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Sir Charles: el rey sin corona

Una carrera de leyenda a la que siempre le quedará la asignatura eterna del anillo. Charles Barkley, uno de esos jugadores de época.

Charles Barkley
Foto: Miguel Ángel Forniés

Si hay alguien a lo largo de la historia de la NBA que fue maestro de maestros en la tarea de encarnar el término “carácter” ese era Charles Barkley. Nunca una estatura tan “corta” y un sobrepeso tan evidente, fueron capaces de luchar sobre una pista de baloncesto lo que lo hizo Charles hasta lograr convertirse a base de sacrificio, en uno de los mejores jugadores que ha conocido el baloncesto mundial. Hoy contaremos la historia de este jugador que, como muchos otros buenos jugadores, se retiró siendo socio honorífico del selecto pero triste club de estrellas que nunca han ganado un anillo.

Los comienzos

“Sir Charles”, “The Mound Round of Rebound”, “The Chuckster”, “The Chuck Wagon” o como se le conocía en España: “El gordo Barkley”, nace en un suburbio de la localidad de Leeds (Alabama) en 1963. Pasó su infancia imbuido en un ambiente bastante cargado de prejuicios raciales, no en vano, actualmente en Leeds, la población es de casi un 80% de blancos frente a un 14 % de gente de color, mientras que la tasa de pobreza supera el 17%.  Como el mismo relató: «Nací en un sitio precioso, pero donde era imposible ser feliz y estar contento. Vivíamos en caravanas, no íbamos al colegio, robábamos para comer… como coño iba a estar contento» Pero lejos de vivir amargado por una infancia difícil, Charles desarrolló desde pequeño un particular sentido del humor que le acompañaría durante toda su vida, ayudándole a sobreponerse a las adversidades y convirtiéndose en una de sus principales señas de identidad. Según cuenta su madre, Charrcey Mae Glenn, era un niño muy tímido y tranquilo pero con un gran sentido de la responsabilidad. Charles se comportó siempre como un padre con sus hermanos Darryl y Johnn a pesar de su corta edad. Su madre trabajaba limpiando casas en dos sitios diferentes y su abuela en el matadero municipal, ambas dedicadas en cuerpo y alma a que no les faltara de nada a sus tres hijos, por lo que el pequeño Charles se encargaba a diario de todos los quehaceres domésticos.

La idea de tener que luchar duro por conseguir lo que uno quiere, fue un concepto que pronto arraigó profundamente en el carácter de Charles, pues no solamente en casa las cosas le resultaban difíciles. “Era muy gordito, medía igual de ancho que de alto” cuenta su abuela y pilar fundamental de su vida, Johnnie Mae Edwards. Fue gracias a ella que asistió al Instituto Leeds, pues era una de las pocas personas que tenía la capacidad de dominar el carácter de Charles. Por aquel entonces, el baloncesto era solamente un pasatiempo para él, pero la idea de conseguir una beca deportiva para hacer más fácil la vida de su familia, fue la principal responsable de su entrega por este deporte.

En sus comienzos tuvo problemas debido a su altura, pues con 1.78 y 100 kg de peso, no era exactamente un dechado de virtudes a primera vista. “Chuck” comenzó sentado en el banquillo, pues sus dificultades para acatar órdenes, sumado a su afición desmesurada por la comida, le hacían ser un jugador del montón tirando a mediocre, pero su amor propio y capacidad de sacrificio le empujaron a entrenar duramente en solitario. Mientras sus amigos se iban de fiesta, a patinar o a cualquier otra actividad, Charles practicaba día y noche en una vieja y estropeada canasta que había en su barrio. Muchas veces, la frustración que le producía saber que era bueno pero que no le daban oportunidad para demostrarlo, le hacía llorar desconsoladamente, pero, haciendo caso a los consejos de su madre, jamás cesaba en su empeño de seguir mejorando.

