13 de junio de 2006. La tensión en el American Airlines Arena podía cortarse con un cuchillo. Delante de sus aficionados, la oportunidad que tanto ansiaban desde el año anterior estaba a punto de esfumarse. Los Heat perdían por 89-76 con 6:15 minutos para la conclusión del tercer partido de la Finales y la superioridad del rival estaba siendo insalvable desde que comenzó la eliminatoria. En el otro lado, los Mavericks, llegados desde el salvaje oeste con el cartel de favoritos, se habían impuesto en los dos primeros enfrentamientos con nitidez.
Desgraciadamente para los locales, el partido estaba cogiendo una deriva muy parecida a los anteriores. Ningún equipo había remontado un 3-0 en la historia de la NBA, de modo que la serie parecía vista para sentencia. No obstante, él no podía consentirlo. Aquel era su equipo. La ciudad que lo había acogido tres veranos atrás.
Dwyane Tyrone Wade, Jr. vivía su tercer año como profesional, ya consolidado como una estrella absoluta en la liga. El escolta, oriundo de Chicago, había calado desde el principio en el seno de la franquicia. Gracias a la ayuda de un veterano Shaquille O´Neal llegado de los Lakers, Miami había visto cómo sus aspiraciones deportivas se disparaban con la llegada del jugador que había dominado el último lustro.
La campaña anterior, forzaron un séptimo partido ante Detroit Pistons en Finales de Conferencia. Sin embargo, los de Michigan, campeones en aquel momento, aprovecharon una inoportuna lesión de Wade para remontar el 3-2 que estuvo cerca de apearlos de sus segundas Finales consecutivas. La decepción en Florida fue mayúscula, si bien el proyecto no había hecho más que comenzar.
En una época en la que todas las miradas estaban dirigidas a LeBron James, llamado a ser el mejor jugador de la liga desde la retirada de Michael Jordan, Wade, a sus escasos 23 años de edad, y con solamente dos campañas a sus espaldas, había logrado poner en tela de juicio quién era realmente la gran estrella de su camada. Estaba cansado de su papel de actor secundario y de ver cómo se ensalzaba constantemente a Carmelo Anthony o al propio James.
La ciudad de Miami no tendría que esperar en demasía para ver completada su venganza. En esta ocasión, los Heat se enfrentarían a los ‘Bad Boys’ sin la ventaja de campo, pero con su número ‘3’ absolutamente sano. Aquella campaña, Wade se había colado en el ‘Segundo Mejor Quinteto del Año’, así como en el ‘Defensivo’. Su dominio en ambos lados de la pista estaba de sobra probado. Fue un curso en el que la franquicia se vio envuelta en la polémica, debido a que Pat Riley tomó los mandos del equipo tras un dubitativo inicio de temporada de la mano de San Van Gundy, en el que cosecharon 11 victorias y 10 derrotas.
La eclosión
En frente, unos Mavs que estaban listos para sellar la serie después de haber ajusticiado por el camino a San Antonio Spurs, los actuales campeones. A pesar de ello, cuando el marcador reflejaba esos seis minutos restantes algo nació en el alma de Wade. Probablemente se tratase de una esencia inherente a él, la cual todavía no había aflorado. Su importancia en el vestuario había ido en aumento con el paso de los meses, haciendo gala de una jerarquía inusual en alguien tan joven.
Después de lanzar por debajo del 40% en tiros de campo en las dos primeras noches, el ‘3’ de los Heat explotó con un clínic de penetraciones y tiros de media distancia que los tejanos no pudieron domar. Lejos de rehuir sus responsabilidades, se echó el equipo a la espalda y firmó 15 puntos para voltear el partido. Misión cumplida: el equipo de Riley vivía para luchar un día más, y la fiereza mostrada por Wade (42 puntos) daba a entender que aún quedaba mucha tela que cortar. «Ahora tenemos serie», afirmó Dirk Nowitzki al término del duelo. El alemán no era consciente del huracán que acababa de desatarse.
