Era extraño verle sentado en el banquillo tan quieto y trajeado, ajeno por completo a la acción. Pero ahí estaba, prendado del aroma que emanaba del Garden y frustrado por no poder ayudar a los suyos. Desde que regresara a las canchas en marzo de 1986, después de sufrir aquella durísima lesión en su pie izquierdo, Michael Jordan encadenaba ya 235 partidos consecutivos vistiéndose de corto. Su mejor racha como profesional (hasta ese momento), solo cortada por una distensión inguinal que le impediría enfrentarse a los Boston Celtics aquella tarde. Por primera vez en mucho tiempo, concretamente un 8 de marzo de 1989, Jordan registraba su primer DNP (Did Not Play), y se disponía a sufrir en silencio la enésima derrota de los Bulls. Ironías del destino, la fecha de su ausencia casi coincidía con la de su regreso tres años atrás.
En cualquier caso, si al conjunto de Chicago ya le costaba ganar partidos con él, su inoportuna baja provocaba que toda posibilidad de triunfo resultara mínima.
Realmente, no estaba siendo un curso de lo más redondo para la franquicia de Illinois. Hasta ese partido ante los Celtics, acumulaban un record de 34 victorias y 23 derrotas, una progresión no demasiado brillante y que empeoraba lo visto la temporada anterior. Los motivos eran diversos, pero por encima del resto sobresalía uno: la mala dirección desde el puesto de base. Factor que, de manera lógica, provocaba el estancamiento de la circulación ofensiva. Desde que llegara a la NBA, Jordan había convivido con una serie de ‘playmakers’ que respondían a un perfil más o menos similar: Wes Matthews, Ennis Whatley, Kyle Macy, Steve Colter, John Paxson o Sam Vincent. No es que todos jugaran igual, ni mucho menos, y tampoco es que calcaran características técnicas; pero a nivel funcional existía entre ellos un nexo común: sobrios en la ejecución, bajo consumo de balón, y en líneas generales, faltos de creatividad. Condición esta última que se tornaba necesaria cuando la defensa rival centraba toda su atención en Jordan. Aquel problema enquistado en el tiempo se intentó paliar con el fichaje de Sedale Threatt, un perfil algo más talentoso, aunque el experimento no duró demasiado. Además, Sedale nunca llegaría a encajar en Chicago como sí lo haría posteriormente en Seattle o Los Angeles. Por otro lado, Scottie Pippen aún se encontraba en fase de desarrollo, y todavía no era el gran ‘facilitador’ y ‘point-forward’ en que se convertiría después.
Como forma recurrente de contrarrestar el efecto de la mala dirección, Doug Collins solía encomendarse a la ‘Archangel Offense’. Un sistema ofensivo que de tan sencillo rozaba la parodia: balones a Jordan y que sea lo que dios quiera (de ahí el apelativo bíblico). Sí, muchas veces funcionaba por la propia calidad intrínseca del jugador, pero en tantas otras ocasiones no. Al fin y al cabo, el baloncesto no deja de ser un deporte colectivo, y aquella NBA era una liga plagada de bloques que dominaban por su fortaleza grupal (Lakers, Pistons, Blazers, unos Celtics en declive, etc).
Así pues, cansado de la situación, e impulsado por su eterna urgencia competitiva, Jordan organizaría una reunión con Doug Collins justo un día después del partido en Boston. Allí mismo, confesor y confidente mostrarían su preocupación por la marcha del equipo. Uno ansiaba ganar y el otro no quería ver peligrar su trabajo. Réplicas, contrarréplicas, voces entrecruzadas y algún que otro reproche se llegó a escuchar en aquella habitación. Lo normal en un contexto así. Por fin, terminando ya una sesión que se aproximaba a las dos horas, asomaría por el horizonte una posible solución. Era arriesgada, controvertida y hasta podía resultar contraproducente si no se gestionaba bien, pero era una solución: Michael Jordan actuaría de base durante el resto del curso.
