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Retrospectivas ACB

Ante Tomic, el hombre desenfocado

De las comparaciones con Pau Gasol al estigma de frío. Ante Tomic ha echado una carrera al baloncesto moderno y ha terminado por encontrar el foco en su carrera.

En el largometraje “Deconstructing Harry” (Woody Allen, 1997), nota del articulista: sí, otra referencia cinéfila, qué pasa, Robin Williams encarna a un personaje perteneciente a una ficción dentro de la ficción, una especie de inception actoral: en uno de los relatos cortos del escritor protagonista (Harry Block, interpretado por el propio Allen), Williams es un actor que se vuelve borroso, cuya imagen se muestra desenfocada tanto dentro como fuera de plano.

La única solución a corto plazo que le ofrece el médico al que acude para solucionar el problema es darle unas gafas especiales a su familia para que, por lo menos ellos, le puedan ver correctamente. El psicólogo del protagonista infiere de este relato que el autor, el susodicho Harry Block, pretende que el resto del mundo se adecúe a su manera de pensar y proceder.

Probablemente el Woody Allen director y guionista buscaba una interpretación distinta, pero esto no es el Fotogramas y yo no soy Carlos Boyero, así que no voy a profundizar en ello. Saco a colación este sector de esta película en concreto porque, de alguna manera, se presentó en mi cabeza al día siguiente de la final de Copa de este 2019 (“¡baloncesto! ¡por fin!”, recitó el coro griego de lectores del artículo con renovada energía), mientras trataba de entender las últimas decisiones arbitrales de aquel partido a través de unas sencillas operaciones matemáticas (una derivada fraccional por aquí, una integral trigonométrica por allá) y la lectura recitada de “El libro rojo” de Carl Gustav Jung.

Y llegó a mi cerebro al caer en la cuenta de que Ante Tomic, el vilipendiado, fustigado, ninguneado, ridiculizado y menospreciado por buena parte de la afición madridista Ante Tomic, había conseguido lo que en cualquier otra circunstancia, o cúmulo de circunstancias, habría significado no solo una venganza en toda regla, un majestuoso “yippee-ki-yay, motherfuckers”, sino una jugada, una canasta que le habría trasladado a un olimpo imaginario de héroes, en este caso azulgranas, que parecía serle vetado para siempre por causas que serán desarrolladas (lo juro por el protector bucal de don Stephen) en posteriores párrafos.

En lugar de ello, el guardián de dicho olimpo le objetó a Tomic no sé qué de unos calcetines blancos y le impidió el paso; y aceptó, sin embargo, a un tal Instant Replay, un extraño infraser que se presentó con apenas dos de sus once extremidades sanas.

Y así, de esta rocambolesca manera, el jugador croata, cuya final fue destacable (incluyendo un tremebundo mate sobre Ayón a 40” del final, absolutamente fuera de guion) volvía a quedar apartado de un foco que en sus inicios de carrera parecía inevitable que abarcara, y que le ha estado esquivando y lacerando durante su trayecto en la élite.

Apartado de un foco.

Desenfocado.

¿Lo pilláis ahora?

(“Que no seamos suscriptores de Skyhook/no significa que seamos idiotas”, canta, resignado, el coro griego)

Vale, vale, perdón. Un puntito y aparte y desarrollamos.

El Gasol de Dubrovnik

Me permitirá el paciente lector que corretee de puntillas sobre la vida y milagros de Ante Tomic, alumbrado hace 32 años en la ciudad croata de Dubrovnik, la “Atenas dálmata”, lugar de nacimiento de otras personalidades destacadas de la pelota naranja tales como Nikola Prkacin, Andro Knego (y su legendaria alfombra de pelo pegada a la espalda), y un tal Mario Hezonja que aparecerá como estrella invitada dentro de un rato.