«En esos seis minutos, vimos al Dwyane Wade que conocemos. Se convirtió en una absoluta fuerza de la naturaleza. En mis 21 años, no puedo nombrar a cinco jugadores capaces de dominar en ambos lados de la cancha como lo hizo Dwyane en aquellos instantes finales”. – Erik Spoelstra
Dos días más tarde, los temores de Dallas se harían realidad. Después de haber tenido la serie en su mano, el cómputo global marcaba ahora un sorprendente 2-2. El cuarto encuentro llegó igualado hasta el último periodo, pero la asfixiante defensa los locales dejó al equipo de Avery Johnson en 7 tristes puntos. Paupérrimo Nowitzki, con 2 de 14 en tiros. Wade, en contra, dominó a su antojo con 36 puntos para que los Heat terminasen 74-98. Las Finales estaban igualadas, y todavía faltaba por disputarse un partido en Florida. En apenas dos días la perspectiva de todos los protagonistas había cambiado por completo. A lo sumo, tres partidos por jugar. Tres batallas en las que nadie podría guardarse nada.
Al mismo tiempo, todo el mundo permanecía pendiente de Wade, radiante e imparable. El escoltaba fulguraba una esencia proveniente de las grandes eliminatorias del pasado. Su juego proyectaba una sombra sobre el parquet: la de aquel que vistió el ‘23’ en la ‘Ciudad del Viento’, la urbe que lo vio nacer.
The ‘Phantom Call’: el día que todo pudo cambiar
El 18 de junio se disputaría el partido más duro de la serie, prórroga incluida. Tras una gran asistencia de Nowitzki para Eric Dampier, los Mavs marchan 93-91 con 10 segundos por jugarse. Wade, a quien la mano no le había temblado hasta ese instante, pidió el balón. La defensa de Josh Howard no le beneficiaba, de modo que los Heat buscan un cambio de asignación mediante un bloqueo. Una vez tuvo en frente a Adrian Griffin, el ‘3’ penetró y cargó con el hombro para abrirse el hueco suficiente como para anotar sobre tablero. Partido empatado. Después de una lucha de poder a poder, ambos equipos pusieron todas sus cartas sobre la mesa para un 93-93 al final del cuarto periodo.
Los cinco minutos de batalla en el tiempo extra quisieron que la historia se repitiera. Nowitzki se marcaba un espectacular fade-away para colocar a su equipo un punto arriba, con nueve segundos para la conclusión. No había dudas: el balón debía ser para Wade. El escolta, rodeado hasta por tres hombres rivales, consiguió sortear el obstáculo y sacar dos tiros libres a Nowitzki con 1,9 segundos en el reloj. Los Mavs no se lo podían creer.
El árbitro Bennett Salvatore señaló la infracción desde casi el centro del campo, siendo una de las decisiones más discutidas en la historia de las Finales. Se trataba de una prueba de la que pocos recién llegados podrían salir ilesos: dos tiros libres para ganar un partido que podían suponer un campeonato.
Pero había algo inusitado en aquella mente, un aura que recordaba al mismísimo Michael Jordan en la firmeza a la hora de ejecutar. En medio de aquella vorágine de tensión, Josh Howard pidió el último tiempo muerto de Dallas entre los tiros libres, provocando que no pudieran sacar desde el centro de la pista y que Devin Harris tuviese que intentar un tiro imposible desde casi 18 metros. Los Heat se llevaron el partido 100-101 y pusieron el 3-2. La remontada se había consumado y el AmericanAirlines Arena seguía siendo un fortín que sólo los Nets habían conseguido tomar durante la postemporada.
Aquella noche Wade deslumbró con una clase magistral de tiros de media distancia (43 puntos) y una de las actuaciones más dominantes que se han visto. Su 21 de 25 en tiros libres sigue generado controversia en Dallas a día de hoy, pero lo cierto es que en aquellos instantes se trataba de una fuerza ofensiva completamente indefendible si no se recurría a la falta.
“Creo que merecía que se pitasen esas faltas, porque estaba jugando duro y no podían pararlo”.
Gary Payton, un año después.