Como reza el dicho, si deseas que se arregle algo, más vale que lo arregles tú mismo.
La primera prueba de fuego llegaría el 11 de marzo en el Chicago Stadium ante los Seattle Supersonics, un equipo de Playoffs. Los Bulls saldrían con su habitual quinteto titular: Jordan – Vincent – Pippen – Grant – Cartwright. Pero esta vez la tarea de organizar y subir el balón le pertenecería por derecho propio al ’23’. El experimento salió redondo. Los Bulls lograron imponerse con contundencia a los Sonics (88 – 105) merced a un Jordan que anotó solo 18 puntos, pero que logró repartir la friolera de 15 asistencias, su mejor cifra de la temporada hasta ese momento.
Tan solo dos días despues, ante los Pacers, a Jordan le bastarían 21 minutos para registrar uno de los triples-dobles más rápidos de la historia. Además, Chicago encadenaría su segunda victoria consecutiva, dominando a placer merced al 90 – 122 definitivo. El juego de los Bulls resultaba mucho más fresco, dinámico y saneado, como si hubieran rejuvenecido de golpe. La dependencia de MJ seguía siendo muy grande, pero al menos ahora, su capacidad natural para gestionar el ataque provocaba que el resto estuvieran más y mejor involucrados. Hasta Jerry Krause, mítico ‘General Manager’ de los Chicago Bulls, reconocería las ventajas del cambio:
«Este movimiento nos ha ayudado en muchos aspectos. Ha colocado a Michael en una posición de más liderazgo, algo que llevamos hablando con él desde hace tiempo. Es difícil liderar cuando eres un escolta. Pero cuando juegas de base, liderar resulta más sencillo. A Michael le está gustando involucrar a los demás. Le gusta jugar en esa posición, y eso es un factor importante. Está disfrutando mucho más».
Algunas figuras destacadas de la liga, como Dominique Wilkins, Doc Rivers o Don Nelson, también expresarían su opinión sobre el ‘nuevo Jordan’.
«Lo bonito de usar a Michael Jordan como base es que puede dosificarse durante el partido y reservarse para el último cuarto. A partir de ahí, se pone las pilas o espera para atacar en el momento que considere oportuno». (Don Nelson)
«Tanta gente se concentra en Jordan que normalmente se quedan uno o dos tipos libres. Esto hace que sean mucho más efectivos. Todo depende de cómo respondan los otros jugadores, y en este caso han respondido bien». (Dominique Wilkins)
«Lo que ha hecho es un sacrificio increíble. Sacrificar tantos puntos y lanzamientos, nunca he visto algo así. Eso habla de lo mucho que desea ganar. No le importa quién lo haga, solo quiere ganar». (Doc Rivers)
Una semana después del enfrentamiento ante Indiana Pacers, y ya en el Forum de Inglewood, llegaría un duelo icónico y muy significativo para el propio Jordan. Y es que tocaba visitar la casa de los Lakers. El hogar del glamour, la elegancia y el ‘Showtime’. El feudo de Magic Johnson. La guarida del mejor base de todos los tiempos.
Tras cuatro temporadas en la liga, y finalizando ya su quinta, Jordan había conquistado muchas cimas: mejor novato del año, dos veces máximo anotador de la liga, MVP y mejor jugador defensivo en un mismo año, y hasta un partido para el recuerdo: sus 63 puntos ante los mejores Celtics en los Playoffs de 1986. Todo (o casi todo) sucumbía en manos del caníbal rojo. Todo menos un título de la NBA, claro. Por bares, peluquerías, centros de trabajo, institutos y universidades. Por todos lados discurría un run-run molesto y repetitivo, alimentado por los medios. Uno que atormentaba a Jordan como un fantasma acechante: la constante comparación, en negativo, con Bird y Magic. Un reproche, injusto desde su misma raíz, que le concebía como un jugador en exceso individualista. A diferencia del dúo mágico, poseedores de una capacidad natural para elevar el rendimiento del resto, él se limitaba a interpretar el rol de solista empedernido. Uno diseñado para vender zapatillas pero no para sumar anillos. Sí, que nadie pretenda reescribir la historia, hubo un tiempo en que Michael Jordan fue muy cuestionado. En su caso, eso sí, la idiosincrasia de la época obró en su favor: no existía Internet o las redes sociales para fiscalizar cada fracaso. Pese a todo, las críticas dolían mucho, como si regaran de gasolina un fuego incontrolable, y ya de por sí intenso.