La suerte por fin se iba a poner de lado de nuestro protagonista, que de repente comenzó a crecer de manera notable. Al hecho de haber incrementado su altura unos 12 centímetros, había que sumarle los kilos que había perdido ese verano, pues, de nuevo su abuela, después de haber hablado con su entrenador Billy Coupland, lo sometió a un estricto régimen de comidas. También lo “ayudaba” a asistir al instituto cuando las ganas le abandonaban, cosa que sucedía habitualmente, yendo a buscarle allá donde estuviese y llevándole literalmente de la oreja de nuevo a clase.

Barkley continuó creciendo bastantes centímetros, y pronto aquel niño rechoncho y bajito se convirtió en un fornido hombretón. Al fin, el sacrificio tuvo su justo premio y se ganó un hueco en el equipo titular en su último año. No desaprovechó la oportunidad, promediando 19,1 puntos y 17,9 rebotes por partido. Lideró a su equipo a un balance de 26-3, aupándolos a las semifinales estatales. A pesar de su juego, ninguna universidad se interesó por él hasta un partido de dichas semifinales estatales  en el que anotó 26 puntos ante Bobby Lee Hurt, fichaje de la Universidad de Alabama. Un asistente del entrenador Sonny Smith, de la Universidad de Auburn, presenció el encuentro y le definió como «un tipo gordo… que juega como el viento». Charles Barkley había salido vertiginosamente del anonimato para convertirse en el chico gordito de Alabama del que más de medio país hablaba.

La universidad

Charles lograba su ansiada meta y conseguía una beca de estudios para asistir a la universidad de Auburn, donde se matriculó en ciencias empresariales. Aquel muchacho universitario había experimentado un cambio radical en varias facetas de su vida, además de la evidente transformación física. Por una parte, estaba la circunstancia de verse liberado de responsabilidades familiares así como de tener la tranquilidad de que sus estudios universitarios no iban a tener coste ninguno para su madre y su abuela. Esto permitía a Charles centrarse en el baloncesto al 100%. Por otro lado, la constante lucha y necesidad de superación que le habían conducido hasta allí, habían forjado en él un duro carácter rebelde e inconformista que comenzaba a salir a flote. Ese carácter fue su mayor valedor sobre la pista, en la que pronto comenzó a dar destellos del tremendo jugador que era.  Baloncesto aparte, la conciencia social de Charles pronto comenzó a evidenciarse en su personalidad, y siempre se mostró como un aguerrido defensor de los derechos civiles de la gente de color. No en vano, su abuela, participante activa en la campaña de Birmingham (movimiento organizado a inicios de 1963 por la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano para atraer la atención hacia la integración de esfuerzos de la población afroamericana en Birmingham, Alabama, y Liderada por Martin Luther King), le hizo sabedor de los sacrificios que le permitieron asistir a la escuela primaria con niños blancos o jugar al baloncesto universitario en una universidad blanca.

En sus propias palabras: “Nelson Mandela y Ali son las mayores influencias de mi vida” pero también demostró ser autocrítico con esa búsqueda de igualdad al asegurar que “Uno de los problemas que tenemos en la comunidad negra, es que hay muchas heridas autoinfligidas». Barkley era una especie de yin yang enorme, tanto sorprendía su extrema madurez en temas sociopolíticos como sus continuas y absurdas salidas de tono en temas deportivos. La vida extradeportiva de Charles Barkley asociada al entorno de su Leeds natal es apasionante, pero volvamos a su vida en la pista.

Con su “relativamente corta” estatura y su peso bastante aumentado por no tener cerca a su abuela, “Hacía cosas increíbles” en palabras de su entrenador Sonny Smith. Barkley poseía una asombrosa agilidad nada acorde con su morfología, circunstancia que le proporcionaba una desmesurada capacidad de generar peligro en las transiciones ofensivas, especialmente a campo abierto donde talmente parecía un bulldozer dirigiéndose a mucha velocidad y sin oposición hacia el aro. La fuerza de sus piernas le proporcionaba la guinda del pastel, un prodigioso salto (si tenemos en cuenta los 140 kg de peso) con el que pronto destacó como un finalizador temible.

