Don Nelson dio unos pocos pasos dentro del autobús y se sentó bruscamente en el lugar que tenía reservado para él toda la temporada, inmediatamente detrás del chófer. Hizo un gesto a un asistente para que le llevara un refresco, y exhaló un soplido mirando al techo, mientras se golpeaba repetidamente con los dos puños en los muslos, algo que solía hacer en cuando no las tenía todas consigo.
«Sácame de aquí pronto, maldita sea», le hubiese gustado gritar. El entrenador de los Mavs de Dallas, una leyenda del baloncesto americano, quería olvidar de una vez esa temporada horrorosa con el equipo tejano, culminada hacía unos pocos minutos con una bochornosa derrota ante los Lakers de Shaquille O’Neal, Eddie Jones y un adolescente llamado Kobe Bryant. Y el primer paso era salir del viejo Forum de Los Ángeles.
¡Y además los Lakers! ¡Los jodidos Lakers! Nelson, componente de los legendarios Celtics de los 60, resopló de nuevo su brillante flequillo mientras abría con brusquedad la Pepsi. No llevaba nada bien lo de perder, y mucho menos si se producía en esa pista, la de sus antiguos enemigos y por 29 puntos de diferencia. Una paliza en toda regla.
Sin embargo, esa humillación, aunque especialmente dolorosa para Nelson, no había sido la primera ni la más dura de un equipo absolutamente roto, desquiciado, y que había puesto en California el cierre a una temporada espantosa con solo 24 victorias, un balance que les dejaba fuera de Playoffs por octavo año consecutivo.
Lejos quedaban los atrevidos Mavs de los 80, que gracias a jugadores tan talentosos como Rolando Blackman, Mark Aguirre, Adrian Dantley o Roy Tarpley habían coqueteado durante un lustro con las grandes potencias del Oeste, alcanzando unas Finales de Conferencia ante los Lakers en 1988.
Diez años después el paisaje era mucho más desolador en la tercera ciudad más grande de Texas. Donnie Nelson había reemplazado a comienzos de diciembre al frágil Jim Cleamons, que aunque comenzó la temporada con algún resultado esperanzador, fue despedido tras encajar un parcial de doce derrotas en los primeros trece partidos de regular season.
Aunque Nelson intentó aplicar mano dura en un vestuario repleto de egos y jugadores pasado de vueltas, el equipo siempre estuvo muy lejos de reaccionar, y en enero no sumaban más que cinco victorias en treinta y dos partidos. El proyecto estaba muerto.
Pese al espantoso balance de la temporada, Nelson todavía contaba con fuerza a ojos del propietario de la franquicia, Ross Perot Jr., que confiaba en el técnico de Michigan para completar de una vez por todas la huida de los infiernos. Pero ese viaje había comenzado casi un año antes.
Aquel chico rubio que machacó sobre Charles Barkley
En 1997 Nelson pudo contemplar cómo un espigado y desconocido alemán, que jugaba en un equipo todavía más desconocido de la segunda división alemana y tocaba el saxofón cuando no estaba en una pista de baloncesto, plantaba cara a estrellas consagradas de la NBA como Scottie Pippen y Charles Barkley en un partido de exhibición. Un mate del joven jugador, sobre Sir Charles, desató la ovación en el pabellón y unas declaraciones en las que la estrella de los Rockets aseguraba que el alemán que respondía al nombre de Dirk Werner Nowitzki estaba listo para jugar en la mejor liga del mundo.
Unos meses después, Nelson, que ya ejercía de técnico omnipotente en Dallas, se aseguró un entrenamiento privado con el alero alemán, que estaba en Estados Unidos para jugar el Nike Hoop Summit, un torneo que enfrenta a las mejores promesas estadounidenses con las del resto del mundo, y que ese año se celebraba en la cercana San Antonio.
Nowitzki encandiló con su actuación tanto en el entrenamiento como en el partido, y además de lograr el MVP del torneo con 33 puntos y 14 rebotes, volvió a Alemania con la promesa de Nelson de que haría todo lo posible para seleccionarle en el Draft de ese mismo año.
Sin embargo, el viejo Donnie no era el único que había captado el potencial latente del germano, que fue tentado por clubes europeos, universidades americanas de primer nivel y, sobre todo, por Rick Pitino.
Pitino era por aquel entonces el entrenador de los Boston Celtics, y fue escogido por la franquicia de Massachusetts para retomar el rumbo ganador perdido tras la retirada de Bird, McHale, las prematuras muertes de Len Bias y Reggie Lewis y un buen puñado de decisiones a cada cual más disparatada (esos contratazos a estrellas del calibre de Dana Barros..), y que habían llevado a los gloriosos verdes a un enorme y gélido desierto durante casi toda la década de los noventa.
Sin embargo, en esa temporada 97/98, Pitino pronto descubriría que los milagros no existen, y que esos Celtics tampoco volverían a pisar la postemporada, lo cual le concedió mucho tiempo para que se volcara en proyectos de futuro.
Para el próximo Draft de 1998 eran varios los jugadores destinados a convertirse en sucesores de la longeva generación de Jordan, Malone, Pippen y compañía, en plena recta final de sus carreras deportivas.
Así, el enorme y atlético pívot Michael Olowokandi, el versátil alero de Noth Carolina Antawn Jamison, y su compañero de fraternidad, un saltarín llamado Vince Carter, que era comparado constantemente con Air, copaban los primeros puestos en las predicciones sobre quién sería el elegido por Los Ángeles Clippers, que tendrían la fortuna de escoger promesa en primera posición.
