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Destino ACB

Palmeo a la gloria

Luis Miguel Santillana fue un pivot que se podría considerar adelantado a su tiempo. Elegante y con recursos, un palmeo suyo entraría directamente en la historia del Fútbol Club Barcelona.

Ya he comentado alguna vez, durante mi periplo por nuestra bienamada revista baloncestística, lo selectiva que es la memoria popular a la hora de mantener en su archivo de incunables determinados hechos, retocados por la cosmética de la perspectiva. Un maquillaje que suele ser aplicado por una percepción errónea que cristaliza a través del tiempo debido a que se acomoda mejor a un relato específico; la mayoría de las veces, para simplificarlo otorgándole nombre y apellido a una determinada hazaña. Necesitamos héroes identificables, y hoy en día más que nunca, según se encarga de recordarnos Marvel Studios cada cuatro o cinco meses.

Por tanto, la memorabilia oficiosa de la liga española de la temporada 82-83 indica que fue conquistada por el F.C. Barcelona gracias a un palmeo de Luis Miguel Santillana, que ha quedado alojado para siempre en la lista de canastas históricas del club azulgrana. Dicho así, pudiera parecer que dicho milagro se hubiese producido en una final de playoff, o en una infartante última jornada. No fue exactamente así, y aquí su inseguro amanuense se lo va a contar a usted, querido lector, en (lo juro, lo juro) los menos párrafos (y paréntesis) (ya estamos) posibles. Y una de las razones por las que la canasta pasó a la historia fue que no la vio nadie.

Nadie excepto unas 18000 personas. Pero ya llegaremos a ello, señora.

Ah, aquellas ligas pre-ACB, consistentes en un mano a mano entre el Real Madrid y el contender de turno (la Penya, el Barcelona, en algún caso Estudiantes) en el que prácticamente se jugaban cada campeonato en los cara a cara. Para la temporada 82-83, la FEB decidió, supongo que en un último intento de agitar la competición (al año siguiente la liga ya quedaría en manos de la recién constituida ACEB, luego renombrada como ACB), que la diferencia de puntos en los enfrentamientos directos no iba a contar para desentrañar la clasificación definitiva, sino que se sacó de la manga un hipotético partido de desempate, buscando, y encontrando, una final con todas las de la ley.

Llegaba en la jornada 20 el Real Madrid al Palau invicto, habiéndose impuesto con dificultades al Barcelona en el partido de la primera vuelta por 91-85. Quedaban 6 jornadas y el escenario estaba dispuesto tal que así: o vencía el equipo local u otra liga se iba para la capital (no poem intended). Situación cristalina para todos, menos para el americano estrella del Barça, Marcellus Starks, a quien tuvieron que explicarle poco antes del encuentro que NO había necesidad de superar los 6 puntos de la ida. La burbuja de los americanos en España, you know. El prepartido se presentaba bajo una atmósfera enrarecida, y no solo porque a Antoni Serra y al equipo técnico del club azulgrana les hubieran robado el día anterior al encuentro cien mil pesetas de sus carteras EN SU PROPIO VESTUARIO. La principal polémica, y posiblemente una de las razones por las que el partido se mitificó a posteriori, era que el Barcelona y TVE no llegaron a un acuerdo para la transmisión del mismo.

Que una contienda de tal calibre no pudiera verse por televisión causó un revuelo considerable. Se llegó a tal extremo por varias razones. Por un lado, Josep Lluis Núñez le exigía a TVE un acuerdo global de transmisión de partidos de todas sus secciones, tal como el ente público poseía con el Real Madrid, a cambio de una determinada suma de dinero. Por otro, el Barcelona ingresó bastante tarde, y no sin tiranteces, en la imberbe ACEB; y esta imposición acabó de ponerle en contra al resto de clubs de la asociación, que veían como se perdía una oportunidad de publicitar su producto y promovieron un voto de censura al club catalán. Todo este descalzaperros estuvo cerca de cargarse la Copa del Rey de aquel año, que se disputaba a final de temporada, porque la mayoría de clubs proponían no presentarse a jugar contra el Barça en dicho torneo si las cosas continuaban así*.  En resumen, el encuentro no se televisó, por lo cual los únicos elegidos que tuvieron la oportunidad de presenciarlo fueron, además de los jugadores, técnicos y árbitros implicados, los 6000 espectadores que rebosaban el Palau, y unos 12000 que acudieron al Camp Nou, donde el club ofreció el partido a sus socios desde las pantallas gigantes del estadio.

