En un baloncesto continental dominado por dinero con sello turco o ruso, muchos no recuerdan que antaño, lejos de los clásicos modernos de hoy en día, Europa estuvo regida por el baloncesto italiano. Hubo un tiempo en el que Varese, Cantú, Milán o Bolonia eran nombres temidos en las filas de los conjuntos rivales, pero con el paso de los años la Lega italiana fue perdiendo su fulgente esplendor.
Hace 40 años, el país transalpino presumía de tener la segunda mejor liga del globo, sólo por detrás de la NBA. Shmidt, McAdoo, D’Antoni, Meneghin… jugadores de renombre que marcaron una época a su paso por la Serie A, competición con algunos de los mejores nombres del continente durante mucho tiempo. Grandes equipos que aunaban talento foráneo con la particular garra y pundonor de los conjuntos azzurri.
Cuando fueron los mejores
Corrían los años 70 cuando una pequeña ciudad situada al norte del país se haría un hueco en el paisaje europeo. Si bien el Olimpia Milano fue pionero en hacerse con el campeonato continental, el gran idilio del baloncesto ítalo con Europa comenzó de la mano de la pequeña Varese. El ya mítico Pallacanestro Varese, gran rival del Real Madrid de Wayne Brabender y Clifford Luyk, sorprendió a propios y extraños poniendo en cuestión toda lógica frente a entidades de, a priori, mayor calibre.
Aquel plantel, fundado tras la Segunda Guerra Mundial, deslumbró bajo el liderazgo de Dino Meneghin, Bob Morse o Aldo Ossola, entre otros. Comenzaron a despuntar, como harían años más tarde otras urbes menores, en la competición doméstica, rompiendo el binomio Milán-Bolonia. No obstante, el dominio que exhibieron en la Copa de Europa fue excelso: diez finales consecutivas en los 70, haciéndose con cinco títulos. En definitiva, aquella década y la siguiente no pueden comprenderse con exactitud sin la marca del baloncesto italiano. Del mismo modo, el gran talento del núcleo patrio estuvo acompañado de buenas actuaciones en torneos internacionales, haciéndose con una plata olímpica (1980) y un oro europeo (1983) por el camino. La azzurra, como es conocida la selección nacional en sus diversas disciplinas deportivas, era un valor seguro por aquel entonces.
Con la semilla bien plantada, llegaría el turno para que otros equipos, siguiendo la estela del Varese, lograsen superar el último escalón de camino a la élite. Cantú (otra pequeña localidad situada en la región de Lombardía), con dos campeonatos en 1982 y 1983, sería heredero directo de las cotas alcanzadas por el equipo vecinodurante la década anterior. Se avecinaban años con gran presencia italiana en las eliminatorias finales, ya que el siguiente campeonato sería para la Virtus Roma (1984), con otros dos para las vitrinas del club más laureado en la historia del país: el Philips Milán, que se impuso en 1987 y 1988. D’Antoni, Premier, McAdoo o el propio Meneghin. Históricos del club milanés que grabaron su nombre a fuego en los anales de la historia del basket europeo.
Grandes estrellas para grandes equipos. Fórmula que no se ha vuelto a vislumbrar en el panorama transalpino desde comienzos de los 2000, cuando Manu Ginóbili lideró a la Kinder Bolonia a su segunda y última Euroliga hasta la fecha. Casi dos décadas desde que el argentino emprendiese un viaje sin retorno a Texas, y todavía nadie ha recogido su testigo.
El último gran relato del baloncesto italiano
Todo comenzó con un hombre. Hoy estimado como uno de los grandes preparadores de la historia de Europa, la vida de Ettore Messina ligada a Bolonia desde temprana edad, ya que el técnico italiano se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales en dicha ciudad. Oriundo de la lejana Catania, su lazo con el conjunto local no tardaría en germinar, inicialmente como entrenador ayudante y luego en su primera experiencia al mando de un cuadro de primer nivel. Le siguió un paréntesis en el que guió a la selección nacional a una medalla de plata en el Eurobasket de 1997 y, ya con el cartel de un Clase A, regresó a la Kinder para auparla a la cima del deporte europeo.