Otra de las virtudes por las que destacaba Charles, era su “Timing” de salto (sincronización) a la hora de elevarse para realizar estratosféricos tapones que hacían las delicias del respetable. Dicha característica implementaba mucho su capacidad de conseguir un número muy elevado de rebotes frente a rivales mucho más altos. Su carácter dominante pero divertido le hacía buscar siempre la manera de llamar la atención. Pronto caló hondo en la afición y se convirtió en el líder del equipo. Su preeminencia física, unida a la espectacularidad de sus acciones sobre el parque, eran un imán a la hora de atraer gente a las gradas de la, hasta entonces relativamente desconocida, universidad de Auburn. Como no podía ser de otra manera, la atracción generada por Barkley puso a la facultad en el mapa, dándola a conocer por todo el país. Esta circunstancia fue clave para que comenzase a aflorar la faceta descarada de Charles, que iba a retroalimentarse gracias a sus nuevas oportunidades de aparecer en los medios de comunicación. Escandalizar, llamar la atención de cualquier forma y sobre todo realizar declaraciones con la franqueza más absoluta, se convirtieron en su carta de presentación habitual. En sus propias palabras: “decidí no callarme nada, había crecido y me había convertido en un hombre” No fueron pocos los quebraderos de cabeza que le causó a su entrenador Sony Smith, el cual, sabiendo el tremendo potencial que albergaba, fue especialmente duro con él. Pero pese a que el carácter de Barkley era una de sus principales armas sobre la pista, no siempre le reportaba beneficios. Aquel mismo año, el estricto Bobby Knight, le dejaba fuera de la convocatoria para el equipo olímpico estadounidense de Los Ángeles.

Habiendo jugado de base desde bien pequeño, tuvo que jugar mucho tiempo de pívot, enfrentándose a rivales mucho más grandes que él, a pesar de ello, lideró a la liga en rebotes durante los tres años que permaneció en el equipo. Los promedios del jugador durante esos tres años en la universidad, fueron de 14.1 puntos, 9.6 rebotes y 1.7 tapones, con un porcentaje en tiros de campo del 62.6 %. Al finalizar la temporada, Charles decidió intentar el salto al baloncesto profesional americano y se presentó al draft de la Nba del año 1984.

Salto a la NBA: destino Sixers

El 19 de Junio de 1984 se celebró el trigésimo octavo draft de la Nba, último antes de la instauración del sistema de lotería y primero del mandato de David Stern como comisionado.

Después de que los Rockets seleccionasen a Hakeem Olajuwon, los Blazers a Sam Bowie, los Bulls a Michael Jordan y los Mavericks a Sam Perkins, los Philadelphia Seventy Sixers escogían al orondo muchacho de Alabama en una sorprendente quinta posición.

Ya en Philadelphia a las órdenes de Billy Cunningham y rodeado nada menos que de Julius Erving, Moses Malone y Maurice Cheeks,  Barkley aterrizaba en la franquicia campeona de la Nba del año anterior, con la presión añadida que ello conllevaba, pero pronto demostró de que pasta estaba hecho. A pesar de ser un jugador conflictivo con un evidente problema de peso, Barkley continuó asombrando a todos con su talento. “Lo que más nos llamó la atención fue su tremenda fortaleza física y su explosiva forma de jugar” afirmaba Cunningham, pero Charles era incapaz (o no quería) ser un jugador disciplinado. “El primer año fue muy difícil, no bajaba a defender y hacía muchas payasadas”.