Me ahorraré que salió de Dubrovnik para empezar a destacar en el KK Zagreb, donde desarrolló su juego y se ganó convocatorias para las selecciones inferiores croatas (vaya, al final no me lo he ahorrado); y saltaré a enero de 2010, donde unos magníficos promedios de 18 puntos y 9 rebotes deciden al Madrid de Messina y Maceiras a pagar un millón de euros de buyout para que palie la larga lesión de Van den Spiegel y adelantar un fichaje acordado para junio. En su presentación, el propio Maceiras empieza a anudarle las cadenas que el bueno de Ante va a arrastrar durante toda su carrera deportiva:

“Tiene una gran versatilidad, aunque su peso puede no ser lo que necesita el equipo; pero tiene una gran perspectiva de futuro”.

Él, por su parte, ya despejaba balones cuando le comparaban con Pau: “es una exageración compararme con él”.

Sí, claro. El archivo sonoro de los deportistas de élite está lleno de obviedades de este tipo, pero lo cierto es que en aquellos momentos lo de “El Gasol del Este” sonaba bastante. Por supuesto que era una exageración, pero las primeras impresiones fueron positivas y permitían que el nuevo batacazo masivo de aquella temporada no opacara las esperanzas puestas en el joven Tomic. El siguiente curso confirmó las buenas impresiones del jugador, pero no las del equipo, que a pesar de cargarse a Messina en marzo volvió a quedarse en blanco.

En 2011 llegaban Pablo Laso y Sergio Rodríguez, y el periplo blanco de Ante iba a decolorarse hacia un inerte gris. Sus números bajaron, las sensaciones aún más, y el peso de su falta de físico, la escasa potencia de su tren inferior y un lenguaje gestual más bien plañidero se imponían en la psique baloncestística generalizada; el estilo de juego instalado por Laso, y, por ende, el toque de corneta impuesto por los Sergios, superaban a un Ante Tomic que para explayarse requería de tiempo, espacio y dedicación. Su nefasta final contra el Barcelona acabó por sentenciarle, pero el destino le iba a ofrecer un jugoso requiebro.

De Troya a Grecia

Pervive cierto relato según el cual Ante Tomic dejó el Real Madrid por el Barcelona para, según sus palabras, ganar los títulos que hasta entonces se le habían negado. Dicho relato se utiliza una y otra vez para atizar al de Dubrovnik, pero basta repasar sus declaraciones de aquella época para comprobar que fue el club blanco el que no le quiso, y que él tan solo expresó su voluntad de ganar trofeos con su nuevo club. Solo faltaría. Ante estaba convencido de que su juego, con Xavi Pascual, mejoraría sustancialmente, y así fue.

Por otra parte, Pablo Laso estaba convencido de que sin Tomic el juego de su equipo mejoraría sustancialmente, y así fue, hasta el punto de que se dio inicio a la época más exitosa del club en la era moderna. Justo mientras, coincidiendo con la llegada del pívot croata, el Barcelona entraba en una espiral de descomposición de la que, a pesar de los decentes resultados de esta temporada, no tengo nada claro que haya salido.

¿Era culpable Tomic de los malos resultados del Madrid hasta su despedida? No. ¿Ayudó su salida a mejorar el equipo? Sí, puesto que no encajaba con el estilo de juego que pretendía imponer su técnico. ¿Es culpable Tomic de los irregulares resultados del Barcelona desde su llegada? No, en absoluto. ¿Voy a cerrar este bucle de preguntas y respuestas en el que he entrado y voy a pasar de una puñetera vez al siguiente párrafo? Sí, antes de que venga el coro griego a dar por saco.

Deconstructing Tomic

El momento elegido, o forzado a elegir, para saltar de Real Madrid a Barcelona ejemplifica a la perfección mi metáfora woodyalleniana: justo cuando el foco se trasladaba a la capital española, Ante Tomic se apartaba de él en la catalana. Pero no es el único desenfoque apreciable en su carrera. Su mismísimo perfil de jugador, un center poco móvil, muy alto, con facilidad para el juego de espaldas al aro y con una inestimable capacidad para el pase, de la estirpe de los Sabonis, Tomasevic o Vujcic, resulta muy a contracorriente del que prevalece, desde algunos años, en el baloncesto europeo.

