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The Ghost of Madison Square Garden

El año 1984 fue el de los tres milagros de Bernard King. Tres obras de fe que lo convirtieron, al menos durante un instante, en el mejor jugador del planeta.

La culpa de todo la tuvo Bernard King. Todavía en aquel caluroso día a finales de abril, los Detroit Pistons eran simpáticos en el imaginario popular de la NBA. Jugaban de forma alegre y contaban con un prodigio como Isiah Thomas. Su viejo pabellón en el Pontiac Silverdome poseía una atmósfera retro encantadora. Sin embargo, aquel quinto encuentro correspondiente a la primera ronda los Playoffs de 1984 lo tuvieron que disputar en el Joe Louis Arena por estar la cancha alquilada para otro evento, una ingenuidad tierna que habla de cómo de bisoña estaba la franquicia en esos instantes. 

En aquel escenario atípico, el afortunado público de la Ciudad del Motor asistió a algo homérico. Jacobo Correa acierta al calificar de milagrosa aquella velada donde Thomas hizo todo lo que puede pedirse a un playmaker. Rory Sparrow, base titular de los New Yok Knicks, fue expulsado por culpa de aquel asesino con sonrisa angelical. Incluso el temperamental Hubie Brown parecía resignado en el banquillo, todo estaba perdido para los de la Gran Manzana.  

¿Todo? No, existía una única cosa que el futuro arquitecto de los Bad Boys no pudo hacer: vencer a Bernard King. La estampa de aquel dorsal 30 en aquella época se convirtió en el símbolo de una era no soñada para el basket. Sports Illustrated lo resumió con su elocuencia al colocar al Knick encarando en portada: His Royal Highness.  

Aquellos 44 tantos dieron la vuelta a la mejor liga del basket del mundo, incluyendo un mate agónico para machacar un rebote ofensivo en la prórroga. Hasta ese momento, el alero surgido en Brooklyn era reconocido como un talento a considerar, además de haber hecho mucho ruido en la universidad de Tennessee junto con el escolta Ernest Grunfeld. Desde entonces, fue otra cosa. Sus hazañas en la serie ante los Pistons, promediando más de 40 puntos fueron las jornadas de gloria para un jugador que, como decía su antiguo compañero Rodney Woods, solamente se le podía entender a raíz de las reglas del playground neoyorquino. Si pierdes en el rey de la pista, puedes estar más de una hora sin volver a entrar. Allí fue donde Albert King, hermano de Bernard, se hizo una leyenda callejera. Él, sin embargo, daría un rodeo hasta volver con todos los honores a la Gran Manzana: Knoxville, New Jersey y San Francisco hasta que en 1982 retornó.  

El terremoto anotador de King sirvió para derribar el templo de los jóvenes Pistons. De las ruinas, Chuck Daly, Thomas y Bill Laimbeer configuraron un estilo más duro que les haría odiados y ganadores. Tal vez sin la exhibición de Bernard nunca se hubiera construido el Palace de Auburn Hills. Pero no solamente les afectó a ellos. Desde su cuartel general, los Boston Celtics habían celebrado la sorprendente eliminación de los Sixers del Doctor J en primera ronda ante los Nets. El camino para los orgullosos verdes parecía más despejado que nunca, con el patriarca Red Auerbach ansioso de dar una lección a los Lakers en junio. Pese a ello, su líder y MVP de aquel curso, Larry Bird, tenía un rictus preocupado. Habían despachado a los Bullets en cuatro choques, pero Bernard King estaba en plena transformación. En postemporada, si algo no quieren los favoritos es algún factor externo o metamorfosis que altere su cuidadosa ruta trazada.  

Es imposible que nos lo haga a nosotros

K. C. Jones había sido un soplo de aire fresco en el Boston Garden. Todavía escocía aquel aplastamiento que los Milwaukee Bucks de Don Nelson les habían infligido en los anteriores Playoffs, barriéndoles de la pista. Auerbach, fiel seguidor de colocar a antiguos mitos de la franquicia verde como entrenadores, consideró que Jones estaba listo para aliviar a un vestuario exhausto del extraordinario pero lacedemonio Bill Fitch, un míster tan exigente que solamente genios como Larry Bird podían seguir el ritmo. 

