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Laboratorio

El arte vive en la NBA, segunda parte: siglo XX

Desde que llegó a la NBA, Kawhi Leonard ha demostrado ser la personalización de una obra de Picasso o Juan Gris, tanto como Embiid lo es de la ferocidad del fauvismo.

Foto: Ilustración creada por Simone Colasante

El siglo XX fue el siglo de romper con lo establecido. La música pasó de ser un mero acompañante a encabezar revoluciones idiosincráticas, marchas por la sociedad y la justicia y, finalmente, a ponerse al servicio de las hordas que saltaban, moviendo la cabeza, o los brazos, acorde al ritmo de las canciones. Y el resto de artes lo hicieron de igual manera. La literatura, escultura, arquitectura, pintura… desde la generación del 27 a la Bauhaus, las Vanguardias se hicieron con el mundo y dominaron la nueva esfera cultural internacional. Y cambiaron la concepción, de manera intensa, absoluta y completa, que se tenían de las cosas. De la vida. Del amor. Del todo.

Y lo mismo ha acabado sucediendo en el baloncesto internacional, en la NBA. Un grupo de gente -encabezado por las extrovertidas ideologías baloncestísticas de Joel Embiid y Nikola Jokic- ha cambiado el correr de los tiempos y la concepción que se tiene de las posiciones sobre el campo en los últimos 3 años, y le ha dado la vuelta a todos los sistemas de juego. Y por ello han sido vanguardia, e innovadores, al igual que lo fueron el Fauvismo, el Surrealismo, el Cubismo o el Expresionismo. Los estilos que hoy saltan a la palestra, y con el teclado como pincel, representaremos en este lienzo en blanco que representa una hoja vacía para un escritor.

Fauvismo

Fauvismo viene, como se supone desde que apareciera el término por primera vez, de la primera exposición que los artistas pertenecientes al movimiento decidieron llevar a cabo, y de las palabras que Louis Vauxcelles, crítico artístico, le dedicó al momento en que encontró dos esculturas de bronce y mármol en el medio de todo aquel reluciente y sin duda alguna difícil de pasar por alto color “fauvista”. “Donatello entre fieras -fauves-”, dijo. Y desde entonces, ha quedado para la posteridad. Dándole a la corriente un tono feroz, por momentos monstruoso, y que sin duda alguna no deja indiferente a nadie. Además de provocar a todo aquel que pose sus ojos en ello y de innovar en un estilo que parecía que ya había visto todo lo que se podía ver.

Yo soy incapaz de hacer alguna distinción entre el sentimiento que tengo de la vida y la manera en que yo traduzco esa sensación en la pintura.

Henri Matisse

Algo que Joel Embiid ha decidido hacer de igual manera. Y es que el pívot camerunés puede resultar por momentos feroz, monstruosamente provocativo y, sin duda alguna, innovador en el arte de introducir un balón naranja en un aro metálico del mismo color. Y, además, su juego destaca por portar los más estridentes colores que se pueden encontrar. Y eso lo convierte en el mayor exponente del Fauvismo de nuestro tiempo. Cogiendo el testigo de Henri Matisse, Albert Marquet, André Derain o George Braque.

Ya que cuando más se ha criticado que la figura de pívot se está muriendo, Joel Embiid ha recuperado el juego de espaldas hacia la canasta, de la media-vuelta, del gancho a discreción y de romper a tu defensor con una finta. Además, le ha añadido a su juego tiro de tres cuando su equipo -especialmente Ben Simmons- lo ha necesitado, cogiendo un volumen poco igualable entre pívots que no tienen un alma de tiradores. Y, para añadirle tonalidades a su estilo, ha combinado en su defensa las habilidades taponadoras de Olajuwon, con la anticipación y el movimiento de los pívots de hoy en día.

Es, por ello, el jugador con más jugadas en el poste por noche, con 8 posesiones, una frecuencia del 37% y 1.12 puntos por cada acción, siendo el único que supera el punto entre aquellos que tienen 3 posesiones o más. Se encuentra en 4 intentos de tres por partido -5º del equipo y 10º de los interiores de la NBA- y ya ha tenido un partido de 8 triples, otro de 6, dos más de 5 y otros dos de 4. Y aunque no está siendo su mejor temporada a nivel defensivo -nada superará su año rookie- coloca más de un tapón y recupera un balón por encuentro. Y si Vauxcelles se encontrara en Philadelphia en 2019, volvería a repetir aquella frase una vez más. Y es que no hay nadie en la NBA provocando como Embiid.