Aquel año 1998 se escribió el prólogo de la última gran historia de un conjunto italiano en las plazas europeas. Bajo la batuta de Predrag Danilovic y Antoine Rigaudeau, la Kinder se convirtió en uno de los cuadros más temidos del torneo desde el comienzo de la temporada, en la que fue venciendo a todo rival que se cruzase en su camino. Tras derrotar al Partizán de Belgrado en semifinales, el equipo boloñés se alzó con la victoria en una de las peores finales que se recuerdan, que se saldó con un 58-44 frente al AEK de Atenas. Italianos y helenos firmaron un paupérrimo espectáculo. Sin embargo, para Messina supuso llegar y besar el Santo. En su segunda temporada repetirían presencia en la finalísima, pero cayeron ante el Zalgiris Kaunas en el único campeonato de los lituanos hasta la fecha.
Debido a la edad de algunos de los integrantes de la plantilla, dos años más tarde tocó hacer varios ajustes. Ante la ausencia de Danilovic y Desterovic, Messina se vio obligado a reconstruir un equipo que no dejó de infundir pavor a sus rivales. El primer paso fue hacerse con el organizador estrella del equipo vecino: el croata Marko Jaric, histórico de la competición, abandonó la disciplina del Paf de Bolonia para ponerse a las órdenes de Ettore. Asimismo, tras dos campañas en Calabria la Kinder se hizo con los servicios de un escolta argentino que apuntaba maneras: Emanuel David Ginóbili, a quien Europa se le quedaría diminuta en poco tiempo. También llegaron David Andersen, Matjaz Smodis o Rashard Griffith, instaurando uno de los mejores equipos que ha visto la Euroliga. Por otra parte, en la Lega y la copa italiana no tuvieron rival.
Aquel curso estuvo marcado por las desavenencias de algunos clubes con la FIBA, convirtiendo la campaña europea en un circo con dos competiciones diferentes: la Euroliga y la Suproliga. Históricos como el CSKA, el Maccabi o el Panathinaikos no competirían contra los de la V negra, dejando un sabor agridulce.
Tras un balance de siete victorias por ninguna derrota en las eliminatorias (cargándose a sus archirrivales del Paf por el camino), llegaban como favoritos a la gran final donde el Tau Cerámica les esperaba. Los vitorianos estaban dirigidos por Dusko Ivanovic, con quien ya se habían visto las caras por partida doble en la liguilla, resultado la Kinder vencedora en ambas ocasiones. Con todo, el cuadro vasco había sido una de las grandes sensaciones aquel año, por lo que se antojaba una final complicada.
Resultó ser una serie anómala al mejor de cinco partidos, debido al cambio de sistema tras la escisión de algunos equipos antes de comenzar la temporada. Baskonia se adelantó en la final, robando el factor cancha. Pese a ello, el cuadro emiloromañol fue capaz de dar la vuelta a la contienda para llegar al quinto y definitorio choque en el Palamalaguti. Finalmente, no sin la inagotable resistencia de los vascos, el equipo local se impuso a los Scola, Bennet u Oberto, rubricando el último gran éxito del baloncesto transalpino. Volvieron a la final la temporada siguiente, pero el Panathinaikos de Obradovic y Bodiroga fue demasiado. Comenzaba la triunfante etapa del preparador balcánico en Grecia.
Sin dinero no hay paraíso
Mucho ha cambiado en las dos últimas décadas en el atractivo de la Lega para los grandes sponsors. Allá donde aflora el talento, los patrocinadores más ostentosos aparecen antes o después. Es por ello que a medida que la competición italiana fue perdiendo nivel competitivo los cheques desaparecieron paulatinamente.
Como no existía ningún límite para contratar servicios extranjeros, los clubes más pudientes no dudaban en llenar sus plantillas de jugadores llegados de más allá de las fronteras. Benetton, Ford, Phillips o Kinder, empresas dispuestas a poner millones para construir grandes proyectos baloncestísticos.
No obstante, el grifo se cortó. Con la aparición del euro la soberanía de los cuadros italianos fue minimizándose, a la vez que las marcas dejaban de invertir en un deporte que ya no era sinónimo de rentabilidad. Plazas legendarias sufrirían serios problemas económicos, algunas llegando incluso a desaparecer.
