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Laboratorio

El arte vive en la NBA, primera parte: siglo XIX

Un euro-step puede ser una maravilla artística, ejecutada con la máxima belleza del deporte, así como un crossover que culmine en una extensión, pura mezcla de técnica y talento. El deporte, también es arte.

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Foto: Joel Embiid Instagram

El arte, en 2019, ha avanzado hasta consolidarse como parte o característica fundamental de cualquier ámbito o detalle de la vida. La cocina es un arte, el cine y la literatura obviamente lo son también, y nadie pone en duda la música y todas sus vertientes, sin excepción que confirme una regla más que conocida. Al igual que el pintar, el soñar e imaginar, el ver e investigar sobre lo que se ha observado. El arte, por tanto, es la expresión de un sentimiento -que puede ir desde la belleza hasta el hastío-, sin importar la disciplina que lo ocupe. Acoge todo lo que el ser humano pueda hacer para expresar lo que piensa, o siente, realmente, porque el arte no es otra cosa que liberar algo que tienes guardado, con cadenas, en tu interior. Y entre las infinitas opciones que la persona promedio puede hacer para dotar de arte a sus días, el deporte es una de las más utilizadas, y a la par infravaloradas.

Porque el último sprint final de un ciclista mientras acaba la contrarreloj y se corona campeón de la etapa es un escorzo digno de las pinturas negras de Goya. La mirada altiva y lejana de ese “10” que otea el campo desde la atalaya del mediocampo y decide dar ese pase definitivo que le da a su equipo acceso a la gloria podría ser inmortalizado en una escultura de Miguel Ángel. El último “raquetazo” del tenista que se desliza sobre la línea de cal y que recorre la distancia que cubre la hierba, o la tierra, en una fracción de segundo, sería descrito por Marinetti en su apología a la fuerza y la velocidad. Y porque el golf y su elegancia, el boxeo y su brutalidad, el rugby y su portentoso señorío, o el atletismo y su explosividad podrían tener una ópera, una canción de rock, una obra culinaria o la mecha de una explosión arquitectónica como paralelismos. Y el baloncesto no es un deporte que se quede atrás, si no que es precisamente vanguardia, nunca mejor dicho, en este aspecto.

Un “euro-step” es una maravilla atemporal ejecutada sólo al alcance de aquellos que deben marcar una época. El “step-back” limpio y puro es un látigo que es capaz de enmudecer, o enaltecer, a hordas de gente en cuestión de milésimas. Un balón que acaba en las gradas por un tapón realizado en el momento oportuno es una oportunidad única de observar la fuerza física en su máximo esplendor. Y un movimiento de balón combinado, sin llevar el balón al suelo, que acaba con la red emitiendo ese sonido tan único e inigualable que es la confirmación de la canasta, desde la larga distancia, es una composición hermosa y armoniosa al mismo nivel. Todo, al fin y al cabo, es arte. Pero con sus diferencias, pues el estilo que predomina en el baloncesto es la convivencia de otros estilos, y eso es lo que lo hace todo tan único y especial. Y por eso, cada estilo artístico -mayoritariamente pictórico- tiene un hermano perdido en el tiempo, un alma gemela, una media naranja, como el balón, en la NBA. Y nuestro propósito es descubrir exactamente quiénes son los representantes del arte en la mejor liga del mundo.

Pero como es una obra mayúscula, digna de detalle y definición, la dividiremos en dos partes. La primera de ella, siguiendo la cronología y su evolución en el tiempo, la única forma adecuada de proceder, contará con la razón geométrica del Neoclasicismo, la evasión autónoma del Romanticismo como reacción, la pérdida de idealización como consecuente respuesta del Realismo y el retroceso lumínico en cuanto al detalle del Impresionismo.

Neoclasicismo

La única manera para que lleguemos a ser grandes o, si esto es posible, inimitables, es imitar a los antiguos.

