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Opinión

Baloncesto en verano: hastío del estío

Sentimos y vivimos baloncesto. Lo necesitamos, lo queremos. Y, de repente, llega el verano y se acaba la magia. Así vivimos esta época los seguidores.

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David Foster Wallace, a través de su sempiterna clarividencia, argumentó una vez que “la belleza no es el objetivo del deporte de competición, pero el deporte de alto nivel es un lugar privilegiado para la expresión de la belleza humana”. En caso contrario al de su adorado tenis, que únicamente descansa en diciembre, el baloncesto profesional (menos WNBA) cierra cada año los pabellones en junio. El calor del verano marchita la belleza, agrieta el parquet. Por suerte, septiembre y la cercanía del otoño recuperan el tono anaranjado de la pelota emulando las hojas de los árboles. Sin embargo, los aficionados nos aletargamos durante tres meses esperando el regreso de la serotonina que nos segrega el movimiento del balón en manos expertas.

Como adictos que somos, cualquier calada alivia la abstinencia. Nos ilusionamos con la Summer League, que hace las veces de vaper frente a los cigarrillos marca Euroliga o NBA. Jugadores novatos que apuntan alto, otros más veteranos que no tienen sitio en la liga o que llegan desde el otro lado del charco a probar suerte. Por si cae una invitación al training camp. Es más, hay varias franquicias (que no deben ser nombradas, pero son conocidas por todos) cuyo principal reclamo publicitario cada año no es la competición, sino las elecciones del Draft. Viven del hype y la anticipación. Y a la NBA, como negocio en última instancia, eso le parece bien. Qué mejor época para el corazón del aficionado que la del flamante amor veraniego: relación que es 100% pasión y 0% cerebro, fruto de la novedad.

Otro fenómeno típico de esta época estival es aquel de los videos virales que publican los jugadores sobre sus entrenamientos en vacaciones. ¿Será este el año en el que Luka Doncic se ponga en forma? Se le nota más fino. He visto también que Ben Simmons mete muchos triples seguidos, parece probable que vuelva a gran nivel. Dwight Howard también anotaba muchos, cosa que, de forma inevitable, conduciría a la ampliación de su juego. Harden se ha puesto el fatsuit otro año más para ser traspasado.

El mercado de traspasos y agentes libres es, a gran distancia de todo lo demás, el mayor aliciente del baloncesto en verano. Activadas permanentemente las notificaciones de Wojnarowski, Charania, Stein o Haynes. Años atrás mucho más atractivas que ahora, todo sea dicho. En NBA los jugadores han ido adquiriendo más ventajas salariales y quedarse en su franquicia suele ser rentable para ellos. Solo nos quedan los Lillard, el ya mentado Harden o Kyrie Irving. En Euroliga suele ser mucho más entretenido, pues los cambios son más frecuentes y los salarios muy dispares.

Estas fechas suelen ser propicias para ver a las selecciones Sub X. Darse el pisto de conocer a las nuevas generaciones te hace quedar como el experto de tu grupo de amigos. “Buah, ya verás el tal Izan Almansa, es un desconocido, pero va a ser buenísimo”. Un desconocido que acapara portadas de las secciones de baloncesto en los grandes medios generalistas españoles. Además, puedes hacer la comparativa entre los diferentes juniors de oro y ya está el debate montao´. Este fenómeno encierra muchas similitudes con la Summer League. Nos compramos las cartas del tarot y la bola de cristal, y andando. Ya sabemos quién va a liderar al conjunto nacional durante las próximas dos décadas. Sin ningún género de duda, además.

Al final, las opciones se encuentran muy reducidas. El profesor John Fowell decía que Éric Rohmer presentaba el verano en sus películas como periodos de hastío, lentitud y un ambiente opresivo. No obstante, la nostalgia impregnaba los meses de junio, julio y agosto como un ideal a perseguir por la raza humana. Un período en el que nos conocemos y reencontramos con los otros. Por eso, y porque no somos tan seguidores del ciclismo como para disfrutar el Tour de Francia, no nos queda otra que ir a las pistas del pueblo a echar una pachanga a 40ºC a la sombra. El único momento del año en el que se juntan el bueno, el mediocre, el que está fuera de forma y el futbolero que tiene una mecánica de tiro cuestionable. Y qué bien lo pasamos, ciertamente.

Por todos estos motivos, ser fan del baloncesto en verano es cuestión de valientes. Y de adictos. De obsesivos, tal vez. Recuerden hidratarse, pues el sol no hace prisioneros y las canchas (las “reales”) no están cubiertas. Pueden leer los especiales de Skyhook Magazine, que no están escritos por Wojnarowski sino por analistas de verdad. Tocará hibernar hasta septiembre. Hasta todos los septiembres.

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