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Perfiles

Partituras de Mozart sobre una cancha de baloncesto

Cuando apenas levantaba dos palmos del suelo, su padre, aún jugador, le llevaba al pabellón, donde jugaba con su primer balón. Hoy Luka Doncic ya no se cae de culo al cogerlo, sino que oposita a MVP de la NBA.

Luka Doncic

Luka Doncic nació en Ljubljana, Eslovenia. Ya desde bien pequeño dejaba píldoras de contener un baloncesto en su interior jamás antes visto. Como si su corazón bombeara a la par que el balón botaba y sus días se midieran en posesiones en lugar de horas. Un baloncesto especial, de mucha raza a decir verdad. Se dice de él que a los siete -siete, sí, siete años de vida- ya contaba con ciertas nociones tácticas impropias en un jugador de su edad, tampoco muy comunes en niños de edades algo más avanzadas.

Y es que todo ello obedece a un perfil sin interrogantes, más que curtido a la hora de despejar incógnitas y con una concepción y comprensión del baloncesto que hace de cada posesión que dirige el mayor trampolín imaginable para el asombro que genera en todos los espectadores-entrenadores, rivales y compañeros incluidos-. Todo ello sería una anomalía deseada por (casi) cualquier niño con planes de abordar el sueño NBA. No en el caso de Doncic; en su caso es una realidad interiorizada desde la cuna.

No obstante, lo verdaderamente maravilloso del perfil que compone Luka es esa comprensión del baloncesto. Esa capacidad para desenvolverse en entornos atípicos e incómodos y obtener la llave para abrir el candado que desate el aluvión aliado. Y esa función de cerrajero, propiamente dicho, en ataque brilla tanto por su peso intangible como por la escasa necesidad de notoriedad física que la acompaña, pues en Luka sí encontramos un corte físico poderoso, nunca ligero o escurridizo, pero sí bien dotado de volumen y resistencia a los contactos. Pero esa parcela queda en un segundo plano a la hora de detectar errores y suministrar el balón para atacarlos en el momento adecuado. Y Rick Carlisle es el primero sabedor de esta realidad.

Un buen puñado de confianza para un joven europeo

De entre todas las cualidades que atesora Rick Carlisle como entrenador, una brilla por encima de todas: la consciencia del talento. Sí, nadie mejor que Rick sabe la cantidad y calidad de los diamantes que arroja Europa a la NBA -cuando se dice nadie, es nadie, o sino que se lo pregunten a Dirk-. Tal es esa consciencia que con Luka no ha vacilado lo más mínimo a la hora de concederle todo el crédito que el esloveno se ganaba a pulso. Porque si bien es cierto que no es menos que una obviedad la existencia de ese talento albergado por Doncic, también lo es que ceder el mando de un equipo que mira a los ojos y con el ceño fruncido a la postemporada tampoco es sencillo, es tarea de valientes.

Ya en su primera campaña, con Dennis al lado y el cartel europeo colgando del cuello, las píldoras -o garrafas al completo- de seguridad y solvencia a media pista eran más que reveladoras: el ataque de los Mavs carburaba a ritmo de Luka y las decisiones en volúmenes elevados que no corrían a su cargo parecían chirriar más de la cuenta. Llegado el momento, el traspaso que atraería a Porzingis y haría recalar a Dennis en la Gran Manzana abriría una autopista para Luka en cuanto a dirección del ataque se refiere. Pero tocaría esperar, el equipo aún no contaba con la gasolina suficiente y unas piezas acordes para competir a tiempo completo por la postemporada.

Ahora bien, un año sophomore en la NBA puede dictar un repunte en caso de una campaña rookie algo discreta, también puede seguir un guion más conservador si la toma de contacto fue sobresaliente, pero en casos contados con los dedos de una mano nos topamos con un segundo año vertiginoso, de dominio absoluto a todos los niveles y con muestras de liderazgo pavorosas. Este último caso es el que representa a la perfección, casi como hecho a medida, Luka Doncic.

La estructura planteada por Carlisle es muy flexible, fluida por naturaleza, pero por ese mismo motivo requiere de dos aspectos fundamentales: coherencia y un termostato en pista, o un dos en uno. Alguien que se encargue de amansar los ritmos y pisar el acelerador cuando sea necesario, así como de elegir de forma consecuente las decisiones tomadas, y esa figura se engloba al completo en el esloveno. Luka tiene la consciencia, ese ‘feel for the game’ que le permite ser el iniciador en cualquier contexto: ya sea marcando sistema, ordenando el espaciado a media pista para generar desventajas o dando rienda suelta a los cinco (o tres) carriles cuando se da el pistoletazo de salida a la transición.