En resumidas cuentas, aquel encuentro ante Magic y los Lakers resultaba absolutamente fundamental para Jordan. La oportunidad perfecta para demostrar que, efectivamente, él también podía hacer de ‘playmaker’ al mismo nivel, o incluso mejor, que la referencia absoluta en ese aspecto. La ocasión de dar un golpe en la mesa y demostrar que era el mejor. En todo.
En ese envite ante los vigentes campeones de la NBA, los Bulls darían la campanada venciendo por un solo punto de diferencia: 104 a 103. Pese a que el propio Jordan no tendría un partido demasiado brillante en lo referente a la anotación (21 puntos con 7 de 20 en tiros de campo), sí lograría dirigir a su escuadra con éxito, repartiendo hasta 16 asistencias y batiendo un nuevo record personal de temporada (superado tan solo días después ante los Portland Trail Blazers). Por cierto, cosechó cuatro más que Magic Johnson en ese mismo partido, que finalizó con 12.
De tal manera que, a ojos del público general, se abría paso un nuevo Jordan. Capaz de reunir, en un solo cuerpo, dos vertientes antagónicas pero complementarias: la de ejecutor y hacedor del juego. En términos estrictamente técnicos, el recurso de utilizarle como base a tiempo completo entrañaba una serie de valiosas ventajas:
- Concentraba aún más y en mejores condiciones la bola en sus manos.
- Reducía enormemente la dificultad de hacerle llegar el balón, puesto que él mismo iniciaba la acción. Anulando así ciertos planes defensivos del rival.
- Al utilizarle más como facilitador, se limitaban sus batidas al aro, y en consecuencia, se conservaba mejor su estado físico (lesiones, desgaste, etc). «No me están golpeando tanto como solían hacer antes», afirmaría el propio Jordan en abril de 1989.
- Aumentaba el protagonismo de los secundarios, tildados habitualmente de ‘jordanaires’ en un tono despectivo. Incluso Doug Collins, en un reportaje del ‘Chicago Tribune’, llegaría a decir: «¿Cuántas canastas fáciles están consiguiendo Pippen y Horace Grant ahora? Todo ello es generado por la grandeza de Michael Jordan con la bola en las manos. Los rivales no saben cómo frenar el movimiento del balón».
Pese a su modesta eficiencia anotadora, su duelo directo ante Magic de marzo del ’89 vino a confirmar, uno por uno, todos los puntos anteriormente citados. Además, para aquel partido, como venían haciendo desde la lesión de Vincent, los Bulls saldrían con Craig Hodges en el quinteto inicial, un ‘falso’ escolta que oxigenaba la ejecución ofensiva gracias a su mortal tiro en suspensión. A veces incluso, era Paxson quien ocupaba el rol de falso escolta, y en otras tanto él como Jordan alternaban funciones.
La noticia del nuevo Michael incluso cruzaría el charco hasta llegar a tierras patrias. En una redifusión de aquel Bulls-Lakers emitido algunas semanas después en el mítico «Cerca de las estrellas», el archiconocido narrador deportivo, Ramon Trecet, abriría la previa del encuentro con la siguiente afirmación:
«Decir que durante este tiempo Jordan está llevando el juego de su equipo y ejecutando las canastas que le suelen ser propias. A esto se ha añadido una cualidad esencial en este jugador que hasta el momento, por su posición de escolta en el campo, no había podido poner en práctica: su capacidad para asistir a compañeros. Esto está teniendo lugar y a partir de este momento todos dicen que hay que contar con los Bulls de Chicago en una nueva capacidad».
