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Retrospectivas ACB

Fernando Romay, la forja de un gigante

Y de repente, en una zona lluviosa de España ajena al paso del tiempo, emergió el gigante destinado a luchar con las torres soviéticas y yugoslavas. Su nombre, Fernando Romay Pereiro.

Se cuenta una historia apócrifa sobre el primer contacto de Fernando Romay con el Real Madrid. Puede que como todas las anécdotas, este adornada con demasiada creatividad, o que simplemente nunca haya ocurrido, pero para ser sincero sería bonito que hubiera sucedido tal y cómo paso a relatarla.

La Coruña. Año 1974. En la casa de la familia Romay suena el teléfono. La llamada la realiza un empleado de la sección de baloncesto del Real Madrid de C.F. Hasta las oficinas del club blanco ha llegado la historia de un chico gallego de unas dimensiones considerables para su edad. En un país donde la situación nutricional no ha permitido que los jóvenes alcancen alturas considerables, no se puede dejar escapar a un espécimen que promete centímetros, y menos en un deporte necesitado de ellos.

Tras una primera toma de contacto con la familia, el chico de catorce años se pone al aparato.
—Es verdad que tienes catorce años y mides un metro noventa —pregunta el hombre desde el otro lado de la línea telefónica.
—No, señor —contesta el chico.
El desanimó se apodera del empleado. Sus informadores se han confundido una vez más. Ahora solo queda despedirse y seguir buscado.
El joven traga saliva y se atreve a seguir hablando.
—No mido un metro noventa. Mido dos metros.

Se puede dar por supuesto de que en un deporte donde el objetivo está colocado a tres metros y cinco centímetros la altura es un condicionante a tener en cuenta. Cuanto mayor sea la estatura de los competidores mayores serán las posibilidades de éxito. Eso es un axioma que los participantes de menor altura hemos tenido que aprende a base de rebotes arrebatados y tapones soportados.

En España esta realidad no nos era ajena, por supuesto que los jugadores de baloncesto eran de estatura superior a la media y cuanto más se alejaba el amateurismo, más iban creciendo estas diferencias. Pero a pesar de ello, nuestros jugadores no sobresalían de forma decisiva en esa faceta cuando se enfrentaban a otros equipos a nivel internacional.

El baloncesto europeo estaba dominado por hombres altos cuyos apellidos eran difíciles de escribir e imposibles de pronunciar: Aleksander Belostenny, Kresimir Cosic, Arvydas Sabonis, Vladimir Tkachenko… Este último, causó tanto impacto en España que se empezó a renombrar a todos los individuos que sobresalían sobre los demás por su estatura con el nombre del jugador soviético.

Mientras mirábamos asombrados y carcomidos por una deportiva envidia a aquellos descomunales colosos, apareció en nuestro país Fernando Romay, el protagonista de nuestro relato, para llenar el hueco en nuestra zona.

Volvamos la mirada de nuevo a aquel joven de apenas catorce años que acaba de colgar el teléfono tras darle la buena nueva al Real Madrid. Con sus dos metros y su corta edad debe abandonar su Galicia natal y emprender una aventura en la capital del país. En una España depauperada, las diferencias entre las llamadas provincias y Madrid eran abismales. Según reconocería el propio Romay, era como si hubiera desembarcado desde la edad media directamente al siglo XX. El viaje se inicio con su padre en uno de esos viejos trenes de la década de los setenta en España. Debemos olvidar los parámetros actuales de duración de los viajes dentro de la península. Los recorridos se hacían eternos e incómodos. En este caso no iba a ser menos, la envergadura de Fernando unida a las dimensiones de una de esas literas de los antiguos vagones de RENFE, no presagiaban un trayecto cómodo. Y tal como podemos imaginarnos la noche no fue una de las más cómodas de su corta vida.

Foto: Miguel Ángel Forniés

Tampoco pensemos en un viaje organizado con alguien del Real Madrid esperando la escalerilla a Fernando y su progenitor. De ningún modo había un chofer esperando a la pareja gallega para llevarla a descansar al hotel antes de la prueba del joven. Entonces, ¿tuvieron que ir por su cuenta al hotel reservado? Dentro de las opciones que se podían presentar no hubiera sido nada descabellado, si no fuera por un pequeño detalle. No había ningún hotel al que acudir.

La futura leyenda del Real Madrid no tenía reservado ningún hospedaje por parte del club. El padre del chico no tuvo más remedio que buscar alojamiento de una manera que hoy en día nos parece impensable. Preguntó en la misma estación un lugar económico y serio donde poder pasar la noche.
No es difícil imaginar la estampa tan insólita que debió resultar padre e hijo para la mujer que regentaba la pensión donde finalmente se hospedaron. Un hombre de mediana edad acompañado de un niño extraordinariamente alto con aspecto avejentado. Ese aspecto de persona mayor no se le podía atribuir a su altura, ni su a cara, solo hay que echar un vistazo a las fotos de Fernando de la época, para ver que era un niño. La ropa confeccionada en una sastrería era la culpable de que su apariencia no fuera acorde con su corta edad. Por desgracia para él, le era imposible vestir a la última. Las tendencias de la moda no estaban pensadas para jovenzuelos de dos metros.