Todo apuntaba a que la carrera de Barkley podía entrar en una espiral negativa de autodestrucción, pero la inestimable influencia de uno de sus ilustres compañeros, Moses Malone, iba a ser determinante a la hora de encauzar la actitud del muchacho. Sus ganas de ser el mejor contrastaban con su manifiesta vagancia, pero gracias a Malone, pronto comprendió que si quería triunfar entre los mejores, debería entrenar duro y esforzarse más cada día. Malone se convirtió en el principal valedor de Barkley, enseñándole a entrenar su físico, a hacer valer sus capacidades innatas para el baloncesto, a dominar los tableros e incluso vigiló su alimentación. La primera y accidentada temporada de Charles en la élite, finalizaba con unos números nada despreciables (14 pt y  8,6 rb) pero muy mejorables para alguien con su proyección. El futuro del jugador era tan incierto como apasionante.

En la siguiente campaña todo cambió y un Barkley renovado se mostraba ante la liga como un voraz competidor y un trabajador incansable. Su esfuerzo, pronto le reportó un papel de responsabilidad en aquellos Sixers en los que, siendo “sophomore”, ya promediaba un meritorio doble/doble (20 p y 12,8 rb) disputando muchos minutos de partido (37). Se había convertido en un jugador muy diferente que hacía de la confianza en sí mismo una de sus armas más poderosas. El arrollador torrente ofensivo que se desataba cuando estaba sobre el parqué, unido a su férreo carácter ganador,  pronto hicieron que el liderazgo del equipo fuera desplazándose hacia su persona. En dos años, Barkley ya era el máximo anotador y reboteador del equipo, en el cual la etapa de Erving y Malone tocaba a su fin. A todos los efectos, comenzaba la era de “los Sixers de Barkley”

La carrera del jugador continuó su imparable ascenso y los reconocimientos pronto comenzaron a llegar. Consiguió su primer título como máximo reboteador de la liga con 14,6 por partido y lideró también la liga en rebotes ofensivos promediando 5,7 por partido.

En la temporada 88/89 ya es segundo en las votaciones para el Mvp por detrás de “Magic” Johnson, a pesar de haber recibido más votos que el base de los Lakers para el primer lugar, a pesar de ello, fue nombrado jugador del año por The Sporting News y Basketball Weekly. Promedió 25,2 puntos, 11,5 rebotes y un 60% en tiros de campo, siendo elegido en el mejor quinteto de la temporada por tercer año consecutivo y apareciendo una vez más (3) en el All-Star. Curiosamente, años después (91/92) cambiaría su dorsal del número 34 al número 32 en honor al propio “Magic” Johnson, después de que éste anunciase que era portador del virus del sida y se iba a retirar. El dorsal 32 había sido retirado precisamente en honor a Bill Cunningham, primer entrenador de Barkley en Philadelphia, quien conmovido por el gesto, no tuvo ningún problema en permitir que se utilizase de nuevo.

Totalmente consolidado como la piedra angular del equipo, “Sir Charles” era un jugador que no se daba jamás por vencido y que utilizaba su capacidad de intimidación para ganar terreno física y moralmente a sus rivales. Pronto llegaron los conflictos inherentes a su carácter, como aquella histórica pelea con el pendenciero pívot de los “Bad Boys” de Detroit, Billy Laimbeer, otra ocasión en la que mojó a varios espectadores con vasos de bebida, o el desafortunado incidente en el que escupió a un aficionado que le había insultado repetidas veces, pero falló y le dio a una niña. Posteriormente, conocería a la niña de 8 años y a su familia, llegando a entablar amistad. En la pista era uno de los jugadores más determinantes del panorama actual, pues en palabras del mismísimo Larry Bird: “Es imparable”. La capacidad de generar peligro en transiciones rápidas de Barkley era digna de estudio, pues una vez salía con el balón controlado en velocidad, eran pocos los que se atrevían a interponerse entre él y la canasta. Un alero tan corpulento con una facilidad tan pasmosa para conducir el balón, era algo para lo que nadie estaba preparado, y aunque hoy en día sea algo más normal, Barkley se adelantó 20 años al futuro. También gozaba de una buena visión de juego a la hora de asistir a sus compañeros, aunque no se prodigaba en exceso en dicha faceta.