Sirva esa histórica retransmisión como microcosmos y ejemplo ilustrativo del nuevo papel que estaba desempeñando ‘His Airness’. Por tanto, convendría analizar algunas de sus secuencias clave para contextualizar todo lo expresado hasta ahora.
Para empezar, y pese a que aquellos Bulls empleaban uno de los ritmos más bajos de la liga (23º de 25 equipos), era habitual que buscaran inmediatamente a Jordan de cara a conducir la transición. El nuevo ‘playmaker’ se situaba en el carril central, y en lugar de forzar una penetración al aro o una súbita parada en seco para armar el tiro en suspensión, simplemente encontraba al tirador abierto (en este caso Hodges), normalmente colocado en una de las dos esquinas.
Por otro lado, y ya en el juego a media pista, los Bulls gustaban de utilizar a Jordan en el clásico ‘pick&roll’ y ‘pick&pop’. Incluso Jordan, metido ya de lleno en el papel, buscaría imitar al propio Magic ejecutando pases sin mirar, en un alarde de desparpajo, visión y talento.
Por supuesto, no todo eran ventajas. La dependencia total de Jordan a la hora de generar ataque a media pista también pasaba factura. La excesiva concentración del balón en sus manos podía provocar que éste apenas circulara, causando el mismo efecto inicial que en origen se perseguía erradicar. Aunque en esos momentos, y dado el sencillo libreto ofensivo de Collins, aquel era un defecto con el que se podía convivir.
En cualquier caso, el movimiento estaba funcionando. Y lo más importante aún, el propio protagonista se mostraba predispuesto a asumir su nuevo rol con el mayor entusiasmo imaginable. Desde su perspectiva personal, venía a simbolizar el enésimo reto de su carrera.
«Esto es un desafío. Me viene molestando, desde hace tiempo, que se diga que los Bulls son un equipo unidimensional, un equipo por y para Michael Jordan. Todo lo que llevo pidiendo durante el último lustro se está haciendo realidad. Los otros tipos se están involucrando más en el juego. Ahora empiezan a creer en ellos mismos y eso es lo que necesitamos (…)
(…) En líneas generales, me está empezando a gustar. Nunca pensé que llegaría a jugar en esta posición porque toda mi vida he sido un escolta. Pero ayuda. Ahora puedo marcar mis propias jugadas e involucrar a los demás en el ataque».
Aquellas palabras, evidentemente, tenían la firma de Jordan.
El 25 de marzo en el KeyArena de Seattle, en un nuevo enfrentamiento ante los Sonics, MJ inauguraría una de las rachas de rendimiento individual más inverosímiles que se recuerdan: conseguiría hasta 11 triples-dobles (7 de ellos consecutivos) en los 16 partidos finales de temporada. Actuando como base ‘de facto’, el ’23’ regalaría un derroche de juego total y dominio inexpugnable. Pese a todo, los resultados colectivos no serían demasiado boyantes. La dependencia de Jordan alcanzaba niveles altísimos, y la ejecución ofensiva de los Chicago Bulls resultaba demasiado previsible.
Llegados los Playoffs, el conjunto de Collins se encomendaría al genio de su superestrella para ir superando rondas contra todo pronóstico. Primero fueron los Cleveland Cavaliers, que sucumbirían en cinco partidos merced a su famoso ‘The Shot’ ante la defensa de Craig Elho en el Richfield Coliseum de Cleveland, que ponía el punto y final a la serie. Poco después, en semifinales de conferencia, llegaron los excitantes Knicks de Pitino, que también mordieron el polvo en seis partidos pese a partir con ventaja de cancha. En finales de conferencia, eso sí, los Pistons de Daly se mostraron como un hueso demasiado duro de roer para los Bulls. Entre ambas escuadras parecía abrirse un abismo en cuanto a fortaleza mental, recursos ofensivos/defensivos y capacidad de ejecución. Solo la eterna creatividad individual de Jordan les permitiría rascar hasta dos partidos de la serie, culminando una travesía heróica pero insuficiente. Por encima de todo, el problema original seguía apareciendo (aunque fuera de otro modo): los Pippen, Grant y compañía, toda la retahíla de secundarios, seguía sin dar un paso definitivo al frente.