K. C. recibió el apoyo incondicional de la plantilla por su forma discreta de llevar las cosas, alcanzando el club las sesenta y dos victorias, billete que garantizaba tener ventaja de campo en todas las eliminatorias. Pese a que pupilos como Kevin McHale o Cedric Maxwell se jactaban de que Bernard King no se iba a pasear ante ellos como lo hizo frente a Detroit, Jones coincidía con Bird en que los Knicks de su colega Hubie Brown podían ser un regalo envenenado. 

Mark Aguirre, voraz anotador de los Mavs, recordaba que el dorsal 30 de los Knicks no tenía un repertorio de movimientos muy amplio; eso sí, con las tres cosas que hacía podía matar a cualquier defensa. Jones pactó con su estrella que no iba a desgastarla con emparejamiento ante King, desde el comienzo de la serie, esa misión correspondería a Dennis Johnson. MVP de las Finales con Seattle; Bird adoraba la competitividad que traía incorporada Johhson, especialista en brillar en los partidos más difíciles. 

Otra anotación del scouting de trébol era vigilar de cerca a Bill Cartwright, la clase de pívot que todas las escuadras NBA necesitan, pero que suele pasar desapercibido. El center nacido en Lodi estaba a pocos años de que el sagaz ojo de Jerry Krause decidiese sacrificar al inmensamente popular Charles Oakley a cambio de que los Chicago Bulls consiguieran a ese diamante en bruto. 

Todo fue frustrante para New York en el Boston Garden. Dennis Johnson evitó que King fuese con frecuencia a la línea de tiro libre, mientras que presencias interiores tan potentes como Kevin McHale o Robert “El Jefe” Parish hacían un trabajo de demolición excesivo para un buen rival que logró cuarenta y siete victorias en temporada regular, si bien no podría sobrevivir a los orgullosos verdes sin su astro al máximo. 

Con 2-0 arriba, el optimismo inundaba el autocar de los favoritos al título. McHale hablaba de enterrar a New York y Cedric Maxell advertía que no existía ninguna manera en que King lograse cuarenta puntos a su costa. Sin embargo, Bird notaba la atmósfera del Madison Square Garden diferente a otras visitas. Lejos de existir un mal clima o temor a perder pronto las semifinales, su afición parecía poseer una fe infinita en que Bernard King iba a despertar en el momento justo. De hecho, la obsesión por el verdugo de los Pistons permitió mayor libertad a otros jugadores locales. Cartwright brilló con 25 puntos y el base Ray Williams sobrepasó asimismo la veintena. Relajados por los dos anteriores encuentros, los Celtics lanzaron por debajo del 40%. Bernard King estuvo correcto con 24 puntos y 9 rebotes, si bien parecía lejos del nivel de excelencia alcanzada.  

El retorno del Rey

Crees que lo tienes y es un segundo demasiado tarde. Figuras verdes volaban ante aquellas parábolas perfectas. La grada explotaba. Cuando K. C. Jones mandaba al incombustible M. L. Carr para chocar con él, el público del Madison caía y se levantaba con Bernard King. Sus dedos vendados y mirada desafiante invitaban al optimismo. Daba igual que estuvieran ante el mejor equipo de aquella NBA, nada que idease K. C. Jones podría detenerle. 

Ray Williams sonreía para sus adentros cuando lanzó un preciso ally oop que Cedric Maxwell intentó evitar en vano. Igual que en el Joe Louis Arena, King se elevó por encima de todos en el pabellón para lograr un 2+1 que, incluso sin haber finalizado la primera mitad, llevó al respetable a ovacionarle. Llevaba 19 puntos y 2 rebotes, con un marcador favorable para New York de 45-37. 

Los golpes se fueron sucediendo. No importaba lo mucho que K. C. Jones hubiera insistido en limitar las recepciones de balón para el alero y usar los dobles marcajes, la pizarra de Hubie Brown siempre le encontraba. Williams lanzaba hacia los cielos y las manos de Bernard lo culminaban. El propio McHale se vio frustrado cuando la máquina anotadora se las ingenió para alzarse en suspensión tras recibir su falta y encestar. 