Barkley se había hecho muy popular y le encantaba divertirse y ser el centro de todas las miradas. Su pasión por el baloncesto le confería una personalidad que le hacía ser un entrañable showman cuando el juego no se desarrollaba y una bestia sobre el parqué cuando el balón estaba en movimiento. “Barkley jugaba varios partidos a la vez, uno contra sus rivales, otro contra el árbitro y otro más con los de la segunda fila”  Su madre, Charrcey Mae Glenn, aseguraba que “Cuando tenía tres días le hicieron una transfusión de sangre, a veces me pregunto qué tipo de sangre le metieron” Su afán de protagonismo y total sinceridad a la hora de contestar a la prensa, nos dejó para el recuerdo decenas de perlas marca de la casa. Las cámaras querían a Barkley y el las adoraba.

En la temporada 90/91 Charles Barkley ya pertenecía a la élite de la liga por derecho propio. Promedió 24,7 puntos y 15,5 rebotes por partido. Su imparable progresión continuó en su séptima temporada como profesional, (27,6 p y 10,1 rb) en la que fue nombrado MVP del All-Star tras aupar al Este a la victoria y conseguir la astronómica cifra 17 puntos y 22 rebotes, mejor marca reboteadora en un All-Star desde los 22 de Wilt Chamberlain en 1967. Pero año tras año los Sixers caían en postemporada. Barkley era un ganador nato que contagiaba de su espíritu a toda la plantilla. Pocos jugadores había y habrá con su capacidad para echarse el equipo a las espaldas, pero sus titánicos esfuerzos por superar en Playoffs a los Bulls de Jordan no fueron suficientes, y sus esperanzas comenzaron a desvanecerse. El hecho de atesorar una temporada tras otra unos números de estrella pero no ser capaz de subir al equipo a lo más alto, comenzó a hacer crecer una sensación de frustración que aumentaba exponencialmente. Tras esta temporada, Charles pide ser traspasado, y el 17 de Julio de 1992 es enviado a Los Suns de Phoenix, a cambio de Jeff Hornancek, Tim Perry y Andrew Lang.

Aquel mismo verano, Chuck Daly, le brindó la oportunidad a Barkley de formar parte del mejor equipo de baloncesto que se ha formado jamás, la selección estadounidense de baloncesto de la olimpiada de Barcelona 92. Aquel impás de tiempo y espacio que suponía dicho campeonato, iba a resultar vital en su recuperación anímica, que resultó bastante tocada después del último año en los Sixers y que parecía repuntar después de haber sido convocado para representar a su país, 8 años después de que Bobby Knight le denegara esa posibilidad. En un equipo rodeado de la flor y la nata del baloncesto mundial, nuestro protagonista aprovechó la oportunidad y se mostró ante el mundo como un auténtico depredador de la canasta. Rival tras rival, Charles utilizó todo su poder ofensivo, defensivo e intimidatorio (sobre todo éste último) para superar a ilustres rivales y convertirse en el máximo anotador del mejor equipo de la historia. El primer galardón colectivo profesional por fin llegaba y sus renovadas ansias de triunfo volaban con el de vuelta a Estados Unidos para enfundarse la camiseta del equipo de Arizona.