La Benetton de Edney, Garbajosa y Langdon fue el último finalista italiano, en el año 2003, cuando cayeron frente al Barcelona. Para más inri, desde que en 2011 el Montepaschi Siena obtuviese el bronce en la Final Four, ningún conjunto se ha colado entre los cuatro mejores del continente. Hecho preocupante, si se atiende a la condición histórica de Italia en el seno de la propia competición: 13 títulos, sólo superados por los 16 de España.
Al mismo tiempo, la apertura de puertas de la NBA comenzó a generalizarse. Lo que antes era considerado un dislate se atisbaba como una oportunidad. Cruzar el charco y cumplir el sueño de jugar en la mejor liga del planeta era un botín demasiado jugoso para los mejores europeos. La Serie A puso fin a su hermetismo con la idea de promocionar por todo el globo su propia cosecha. Andrea Bargnani, Marco Belinelli y Danilo Gallinari, triunvirato a la cabeza del país en los últimos tiempos, son claro ejemplo de ello. Un trío que, obviando sus inicios en el profesionalismo, consiguió hacerse un nombre en la liga norteamericana.
Dos magos para dos maestros
Después de muchos años vagando por la más cruel de las postergaciones, personajes de gran nombradía vieron en el país del Mediterráneo una opción de aire fresco para sus carreras. El primero de ellos fue Aleksandar Sasha Djordjevic, que en marzo de 2019 llegó a la Virtus de Bolonia en sustitución de Stefano Sacripanti. El serbio, con previo bagaje en Italia, devolvió al club boloñés algo de su gloria extraviada ganando la Basketball Champions League. Este año, de la mano de dos de sus más apreciados lugartenientes, Milos Teodosic y Stefan Markovic, disputarán la Eurocup con la esperanza de dar el último empujón hacia la máxima competición europea, para la que solicitarán una wild card en la 2020-21.
Teo, uno de los más deseados por los trasatlánticos de la Euroliga durante el pasado mercado estival, decidió dar por finiquitada su fallida etapa en la NBA para regresar a su hábitat natural: el baloncesto FIBA. Olympiacos o Maccabi pujaron muy fuerte por el mago de Valjevo, pero, finalmente, este aceptó la seductora oferta de 6,5 millones en tres años que los del río Reno pusieron sobre la mesa. Su recibimiento en el aeropuerto dejó bien a las claras que la parroquia tiene grandes esperanzas en el curso actual.
Hay quienes señalan al nuevo modelo fiscal previsto para 2020 como gran atractivo para que estrellas de todos los deportes desembarquen en a la sombra de los Apeninos, ya que traerá consigo una buena rebaja en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas. Algo similar a lo que se produjo en España entre 2005 y 2007 con la denominada “Ley Beckham”.
En el otro lado de la contienda, Milán, tras una decepcionante campaña, vuelve a ser foco de atención para las estrellas europeas. La misión: optar al Top 8 y llevarse el Scudetto. Lo primero fue hacerse con Ettore Messina, después de cinco años como entrenador ayudante en San Antonio Spurs. A sus 59 años, el histórico preparador sigue persiguiendo retos.
Tras caer de manera notoria en las semifinales ligueras, desde los despachos se dedujo que lo mejor era emprender una reconstrucción íntegra. Shelvin Mack, Michael Roll, Aaron White, Luis Scola y, sobre todo, Sergio Rodríguez. El “Chacho” puso el broche de oro a su etapa en Moscú ganando la pasada edición de la Euroliga. Messina tendrá en el base tinerfeño su particular director de orquesta. Pese a las críticas recibidas el último año, sigue siendo un MVP del torneo de la misma forma que Teodosic, con experiencia de sobra para dar un plus competitivo al equipo.
Una historia que, injustamente, cayó en el olvido para la mayoría de aficionados. Un país que erró por su propio purgatorio. Parece que por fin afloran brotes verdes. Messina, Teodosic, Djordjevic o El “Chacho” suponen sólo el principio de una revolución postergada durante demasiado tiempo. La Lega vuelve a estar en buenas manos.
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