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Reflejos

Los dichosos puros

Pocas imágenes están mas arraigadas en el imaginario popular de los Boston Celtics que a Red Auerbach disfrutando de un buen puro en la banda.

Este artículo es un extracto del libro «12 pizarras» de Germán Coronel, que puedes adquirir aquí

Dentro de su diccionario personal, Red Auerbach tachaba con fuerza y en rojo el verbo ‘aparentar’. Rechazaba con ímpetu a aquellos que ante el gran público cambiaban. “Odiaba a aquellos entrenadores que, ganando por 25 puntos con tres minutos por jugarse, seguían con un ritmo alto, gritando y entrenando porque estaban saliendo en la TV y querían su imagen y reconocimiento”, llegó a reconocer. Lejos de esto, su personalidad no fue precisamente querida por el público. Si estaba enfadado, así se mostraba. Lo mismo pasaba con la alegría y la satisfacción del trabajo hecho. “Me encendía un puro y me ponía a ver el partido. Ya había acabado, a todos los efectos y no quería restregar nada ni enseñar a nadie cómo de bueno era entrenando cuando ganaba de 25. ¿Por qué? ¿Tengo que ganar de 30? ¿Qué puñetera diferencia hace?”

Más allá de actitudes e inquietudes, la NBA se posicionó contra esto. Su comisionado, Maurice Podoloff, ya había anunciado diversas multas a Auerbach por sus protestas a los árbitros y provocar en ciertas ocasiones sus expulsiones para levantar a sus jugadores y/o aficionados. Red se negó rotundamente a seguir las normas. “Cuando (la liga) se estaba metiendo conmigo por cientos de cosas, intenté hacer algo para encenderles. Estaban abusando de mí. De repente, me encendí un puro”. Poco después, recibió una carta diciendo que no se veía bien que fumara durante los partidos. “Podoloff me dijo que no podía fumar puros en el banquillo, pero había tíos fumando tabaco. Le dije; ‘¿Qué es esto, un avión? ¿Que se puede fumar tabaco pero no puros?’ De ninguna manera. No, no lo haría”.

Sus compañeros de profesión, claro, no se lo tomaron bien. Red se paraba a explicarlo; además de todo, tenía un acuerdo comercial de patrocinio y eso les calmaba. “¿Por qué iban a parar a nadie de ganar unos dólares?” La marca Blackstone le pagaba por poner sus productos en manos de un personaje público que les diera visibilidad y en él encontraron mucho más. Alguien a quien, a día de hoy, se sigue recordando rodeado de humo. No había excusas para quienes copaban las gradas. Era un motivo más, uno de tantos, para ladrar en su presencia. Vociferaban, abucheaban y cantaban con tono burlón cuando los verdes perdían: “Ey, Red, ¿dónde tienes el puro, skinhead?”

Pero Auerbach sacaba pecho. Le gustaba la idea de que aquel gesto levantara tanto a su alrededor. “La imagen que tiene el puro es increíble. Un tío de Quincy, Massachusetts, ganó mil dólares de premio del Cigar Institute of America por una foto mía echando humo”. “Se volvió algo carismático. Años después, hasta los astronautas hablaban del ‘puro de la victoria de Red’. Saqué mucho partido de ello”, llegó a decir. Una acción que hacía hablar a todos, era sinónimo de victoria y le daba dinero. ¿Qué más podía pedir?

En su oficina, en el coche, durante los entrenamientos, también en los partidos y hasta para acercarse a los jugadores. Pocas veces a lo largo de la historia del deporte se han dado uniones tan icónicas como la que Red tuvo con esos cilindros marrones que entre cenizas levantaban comentarios y miradas por donde pasara. Tom Heinsohn habló en la ya nombrada entrevista radiofónica tras el fallecimiento del entrenador de dicha relación compartiendo una anécdota sobre gestión de vestuario que empieza y acaba en sí mismo. Tom describe a quien le gritara día tras día desde la banda como un “verdadero bromista” que se preocupaba por los suyos cuando percibía cierto malestar. Tras un mal día, Red se acercó a Heinsohn y le preguntó porqué estaba tan bajo de ánimos. El jugador se abrió, sin titubeos, comentando ciertos problemas personales que no le permitían estar totalmente concentrado en el juego. “Me dijo: ‘Bueno, pues voy a darte este puro’. Yo le dije: ‘Sabes que no fumo puros’. Me respondió que me lo llevara para el camino a casa, que me iba a relajar y me haría sentir mucho mejor. Así que conduje mitad del camino a casa y me dije: ‘Qué cosa más buena ha hecho Red’. Lo abrí, me lo puse en la boca, le di una calada y me explotó en la cara”. Sin esperarlo, el humor de Tom cambió. Del emotivo peón que acepta el detalle de su capataz al que recibe una broma pesada y se sorprende mientras se acuerda de la familia de aquel que la maquinó. “A decir verdad, le di un puro, un puro lleno, de verdad, seis meses después. Me llevó unos cien dólares en puros hasta que por fin dejó de mirar para ver si estaban llenos”. Sentía la necesidad de aclarar que esta vez era de verdad, no un petardo.

Dentro del vestuario, a veces, el humo se hacía insufrible. En el banquillo era distinto; el pabellón era grande, se esparcía y a aquellos que se sentaban a su lado no parecía importarles. Sin embargo, Satch Sanders (alero de los Celtics entre 1960 y 1973) reconocía que a la hora de cambiarse, dentro del vestuario, “era otra historia. ¡Era un ambiente cerrado!” ¿Frenaba eso a Auerbach? “¿¡Te estás quedando conmigo!?” El técnico no mostraba preocupación alguna al respecto y los suyos, simplemente, lo aceptaban.

El 20 de septiembre del 1985, en el 68 cumpleaños de Red, se inauguró una escultura del mismo en el mítico Quincy Market de Boston. Esta aún hace de tributo y recuerdo al entrenador de la franquicia seña de identidad de la ciudad. La estatua le muestra sentado en un extremo de un banco bajo el que se encuentra un balón. Su pose es natural, relajada, vestido de traje. En su mano derecha, cómo no, un largo puro.

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