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Objetivo Europa

Kill Bill: Volumen Final

Repaso a la trayectoria de Vassilis Spanoulis uno de los jugadores FIBA más determinante de la última década.

Getty Images

“Llega la hora de retirarme de la selección, para la que he jugado desde que tenía 17 años. Se cierra un círculo para mí. Es momento para que el equipo nacional deje jugar a los jugadores jóvenes. Tenemos mucho talento detrás nuestra. Todos estaremos con ellos”. No sin aflicción, estas eran las palabras con las que Vassilis Spanoulis (Larissa, 1983) ponía punto y final a su exitosa andadura con la selección griega, la que llegaba como “la mejor de la historia” al Eurobasket 2015, a palabras de su entrenador Fotis Katsikaris, y que terminó siendo ejecutada de manera prematura por la España de Pau Gasol y compañía, que tras una primera fase sin hacer los deberes, a diferencia de Grecia, elegía el camino más difícil al éxito que más tarde encontró.

La despedida era dolorosa, sin artificios ni un aviso previo con el que jugar sus últimos partidos de azul y blanco aderezados con los, a buen seguro, homenajes en las gradas, que habría envuelto sus últimas internacionalidades en un aura mítica para despedir a uno de los mejores de siempre. Una vía que sí eligen otras estrellas, regalarse a sí mismas el gozo de disputar un campeonato con el respeto manifiesto de todos partido a partido.

Un anuncio sorprendente, llegado después de ganar el partido por el quinto puesto ante Letonia, el más difícil de jugar, y logrando el objetivo mínimo de clasificar a Grecia para el Pre-Olímpico de 2016 que determine las tres últimas plazas para Río de Janeiro. Pulsen la pausa un momento. Hay unos Juegos Olímpicos en el frente y Grecia aún tiene opciones de clasificarse. De hecho, su equipo sería uno de los más potentes de los últimos contendientes. Así pues, ¿por qué ahora? ¿Por qué no luchar por ese objetivo final que se ha quedado a medias? ¿No sería aún más bello decir adiós en la mejor competición de selecciones? Producto de la frustración de este Eurobasket o no, sólo Spanoulis lo sabe.

Kill Bill, como es conocido Vassilis Spanoulis por su destreza en los momentos apretados de los partidos y su afición al cine de Tarantino, ha tomado algunas decisiones que han podido parecer sorprendentes en su carrera, por precipitadas, controvertidas o impopulares. Pero siempre de una manera muy personal, buscando nuevos retos. Es el momento de que la nueva generación de jugadores griegos asuma el desafío de volver a clasificar a su país para los Juegos Olímpicos, que ya se perdieron en 2012.

En el momento de su retirada del baloncesto profesional tras una buena temporada en Fuenlabrada, decía Francesc Solana, actual director deportivo del Morabanc Andorra, que aunque podía parecer que aún le quedase fondo para más, tan solo se trataban de los últimos coletazos antes de morir. Ese fondo del depósito, la reserva, es lo que parece querer guardarse Spanoulis para el club de sus amores, el Olympiacos, el único que consiguió tocarle la fibra cuando la cabeza le pedía un nuevo reto en su carrera, logrando que el corazón se impusiese.

V-Span, su otro popular apodo, es un jugador ordenado y de fuerte carácter, con una imponente personalidad. Esa que siempre le ha hecho tomar decisiones buscando lo mejor para su carrera, elevando su gráfica paso a paso y no con repuntes que pudiesen propiciar después duras caídas. Ama el baloncesto y lo ha querido cuidar. Así fue como quiso pasar del modesto Larissa, de su ciudad natal y en la segunda división griega, al Maroussi de Panagiotis Giannakis (quien le daría su primera oportunidad en la selección absoluta), pese a que ya Panathinaikos y Olympiacos se diesen tortas por él.

En Maroussi no lograría ningún título, pero su crecimiento le llevó a debutar con la selección griega en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, como anfitrión, y repetir experiencia el año siguiente en el Eurobasket de Belgrado 2005, alzándose con la medalla de oro en un campeonato dominado por su compatriota Dimitris Diamantidis, con el que ya formaría uno de los backcourts más legendarios del viejo continente.

Esa temporada 2004/05 fue la mejor de su carrera hasta entonces, con promedios de 15’9 puntos y 3’9 asistencias por partido que le hacían formar parte del quinteto ideal de la liga griega. Con anterioridad ya había sido galardonado como mejor jugador joven (2003) y más mejorado (2004) de la competición y, ahora sí, parecía el momento de dar el gran paso. Panathinaikos se llevaría el gato al agua haciéndose con el hombre más deseado del momento.