Estas cábalas eran ajeas a Rick Pitino y los Celtics, que contaban con su elección en la décima posición, y sabían que no podrían optar a ninguno de esos hombres. En la agenda céltica destacaban los nombres de Paul Pierce, un prometedor alero nacido en California y que había destacado en la Universidad de Kansas, y de Dirk Nowitzki, que acababa de ascender con su equipo a la primera división alemana después de varios intentos fallidos.
Precisamente en esa temporada del ascenso se habían conocido Dirk y Pitino, cuando el alemán realizó para Boston un entrenamiento secreto en Roma. Nowitzki acudió junto con su entrenador personal y mentor, Holger Geshwindner, que acordó con un impresionado Pitino que el alemán difundiera el rumor de que Dirk debería realizar un año de servicio militar, con el fin de espantar a otras franquicias y poder escoger a la estrella germana con su elección del Draft.
Nowitzki tenía un pie y medio en Boston, o al menos eso pensaba Pitino, ajeno totalmente a que Don Nelson iba a jugar todas sus cartas para llevarse al alemán a Texas.
Los Mavs, después de su mala campaña, tenían una mejor posición a la hora de elegir jugador, y serían los sextos en hacerlo, por lo que en principio Boston no podría llevarse a Nowitzki. Sin embargo, no todo podía ser tan fácil.
Ross Perot, el propietario, era mucho más reacio a la elección del alemán, al cual consideraba una apuesta excesivamente arriesgada. Debemos tener en cuenta que en 1998 los europeos seguían siendo una rara avis en el hábitat del baloncesto norteamericano, y seleccionar un alemán que ni siquiera había pisado la universidad sería considerado -como efectivamente fue- toda una extravagancia de Nelson.
Donnie tuvo que hacer uso de todas sus facultades negociadoras para convencer a Perot, con el que llegó a un acuerdo. Podría seleccionar a Dirk Nowitzki si conseguía un jugador adicional en el Draft que ayudara a la reconstrucción. Una apuesta puede salir mal, pero si compramos dos boletos, tendremos más posibilidades de que nos toque la lotería, debió pensar Perot.
En plan estaba en marcha y para completarlo Nelson encontró la solución en el estado de Wisconsin. Los Bucks, otra franquicia en plena reconstrucción, accedieron a traspasar sus números 9 y 19 de la primera ronda, por el número 6 de los Mavs. Perot tendría su parejita y Nelson seguiría escogiendo por delante del 10 de Boston. Jaque mate a Pitino.
Esa noche del Draft en la que Olowokandi se coronó como uno de los peores números uno de la historia, los Bucks escogieron en la sexta posición al inmenso Robert Traylor, apodado «El Tractor», que permanecería en la liga durante siete decepcionantes temporadas. Traylor, que tuvo un paso fugaz por la liga LEB 2 en Vigo, aparecería muerto con tan solo 34 años en su motel de Puerto Rico, justo después de hablar con su mujer por Skype.
Pero volvamos a la noche del Draft de 1998. Después de todos los problemas, David Stern anunció el número 9 de la primera ronda de ese año. Y de sus labios brotó un nombre que se convertiría en leyenda.
Con la segunda elección Nelson escogió a Pat Garrity, un alero con buena mano y débil físico, al que traspasó inmediatamente junto con Martin Müürsepp y Bubba Wells a los Phoenix Suns a cambio de Steve Nash. En ese traspaso también viajó de Texas a Arizona una primera ronda que con el tiempo sería el alero All-Star Shawn Marion, y que curiosamente también vestiría ambas camisetas.
Steve Nash era un jugador semi desconocido en la liga, procedente de una universidad de segunda fila como Santa Clara, y que había permanecido enterrado en el banquillo de los Suns, primero por Kevin Johnson y más tarde por Jason Kidd. Sin embargo, Nelson pensaba que su velocidad, combinada con una maravillosa visión de juego, le convertían en el base perfecto para el sistema ultra ofensivo que quería poner en práctica durante la siguiente temporada.
Pero esos planes iban a verse amenazados casi desde el mismo momento de la elección de Dirk y el traspaso de Nash. La huelga de jugadores en la NBA estalló como una bomba de relojería y muchos jugadores decidieron mirar otros horizontes mientras llegaba una solución. Mientras el mundo del baloncesto recibía la retirada de Jordan, en la otra punta del mundo los padres de Nowitzki ponían en serias dudas la presencia de su hijo en la liga americana, fuese cual fuese el resultado de las negociaciones entre el sindicato de jugadores y la patronal.
Un capítulo inesperado: Bolonia entra en juego
Según los progenitores de Dirk Nowitzki, el alemán tenía una importantísima oferta del TeamSystem de Bolonia, que le ofrecía un proyecto de primer nivel, y dinero, mucho dinero. Ante estos negros nubarrones, los Mavs actuaron rápido y pusieron un avión a disposición de Dirk para que volase a Dallas durante unos días y conociese a la organización y la ciudad. Allí convencieron al jugador de que diera el salto en cuanto se solucionara el conflicto, y mientras le buscaban un equipo para que no perdiese el ritmo competitivo esos meses.
Varios clubes europeos (entre ellos el F.C. Barcelona) fueron sondeados, pero los especiales requisitos para recibir al jugador -cláusula de salida NBA incluida- hicieron que ninguno estuviese interesado, por lo que Dirk Nowitzki regresó unos meses al Wurzburg de la débil liga germana, hasta que David Stern anunció lo que era un secreto a voces, que ese año también habría baloncesto profesional en Estados Unidos.
Y Dirk Nowitzki comenzaría a hacer historia en él.
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