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The Green Knight: la Copa del Unicaja

Habíamos suspirado por un torneo repleto de sorpresas y llegaron en tromba. Unicaja se coronó en Badalona como rey de una edición repleta de magia y momentos inolvidables.

acbphoto

Sir Gawain se negó a pensar que era imposible. El anónimo poema alrededor del célebre héroe y su enigmático adversario El Caballero Verde es una obra que ha envejecido maravillosamente, pese a haber sido escrita en el siglo XIV. Los versos supieron reflejar el valor de un miembro de la corte del rey Arturo en días tenebrosos, una oda a seguir aceptando desafíos vitales sin importar los malos augurios o el propio miedo. Durante años, la Copa del Rey ACB ha tenido dos titanes (Real Madrid y Barcelona) bloqueando el acceso al castillo del título. Se acabó con Unicaja.

Sorprende poco que la competición buscase mecanismos para intentar alterar ese duopolio. Concretamente, esta temporada 2022/23 permitió que los cruces de Badalona propiciasen que las dos némesis se vieran las caras antes. Conjuntos como Cazoo Baskonia o Lenovo Tenerife disimularon un suspiro de alivio: los emparejamientos les garantizaban no cruzarse con ninguna de las dos hegemonías hasta una hipotética final.

No obstante, el Unicaja de Málaga pronto fue descartado de las apuestas: primer duelo frente al Barcelona. ¿Y si lograban el milagro? Tocaba el vencedor del Valencia-Real Madrid. Antes de saltar a pista, los pupilos de Ibon Navarro ya sabían que la escuadra de Chus Mateo había sobrevivido: Chris Jones tuvo la última daga, pero los blancos volvieron a demostrar su instinto para sostenerse en el alambre. No habían empezado el pulso con los hombres de Sarunas Jasikevicius y ya sabían que unas teóricas semifinales volverían a colocarles como el underdog.

El caballero verde aceptó el desafío. Y el resto es historia.

Any Given Thursday

Cuando aterrizó con la anterior temporada empezada, Ibon Navarro no se caracterizó por poner paños calientes. Sin ambages, su staff técnico y él fueron conscientes de que llegaban a un histórico en apuros. El balance liguero resultó contundente: 13 triunfos y 21 derrotas. Duodécima posición. Más preocupados por no descender que de mirar hacia las posiciones nobiliarias.

El Martín Carpena asistió a un verano de reconstrucción. Doce bajas en la plantilla y una decena de nuevos fichajes. Demasiado para que encajasen las piezas a la primera. De cualquier modo, un inteligente empleo de los aleros, el trabajo duro y la ausencia de promesas vacías permitieron coger racha de victorias, devolviendo un orgullo que una ciudad tan baloncestística como Málaga necesitaba.

Incluso la última derrota doméstica frente a Baskonia les vino bien antes de viajar a Badalona. Fue en la prórroga (81-89), después de haber competido bien. Perfecto revés razonable para llegar sin hacer ruido y estar dispuestos a aguantar el vendaval de un Barcelona con nombres como Nikola Mirotić o Cory Higgins. Navarro frenó la sangría (28-20) con un tiempo muerto tras feroz mate de James Nnaji a dos manos.

Hubo momentos propicios para el desaliento andaluz (64-53 en un instante clave del último cuarto), aunque jamás se produjo la rendición. Durante meses, el ataque del Unicaja había ido encaminado a adaptar a una pareja que ha ido de menos a más: Kendrick Perry y Darío Brizuela. El primero había hecho ruido en el pasado Eurobasket con Montenegro, además de tener experiencia previa en torneos como la Euroliga. El segundo supuso la gran alegría malagueña desde que fichó en 2019.

Su talento estaba fuera de dudas, pero ocasionalmente incluso se estorbaban. Sería en cuartos de final donde hallaron la armonía: 59 puntos entre ambos en perfecta sintonía, dejando estampas para el recuerdo. Brizuela venía de unos días horrorosos con su hijo en la UCI. La propia familia le animó a estar con sus compañeros, quizás consciente de que el basket podía ayudarle a exorcizar demonios. En el pasado castigó a los blaugranas con 33 tantos en el casillero y una valoración de 22 en esa misma instancia. No sirvió para ganar, reflejo de que incluso las exhibiciones individuales pueden ser insuficientes para tumbar a un favorito.

Sin embargo, ahora contaba con Perry, otro acróbata que podía enroscarse bajo los aros azulgranas para llevar a su afición al éxtasis. Siempre estuvieron metidos en el encuentro. Para el recuerdo, el base de Florida pidiendo calma en plena prórroga a su entrenador para no recibir falta técnica. Con todo el ruido del mundo alrededor, la cabeza serena para saber que habían remado mucho para morir en esa orilla. El lanzamiento de un killer como Higgins no había entrado y el Unicaja iba a agradecer el favor en un tiempo extra de equipo grande.