También cuenta con esa coherencia que tanto necesita el sistema de los tejanos, ya que todas sus ideas son meditadas en esas décimas de segundo que tarda en encontrar (o generar) el espacio o el error sobre el que fundamentar un ataque que te permita ir un segundo por delante del rival en todo momento. Todo ello compone un boceto que en absoluto obedece al molde de un jugador con apenas veinte (¡20!) años. Al perfil que nos remite es a una de las estrellas más prematuras y especiales de entre todas las conocidas en la historia de la NBA.

Luka Doncic. Batuta desde la cuna, talento innato

La dirección de juego es quizás, y recalco el quizás por los todos casos concretos, la función más exigente de entre todas las que se le puede encomendar a un perfil joven. Dirigir, que no producir asistencias a borbotones, precisa de una comprensión en torno al juego y todo lo que lo rodea que no suele estar al alcance de un recién llegado a la liga, pues el orden, proyección y frialdad que se requieren son aspectos que se tienden a mejorar con el paso de los años. No obstante, Luka ha roto por completo el estereotipo y definir su aportación parece tarea imposible de no hacerse de manera fragmentada.

Lo primero de todo es decir que Luka es, a todos los efectos, un distribuidor portentoso. El esloveno cumple a la perfección con cumplir una consigna primordial en el sistema de Dallas: hacer que todos y cada uno de los palmos que abarcan la parcela ofensiva aporten su granito de arena.

Esto es, de un modo u otro, uno de los verdaderos tesoros que guarda en su alijo personal Luka, pues consigue hacer del plano ofensivo un terreno mucho más amplio y difícil de abarcar para unos rivales que necesitan controlar más espacios en defensa para tratar de frenar al completo el ataque de los Mavs. Para ello se sirve de una concepción a nivel élite del ‘spacing’ del equipo: ordena todas y cada una de las piezas desplegadas por Carlisle para evitar dejar huecos en blanco y rellenar un ataque muy estirado y polivalente en términos de perímetro.

A su vez, también posee unas dotes de corrección portentosas, con capacidad para reconstruir secuencias ahogadas con el crono pesando de más. No en vano, Luka también cuenta con la cautelosa virtud de relegarse a un segundo plano cuando el ‘trap’ es permanente e infranqueable o, en su defecto, el bloque defensivo se estira y no deja espacios para producir tras bote.

Ya sea mediante un clásico ‘give and go’, empleado con escasez pero ampliamente dominado, o cediendo pelota y buscando indirectos, las funciones de Luka Doncic sin balón siempre favorecen el engranaje ofensivo porque tienen un argumento al que aferrarse: ampliar el espectro ofensivo, atacar espacios en pintura o fulminar tras un indirecto corto desde la larga distancia.

En Luka también encontramos un extraordinario agitador de secuencias mal distribuidas. Esta virtud es perfectamente aplicable a jugadas congestionadas por contar con un número de jugadores desproporcionado en alguna de las mitades del plano ofensivo, algo común a todos los efectos en una liga que vive con un pulso, en según qué circunstancias, muy por encima de sus posibilidades.

Con eso y con todo, no es tarea fácil rehacer una secuencia al completo con apenas un par de pases, y es que el esloveno cuenta con un arsenal interminable de variantes para conectar con un lado débil que muy a menudo parece ser su mayor aliado en el campo de batalla. El ‘timing’ con el que se emplea para batir líneas en jugadas muy colapsadas es propio de un cirujano, y esas incisiones por encima de hasta cuatro jugadores se conjugan a la perfección con un maravilloso dominio del pase en movimiento.

Este recurso, el pase en movimiento, es un bien muy preciado -y no siempre reconocido como se merece- en una liga que vive en el continuo desplazamiento, en un éxtasis permanente que no hace más que favorecer a aquel que logra hacer de los minutos segundos y de los segundos décimas. Y quien es capaz de dominarlo hasta tal punto de llegar a generar desventajas cada vez que despega el balón de sus manos durante una zancada tiene un buen pedazo del pastel a su alcance.

En cualquier caso, conectar con los compañeros a través del bote tiene, de llegar a ser posible, un mayor valor si se le acompaña de una gran capacidad para gestionar la improvisación. Y, qué sorpresa, Luka hace de la improvisación algo prescrito. Sin llegar a contar con un segundo ball-handler capaz de desahogar un porcentaje elevado de secuencias sin sufrir en exceso el marcador, Luka Doncic tiene una de los cerebros más prodigiosos en lo que se refiere a estímulo-reacción de entre todos los que pueblan la liga a fecha de hoy.