A la postre, el ascenso de Phil Jackson como entrenador jefe para la temporada siguiente traería consigo un sistema de juego completamente distinto: el triángulo ofensivo. Uno que integraba de manera mucho más armónica todas las piezas, y que añadía imprevisibilidad a la ejecución (consistía en reaccionar a los movimientos de la defensa en un juego de variables casi infinito). Costaría un tiempo que el bloque asumiera los principios de aquel sistema tan novedoso, pero a partir del curso 1990-1991 se demostraría todo un éxito, ayudándoles a sumar el primero de sus seis anillos. Por otro lado, y pese a que el Jordan del primer ‘three-peat’ seguía disfrutando de un peso muy grande en la generación de juego (sin ir más lejos, promediaría más de diez asistencias/partido en las Finales del ’91 ante Lakers), el experimento de utilizarle como base nominal acabaría ahí (salvando algunas excepciones ocasionales). Al menos en lo que se refiere a los Chicago Bulls, claro.
Para los Juegos Olímpicos de 1992, y en el tercer partido ante la Alemania de Schrempf, Daly decidiría salir con Jordan como base titular debido a la baja por lesión de Magic. Un partido, el enésimo, que el ‘Dream Team’ se llevaría con una facilidad apabullante. A la mañana siguiente, el diario ‘Manila Standard’ destacaba la crónica del encuentro con estos dos párrafos:
«Michael Jordan se mostró prácticamente perfecto actuando de base debido a la lesión de Magic Johnson la noche del miércoles, en el partido que enfrentó a Estados Unidos con Alemania y que acabó 111-68 a favor de los norteamericanos (…)
(…) Jordan tuvo que moverse a la posición de base después de que Magic sufriera un tirón muscular detrás de su rodilla derecha. El teórico segundo base del equipo, John Stockton, ha causado baja desde el 29 de junio debido a un hueso fracturado en su pierna».
Incluso muchos años después, en octubre de 2001, y realizando la pretemporada con los Washington Wizards de cara a su regreso, Jordan entrenaría como base en quintetos que le juntaban con Richard Hamilton y Courtney Alexander. En aquel escenario, por cierto, volvía a juntarse con Doug Collins, el mismo entrenador que le utilizara como base doce años atrás. Parecía como si se cerrara el círculo.
«Tendré la oportunidad de jugar de base. Con dos anotadores como Rip y Courtney, obviamente contamos con tres amenazas en el perímetro, haciendo que uno de nosotros pueda ser base y los otros se dediquen a encestar», contaría el propio Jordan en un reportaje sobre esa misma pretemporada, realizado por Chris Sheridan para el ‘Herald Journal’.
Así pues, los diversos escenarios narrados en esta pieza vienen a confirmar una cosa: que Jordan, en su condición de competidor enfermizo, también era un jugador total. Capaz de ejercer cualquier función en cancha si el guion lo exigía. Su figura superaba con creces la de un simple anotador clásico. Lo suyo iba mucho más allá (al menos hasta 1992 o 1993). Algunos incluso todavía especulan qué habría sido de Jordan si hubiera actuado como base ‘real’ durante toda su carrera. ¿Habría alcanzado mayores o menores cotas? ¿Hubiese evolucionado hacia el mismo perfil de jugador que recordamos? ¿Habría podido ser el mejor base de su era? ¿Quizá de la historia? Todas ellas cuestiones difíciles de responder y que pertenecen a la pura especulación.
Una cuestión sí está clara, habría sido un base diferente. Un base forjado de otra pasta.
Un base caníbal.
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