Por el camino, Alberto Díaz había dejado un rosario de intangibles. Nombres prestigiosos como Sergio Scariolo podrían hablar mejor del significado de una presencia pelirroja increíble en defensa, un profesional que parece surgido de la imaginación más desbocada de un devoto de las barricadas como Jerry Sloan. Paralelamente, Will Thomas regalaba magisterio en el poste bajo. Discípulo aventajado de Xavi Pascual en el Zenit de San Petersburgo y campeón ACB con el Valencia Basket, sus 36 años han brindado la versión más clarividente para un genio a la hora de interpretar los cortes de sus compañeros, las puertas atrás y los bloqueos para dejar libre a los tiradores.  

Luego el azar favoreció a los valientes. El tiro bombeado de Perry frente a la muralla de Jan Veselý entró y la suspensión de Nicolás Laprovittola para lograr un 2+1 que pudo cambiarlo todo salió expulsada por lo caprichosos duendes de los aros. El subidón anímico en el vestuario ganador no ocultaba, nuevamente, los recelo en los pronósticos. Habían forjado una noche gloriosa, pero, ¿acaso no tendrían demasiadas heridas acumuladas para frenar al gigante de Cabo Verde y a sus camaradas blancos?

El Palau Olímpic y los dragones

Una de las cuestiones más difíciles en el deporte de élite es mantener un momento mágico. Darío Brizuela empezó a fallar en semifinales tiros que había metido con los ojos cerrados ante el Barcelona. La mejor noticia para el Unicaja fue que, sin ese factor, estaban compitiendo perfectamente. Y eso que el gigante los mandó a la lona varias veces. Walter Tavares repelió una entusiasta entrada de Dylan Osetkowki que se las prometía felices para machacar. Tapones e intimidación, marcar el territorio con fuego.

Había ilustres símbolos del Real Madrid en la grada. Sobresalían Iker Casillas, guardameta tantos años del equipo de fútbol, y, por supuesto, Pablo Laso. El estratega vitoriano no podía perderse el evento en su propia casa, si bien las cámaras de televisión lo buscaban con una pizca de ligera malicia, puesto que su salida controvertida provoca a día de hoy que el mínimo revés de Chus Mateo sea observado con lupa. Conforme pasaban los minutos, los blancos comprendían que el enfrentamiento iba a ser largo.

Como suele suceder con los bloques campeones, el rol de héroe puede ir variando. En aquella ocasión, la Mesa Redonda andaluza dio la mejor espada en semifinales a David Kravish, quien estuvo magnífico como una especie de falso cinco. Un mérito enorme de los Ángel Sánchez-Cañete, Alberto Miranda, Paco Aurioles y el propio Ibon Navarro. Ningún lamento por no tener la fuerza física de Augusto Lima o Yankuba Sima, simplemente soluciones. Un derroche de brío para cerrar espacios e intentar solventar con inteligencia los problemas que Tavares y Gabriel Deck les iban a causar.

El primer entrenador del Unicaja insistió después en rueda de prensa sobre la valentía. El técnico había visto muchos encuentros del Real Madrid y sabía que la especulación se castigaba contra ellos. Ante cada síntoma de que los dragones recuperaban el aliento, sus caballeros de verde armadura se lanzaban al ataque. Un mate a lo Karl Malone de Guerschon Yabusele era respondido de inmediato: los triples de Tyson Carter o la finura de Tyler Kalinoski irrumpían en el momento justo. En el laboratorio para propiciar esas alegrías, Will Thomas diseccionaba los ajustes de Chus Mateo para descifrar las defensas madridistas.

Luego hubo cosas que escaparon al frío análisis. El grito alegre de Dylan Osetkowski al agarrar un rebote ofensivo, los recursos a tabla y una fe infinita a cada balón perdido. Incluso guerreros incombustibles como Džanan Musa, Tavares o Deck se vieron golpeados por un torbellino que ellos suelen provocar en sus contrarios: fe ciega en el triunfo. Desde hacía más de un año Ibon Navarro quería mejorar el nivel físico de la plantilla andaluza, ahora cosechaba el resultado.

¿Les quedaba gasolina tras el tiempo extra contra el Barcelona? Nihad Đjedović abrazando a Lima era la respuesta. Se sentían un bloque, pocos lo sabían mejor que el alemán forjado en el Bayern de Múnich, una de las llaves secretas del Unicaja para que su perímetro mantenga la balanza equilibrada. Un suplente generoso que siempre da el conejo adecuado a quienes están en piste o incluso tranquiliza a sus asistentes si la ocasión lo requiere.