Winckelmann

Para ser inimitable, se debe imitar. Resulta curiosa esta afirmación, pero en caso contrario a lo que se puede pensar se encuentra en lo cierto. Y es algo que se lleva haciendo desde el inicio de los tiempos, de la historia. Si quieres llegar a lo más alto, debes moldearte a modo de los que coronaron la cima antes que tú. Roma lo llevó a cabo con Grecia, el Renacimiento lo hizo con Roma, y el Neoclasicismo con todos aquellos que les precedieron.

Lo clásico, siguiendo el tópico del “pasado que una vez fue mejor”, siempre vuelve. Lo geométrico, sobrio, lineal, simétrico. La corrección. Todo vuelve. Ser claro, sencillo, sin adornos. La razón de no dejarse llevar por las corrientes, y mantenerse fiel a un estilo pasado, que no pasajero, que marca claramente las formas y los contornos de los que se realiza. Aunque todo aquello que le rodee decida dar un paso -o varios metros- hacia atrás, y marcar sus pinceladas desde la distancia.

Y al igual que hicieron Canova, Piranesi, Ingres o David, DeMar DeRozan ha decidido jurar ante su Horacio particular, Gregg Popovich, que la media distancia y lo “old-school” no morirá bajo su guardia. El mundo, tarde o temprano, conseguirá que cambie, pero hasta entonces DeRozan tira de manuales de arquitectura de Vitruvio para edificar su juego.

Y es que en la NBA del tiro de 3 sin control o desenfreno, del Barroco del baloncesto, DeMar DeRozan y los Spurs traen las formas del pasado para tratar de poner calma al presente. Pues si la NBA cada año va más al alza, con 33 intentos de 3 por equipo por noche -en 2005 esto era el total entre ambos conjuntos-, los texanos se posicionan en contra de ello. Y en vez de ir al alza, liderados por DeRozan, van a la baja. Esto se explica en que no solo sean el equipo con menos tiros de 3 por noche -25, 21 menos que Houston-, si no que en 4 años han subido 1 intento en su promedio. Y sus jugadores han vivido lo mismo. Siendo DeRozan el caso más significativo. Menos por él y más por el conjunto, como buen Neoclásico.

En los 77 encuentros que disputó la temporada pasada, intentó 45 lanzamientos de larga distancia, lo que supone un promedio de 0.6 tiros de este tipo por partido. Hace dos años, en su último curso en Toronto, promediaba 4 intentos por noche. Por ello, el 97% de sus tiros vienen dentro de la línea de tres. Un 97% repartido simétricamente en todas las distancias que hay del aro al perímetro. De los 0 a los 3 pies, un 22% de sus lanzamientos. De los 3 pies a los 10, otro 23%. De los 10 a los 16, un 24%. Y de los 16 a la línea de 3, un 27%. Por no añadir que intenta 6 lanzamientos de media distancia por noche -3º de la NBA- y más de 4 tiros en la zona fuera del área restringida -10º sin contar interiores-.

El estilo clásico puede estar yéndose, o ya no estar de moda, pero DeMar “Neo” DeRozan ha esquivado las balas de la modernidad y puesto el “old-school” donde se merece. En primera línea de batalla.

Romanticismo

El Romanticismo es el abuso de adjetivos.

Alfred de Musset

Cuando un término más que centenario continúa existiendo debe su supervivencia, principalmente, al cambio de los tiempos. Al paso de los significados. A llevar una piel que signifique una cosa muy distinta a los colores, cambiantes según el portador, que llevaba en un primer lugar. Cuando se piensa en algo romántico rosas rojas bañadas en rocío, bombones de chocolate perfectamente alineados y un paseo bajo las estrellas son las primeras imágenes que aparecen en nuestra imaginación. Pero hubo un tiempo, volviendo a sus orígenes, que esta palabra tuvo un significado muy distinto.

Ser romántico significaba apostar por el idealismo, por la libertad que da sentirse “yo” y sólo “yo”, y por contar con la seguridad de tu interior y tus certezas cuando lo que te rodea empieza a fallar. En el siglo XIX, en Alemania, esto significaba ser un romántico. Y aunque Hollywood ha tratado de cambiar el sentido de la palabra, un muchacho en Texas ha recuperado sus raíces. Y es que cada vez que algo falla en el vestuario, James Harden opta por buscarse a sí mismo y utilizar esto como arma.