Como miembro del club más laureado del baloncesto heleno, Spanoulis firmaría otra exitosa temporada, repitiendo presencia en el quinteto ideal y ganando Liga y Copa, resistiéndosele sin embargo una Euroliga en la que ni tan si quiera entraron en Final Four, apeados en cuartos de final a manos del todavía TAU Cerámica, que había remontado la serie guiado por un colosal Luis Scola.

Amarga experiencia en la NBA

El verano de 2006 sería muy importante en la carrera de V-Span. Con ese sabor agridulce de quedarse muy cerca de la ansiada Euroliga,y tan solo una temporada después de firmar un gran contrato con Panathinaikos, Spanoulis decidía coger el tren de la NBA, ese que nunca se sabe si volverá a pasar si no te montas cuando pasa por tu estación. Y antes de debutar, medalla de plata en el Mundial de Japón 2006, ese que siempre recordaremos los españoles. Los griegos no tuvieron opción en una final exenta de Pau Gasol, pero en semifinales se habían cargado a la favorita pero prepotente Estados Unidos, que ni si quiera se sabía los nombres de sus rivales. Sobre él declararía en rueda de prensa el entrenador Mike Krzyzewski que “el número 7 estuvo espectacular en la segunda parte”. Sí, algo bien se le dan las mitades finales al de Larissa. Por fortuna para la USA Basketball, de los errores se aprende.

Nuestro protagonista hacía efectiva su cláusula de salida previo pago de 400.000 euros y la ilusionante franquicia de Houston Rockets era su destino. Pero por desgracia, la de Kill Bill es otra de esas muchas historias de gran jugador europeo que salta a la NBA y se encuentra el ostracismo del fondo del banquillo y un estrecho abanico de oportunidades. El ultraconservador Jeff Van Gundy no confió en él, haciendo de los Rockets una mala elección, como más tarde reconocería a Gigantes Spanoulis, que da más peso al destino que al momento elegido para dar el salto a la mejor liga del mundo. Se sabía capacitado para jugar en la NBA, pero después de participar en sólo 31 partidos con medias de 8’8 minutos y 2’7 puntos por noche, no había más tiempo que perder.

No consiguió convencer al menor de los hermanos Van Gundy, que curiosamente no ha vuelto a entrenar a ningún equipo de la NBA desde aquella temporada, aunque sí se ganó el respeto de entrenadores rivales como Doug Collins, que “por cómo ejecuta el pick and roll, lo competitivo, duro y valiente que es, la confianza que tiene en sí mismo” era tajante al respecto de su valor: “No tengo ninguna duda de que podría haber sido un gran jugador de la NBA”.

En una misma línea de incomprensión se manifestaba el sucesor de Van Gundy en Houston, Rick Adelman, que “habiendo visto todos los partidos de la temporada pasada”, decía “honestamente no tener ni idea de por qué no jugaba”, y que con él “lo habría hecho”.

Pero qué más daría todo eso en la mente de Vassilis Spanoulis. Él se sabía capacitado para competir allí y con eso bastaba. Como diría a Gigantes, “quiero disfrutar jugando al baloncesto, ser feliz en la cancha y fuera de ella”. Y sentía la necesidad de volver a saborear lo que era ganar títulos.

Retorno a Grecia

Era el momento de volver. De volver al Panathinaikos, que, por si fuera poco, había ganado su deseada Euroliga en su año NBA.

La NBA es un sueño, pero el baloncesto es demasiado bonito como para perder años de carrera en el banquillo por un entrenador cerril de ideas. Volvería a entrar en el quinteto ideal de la Liga griega, que de nuevo se llevaría junto a la Copa, pero la Euroliga se resistía. Una decepción más, cayendo de manera bochornosa en el Top 16 de la 2007/08.

Pero a la tercera iría la vencida, y en 2009 llegaría por fin el máximo título continental, coronándose como MVP de la Final Four de Berlín, ganada en la final 73-71 al CSKA Moscú con un triple providencial con su marca de fábrica. También sería reconocido como mejor jugador de la Liga griega, ganando junto a ella otra Copa más.

En 2009 nacería Thanasis, primer hijo de su matrimonio con Olympia Chopsonidou, Miss Grecia en 2006.

Con la selección griega volvería a probar el sabor de una medalla, la última a la postre, colgándose el bronce en el Eurobasket de Polonia 2009 después de ser los helenos vapuleados por una España con ganas de arreglar el famoso estropicio de 2007, ganando por la mínima a Eslovenia. Spanoulis lideraría en anotación a una selección huérfana de Papaloukas y Diamantidis (14’1 puntos por partido) y entraría dentro del quinteto ideal del campeonato.