93-82. El segundo gigante noqueado. Nunca antes había pasado. El fuego de los dos grandes dragones del campeonato español había sido lanzado: milagrosamente, los escudos verdes habían resistido. Sergio Llull, obligado a estar de paisano y con muletas, debió sentir un extraño déjà vu: habían batido a sus compañeros con esa misma energía irreductible que tantas veces les benefició.

La última trampa

“Esta era la noche que llevábamos años buscando”. Las palabras de Txus Vidorreta eran un aviso a navegantes. Si alguien en Málaga pensaba que eliminar a Barcelona y Real Madrid era un título, quedaba todavía otro gran contrincante en pie. Lenovo Tenerife había sido la escuadra más astuta de su lado del cuadro, haciendo las cosas magníficamente en el duelo contra el Gran Canaria.

Luego vinieron unas semifinales agónicas, no aptas para cardíacos en Badalona. El Joventut quería reverdecer viejos laureles, amparado en veteranos de lujo como Ante Tomić o Pau Ribas, por no hablar del siempre eficaz Joel Parra. Si el Unicaja-Real Madrid tuvo de todo, la otra semifinal supuso un ejercicio de suspense agónico. Amparados en ser compañeros sin fisuras, Marcelinho Huertas, Jaime Fernández, Sasu Salin y Gio Shermadini lideraron el camino para un 72-73 que dejó helada a la Penya en su propio feudo tras un asedio colosal a las canastas.

Bruno Fitipaldo corrió tras el último disparo de Andrés Feliz, para asistir con pase bombeado a Elgin Cook. Seguidamente, Tim Abromaitis cerró el camino de su aro a Joel Parra, quien les había estado martilleando toda la velada. Es decir, poseían la misma elevada moral que el otro finalista. Badalona viviría un choque de aficiones igual de entusiasta que si hubieran estado Barcelona o Madrid.

Desde el salto inicial, los isleños mantuvieron esa capacidad para proteger su pintura, convertida en un hormiguero de constante movimientos donde incluso hombres como Perry quedaron enredados. Sería una lucha sin cuartel. Por su lado, Melvin Ejim se erigió en la mejor baza de la amplia baraja de Navarro, aportando excelentes intangibles en defensa. Brizuela seguía con su magnífica pólvora mojada, mientras que Marcelinho Huertas, el Dorian Gray del deporte brasileño, daba un clinic de dirección, además de convertir canastas psicológicas desde distancias imposibles. Kalinoski, quien acertaría sus cuatro primeros triples en la final, cerró sobre la bocina para dar una ligera ventaja al Unicaja durante el primer cuarto.

Con mucha inteligencia, Tenerife comprendió que debía evitar que sus adversarios corriesen. Lograron imponer un tempo que benefició a sus intereses, Giori Shermadini y sus andares de T-800 eran un ejemplo de usar fundamentos en el juego interior. De hecho, sin los abundantes rebotes ofensivos de los malagueños y con un poco más de puntería en la línea de 4’60, los de Vidorreta podrían incluso haberse despegado en el electrónico.

Hacían falta nuevos héroes, escuderos de lujo para secundar a los caballeros más cansados. Jonathan Barreiro leyó líneas de pase, convirtió cuando tocaba tiros decisivos y propició que Mario Saint-Supéry coronase su condición de “Principito” de la ACB con una corona copera. Tyson Carter logró romper en el tercer cuarto con el perfecto cierre de filas tinerfeñas, usando la intimidación que generaron sus lanzamientos de tres para saber cuando amagar y entrar a canasta dentro el enjambre de hombres de negro.

60-60 y diez minutos para decidir el campeón. Incluso embajadores como Carlos Cabezas y Berni Rodríguez, símbolo de los días de gloria en Andalucía, olvidaban el protocolo para festejar como en los viejos tiempos. Hasta la presencia de Jorge Garbajosa era vista como un guiño de aquella célebre Copa ganada al Real Madrid (volverían a medirse con los blancos en 2020, aunque sin el mismo éxito).

Unicaja no quería prórroga, quizás con la memoria de Pete Mickeal y sus segundos mágicos en la espectacular edición de 2009. Osetkowski convirtió frente al cristal para poner una máxima (77-69) que se antojaba definitiva. Nada más lejos de la realidad. La marca de los Bruno Fitipaldo y compañía dictaba que intentarían escalar la gloria hasta que la bocina dijese lo contrario. El 83-80 supuso otro ejercicio de resiliencia del archipiélago, confirmándose Tyson Carter como un impecable MVP que merecía todos los elogios.

Habíamos suspirado por sorpresas y ya la teníamos. Unicaja de Málaga nos había trasladado a otra época, casi artúrica, para recordar que no existían quimeras. Acababa una larga búsqueda, un Grial copero que puede marcar un punto de inflexión en una de las grandes instituciones deportivas del baloncesto español.

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