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De padre a hijo, la historia de Bob Pettit

Le bastaron cinco temporadas para ganarlo absolutamente todo, algo que ni siquiera los propios Milwaukee Hawks preveían cuando le draftearon en 1954. Es la historia de Bob Pettit. Un gigante que en su día no valía para su equipo de instituto.

La ciudad de Atlanta, que recordemos es la más poblada y a su vez capital del estado de Georgia, destaca por cosas como su clima subtropical o su moderno urbanismo. El núcleo urbano presenta un gran abanico de atractivos que rodean a la cultura del baloncesto, que se vive desde 1968 tras la llegada de una franquicia NBA. Una entidad que ya llegaba con un anillo de campeón logrado una década atrás.

En 1958 los Hawks consiguieron su primer y único título hasta el momento, una hazaña para la que fue necesaria un héroe que les liderara. Ese hombre, ya legendario, tuvo unos inicios dubitativos, pero fue capaz de acabar grabando su nombre en los libros de historia de la pelota naranja.

Hay que remontarse a Louisiana, en los años cuarenta. Más en concreto a Baton Rouge, para ver los primeros pasos de «Big Blue». Unos inicios humildes en los que fue rechazado varias veces de plantillas escolares por no dar la talla. El instituto de la zona le cortó en dos ocasiones, tanto en freshman como en sophomore. Una situación que pudo haber desembocado en que el ahora Hall of Famer nunca llegara a hacer carrera profesional. Gracias a un aro en la terraza y las ansias de superarse a sí mismo, hay una franquicia en la liga que triunfó por una vez en su historia.

La cantidad de horas que pasó en el patio trasero de su casa entrenando solo, con la esperanza de que su propio padre se sintiera orgulloso de él, fueron por momentos un infierno. Los fantasmas de los sucesivos rechazos vividos en high school rondaban su cabeza, haciendo cada vez más difícil enfrentarse a la soledad de su patio. Sin nadie alrededor y con el sonido de la bola rebotando en el frío hierro con cada error.

Tras su primer fracaso, Pettit volvió renovado, con un nuevo repertorio de jugadas y ansioso por demostrar su lugar en el mundo. O, al menos, lo que para él era su único mundo conocido entonces. Su progresión le hizo conseguir un puesto de titular en su tercer año, momento en el que explotó y se hizo con las riendas del equipo. De su mano, Baton Rouge lograría el campeonato estatal, más de dos décadas después.

Los ojeadores comenzaron a hacerse eco del nombre de Bob Pettit y, en tan solo dos temporadas, pasó a convertirse en una de las mayores promesas de principios de los años cincuenta. Finalmente, el ala-pívot se comprometería con Lousiana State.

Etapa universitaria e inicio NBA

A medio camino entre las expectativas y los vívidos recuerdos del más frío rechazo, Pettit se obligaba a sí mismo a darlo todo en cada segundo que se encontraba sobre la pista. Aquellas horas infatigables lanzando a canasta en solitario, bañadas por los últimos rayos del sol y su sudor, hicieron que los entrenadores se frotaran las manos. A los 18 años, Pettit ya era un ejemplo de superación y tenía una ética de trabajo impropia de un adolescente cuya carrera aún ni había empezado.

El dominio absoluto que mostró con los Tigers se remarca con sus primeros registros conocidos. Unas estadísticas que pueden parecer sacadas del mismísimo With Chamberlain, pero es que Pettit era de los pocos que lograba mirarle a la cara sin amilanarse por su dominio. La descabellada cifra de 27’8 puntos y una gran capacidad reboteadora le permitieron ser un fijo en el mejor quinteto de la Conferencia Suroeste tres años y ser dos veces All-American.

Su presencia en LSU marcó un antes y un después tanto para el jugador como para el college e, incluso, para la propia historia del baloncesto. Le bastaron cinco temporadas para ganarlo absolutamente todo, algo que ni siquiera los propios Milwaukee Hawks preveían cuando le draftearon en 1954.

Su andadura en la NBA comenzó, como no podía ser de otra forma, ganando el Rookie of the Year, la primera de las incontables distinciones individuales que acumuló en sus once temporadas en la liga. Un año más tarde, con los Hawks ya en St. Louis, Pettit ganó su primer título de máximo anotador y máximo reboteador (promedió más de 20-20), convirtiéndole en el primer MVP de la historia de la competición, galardón que recibiría también en 1959. Además, fue nombrado MVP del All Star Game tras anotar 20 puntos y recoger 24 rebotes.

Su estancia en la NBA le consagró como una de las figuras mitológicas del baloncesto, siendo una estrella que no apagó su brillo desde el primer día hasta colgar su dorsal en el pabellón de los Hawks. Su última temporada es considerada aún como la mejor despedida a nivel numérico que se haya visto, y es que en la 1964/65, su última aventura en la liga, fue capaz de labrar una estadística de 22’5 puntos, 12’4 rebotes y 2’6 asistencias a sus 32 años.

Lo que hizo todo posible

Recapitulemos y volvamos al principio, a ese preciso momento en el que Bob salía hundido después de que no contaran con él para formar parte del plantel del instituto. La sensación de no sentirse útil para realizar aquello que amaba corría por los pensamientos de aquel niño que no sabía aún como le iba a decir a su padre que había fracasado. Las energías negativas le cubrían la mente en el camino del pabellón a casa. Durante ese andar el futuro se volvió opaco.

Fue su propio padre, el sheriff de la ciudad, quien pronunció las palabras que cambiaron su destino. La confianza paternal fue un punto de inflexión. El calor de su hogar fue la palanca para cambiar el presente de Bob y lo único que podía volver a animarle a jugar después de que sus ilusiones se hubieran desvanecido por segunda vez, siendo aún un chaval.

La vitrina de trofeos de Atlanta Hawks, en pleno siglo XXI, no podría decir al mundo que tiene un título de campeón de la NBA sin esa conversación. Un diálogo que podría parecer un simple momento familiar cotidiano pero que tuvo una trascendencia mucho más allá, atravesando límites que Bob Pettit jamás hubiera imaginado al pronunciar esas oraciones para alentar a su chaval.

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