Después de una temporada 2009/10 en la que “sólo” se haría con la liga griega, por primera vez desde 2005 no formaba parte del quinteto ideal de la competición (exceptuando su año NBA) y Panathinaikos volvía a decir adiós en el Top 16 de Euroliga, era el momento de un cambio. El más doloroso. Inexplicable para muchos. En verano de 2010, Spanoulis cambiaba el verde de Panathinaikos por el rojo de Olympiacos. No lo hacía por dinero, como siempre ha declarado, sino porque consideraba cumplido un ciclo y su carrera necesitaba nuevos retos.

Llegaba al subcampeón europeo, que tenía como objetivo ahora sí lograr el título. Sin embargo, Spanoulis volvía a ver truncados sus sueños cayendo en cuartos de final frente al incipiente Montepaschi Siena, y era precisamente Panathinaikos quien ganaba la Euroliga en la Final Four de Barcelona 2011. También su antiguo equipo se hacía con la liga griega, y V-Span había de conformarse con una Copa que le sabía a poco. Olympiacos contaba en su plantilla con jugadores como Linas Kleiza, Josh Childerss, Milos Teodosic o Theodoros Papaloukas.

Corazón (y victoria) por encima del dinero: el lustro Spanoulis

El verano de 2011 fue más que movido en el seno de Olympiacos. Los propietarios del club, azuzados por la crisis griega, se replantearon seriamente la salida de un club al que habrían dejado su futuro bailando en el alambre y con el peso de la incertidumbre. Finalmente, el proyecto tendría continuidad, pero en versión low cost. De un presupuesto de treinta millones en 2010 se saldría en la temporada 2011/12 con uno de ocho, y con todas las estrellas del equipo en nuevos destinos a excepción de una: Vassilis Spanoulis.

El de Larissa quedaba como el unánimemente reconocido máximo exponente de Olympiacos, aquel por el que todo empezaría y acabaría, y a quien habría que rodear de jóvenes talentos, torneros fresadores y americanos dispuestos a servir como complemento. Allá donde antes había estrellas sobrepagadas y batallas de egos ahora habría obreros sacrificados para lustro de su líder. La nueva arquitectura con la que Olympiacos querría seguir peleando por todo.

Vassilis Spanoulis ha sido el jugador más determinante de Europa los últimos cinco años. Una afirmación sujeta a discusión, pero al que los resultados dan favor. El baloncestista más decisivo, dominante y cerebral que ha jugado en el continente europeo en los últimos años comenzaba en la temporada 2011/12 a dar el último paso de su carrera, el que le diese la entrada al olimpo donde los deportistas se vuelven inmortales a sus carreras y a sus propias vidas.

Tras una fase regular de Euroliga soberbia en lo individual (promedió 19’8 puntos por partido) pero complicada en lo colectivo, Olympiacos entraría en cuartos de final tras un sufrido Top 16 del que lograría pasar tras un balance de 3-3 y un único punto de diferencia en el basket average sobre Galatasaray. Dando la impresión de que demasiado lejos había llegado el conjunto entrenado por el legendario Dusan Ivkovic, el carácter griego asaltaría el factor pista de Montepaschi Siena en cuartos de final para ganar con autoridad 3-1, sin necesidad de exprimir a Spanoulis, y colarse en una Final Four a la que no debía pertenecer.

En la semifinal, victoria 68-64 frente a los 25 millones de presupuesto del F.C. Barcelona en un partido que siempre dominó con pequeñas ventajas el equipo liderado por V-Span, que con un triple que ponía el 66-61 y una asistencia a Joey Dorsey (futuro culé) para la canasta final, permitía pelear al cuadro heleno por su segundo entorchado europeo, esta vez ante los 40 millones del CSKA Moscú del viejo conocido Milos Teodosic.

La final que todo aficionado al baloncesto europeo recuerda por el ridículo moscovita, que tras mandar con contundencia a lo largo de toda la final y con una máxima ventaja de 53-34 a falta de sólo doce minutos por jugar, y con Teodosic celebrando en el banquillo con gestos de superioridad, vio cómo Spanoulis, Papanikolau y, en última instancia Printezis, con aquel mítico gancho lateral, culminaban una de las remontadas más míticas de la historia del deporte y ponían el 61-62 definitivo a falta de una décima de segundo por jugar. ¿Había sido un milagro? Vassilis Spanoulis anotaría 15 puntos, dirigiría con corazón y templanza la remontada, daría la asistencia de la victoria a Printezis y sería elegido el MVP de la Final Four, ganando su segunda Euroliga, la más especial de su palmarés por haberla conseguido con un presupuesto tan reducido y haber tenido Olympiacos que esperar quince años hasta volver a reinar en Europa.

Nos encontramos en 2012 y ahora quien viene al mundo es Vassilis (el hijo), segundo retoño.