Lo vimos la pasada campaña, cuando sus compañeros no eran capaces de aguantar un tiempo muerto sin caer lesionados, y lo vemos este curso, cuando el resto del mundo adolece de falta de puntería. Él, sale adelante. Crea tiros, juega por y para él -como los integrantes de la plantilla-, rebotea y lanza sus propias jugadas y, además, ha hecho del buscar la falta un arte. Pues, al igual que Friedrich, a Harden le gusta ser un Caminante entre las nubes. O así se siente cuando lanza libres desde la personal, sólo con la canasta una vez más.

Lidera la liga, además, en Isolation -15 posesiones, 41% de frecuencia, 16 puntos-; en intentos de tiros tras bote -13 tiros, 12 triples, 13 puntos-; en drives -con 23, le saca 4 a DeRozan, 2º- y en puntos por partido, con 39.5, muy por encima de su pasada campaña, que parecía insuperable. Además, en toques de balón está en el top-10, siendo el segundo en segundos por toque, en dribblings por toque y el primero, y con diferencia, en puntos por toque -con casi medio punto por “touch”-.

Harden acapara, recurre a sus propios recursos, y con la libertad del individuo que D’Antoni ha decidido otorgarle, cubre de tonos rojos y blancos el perímetro del rival cada vez que alguien decide dudar de la potencia de sus pinceladas.

Realismo

La pintura es la representación de las formas visibles. La esencia del realismo es su negación del ideal.

Gustave Courbet

La ausencia de idealidad es lo que definió al realismo en el siglo XIX cuando artistas como Corot o Courbet trataron de plasmar aquello que veían, sin dejarse llevar por la subjetivización de la opinión. De los sentimientos. Y es que eso fue el realismo. Utilizar el más preciso naturalismo para representar lo más directamente aquellas escenas que más cerca tengas, que más te toquen, pero sin dejar que te transformen en tu proceso creativo. Ser honesto, y mostrar las cosas como son. Hablar de lo que sucede como es. Decir la verdad. Por muy dura y difícil de aceptar que sea.

Y en la NBA encontrar esto, pero puro y sincero, es complicado. No es que reine la hipocresía y las apariencias, pero hay jugadores que por cómo se muestran en la pista y cómo actúan fuera de ella se alejan de lo que se conoce como honestidad. Y otros que, simplemente, no toman en cuenta este adjetivo. Por ello, las figuras de Ricky Rubio y la de Donovan Mitchell son tan importantes en el contexto en el que se encuentran. Y, además, no sorprende que hayan compartido vestuario durante varias temporadas. No descartemos que haya habido influencia entre ambos jugadores en esta cruzada por mostrar lo que es, y no mostrar lo que no es.

Ricky, que ya era así en sus años de juventud en Minnesota, dijo por aquel entonces que él no era el mejor en nada, si no que era bueno en muchas cosas. Y esto, que a priori puede sonar como una doble jugada, es una muestra de honestidad. Aceptar que no destacas como máximo exponente en nada -qué típico es escuchar “soy el mejor en… “ lo que sea- pero que a base de esfuerzo has conseguido afectar al juego en diferentes áreas del mismo.

O cada vez que se ha abierto con el mundo y ha compartido su pensar sobre los rumores de traspaso que le acuciaban en Minneapolis, sus repetidas lesiones, su papel en la selección, su nuevo rol en Phoenix como mentor y “liberador” de Devin Booker… o, como último pero más importante, todo lo que ha sufrido tras la muerte de su madre. Además de tener un estilo que se ha basado siempre en ser consciente de sus limitaciones y, más allá de tratar de mejorarlas, siempre aportar al conjunto con lo que ha podido. En defensa, en organización del equipo, como anotador secundario… y por eso este año está en su mejor curso en anotación, en triples anotados, en pérdidas y en asistencias. 13, 1, 2 y 9 y medio, respectivamente.