Que se lo digan a Karl Anthony-Towns, pues todos recordaremos la última trifulca que Joel y KAT protagonizaron a finales de octubre, con el encontronazo físico y el posterior enaltecimiento del público Sixer’ tras ser expulsado del encuentro. Todos, también, tenemos en nuestra memoria cuando una victoria en la que dejó una línea estadística de 46+15+7+7 ante los Lakers de Lonzo Ball, dos temporadas atrás, provocó que subiera una foto anotando ante el base y ubicando la publicación en Lavar -Irán, pero no es lo que importa-. Y, como colofón definitivo, sus encontronazos con Marcus Smart, jugador que protagonizó un poster que le sirvió como primer post en Instagram. Siempre provocativo, siempre preparado para llamar la atención. Siempre Joel Embiid.

joel-embiid-halloween-sixers
Foto: Joel Embiid Instagram

Cubismo

Insípido. Falto de sabor, de viveza, de gracia, de sal. De espíritu. Todas estas acepciones, prestadas por el portal oficial de la RAE, hacen referencia al arte del cubismo. A lo geométrico, que se preocupa más por la forma de lo que presenta que por el contenido que enseña o por lo que genera en sus espectadores. Es decir, deja atrás las impresiones que pueda provocar, la provocación, y apuesta por la bidimensionalidad de la vida. En todos sus aspectos. Incluso, en las emociones, o en la falta de ellas.

Reducen el paisaje y el cuerpo humano a insípidos cubos.

Louis Vauxcelles

Y el mejor representante de ello, evidentemente, es Kawhi Leonard. No porque no tenga emoción en su juego, en sus acciones, en sus decisiones. No, porque esto no es el cubismo. El cubismo tiene emoción, sólo que no la muestra. Y Kawhi, desde que llegó a la liga, ha demostrado ser la personalización perfecta de una obra de Picasso, Braque o Juan Gris. Llevado, siempre, por la mano del cubista original, Paul Cezanne, o Gregg Popovich. Y el mejor ejemplo de ello es que, cuando en su llegada a Toronto empezó a sonreír, a salirse de la “norma Leonard”, la gente se sorprendió como si de un cometa de una vez en la vida pasara ante sus ojos. “Funny guy” se le llamó, y él lo adoptó con la maestría que siempre le ha caracterizado.

Y que ha hecho que primero fuera el anti-LeBron. Que después fuera el Finals MVP, y que finalmente se convirtiera en uno de los mejores jugadores de la liga. Con determinación, exactitud a la hora de jugar, sin grandes ostentaciones o salidas de tono, manteniéndose siempre en sus marcas habituales, llevando una progresión geométrica digna del mejor pulso del mundo. Ya que cada año, con la precisión de un reloj suizo, ha evolucionado lo justo y necesario para mantener la regularidad. En sus primeros 6 años en la NBA -hasta su asentamiento definitivo en la élite de la competición- mejoró, cada año, en puntos, asistencias, tapones, su acierto desde el triple y, también, en USG%.

Cada año ha sido mejor, rompiendo lo que él mismo había establecido un año anterior, pero haciendo con la naturalidad, coherencia y cuadriculación que se esperan del mejor cubista de la NBA, que a falta de Señoritas ha decidido visitar Avignon cada vez que se viste de jugador de baloncesto, y cambia a su propia dimensión.

Foto: Ilustración creada por Simone Colasante

Surrealismo

Cuenta la leyenda que Dalí dormía siempre con una libreta a su lado, o entre sus manos, pues así era cómo le llegaban las ideas para su arte. A veces despertaba entre sudores en mitad de la noche y, en vez de acudir a la cocina para calmar la angustia con un vaso de agua, decidía anotar todo en estas hojas que, cuando iba a crear posteriormente, eran su fuente más fuerte de inspiración. Eran su musa particular. Así es como, por ejemplo, llegó a las ideas que Luis Buñuel empleó en Un perro andaluz, o cuadros tan extravagantes y extrañamente cercanos tales como El gran masturbador o El hombre invisible pudieron tener cabida y nacimiento. Al final, todo lo redujo a automatismos. Al subconsciente, a la espontaneidad y, por ende, a la creatividad inusual. Características todas ellas que recuerdan, indudablemente, al juego de Nikola Jokic.

El hombre que no puede visualizar un caballo al galope sobre un tomate es un idiota.

André Breton

Ese jugador, el serbio, que con un parpadeo dibuja toda una secuencia surrealista pero, al igual que las obras de André Breton, llevadas a cabo unos segundos más tarde.

Que siempre tiene “un último truco” con el que sorprender a propios y extraños, y que si destaca por algo es por esa multiplicación de bocas abiertas y mandíbulas desencajadas por la incredulidad de sus hazañas. Por no hablar de la improbabilidad que te ocupa cuando le ves danzar sobre la cancha, creyendo que no es posible, real, lo que tus ojos están viendo acontecer.