Sería incluido por primera vez en su carrera en el quinteto ideal de la Euroliga, formación en la que repetía en la liga griega, la cual conduciría a Olympiacos a ganar también por primera vez en quince años, de los cuales catorce habían sido de dominio verde. Algo estaba cambiando en Grecia y ese algo se llamaba Vassilis Spanoulis.

Pero sin duda sería 2013 el año más exitoso de su carrera. Un año al mismo tiempo difícil, una temporada larga en la que el camino contenía mayores obstáculos al dejar Olympiacos de ser el equipo venido a menos que parecía en 2012 y sí el vigente campeón de todo. Y él, su bandera. “Todo el mundo quería ganarnos”, decía el astro. Un trayecto memorable y un final que lo hacía aún más legendario.

Con el cambio en el banquillo de Ivkovic por Georgios Bartzokas, Olympiacos no reduciría su éxito en Euroliga a pesar de ser el equipo a batir. No triunfarían en los torneos domésticos, pero el carácter del equipo fue la mayor virtud a la que agarrarse en una temporada “con muchas subidas y bajadas”, pero que culminarían colándose en otra Final Four en la que no se les esperaba, la de Londres 2013. Sí, habían sido los mejores el año pasado con un presupuesto cinco veces menor que el de otros candidatos, pero, ¿acaso los milagros podían repetirse? No, puesto que dejarían de serlo. Sin embargo, ahí estaban, tras pasar ciertos apuros en la fase de grupos y Top 16, los del Pireo llegaban al momento de la verdad en forma, con una plantilla bajo sospecha hasta el día D.

Llegarían a Londres tras sufrir hasta el quinto encuentro su eliminatoria de cuartos ante el Anadolu Efes, que parecía con pie y medio en la Final Four tras haber ido ganando hasta por quince puntos de diferencia a Olympiacos en el partido a vida o muerte.

Había que volver a verse las caras con el CSKA Moscú, ahora dirigido por Ettore Messina, que volvía a aquel lugar donde más éxitos consiguió en busca del crédito perdido en Madrid. Pero no. Con una de las mejores defensas jamás vistas en una fase final, Olympiacos ridiculizaría a unos moscovitas que apenas pudieron anotar 52 puntos ante la tela de araña trazada por Bartzokas. En la final tocaría el Real Madrid, que regresaba al partido por el título continental dieciocho años después tras ganar al Barça en una excepcional recta final de partido.

Sería entonces cuando asistiríamos a una de las mayores exhibiciones jamás ofrecidas por un jugador de baloncesto.

El cénit de Kill Bill

No existe jugador en la actualidad que despierte más pavor en el equipo rival (jugadores, entrenadores, afición, directivos y todo aquello que pueda englobar un escudo deportivo) que Vassilis Spanoulis con el balón en las manos en la segunda parte de un partido decisivo.

Con un marcador adverso llegado el tiempo de descanso de 37-41 (primer cuarto de 10-27) y el actual MVP de la Euroliga sin un solo punto en su zurrón particular y una valoración acumulada de -10, Olympiacos necesitaba a aquel jugador con aspecto de Spanoulis pero que no jugaba como él.

“Tengo que mejorar, el equipo me necesita”, se diría a sí mismo el griego. Y con dos triples suyos seguidos, Olympiacos por delante por primera vez en el partido. Les seguirían tres más, hasta un total de 22 puntos, todos en una segunda parte de locura. Una muestra de dominio total y absoluta, inapelable por cualquier rival. El plan de Pablo Laso había dado resultado hasta el descanso, pero no podía seguir siendo el mismo a partir de él. La analítica de Spanoulis, jugador tremendamente inteligente, había dado con la clave, y una vez encestado el primer triple, nada más había que hacer. “Cuando entró el primer triple en la segunda parte sentí que iba a jugar a mi nivel habitual”.

Daba igual cómo sobremarcasen al base griego, el balón le acababa llegando. Como igual daba pasar los bloqueos directos por delante o por detrás, con flash o con cambio, nada daba resultado. No había dos ni tres contra uno efectivo contra el mejor Kill Bill, que incluía triples desde más de ocho metros. Una locura. La fase de flujo de la que habla Gonzalo Vázquez, que recogía la teoría del flujo que el psicólogo Daniel Goleman explicaba de la siguiente manera:

“Usted se encuentra en un estado extático en el que se siente como si casi no existiera. Así es como lo he experimentado yo en numerosas ocasiones. En esos casos mis manos parecen vacías de mí y yo no tengo nada que ver con lo que ocurre sino que simplemente contemplo maravillado y respetuoso todo lo que sucede. Y eso es algo que fluye por sí mismo”. (Goleman, Kairós, 145).