Al día siguiente debía presentarse aquel niño desgarbado en las instalaciones del Real Madrid para iniciar unas pruebas que resultaron decisivas en la vida del coruñés, del club blanco y del baloncesto patrio. Muchos años después, el gran Juan Antonio Corbalán, capitán del Real Madrid y de la selección española de baloncesto, a preguntas de un periodista, reconoció la importancia de Fernando Romay en el baloncesto nacional. Según el genial base madrileño, el hecho decisivo, lo que provocó que nuestro baloncesto diese el salto que le faltaba para alcanzar la grandeza, fue la presencia en la zona de un hombre alto que pudiese mirar de tú a tú a los grandes pívots europeos. Y ese hombre tenía nombres y apellidos, Fernando Romay Pereiro.

Pero continuemos con nuestro relato. Allí tenemos a nuestra pareja protagonista. Los dos se dirigen a las instalaciones del Real Madrid, ambos atenazados por los nervios. El padre por ser consciente de lo que se juega su hijo en aquella prueba, un futuro prometedor, alejado del duro trabajo que el mismo tenía en el puerto y Fernando por ser el centro de atención de los entrenadores que debían valorar sus actitudes.
Durante todo el viaje Fernando oía en su cabeza las palabras de Otilia, su madre. La mayoría de las madres saben en todo momento lo que más le conviene a sus hijos y esta ocasión también iba ser así. Antes de salir de La Coruña se acercó a él para, mientras intentaba olvidar del vacío que le dejaría la ausencia de su vástago, decirle las palabras que marcarían la senda que nunca abandonaría Fernando.

– Hijo, aprovecha la oportunidad y no se te olvide que para conseguir lo que deseas debes ser humilde y trabajar mucho.

Antes de que empiece la selección uno de los empleados del Real Madrid se acerca al señor Romay. Hay que ultimar algunos detalles y satisfacer los gastos que le hubiese supuesto a la familia llegar hasta Madrid. Cuando aquel empleado recibió la respuesta de lo que había costado la expedición desde la remota Galicia, no pudo más que observarlos con sorpresa y admiración. Habían actuado con la prudencia y honestidad que se presupone de la gente sencilla, humilde y honesta.

Los entrenadores observan fascinados a aquel niño de apenas catorce años que ya es más alto que la mayoría de los jugadores de la primera plantilla. Sienten el cosquilleo que todo entrenador de baloncesto nota cuando esta ante la oportunidad de ver algo extraordinario, y se miran esperanzados.
La prueba empieza y tras los primeros instantes de vacilación descubren aterrados que aquel joven está totalmente descoordinado. No creían en un principio que pudiera hacer grandes alardes con un balón, pero no esperaban un resultado tan desfavorable. A pesar de lo que pudiera parecer, la culpa no era del joven Fernando Romay, sino de los propios entrenadores. Al no estar acostumbrados a alguien tan joven y de esa envergadura no sabían a qué atenerse. El sistema nervioso y endocrino de un chico de catorce años y dos metros no está lo suficientemente desarrollado como para soportar tal carga. La coordinación es una cuestión física a la que no se puede meter prisa, solo cabe esperar y poco a poco ir entrenando para mejorar.

Las pruebas van paulatinamente bajando de nivel y dificultad. El resultado es igual de decepcionante, y deja de ser una prueba de baloncesto para convertirse en una de psicomotricidad.
Por fortuna para Fernando y los amantes del baloncesto aquellos entrenadores conocen su oficio. Coinciden en que sería una aberración dejar escapar a un chico con esa altura y de tan corta edad. Aún le quedaba mucho margen para crecer. Como así terminaría ocurriendo.

En palabras del propio Fernando, con su habitual gracejo y humildad. «Se contentaron con que fuera capaz de correr sobre una línea recta y saber diferenciar el pie izquierdo del derecho.»

Fernando Romay de dos metros y catorce años ya está en la disciplina del equipo del Real Madrid. Ahora queda un largo camino de aprendizaje y de trabajo duro que culminará con una de las carreras más exitosas del baloncesto español y lo que es más importante con el reconocimiento y el cariño de compañeros, rivales y de todos los que han tenido la suerte de acercarse a este gigante amable y honesto.

El palmarés de Fernando Romay es indiscutiblemente el de una leyenda.

Con el Real Madrid
*8 ligas
*5 Copas del Rey
*1 Supercopa de España
*2 Copas de Europa
*3 Recopas de Europa.
*3 Copas Internacionales
*4 Supercopas de Europa

Con el Selección Española
*Medalla plata Eurobasket Nantes 1983
*Medalla plata Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984.

Pero para una generación, Fernando Romay, fue el español que se atrevió a interceptar la trayectoria de un tiro a un tal Michael Jordan. Sí, habéis oído bien, le puso un tapón, un gorro, una chapa, un pincho de merluza nada más ni nada menos que a Michael Jordan. Seguro que a pesar de todos éxitos, en el interior de Fernando Romay está ese chico de catorce años y dos metros que abandonó su Galicia natal y que jamás dejará de oír en su cabeza las palabras de la señora Otilia “Hijo, aprovecha la oportunidad, trabaja duro y comportante con humildad”

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