En el otro lado de la balanza, el que se ha quedado en Utah. Y el que admitió públicamente que durante su segundo curso, el pasado año, pensó seriamente en la posibilidad de quedarse como un “One season wonder”. Es decir, admitir que tuvo dudas sobre su propio juego, y sobre el futuro de su propia carrera, siendo candidato al equipo del All Star. Y haberse conseguido superar a pesar de ello. 25 puntos, casi 2 robos, 6 asistencias, y los mejores porcentajes de su carrera en todos los ámbitos del tiro. Además de todo lo que hace por la comunidad. Como anécdota, aquella vez que apareció en tres barbacoas diferentes de varios aficionados Jazz’ el día 4 de julio, pues al parecer no tenía ningún plan y preguntó en Twitter a dónde podía ir.

Foto: Ricky Rubio Instagram

Impresionismo

Las ideas vienen después, cuando la imagen está terminada.

Auguste Renoir

Primeras impresiones siempre son importantes, se suele decir. Y más aún cuando la impresión puede otorgar una nueva perspectiva a lo observado que nunca antes se había puesto en cuestionamiento. Sobre todo, cuando tiene más importancia el continente que el contenido. Cómo se hace es más importante que qué es lo que se hace.

El trazo que envuelve un rojo y un amarillo fundiéndolos en una misma esencia sin haber tocado ambos colores con el mismo pincel. Cómo afecta la luz sobre la fachada de un edificio, dependiente del ángulo con el que se mire. La manera en que una pieza pueda quedar al final del proceso, dependiendo del momento, de las sensaciones, de la actitud, o de la “mano” empleada. Todo eso influye en la impresión que algo pueda generar, y todas estas características son básicas para poder comprender el juego de “Uncle Drew”, del Renoir de Brooklyn. A la persona detrás del personaje. Y tal y como Auguste dijo una vez, “Necesito sentir la emoción de la vida, la agitación alrededor de mí.” Agitación que Kyrie consigue provocar.

Sus declaraciones, siempre rodeadas de un aire de misticismo complicado de entender. Su forma de jugar, siempre desbaratada y alocada, que casi grita “Carpe diem” en cada cambio de dirección con el balón. Sus decisiones, propias de un genio loco que primero actúa, y después reacciona a las impresiones que genera. Y en definitiva, su carrera, que ha tenido mejores y peores momentos, dependiendo como el viento, o la luz, enfocaran su posición.

Un día le preguntaron sobre su estilo de juego, y él respondió: “No soy realmente un tipo de X’s y O’x, pero si quieres ir por ahí, soy más un tipo de entrenador basado en abrir la cancha: 5 fuera, nadie dentro, y así es como jugaríamos, con pantallas y bloqueos indirectos aquí y allá, balones en mano… de eso se trata.” Se trata de tener un movimiento constante, de no dejar de jugar con el rival y de hacer aquella cosa que menos espera, para poder sacar la mayor ventaja en tu favor.

En los años que lleva en la NBA ha pasado de ser un jugador que siempre ha apostado más por anotar de 2 -en su año rookie el 76% de sus tiros eran así-, jugar en transición y al contraataque y mover el balón sin contar con asistencias o preocuparse por las pérdidas. Pero también se ha preocupado mucho por sorprender. Tal y como está haciendo lo que lleva de curso. En 11 partidos ha bajado un 13% sus intentos de 2 desde su primer curso, está en su segundo año más bajo en porcentaje de puntos al contraataque, y además tira más de 8 veces de tres por noche, máximo de su carrera.

Pero, al mismo tiempo, anota 11 puntos en la pintura, casi 3 puntos más que el pasado año, además de superarse también en puntos tras pérdida y en anotación en segunda oportunidad. Lo que cambia, lo supera, y así se adapta a cómo la defensa se adapta a la vez a su juego. Y así se mantiene, 9 temporadas después, fresco, sorprendente, y cambiante como el cielo de Argenteuil.

BALONCESTO PARA LEER: El arte vive en la NBA, segunda parte: siglo XX

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