Jordan después de Jordan
48 horas después, llegó el día del juicio: Game 6, American Airlines Center, Dallas. Bola de Campeonato para Miami, que llegaba en un temible pico de forma. Nuevamente, lo que se vio sobre la cancha fue una constante guerra. Las diferencias fueron mínimas durante los 48 minutos de juego, y hasta la última posesión no se decidió la suerte de ambos conjuntos. Con 95-92, y menos de 20 segundos por disputar, los tejanos se vieron obligados a hacer falta sobre Wade. Encarnando el papel de una especie de semidiós en esos instantes, este demostró que la perfección es algo imposible para el ser humano errando ambos lanzamientos libres. Los Mavericks tendrían una última oportunidad.
Jason Terry, que llevaba 2 de 10 en triples, se jugó aquel lanzamiento sin mejor fortuna que durante todo el partido. El rebote cayó en manos de Wade. Caprichos del destino, la última imagen sería para él, cuando lanzó el balón al cielo de Dallas al tiempo que soltaba un grito de euforia. Lo habían logrado.
Su enésima exhibición, merced a 36 puntos y apenas dos minutos y medio de descanso en todo el encuentro. La quimera era una realidad: los Heat eran campeones por primera vez en su historia gracias a una histórica remontada desde aquel 2-0. Cuando parecía perdido, nació un héroe en la ciudad. El jugador más importante en la historia de la franquicia. Hasta ese momento las actuaciones más dominantes de la historia de las Finales fueron de Michael Jordan y Shaquille O’Neal. A pesar de ello, las similitudes en su juego recordaban a la mejores noches del ’23’ de los Bulls.
La eterna comparativa de quién será el sucesor del denominado “mejor jugador de todos los tiempos” es una losa de la que las más grandes estrellas no podrán librarse. Siempre se habló de Kobe Bryant como heredero natural de Jordan, pero la Mamba Negra nunca cuajó una actuación tan excelsa en la eliminatoria final. No al nivel de la Wade aquel junio de 2006. Su explosividad, clutch y dominio también en la parcela defensiva fue algo con lo que Dallas no supo lidiar, viéndose netamente superados una vez el volcán entró en ebullición.
“Bueno, Dallas tenía mejor plantilla que nosotros, seguro. Pero creo que individualmente estuve en otro escalón y que cada uno jugó su rol en el equipo”. Dwayne Wade
Durante aquella racha, anotó un total de 157 puntos, uniéndose a Rick Barry y al propio Jordan como los únicos jugadores que han logrado rebasar la barrera de los 150 del 3º al 6º partido de las Finales. En 2011, el periodista de ESPN John Hollinger afirmaría que “si bien parece una locura poner a alguien por encima de Michael Jordan en la cúspide, la verdad es que MJ nunca dominó las Finales hasta este extremo”.
Wade no era el base de facto de aquel equipo, labor que recaía en manos de los veteranos Jason Williams o Gary Payton. Sin embargo, era él quien tomaba la responsabilidad de llevar la bola en las jugadas finales de los encuentros. Una madurez imprevista en aquel escenario, dada su juventud. Cuando David Stern se dispuso a entregar el ‘Premio Bill Russell al MVP de las Finales’, Shaquille O´Neal, tres veces ganador del galardón, quiso entregárselo en mano a su compañero, que le había brindado un cuarto anillo tras su aparatosa salida de Los Ángeles. El testigo recaía en buenas manos.
A raíz de aquel despliegue de baloncesto el propio Shaq bautizó a Wade como Flash, dada su impresionante velocidad durante sus años de plenitud física, antes de la aparición del fantasma de las lesiones. En un principio, el ‘3’ admitió que el apodo no le hacía demasiada gracia, pero terminó por aceptarlo. Al fin y al cabo, estaba siendo apadrinado por la estrella que rehusó ceder su liderazgo a Kobe. Muchos dudaron de la capacidad de que dos estrellas coexistieran en South Beach, pero O´Neal supo ver la proyección de su compañero antes que ningún otro, entregándole los mandos de la franquicia.
Ningún jugador exterior había conseguido llevar a su equipo al anillo de campeón desde Michael Jordan. Hakeem Olajuwon, Shaquille O´Neal, Tim Duncan o el bloque colectivo de los Pistons en 2004 fueron los grandes protagonistas en el resto de títulos desde la década de los 90. Ningún jugador hasta la irrupción de Wade, que lo logró incluso antes que figuras históricas como Kobe Bryant o LeBron James.
Era su hora. Flash había llegado.
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