Un baloncesto que requiere de cincos móviles que puedan cambiar en defensa con cierta facilidad y se desplacen veloces en el pick&roll (Hines, Dunston, Ayón); o, en todo caso, torres que dominen defensivamente (Vesely, Tavares). Un baloncesto que permite a Tomic ser considerado uno de los mejores centers del continente pero no dominarlo, bajo la creencia, basada en estadísticas avanzadas, de que el juego al poste es menos eficaz, más defendible, que cualquier otra opción ofensiva. Esto, junto a las perennes y estigmatizadas acusaciones de blandura e incapacidad defensiva, nos han llevado a todos a proclamar, y ahora por fin el coro griego me resulta útil:

“¡No se puede edificar/un proyecto sobre Tomic!”

Gracias majos, e id a lavar las túnicas, haced el favor.

Sí, a Ante Tomic probablemente no le da para aguantar sobre sus espaldas una estructura dominante en Europa, pero eso no valida necesariamente los demás mantras que le persiguen. Por ejemplo, con los años se ha convertido en un gran defensor y se le reconoce muy poco. Su tren inferior da para lo que da, su capacidad de salto e intimidación es endeble; pero ha conseguido ser bastante difícil de superar en el 1×1, sabe cuándo y cómo lanzar flashes y es un gran reboteador defensivo. A base de IQ y constancia ha conseguido mejorar drásticamente sus prestaciones en este sentido, hasta el punto de que, le traigan a quien le traigan como compañero de posición, él siempre es el mejor center defensivo de la plantilla. Sí, también con Joey Dorsey.

Por otro lado, afirmar que Ante Tomic tiene un problema de carácter es, de nuevo, simplificar el asunto y adherirse al relato establecido, basándose en sus carencias físicas y su lenguaje gestual (declaraciones de Pesic, hace nada: “Tomic tiene calidad, táctica y cojones”). En la opinión de este perpetrador de artículos, el mayor déficit de su talante es la necesidad de sentirse importante para dar un rendimiento acorde a su capacidad.

Lo hemos visto no hace mucho, al inicio de la temporada pasada, cuando la llegada de Seraphin parecía quitarle minutos y protagonismo, y decayeron sus prestaciones; fue llegar Pesic y entregarle galones, junto a la grave lesión del francés, y Ante retornó a sus números y rendimiento de todos estos años. También lo hemos podido comprobar durante su periplo en la selección croata, donde, rodeado de una atmósfera de caos, desorden, terroristas del aquí llego y aquí me la tiro, y entrenadores que lo permitían, ha sido incapaz de siquiera acercarse a un nivel cercano a su capacidad.

El tenebroso Eurobasket de 2015 fue su canto del cisne; renunció a ser seleccionado para el preolímpico de 2016, sin que se conocieran las razones concretas, y no ha vuelto a la selección. Pero esto no significa que carezca de personalidad ni predicamento en un vestuario: eran épicas las broncas con las que reprendía, en la misma pista, a su conciudadano Mario Hezonja. Además, su constancia en cuanto a números (siempre entre los jugadores más valorados de cualquier competición en la que participe), presencias en pista (no ha tenido ninguna lesión larga, no falla casi nunca, una rara avis en el basket europeo tan sobrecargado de hoy en día) y aguante en un club tan inestable, da a entender una resiliencia que no por desenfocada deja de ser genuina.

Epílogo, porque ya, total…

Volvemos a la final de Copa. El plano master televisivo acompaña el vuelo del último balón lanzado por Llull desde su campo a la desesperada; Tomic es el único jugador azulgrana en su mitad de pista, y observa el arco que dibuja la pelota con los brazos en jarra, aceptando el designio del destino con cierta resignación, porque la dirección es la correcta y podría acabar dentro del aro. El balón se regodea antes de salirse enérgicamente; el Barça es campeón, pero Ante no reacciona. Se queda contemplando el otro lado de la cancha, quizás resoplando internamente, o puede que alcanzando una paz interior que se le ha estado negando durante demasiado tiempo. No sabemos si se dispone a abrazarse a sus compañeros, a bailar reggaetón o a levitar presa de un trance chamánico, porque la cámara decide, una vez más, retirarle el foco.

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