Los Phoenix Suns y la gran oportunidad

Con 29 años de edad y el dificilísimo reto de desbancar a los Bulls de Jordan del olimpo de la liga, comienza la temporada 92/93 para Barkley, que como siempre, daba un paso al frente y se convertía automáticamente en el líder indiscutible de la franquicia dirigida por Paul Westphal. Los Suns no esperaban otra cosa de él que no fuese convertir al equipo en un serio aspirante. Toda aquella presión podría haber sido un hándicap determinante para cualquier otro jugador, pero no para Barkley. El Barkley que llegó a Phoenix era más maduro, menos ansioso y se guardaba su carácter para cuando hacía falta realmente. La ausencia del enfermizo deseo de vencer a costa de cualquier precio, desapareció dando paso a una mente igual de competitiva pero algo más calculadora, que volvía a disfrutar de lo que hacía.  Él mismo reconoció que tras el incidente del escupitajo a la niña en New Jersey, se replanteó muchas cuestiones acerca de su comportamiento dentro y fuera de la pista. “Me hizo darme cuenta de que tenía excesivas ansias de ganar, no hay nada en la pista tan importante como para que me impulse a escupir a alguien”

Aquel jugador tan diferente en matices pero tan similar en esencia, pronto consiguió hacer que sus nuevos y escépticos compañeros se unieran en pos de un objetivo común. Barkley infundió en aquellos Suns un espíritu luchador y algo canalla que pronto sacó al equipo del victimismo en el que se encontraba sumido y le confirió un carácter más agresivo, que pronto derivó en que el equipo fuese temido en todo el país. “Al poco tiempo, todos andábamos más derechos, con una actitud más arrogante”, declaró Cedric Ceballos. La confianza contagiada por Barkley hacía crecer la sinergia del grupo hasta consolidar un asombroso equipo, que bajo su liderazgo, pronto calló las recelosas bocas que criticaban su fichaje, consiguiendo un record de 62 victorias y 20 derrotas. El carisma de Charles, había conseguido transformar en un solo año las críticas en adoración pura y dura. Phoenix idolatraba a su nuevo ídolo y los compañeros estaban encantados con su nuevo líder. En poco tiempo, había pasado de villano a héroe y ya se había convertido en el jugador más famoso de la historia de la franquicia de Arizona.

Barkley fue nombrado MVP de la temporada y disputó su séptimo All-Star Game consecutivo. Aquellos Suns fueron el equipo revelación de la temporada y no defraudaron en los playoffs, pues en su caminar firme hacia el objetivo que los alentaba (las finales) abatieron, no sin luchar, a los Angeles Lakers, San Antonio Spurs y Seattle Supersonics. Nadie fue capaz de contener a Charles Barkley, que realizó dos rondas de playoff memorables, que aún permanecen en la retina de los aficionados. “Probablemente el quinto partido contra los Spurs, haya sido el mejor de mi vida, nadie podía pararme” Dijo Barkley refiriéndose al penúltimo partido de las semifinales de conferencia de dicho año, en el que anotó 20 puntos en el último cuarto y prorrogó la serie a un sexto partido, en el cual, volvió a ser el héroe al decidir a un segundo del final con un histórico triple enfrente de David Robinson. Tampoco los Sonics de Shawn Kemp y Gary Payton fueron capaces de doblegar la inquebrantable voluntad de vencer de Barkley, que pese a estar permanentemente cercado por varios jugadores de Seattle, y después de haber realizado un nefasto sexto partido en el que admitió que se había perdido por su culpa, consiguió llevar en volandas a los suyos a las finales después de firmar otra estratosférica actuación en un séptimo partido memorable en el que consiguió 44 puntos y 24 rebotes.  El duro trabajo y esfuerzo había dado su recompensa y contra todo pronóstico, los Suns estaban en las finales intentando impedir el “Threepeat” de los Bulls. Charles no quería dinero, publicidad o premios individuales, su único objetivo era el anillo.