Pero no sólo es absurdo su juego, si no que sus logros son estratosféricamente espontáneos, a la altura del mejor soñador de todos, James Naismith. Un personaje, por cierto, que no creería como posible lo que Jokic hace con un balón en sus manos. Ya que la temporada pasada se convirtió en el primer pívot que llega a los 20 puntos, 10 rebotes y 7 asistencias de promedio en los últimos 52 años. Pues el anterior había sido Walt Chamberlain. Un jugador al que también se une si vemos el top 5 de temporadas con 7 asistencias por noche o más para jugadores que superen los 7 pies, ocupando él 3 de las 5 posiciones. Además de encontrarse ya en el top 10 histórico de Denver en Win Shares, en rebotes por partido, en TS% o liderar su clasificación histórica del PER.

Foto: LeBron James Instagram / Lakers Scene

Expresionismo

El arte, casi desde sus inicios, ha contado con expresionismo. Con artistas que, molestos con la realidad que sufrían o sintiendo emociones que no podían reprimir, se dejaban liberar y ocupaban todo su abanico de posibilidades con aquello que querían contar, sin reprimirse o coartar el correr vital que tenían en su interior. Y eso ha afectado a todos los ámbitos en los que ha estado presente. Desde Munch hasta El Greco, pasando por Franz Kafka y Bertol Brecht, mostrar lo que se escondía detrás de la realidad, el sentimiento, era lo más importante. Y hacerlo de manera clara, evidente, pulsando la combinación más estrambótica posible de colores y tratando de lograr la mayor provocación en el espectador, siempre con el objetivo de trasladar ese principal deseo de todos los artistas; el sentir.

La forma en que uno ve depende también de un estado emocional de la mente. Por esto un motivo puede ser visto de muchas maneras, y esto es lo que hace que el arte sea tan interesante.

Edward Munch

Y expresar sentimiento, ser llamativo, y en ocasiones hasta provocar al espectador de forma exagerada o intencionada, mientras se consiga hacer arte, es complicado. Y en la NBA sólo ha habido una figura, aunque haya otros que puedan entrar a competir por este puesto, que haya alcanzado un nivel superbio en este ámbito. Porque si hay algo que no se le puede negar a LeBron James es que es el jugador más expresivo, llamativo y buscador de emociones que campa -a sus anchas, por cierto- en la NBA. Desde el “post” que sube a sus redes sociales con sus logros, que encandila e irrita a partes iguales a aficionados y “haters”, hasta la manera en que tiene de celebrar sus jugadas y las de sus compañeros, LeBron es la demostración de cómo llevar un estilo artístico a la máxima exponencia y comprensión. Y su juego, también expresivo, no se queda atrás.

Desde que llegara a la NBA todo lo que hace lleva un sello firmado por el mismísimo Kirchner que le apoya como integrante del movimiento. Las cabalgadas infinitas al contraataque que corona con un mate sobre cualquier defensor que decida interponerse en su camino; ese ritual pre-partido ante la mesa de anotación; todos los saludos que tiene con sus compañeros de quinteto y banquillo; sus míticas celebraciones golpeando con fuerza su pecho; cómo absorbe contactos para acabar rectificando su tiro en las penetraciones, o habilitando un tiro liberado del compañero menos esperado de todos; sus gestos físicos y faciales al jugar y, como no, esa habilidad que lleva intrínseca en sus venas para hacer lo más llamativo y, al mismo tiempo, conseguir que surta efecto.

Y si comentábamos que el propio Kirchner aprobaría su entrada en Die Brücke, el grupo que lidera y nace en Dresden en 1905, es por las muchas similitudes que hay entre ambos personajes. Y es que este grupo artístico, este “puente” cultural, pretendía influir en la sociedad destruyendo viejos paradigmas convencionales, dejar a la inspiración fluir sin limitaciones, y que lo inmediato sea el medio a través el cual el artista, emisor, consiga hacer llegar su mensaje, su sentimiento, a todos los receptores que quieran escuchar.

Y si algo ha hecho LeBron es romper el viejo estigma de “ser un simple atleta” -de donde nace la campaña de More Than An Athlete-, o un alero anotador que tampoco destaca por mucho más, llegando a ser capaz de ocupar hasta 4 posiciones sobre la cancha, en ataque y en defensa. También, evidentemente, hemos visto numerosas ocasiones en las que James “rompe” con lo establecido por su entrenador, o el sistema de su juego, porque cree que es lo que conviene en ese momento, dejándose inspirar por lo que le rodea y sus reacciones inmediatas, ya sea a sus canastas -todo el mundo recuerda aquella falta de Carmelo y la posterior flexión de brazo de LeBron-, a las de sus compañeros en pista o las que observa desde el banquillo -a veces incluso ocupando el campo y rozando el límite de lo aceptable-. En definitiva, es un expresionista desde los pies -sus zapatillas siempre han destacado sobre las demás- hasta la cabeza, y sus actos sirven de coartada para estas afirmaciones.

El arte vive en la NBA, primera parte: siglo XIX

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