Sí, Vassilis Spanoulis había entrado en fase de flujo. Tanto como imposible se hace adjetivar de manera fiel a la realidad lo vivido en el O2 Arena de Londres aquel 12 de mayo de 2013. Ganaba así su tercera Euroliga en sus tres apariciones en la Final Four y, claro, su tercer MVP de la fase final.

No obstante, y después de haber pasado uno por uno por los jugadores del Real Madrid, afligidos sobre el parqué, para dar ánimos y mostrar su respeto, sus palabras después de la final no iban referidas al mejor partido de su vida, sino hacia su equipo, del que destacaba su “gran química”. “Todo el mundo conoce su rol, nuestro entrenador ha superado una situación muy difícil y nos hemos mantenido unidos en el vestuario. Nos sentimos como una familia porque es lo que somos”. Algo que no se podía decir a su llegada al equipo de Teodosic y compañía en 2010. Todo un líder.

Había convertido a Bartzokas en el primer entrenador griego de la historia en ganar la Euroliga, por extraño que parezca el dato, en un escenario muy difícil para un entrenador que llega a un equipo ya campeón de Europa, con la misión de repetir un título que no se conseguía desde hacía quince años hasta la temporada pasada, y sustituyendo al legendario Dusan Ivkovic.

Era oficial. Vassilis Spanoulis había abandonado el escalafón de estrella para elevar su categoría a la de mito.

Tercera Euroliga y tercer hijo de la pareja Spanoulis-Chopsonidou, Dimitris.

Además, 2013 no se cerraría con la Euroliga, sino que Olympiacos se convertiría en campeón absoluto del mundo FIBA al hacerse también con la Copa Intercontinental, que volvía a celebrarse por primera vez desde 1996 en una tercera vida a partido de ida y vuelta, ganando ambos encuentros al Pinheiros brasileño.

Cobra al F.C. Barcelona

En el verano de 2013 Spanoulis quedaba libre de su contrato con Olympiacos. No había dudado en abandonar situaciones de comodidad en el pasado en busca de desafíos para su carrera, y tal vez era el momento de afrontar nuevos después de haber devuelto la gloria al histórico club ateniense, con dos Euroligas consecutivas después de quince años de sequía.

Pujarían fuerte por ficharle CSKA, Fenerbahçe y Barcelona, siendo el último quien más cerca quedó de hacerse con el de Larissa. Tan cerca, que según cuenta Gigantes sólo les separó un día. Con la decisión tomada de marcharse, Spanoulis viajaría a Barcelona para confirmar su compromiso con la entidad blaugrana. Antes de hacerlo, visitaría las oficinas de Olympiacos para comunicar su decisión al presidente del club. Pero mientras Spanoulis se encontraba reunido, y de manera espontánea, miles de seguidores claman desde el exterior por su permanencia, apelan al desarrollo de sus hijos en Grecia y corean su nombre hasta la afonía.

“Me quedé en el Olympiacos por emociones, por la afición, por mis tres hijos. Influyó un poco de todo… Y también porque aún tengo ganas de ganar nuevos títulos con el Olympiacos”.

Olympiacos por encima de todo. El corazón se había impuesto.

Nuevos retos en Olympiacos

Con un roster renovado, el club del Pireo no tendría una temporada 2013/14 tan exitosa como las precedentes. Un ambiente enrarecido, con Bartzokas todavía en entredicho a pesar de haber ganado una Euroliga de la que Spanoulis se llevaría todo el crédito, provocaría situaciones difíciles, como la derrota en cuartos de final de la Copa griega ante el Panathinaikos. Tropiezo que propiciaría la dimisión del técnico griego, que había sido agredido e increpado por seguidores atenienses, adelantándose a una posible destitución que llevaba demasiado tiempo flotando sobre sí por el dubitativo inicio de la temporada anterior, con la difícil papeleta de ocupar el puesto dejado por Ivkovic.

Una de las grandes bajas de Olympiacos para la temporada siguiente al bicampeonato, el macedonio Pero Antic, sacaría a relucir en Twitter problemas internos con Bartzokas, a quien desautorizaba por la Euroliga de 2013 ya que “Ivkovic nos dejó con el piloto automático”, acusándole de haber firmado mediada la temporada un contrato con Fenerbahçe en caso de no continuar en Olympiacos. No fue así, ya que tras un año sabático, Bartzokas se estrena en la temporada 2015/16 como técnico del Lokomotiv Kuban ruso.

Palabras diametralmente opuestas a las del mejor jugador del continente, Vassilis Spanoulis, que decía de su entrenador merecer “todo el crédito que se le pueda dar”. “Hizo un trabajo increíble, nuestra cooperación fue genial y me sentí muy feliz y orgulloso por él al ganar”. Incluso “probó ser el mejor entrenador que podíamos tener”.