La batalla entre dos de los más grandes jugadores que había visto la era moderna, prometía ser digno de convertirse en un cantar de gesta. Barkley, sabedor de que probablemente no volviese a tener una oportunidad como aquella, entregó cuerpo, alma y corazón, en una de las mayores demostraciones que se recuerdan de talento y  liderazgo sobre la pista. “Dios ha querido que ganemos el campeonato”  declaró antes de comenzar las finales, haciendo gala de su interminable capacidad de crear titulares. La batalla fue durísima desde sus inicios, dejándonos actuaciones sobresalientes como la del segundo partido, en el que tanto Michael Jordan como el propio Barkley, anotaron 42 puntos. Los Suns lo intentaron con todas sus fuerzas y Charles jamás cesó en su empeño de luchar cada segundo de las series, pero los Bulls eran superiores como equipo y nadie en Phoenix podía contener a Jordan. Chicago ganó su tercer anillo consecutivo y Barkley se quedó a las puertas de la gloria, habiendo promediado en la postemporada 26,6 puntos y 13,6 rebotes por partido.

Charles Barkley jugaría aún tres temporadas más en los Suns, pero el equipo se fue modificando y la parte de la sinergia se perdió. Comenzaron a aparecer los primeros problemas de lesiones, pero con todo, se llegó durante dos años seguidos a semifinales de conferencia, aunque los dos años cayeron eliminados ante los Rockets de Hakeem Olajuwon. Los números de Barkley seguían siendo muy buenos, pero el equipo ya no daba para más, y tras plantearse la retirada en pretemporada, Barkley regresó para disputar su duodécima temporada y plantar batalla a las lesiones. La temporada 1995-96 fue la última de Barkley en los Suns. Fue líder del equipo en anotación, rebotes y robos, disputando por décimo año consecutivo el All-Star Game.  Se convirtió en el décimo jugador en la historia de la NBA en conseguir 20.000 puntos y 10.000 rebotes, pero sucumbió en primera ronda ante los Spurs de San Antonio pese a firmar 25,5 puntos y 13,5 rebotes.

Los Suns, equipo tradicionalmente acostumbrado a fichajes modestos, habían conseguido retener a Charles Barkley durante 4 años en los que había conseguido darles una identidad de equipo y llevarles de la mano a unas finales de la Nba, pero era obvio que la etapa tocaba a su fin. En aquel verano, “Sir Charles” fue traspasado a Houston Rockets por Sam Cassell, Robert Horry, Mark Bryant y Chucky Brown.

Los Houston Rockets y “el ultimo tranvía”

Barkley se mudaba a Houston con la clara intención de intentar su último y desesperado asalto a ese anillo que tanto se le resistía y que había de ser colofón perfecto a una carrera que cada vez se antojaba más corta por mor de las lesiones. Los Houston Rockets de  Hakeem Olajuwon y Clide Drexler eran los candidatos prefectos, pues habían ganado los dos últimos campeonatos con autoridad. El único problema a la vista era que el señor Michael Jordan había regresado de su prematura retirada de poco más de un año y medio y amenazaba con volver a acaparar campeonatos. Barkley seguía luchando contra las lesiones y conseguía mantener unas estadísticas más que dignas para sus 33 años, finalizando la campaña como segundo máximo anotador y máximo reboteador del equipo. El hecho de verse rodeado de estrellas y jugadores con rol muy definido, le restó protagonismo ofensivo a Barkley, cosa que agradeció, pues su capacidad de tirar del carro mermaba de manera directamente proporcional al paso de los años y las lesiones. La pérdida de explosividad en el juego de Barkley vino acompañada de un más que notable aumento de peso. El instinto para dominar el rebote jamás se mermó y consiguió la segunda mejor media de su carrera (13,5 por partido), pero los Jazz de Utah le privaron de alcanzar su sueño, apeando a los actuales campeones en finales de conferencia. La maniobra del “superequipo” no había salido del todo bien, pero no se iba a dar por vencido.

