o son técnicos que ya no están en activo.*


*Thibs es la única anomalía, pues acaba de ser despedido y no está en ninguna categoría analizada.

  • Al menos trece jugadores que han jugado para Popovich ejercen ahora de entrenadores o directivos.
  • Y el manto se extiende si comenzamos a mirar otros GM o entrenadores que salen de ser asistentes de otros con pasado en los Spurs que emigraron a otros equipos. Por ejemplo, Quin Snyder (asistente de Brown en los Lakers y de Budenholzer en los Hawks) o Lloyd Pierce (asistente de Brett Brown en los Sixers). Así podemos contar hasta seis en la actualidad.
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