Pese a haber empezado como un tiro la fase de grupos de Euroliga, ganando los diez partidos, el Top 16 se atragantaría, perdiendo seis de los catorce disputados. Con el factor cancha en contra, el vigente campeón tendría que superar en cuartos al Real Madrid, que deseaba con ansia deshacerse de su verdugo. Tras perder los dos primeros partidos como visitante, el Pabellón de la Paz y la Amistad ejercería como en las grandes citas y los de Spanoulis lograrían empatar la serie, que volvía a Madrid para jugar el quinto encuentro, que caería de lado blanco. Se ponía fin a una tensa eliminatoria, y Olympiacos acabaría en blanco una temporada difícil de soportar.

Tras el paréntesis que había supuesto la temporada anterior, la nueva llegaba como un soplo de aire fresco para un campeón al que se había subestimado su corazón. Con Giannis Sfairopoulos desde el principio en el banquillo y una plantilla más equilibrada se ganaría en estabilidad. Y Spanoulis no tardaría en deslumbrar: récord de anotación personal el 31 de octubre ante Neptunas Klaipeda con 34 puntos y MVP del mes de octubre. Olympiacos pasaría como líder de su grupo en la primera fase, pero en el suyo de Top 16 finalizaría tercero y le tocaba afrontar los cuartos de final con el factor pista en contra. El rival, aquel equipo en el que estuvo cerca de desembarcar dos años atrás, el F.C. Barcelona.

Una serie que empezaría con victoria española sobrada (73-57) y uno de los peores partidos de la carrera de Vassilis Spanoulis, que sólo anotaba un punto y firmaba una valoración de -8. A partir de ahí, tres victorias seguidas de los atenienses con 16 puntos y 6 asistencias de media para el astro, una de las cuales se convertía en triple ganador de Georgios Printezis, su socio favorito, en el cuarto partido de la serie.

En semifinales, una vez más, el CSKA Moscú de su ex compañero Milos Teodosic. Y nuevamente, un partido que parecía controlado para los rusos (con menos holgura que en la final de Estambul en 2012), con un partido mediocre de Spanoulis… hasta el final. Anotaría 13 puntos, pero con la siguiente secuencia en los últimos dos minutos: triple para poner uno arriba a Olympiacos (63-64), fade away en la cara de Vorontsevich para el 63-66 treinta segundos después y, tras empatar Weems con un triple (66-66), triple tras bote y paso atrás ante la marca de De Colo a falta de diez segundos (66-69). Y, demostrando su inteligencia, falta rápida antes de dar tiempo al CSKA a tirar un triple para evitar dar al rival la posibilidad de empate. Kill Bill lo había vuelto a hacer. ¿Cuántas veces iban ya?

En la final, empero, no había lugar a más milagros ante un Real Madrid que alcanzaba su tercera final de Euroliga seguida, esta vez en casa, y con la necesidad de ganar ya por fin el título que le faltaba al proyecto Laso. Un partido en el que la figura de Spanoulis no apareció como en otras grandes citas, tal vez porque ya había gastado el cupo de divinidades en la semifinal, y ante el dominio madridista con la puntilla de Jaycee Carroll cuando más apretaban los helenos no hubo mucho más que hacer. Incluso se pudo a ver a un Vassilis Spanoulis casi desconocido, lanzando el balón de manera hostil a Rudy Fernández respondiendo a su provocación, o diciéndole a Jonas Maciulis que no era “nadie en el mundo del baloncesto”. Más tarde, y con los ánimos ya en frío, sí accedió a la petición del mitómano Facundo Campazzo, que se adentró en el vestuario visitante a recibir de manos del griego su camiseta.

Y patrón roto. Si las tres Euroligas anteriores habían coincidido con los nacimientos de sus tres hijos, esta vez no sería así. Con la señora Chopsonidou esperando su cuarto bebé, la primera niña de la familia, la tradición se incumplía. Derrota que suponía la primera encajada por Vassilis Spanoulis en una Final Four, con un récord actual de 7-1. Decía Sergio Rodríguez que en su equipo también había varias embarazadas (entre ellas su mujer), así que tendremos que estar atentos a la Euroliga 2015/16 por si acaso.

Una temporada 2015/16 que Kill Bill afrontará de manera distinta a las dieciséis precedentes de su carrera profesional, habiendo renunciado a seguir representando a su país en beneficio de la cantera griega. Sabedor de que la luz que indica el final del túnel está más cerca que antes.