Al año siguiente continuaron las lesiones, probablemente el adversario más duro de la carrera de Barkley. El equipo terminó la temporada regular con un discreto 50% de victorias y cayeron en primera ronda, de nuevo ante los Jazz. Charles luchaba contra su declive como un gato panza arriba y conseguía promediar un doble/doble, temporada tras temporada, en un ejercicio de supervivencia deportiva sin precedentes. En la temporada siguiente (1998/99), famosa por el Lockout, se convirtió en el segundo jugador en la historia (tras Wilt Chamberlain) en conseguir 23.000 puntos, 12.000 rebotes y 4.000 asistencias. Se fue Clyde Drexler y llegó Scottie Pippen, en otro intento desesperado de aunar fuerzas por un anillo. Aquel con quien tanto había luchado Barkley en las eliminatorias del Este años atrás, e incluso en la misma final de la Nba, luchaba codo con codo con él en un agónico último intento de conquistar una corona. Sus esfuerzos fueron en vano y pese a promediar en las eliminatorias 23,4 puntos y 13,8 rebotes, fueron eliminados a las primeras de cambio por Los Angeles Lakers.

Corría la temporada 99/00 y la frustración de Charles recordaba a la sufrida en su último año en Philadelphia, solo que aquí la culpa ya no era de su ansiedad sino del paso del tiempo y las circunstancias. La liga había cambiado y nuevos jóvenes jugadores reclamaban su sitio entre la élite de manera expeditiva. Ese año fue famoso por la trifulca que el propio Barkley protagonizó con Shaquille O´Neal, curiosamente hoy en día su amigo y compañero de trabajo en la TNT. El devenir de Barkley por los parqués de la liga era la crónica de una muerte anunciada, y como tal llegó. La temporada finalizó prematuramente para el tras romperse el tendón de su cuádriceps izquierdo el 8 de diciembre de 1999 en Philadelphia. Un amargo capricho del destino tuvo a bien sentenciar la carrera de Barkley allí donde comenzó, pero dando un último y grandioso ejemplo de rebeldía innata, quiso evitar que la última imagen deportiva que se tuviera de el fuese aquella. El 19 de abril de 2000 en la cancha de los Grizzlies de Vancouver, disfrutó de unos últimos minutos en pista hasta que consiguió anotar una canasta. Inmediatamente después, abandonaría la pista para poner fin a una gloriosa carrera de 16 años en la élite.

Charles Barkley Ganó una vez el MVP de la temporada y jugó 11 veces el All-Star. Se retiró con 23.757 puntos, 12.546 rebotes y 4.215 asistencias. Con la selección de los Estados Unidos ganó dos oros olímpicos: El de Barcelona y el de Atlanta. Fue 6 veces escogido para el mejor quinteto de la liga, 5 para el segundo y una para el tercero. En 1996 fue elegido entre los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA. A partir de 2006 entró a formar parte del Basketball Hall of Fame.

El bueno de Barkley se fue sin un anillo pero con la cabeza bien alta al haberse convertido en uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto. Desde que se retiró inició su carrera como comentarista deportivo de la NBA en el programa “Inside the NBA” de la cadena «NBA on TNT» donde da rienda suelta a su faceta más lenguaraz, codo con codo con Shaquille O´Neal.

Barkley no era más que un niño grande. Un niño con un gran corazón al que las circunstancias de la vida le hicieron coger el toro por los cuernos. Extradeportivamente, a pesar de haberse postulado varias veces como gobernador de Alabama, declarándose republicano primero, luego independiente y por último demócrata, la conciencia social de Barkley siempre se ha traducido en buenas acciones. Donó un millón de dólares para ayudar a las víctimas del huracán Katrina,  dio otro millón a una escuela elemental de Birmingham y otro millón más a Leeds High para ayudar a los estudiantes a pagar la universidad. En su Leeds natal, la “Charles Barkley Avenue” recuerda al mayor valedor de la comunidad.

Intentar definir a Charles Barkley sería una tarea imposible, así que la mejor manera de recordarle es como un demonio dentro de la pista y como un ángel fuera de ella, porque como el mismo aseguraba: “Alguien tenía que ser yo, ¿Por qué no yo?”

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