*Al final el único que cumplió la amenaza fue precisamente el Real Madrid, quien no se presentó a la semifinal de Copa programada contra el Barcelona. El equipo de Antoni Serra se clasificó directamente para la final, en la que barrió al Inmobanco para acabar conquistando un inopinado doblete.

12 de febrero de 1983. Es aún invierno, pero el Palau es un hervidero; con su particular acústica, cuando la afición bulle, el sonido atraviesa el pabellón cual dragón surcando los cielos de Desembarco del Rey. Y sin embargo, el fuego solo parecía quemar a los jugadores blaugrana. La primera parte se desarrolló de manera más o menos igualada, hasta que a falta de 3’, colgados de la intimidación de Romay, la delicada magia de Mirza Delibasic y una zona 2-3, el Madrid coge ventaja y se marcha al descanso con un 36-45 esperanzador. Una diferencia de nueve puntos que se va consolidando en los primeros minutos de la reanudación (40-53). Serra mueve el banquillo más de lo que se estilaba por aquella época, pero le sale bien: poco a poco van recortando la diferencia. 65-69 a falta de siete minutos; empate a 80 a falta de 54 segundos. Ataca el conjunto blanco de manera deslavazada, obligando a Delibasic a un tiro forzadísimo que da en el canto del tablero. El rebote de Starks da paso a un ataque que parece dar opciones de tiro a Flores, jugador clave en la remontada, pero este decide pasarle el marrón al propio Starks, que para eso era el americano estrella. Este realiza una de sus características medias vueltas a falta de apenas un par de segundos, pero solo encuentra aro, hasta que…

Luis Miguel Santillana fue un pivot que se podría considerar adelantado a su tiempo. Sin demasiada prisa por pegarse debajo del aro, era elegante y con recursos de cara al cesto, en particular el siempre estético tiro a tablero. Cursó casi toda su carrera, desde 1967, en el Joventut de Badalona, donde decidió retirarse en el 81 con apenas 30 años, después de múltiples desencuentros con la directiva verdinegra. Antoni Serra le convenció de volver al baloncesto un año después, necesitado como estaba de un buen pivot nacional que diera relevos a Starks y De la Cruz, y el jugador barcelonés cumplió su rol durante la temporada. Pero en aquel partido en particular, incluso antes de esa jugada crucial, Santillana ya estaba siendo decisivo. Su entrada a pista, junto a la de Manolo Flores, invirtió la dinámica de la contienda hasta el punto de trasladarla hacia un lugar que ni soñaban diez minutos antes: un ataque para ganar el partido y forzar el desempate. El dorsal 4 azulgrana apenas esperó a que Starks lanzara a canasta para elevarse sobre Fernando Martín y Rullán y tocar lo justo el balón para que el Palau Blaugrana explotara cual estrella de la muerte (la que queráis, hay para elegir).

Un palmeo que salvaba un matchball madridista y que forzaba, virtualmente, una final de liga en abril. Un palmeo del que el escribano que esto firma solo ha encontrado una foto, aunque cuentan las malas lenguas que TV3 tenía la grabación del encuentro y lo ofreció un par de años después. Es probable que alguno de los frikis que me esté leyendo tenga esa grabación en una ajada cinta VHS en el sótano de su casa. Si es así, solo tengo una palabra para ese Escogido: Dracarys.

El resto de liga transcurrió según lo vaticinado, así que el 7 de abril se disputó el encuentro de desempate en una Oviedo teñidísima de blanco (el alcalde tuvo que pedir disculpas por declarar en público su madridismo), en el cual el 76-70 final no acabó de reflejar la cómoda superioridad azulgrana, profesada sobre los 28 puntos de Epi y los 20 de Chicho Sibilio. En la rueda de prensa posterior al partido, Lolo Sainz se quejó someramente del arbitraje; pero fue el bueno de Delibasic (apenas 4 pírricos puntos) el que se enterró en paletadas de culpa: “la responsabilidad me ha vencido y esto mismo me ocurrió en una final en Yugoslavia; no lo puedo evitar”; nadie podía imaginar en ese momento que Mirza solo iba a jugar dos partidos más como profesional. Fue la última liga organizada por la FEB: a partir de entonces, la ACEB/ACB tomaría las riendas, y hasta hoy.

Luis Miguel Santillana, que se retiró, esta vez definitivamente, en el C.B. Cartagena en 1986, no anotó en aquella final ovetense ni un solo punto. Ni falta que hizo: su trabajo ya estaba hecho.

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