Vassilis Spanoulis es uno de esos jugadores que fácilmente, si no fuese por la fama que conlleva ser una leyenda viviente, podrían pasear por la calle sin parecer un jugador profesional del baloncesto. Es alto en el mundo de los mortales comunes (mide 1’92 metros) pero no es un gigante, a pesar de estar casado con una miss no es un tipo especialmente agraciado físicamente y su alopecia y descuidada barba sugieren más velas en su tarta de cumpleaños que las que verdaderamente corresponden.

A diferencia de él, sus padres no eran deportistas profesionales y no hay precedentes de ningún otro familiar dedicado al baloncesto o cualquier otra actividad física de alto rendimiento. “Jugaba a todo. Fútbol, balonmano, kárate, natación… pero cuando metí mis primeras canastas en canchas callejeras tuve claro que mi deporte sería el baloncesto”.

Por tanto, no es uno de esos casos de hijo de atletas que hereda unos genes privilegiados para la práctica deportiva. De hecho, nunca se ha tratado de un jugador especialmente rápido, fuerte o con una gran capacidad de salto. Y tal vez sea esa la clave de su buen envejecer. Siempre debió usar para su beneficio baloncestístico un cerebro que procesa a una velocidad anormal, mucho mayor que la de un individuo sacado al azar de un puñado de, ya no deportistas de élite, sino ciudadanos de a pie. Su inteligencia es su mayor valor añadido y diferenciador de otros grandes mitos del deporte que destacan, entre otras cualidades, por un físico privilegiado del que ya no se pueden aprovechar en sus últimos años de andadura profesional, ese tramo final que recibe el nombre de declive en aquellos casos.

Seguramente, si hiciésemos una rápida encuesta preguntando por los mejores tiradores y manejadores de balón que jueguen en Europa, no estaría entre las primeras cinco posiciones. Pero si preguntamos por el mejor jugador de los últimos cinco años, estaríamos más cerca de la unanimidad que en cualquier otra encuesta deportiva. ¿Cómo se explica esto? Cerebro y carácter.

Un carácter que jamás le ha hecho arrugarse ante ningún reto. El jugador más dominante y decisivo que ha pisado el parqué en Europa. Spanoulis no corre la cancha, se desliza por ella. Siempre mantiene la fe y la concentración en un partido por perdido que esté (que pregunten en Moscú o Madrid) y nunca se esconde, la gran mayoría de veces con excelente resultado. Antes del ‘lustro Spanoulis’ podía achacársele cierta carencia de globalidad en su baloncesto, a diferencia de Papaloukas o Diamantidis. Carencia que ha llegado a convertir en virtud en su madurez, un crecimiento año a año de un jugador que al tiempo que se ha convertido en cerebral jamás ha perdido ni un ápice de su instinto de killer. Un baloncestista que centraliza sus mejores jugadas en una misma atmósfera: balón ardiente y marcador apretado. Dominador global y rey del clutch.

¿El mejor jugador griego de la historia?

El honor que parecía por siempre reservado al greco-americano Nikos Galis ya no es de una aceptación tan universal como no muchos años atrás. Y menos con los tiempos de cambio que soplan en Grecia y que hacen mirar al pasado.

Papaloukas se retiró del baloncesto profesional en 2013. Antes, Diamantidis dejaba la selección griega en 2010 y dedicaba sus últimos años para su club, el Panathinaikos, antes de su retirada definitiva prevista para 2016. Y ahora, Spanoulis también renuncia al equipo nacional a los 32 años de edad para vestir únicamente la elástica rojiblanca de su equipo.

Galis, el dios que desde más alto ha levitado en el Olimpo griego, cuenta a su favor con haber llevado a Grecia a ganar el primer Eurobasket de su historia, en 1987, siendo coronado MVP y liderando además en anotación aquel torneo y otros tres más, amén del Mundial de España 1986. A nivel de clubes hizo grande al Aris de Salónica, con quien ganó seis de las ocho copas que posee el club (y otra con Panathinaikos), y ocho de sus diez ligas griegas, competición de la que fue el máximo anotador en hasta once ocasiones y MVP en cinco… de manera consecutiva. A diferencia del tridente griego que ha dominado en el siglo XXI, no ganó nunca la Euroliga, pero fue su máximo anotador en hasta ocho ocasiones.

Promedió 30’5 puntos en los 168 partidos que jugó para la selección griega. Sin embargo… no nació en Grecia. Hijo de inmigrantes griegos, Galis llegó al mundo en Union City, en el estado americano de New Jersey, y no llegó al país mediterráneo hasta terminada su etapa universitaria, experimentando incluso algunos problemas de fluidez con el idioma en la tierra de la que ya no se movería durante los quince años que duró su carrea profesional.