El forward esloveno, por denominarlo de alguna forma, tiene tal percepción del entorno en cada segundo que porta el balón -y en los que no, cada vez más- que es capaz de detectar desajustes en la defensa rival tales como una mala gestión del interior al defender el bloqueo directo, un intento de ‘trap’ con espacios para filtrar el pase, un corte por línea de fondo no frenado o, una de sus preferidas y que posteriormente se tratará algo más a fondo, una esquina descubierta en el lado débil. Esa capacidad para castigar desperfectos en décimas de segundo es lo que hace de su perfil como generador primario uno de los más punzantes de entre sus coetáneos, pues no permite respiros en ninguno de los veinticuatro segundos de posesión disponibles.

Como último apartado no podía quedar descolgada la naturaleza de sus pases, el ‘qué’, su ‘cómo’ y su ‘porqué’, ya que a fin de cuentas es un perfil eminentemente joven y que a pesar de contar con infinidad de fortalezas también tiene otros aspectos que pulir y algún que otro ‘pero’ -aunque haya que contarlos con los dedos de una mano, existen-.

De entre todas las secuencias que Luka tiene sistematizadas en su disco duro personal, hay una que brilla por encima de todas por la cantidad de ventajas que produce y lo provechosas que terminan siendo: el skip-pass. Definido como esa inversión, ese pase de lado a lado del plano ofensivo, Doncic hace de él un mármol ideal sobre el que esculpir secuencias fáciles y oxigenar otras tantas que terminan colapsándose por problemas de distribución y ‘spacing’.

Y es que él es el primero que sabe hacer de una de las principales consignas de Rick Carlisle, la de tener siempre pobladas las esquinas, uno de sus argumentos más irrevocables de cara a generar tiros liberados para sus compañeros. Compagina a la perfección un primer paso que cada vez es más ligero con una visión que a ratos parece ser cenital para nutrir cuantiosamente el lado débil de cada posesión. No obstante, si bien es cierto que tiene una facilidad inverosímil para alzar el pase por encima de la línea rival, también lo es que aún debe pulir la tensión y altura del propio pase, que en según qué circunstancias puede perjudicar a un receptor que emplea un lapso mayor al esperado para armar el lanzamiento. Y, como no me cansaré de repetir, en esta liga cada décima de segundo puede costarte un punto.

En cuanto a las acciones con intervención de bloqueo directo hay un mundo de posibilidades por descubrir a medida que el equipo vaya cogiendo forma y molde para que Luka pueda exprimirlas al máximo. No obstante, las muestras como finalizador son bastante más numerosas (a la par que efectivas, pues produce más de 1.10 puntos por cada secuencia empleada) que las desenlazadas vía pase. Porque Doncic posee una gama de ‘floaters’ que acompañada de un ‘touch’ prodigioso hacen que cada internada en mid-range sea como esa película que has visto ya quince veces, de la que ya te sabes el final de memoria, pero que lo sigues viviendo con la intensidad e ilusión de la primera vez -y, por qué no decirlo, con una sonrisa de oreja a oreja-.

Asimismo, el temple y ‘timing’ del pase en las continuaciones también es bueno, emplea el cuerpo para frenar al perseguidor, no necesita demasiado margen para decir cómo entregar el balón y la toma de decisiones, así como la selección del tipo de pase (picado, cerca del aro o a las manos, entre otros) siguen la línea de lo que es Luka como pasador, pero el volumen de este tipo de jugadas es algo reducido por el corte de interiores disponible.

De igual forma, queda un último paréntesis abierto para unas acciones, las de pick and pop, que parecen esa escena de la película que te deja en shock, como si aquello que dice la pantalla fuera la antítesis de lo que tu cerebro dicta como correcto o esperado, pues el 35% desde la larga distancia que está firmando Kristaps Porzingis hace de cualquier alegato en favor de Luka como máximo potenciador  del letón es poco más que eso, un intento.

Y no será por falta de simbiosis, pues la naturaleza de enmascarar las funciones propias de un ‘2’ en unos siete pies largos (7-3) que posee Porzingis encajan como un guante al lado de esa visión cenital tan característica de Luka. En definitiva, nada que una larga dosis de temporada regular, otra de tocar hierro y un buen puñado de rachas positivas no puedan curar.

Y es que Luka es esa nota que te evoca automáticamente a esa canción a la que tanto cariño guardas, es esa sensación de paz y bravura que sientes frente al romper de las olas y también es esa inocencia que se desprende indirectamente de la carcajada de un niño. También conjuga el verbo disfrutar en todos los tiempos y sin distinción entre género o número. Pero sobre todo: rinde culto al baloncesto cada noche con una sonrisa que no tiene ni principio ni final. Y a veces, y digo a veces, olvidamos que eso es lo más difícil de esta historia.

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