La cabeza de Beasley no tardó demasiado en valorar las diferentes alternativas y tomar una decisión el pasado verano: por un lado, un contrato multianual procedente de China y estimado en 12 millones de dólares; por otro, una propuesta por un año y el mínimo (2’1 millones) de los New York Knicks. Tal vez porque la cabeza de un Michael en la etapa más sosegada de su transitar vital tenía poco que decir en este escenario, era su corazón el órgano decisorio principal: como siempre cuando el baloncesto entraba en escena.
Porque el juego, ganarse la vida interpretándolo sobre una cancha, es el sueño de Michael Beasley. Uno del que, a sus 29 años, aún no ha despertado.
El de Maryland apostó por su talento, por la inquebrantable fe en sus posibilidades de un tipo que en las entrevistas se ubica a la misma altura de LeBron James o Kevin Durant. Presuntuosa aseveración con la que, curiosamente, el alero campeón de la NBA en 2017 con los Golden State Warriors se muestra de acuerdo.
Y no olvidemos que Durant creció jugando con Beasley en las calles de Berkeley…
«Puede anotar delante de cualquiera».
Para Michael Beasley embocar la pelota naranja en el aro y respirar son la misma cosa. Por físico y versatilidad podría ayudar mucho en defensa, y lo hace a pequeños intervalos, casi ‘flashes’. Pero su interpretación del juego acaba atomizada en anotar a cada oportunidad, como si cada posesión fuera la última de su vida. Según datos de Second Spectrum, Beasley es el octavo jugador con peor nivel de calidad global en sus lanzamientos – fijando el filtro en un mínimo de 400 tiros de campo intentados -, tomando en consideración factores como la proximidad del defensor, la dificultad del lanzamiento según su ubicación en la pista… Y, con todo, ha cerrado la temporada con un fantástico 50’7% de acierto en tiros de campo. Un cañonero especialista en generarse sus propias canastas en situaciones imposibles para el resto de los mortales, que además ha adaptado su juego a las nuevas tendencias analíticas en silencio, rebajando el volumen de intentos desde la media distancia – apenas un 10% del total – e incrementando los cercanos al aro – hasta un 63% a menos de 10 pies de distancia con respecto a la cesta -. Todo sin dejarse llevar por el frenesí triplista que impera en la competición (1’2 intentos por partido).
Puntos como alimento para el alma, un alma atormentada que parece haber encontrado cierta paz rondando la treintena.
«Siempre es el primero en llegar al gimnasio, y eso es algo que no sabía de él».
Lance Thomas, uno de los profesionales más abnegados de la competición, mostraba su sorpresa ante la ética de trabajo de un Beasley alejadísimo de aquel desastre andante elegido por los Miami Heat en el nº2 del Draft de 2008. El Michael que llegó a la Gran Manzana se destapó como un perfeccionista, estudioso compulsivo del vídeo y en comunicación permanente con cuerpo técnico y compañeros, además de generador del mejor ambiente posible dentro del vestuario. Las charlas con los chicos del equipo en viajes y concentraciones son pequeños tesoros que el alero utiliza para aprender y mejorar como persona.
Lo que Thomas no sabe es que el Beasley que se encuentra trabajando ya en la sala de pesas cuando él cree llegar a primera hora para abrir la puerta, el tipo centrado en el juego y en su hija y alejado de los problemas con las drogas recurrentes en un pasado cercano, nació hace cuatro años en China.
Nació… o resucitó.
«Es irónico que tuviera que viajar hasta el otro lado del mundo para encontrarme a mí mismo».
Sin opciones garantizadas en la NBA, Michael hizo las maletas para jugar en los Shangai Sharks. Y allí, alejado de buenas y malas influencias, por primera vez en su carrera dispuso de tiempo de sobra para zambullirse en la profunda oscuridad de su mundo interior.
Coincidir con Delonte West en su periplo por la CBA enriqueció a Michael Beasley, que identificó en el escolta a alguien atormentado por la falta de apoyo y comprensión de la opinión pública. Víctima del fracaso de la sociedad a la hora de lidiar con las enfermedades mentales, escuchar al ex de Sonics, Cavaliers, Celtics y Mavericks regaló a Beasley una impagable lección vital.
Todo el mundo tiene sus demonios internos, lo importante es lidiar con ellos de la mejor manera posible.
Y Michael está en ello, con el juego que tanto ama como poderoso aliado en tan titánica cruzada.
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