Theo Papaloukas, tres años mayor que Diamantidis y seis que Spanoulis, fue un base alto (2 metros) pero limitado atléticamente que siempre se caracterizó por un gran control del tempo del partido, en multitud de ocasiones saliendo desde el banquillo, tanto en clubes como selección, para reforzar la segunda unidad, un rol en el que siempre se sintió a gusto. Fue el líder de un cambio generacional en el baloncesto griego, aunque la plenitud de su carrera la vivió fuera de su país, en el CSKA Moscú. Su año más brillante fue 2006, ganando liga y copa rusas (MVP) y la Euroliga que su equipo llevaba 35 años sin ganar siendo premiado como MVP. Fue incluido por primera vez en el quinteto ideal de la Euroliga y FIBA le reconocería como mejor jugador europeo del año.

Ganaría otra Euroliga más en 2008 y un total de seis ligas rusas, pero el final de su carrera contaría con más sombras que luces. Su vuelta a Olympiacos en el verano de 2008 fue recibido con gran esperanza, pero las tres temporadas que permanecería en el club griego resultarían algo decepcionantes, quedando siempre a las puertas de hacer algo grande en un equipo formado a golpe de talonario. A ello le siguió una mala temporada en Maccabi Tel Aviv y una última de vuelta a Moscú antes de retirarse, con la sensación de dejar el baloncesto un escalón por detrás de sus contemporáneos Diamantidis y Spanoulis.

Diamantidis, que vivió el mejor momento de su carrera cuando comenzaba a apagarse la de Papaloukas y Spanoulis aún no había llegado a Olympiacos, fue el gran líder espiritual de la Grecia del segundo lustro de la actual centuria. Al igual que Spanoulis, posee tres Euroligas (2007, 2009 y 2011), siendo MVP de las Final Four de la primera y la última, habiendo quedado el segundo en manos de Vassilis. Su palmarés realmente asusta, con nueve ligas y otras tantas copas griegas, seis veces MVP de la liga griega (quien más en la historia), seis veces mejor defensor de la Euroliga y MVP de la de 2011. Posee un total de 22 títulos a nivel de clubs, sólo superado por Alvertis (25) y Tsartsaris (24), pero con una temporada más por delante.

Siempre ha sido el líder en los equipos en los que ha jugado (lleva en Panathinaikos desde 2004) y en la selección, a la que renunció en 2010, pero su carrera no tiene el halo de Cid Campeador en solitario que sí posee la de Spanoulis, que volvió a hacer grande al histórico Olympiacos después de quince años de sequía cuando parecía destinado al hundimiento definitivo.

Tanto Papaloukas como Diamantidis comandaron al equipo griego en el segundo Eurobasket de su historia, el disputado en Belgrado en el año 2005, siendo ambos incluidos en el quinteto ideal del torneo. Un año después, también se colgarían la plata en el Mundial de Japón 2006, ganando la semifinal a Estados Unidos y perdiendo el partido por el oro frente a España, pero sólo Papaloukas se colaría entre los componentes a mejor cinco del campeonato.

Al igual que Spanoulis, el adiós de Diamantidis a la selección griega llegó tras la derrota en las eliminatorias por el título de un campeonato internacional (octavos de final del Mundial de Turquía 2010) a manos de España. Antes, fue baja en el Eurobasket de 2009, en el que Grecia ya no contaba tampoco con Papaloukas pero logró hacerse con la medalla de bronce, liderada en solitario por un Spanoulis miembro del quinteto ideal.

Vistos los currículums de los otros tres candidatos, ¿es Vassilis Spanoulis el mejor baloncestista griego de la historia? ¿Quién lo es? El debate está servido.

Reconocimiento internacional

Fotis Katiskaris: “Con él en pista, hay que jugar a través de él. Sabe lo que hay que hacer”.

Theodoros Papaloukas: “Es el número 1”.

Daniel Hackett: “Es muy tranquilo, centrado y con los pies en la tierra. Cada entrenamiento con él me reafirma su reputación, es una estrella que también se esfuerza y trabaja. La primera vez que me enfrenté a él fue hace tres años, en Siena. Todavía no puedo creer que seamos compañeros de equipo”.

Alessandro Gentile: “Vassilis Spanoulis es mi ídolo”.

Pau Gasol: “Ha dejado su marca en el baloncesto internacional y en la Euroliga”.

Kobe Bryant: “Vassilis Spanoulis es realmente un jugador alucinante. Un gran, gran jugador”.

Simone Pianigiani: “Es un ídolo para mí, alguien especial. Me destrozó muchas veces en la Euroliga”.

Sergio Scariolo: “Intentar detenerle siempre ha sido una de las partes más desafiantes y difíciles de mi trabajo”.

Jordi Bertomeu: “Deberíamos poner su nombre a la sede de la Euroliga”.

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