Con todo, aquellos Celtics siempre volvían. Estaba expirando el tercer cuarto cuando El Jefe Parish dio su característica media vuelta para poner a dos puntos a los visitantes. En el siguiente ataque, Bird empataría el marcador a 87. Fue el momento para que King recordase su capacidad de conseguir tiros off-balance, en posiciones incómodas ante algunos de los mejores jugadores interiores de todos los tiempos. Terminó exhausto y con 17 de 25 en lanzamientos. Muchas décadas después, amantes cronistas de baloncesto como Scoop Jackson recordarían aquellas cifras de ciencia ficción. Cuando genios como Kobe Bryant o Allen Iverson lograsen sus bestiales guarismos en rachas celestiales, los analistas tenderían a obviar al genial alero de New York, quien, en realidad, logró momentos de inspiración idénticos y con menos necesidad de tirar a canasta, sin recurrir al triple. 

Los 43 puntos del jugador franquicia permitieron un 118-113 que sirvió para igualar la eliminatoria. La atención que generó liberó a excelentes complementos del equipo como Darrell Walker. Antes de que saltasen todas las alarmas, El Pájaro volvió a volar por encima de todos en el Boston Garden. El quinto juego se inició con un Larry Bird anotando sus cinco primeras canastas sin fallo, espoleando a los suyos. Sus 26 puntos y 10 rebotes garantizaron un inicio muy cómodo para los locales, si bien el esfuerzo de King resultó conmovedor. Logró 30 para su casillero y mantuvo los porcentajes por encima del 50%. En el tercer cuarto hubo incluso un asomo de remontada, si bien la maquinaria verde (Parish, Maxwell, Ainge, Johson…) les golpeó sin piedad. 

Unos pocos minutos sin inspiración ante Boston en aquella década eran casi la garantía de una derrota. En particular, McHale fascinaba a Hubie Brown, admiración que subiría en los siguientes años cuando el muchacho de Texas modernizó el juego al poste bajo 

De vuelta al Madison, King miró sus dedos vendados y decidió que no iba a ser el último partido del año. Aunque solamente se conocería después, tenía un dedo dislocado en cada mano. Tal vez en su cabeza resonase un tapón espectacular de Parish respondiendo a su entrada a canasta. Nada de eso importaba. Peter Vecsey, uno de los periodistas que cubrió a Bernard durante aquellos años, combinaba la admiración y la pena por algunos de sus demonios internos. Aquella jornada, en cambio, sería luminosa; de las mejores. 

Lo que ocurrió estuvo cercano al delirio. King se disparó a los 29 puntos en la primera mitad del choque. Posteriormente, una precisa acción defensiva de Cartwright convirtió al Madison en el jardín del Edén. King corría dejando atrás a Scott Wedman, machacando con precisa elegancia el aro. Había alcanzado la cuarentena en su estadística particular y los suyos iban 13 puntos arriba. Coast to coast, manejo de la izquierda, cambios de ritmo para el monarca de las contras y un público subyugado. Estaba convirtiendo el sexto partido de las semifinales en una pachanga ante la mejor escuadra de aquella NBA.

Como haría infinidad de veces, ante pistoleros como Dominique Wilkins o Isiah Thomas, Bird se multiplicó para evitar la debacle de Boston: 35 puntos y 11 rebotes. Juan Francisco Escudero, cronista de los Celtics, no dudó en calificar al King de aquel día como “una auténtica máquina de matar”. Louis Orr ayudó a alejarle de McHale cuando el ala-pívot intentó sacarle de sus casillas con trash talking, casi buscando el último recurso para frenar a aquel azote. Los Celtics lanzaron el último hurra y Bird tuvo incluso la oportunidad de mandar el duelo a prórroga sin éxito. Lo imposible había sucedido. King firmó 44 puntos. 

El sueño terminó el séptimo día. The New York Times quiso destacar la labor oscura y encomiable de Truck Robinson. Por su lado, Hubie Brown felicitó a los Celtics por un partido casi perfecto, con Larry Bird disparado hacia los 39 tantos. El pasional técnico subrayó la labor de Rory Sparrow y el propio Robinson, exonerando a un Bernard King que fue controlado como pocas veces en aquella postemporada. 

El 121-104 fue un doloroso cierre para una eliminatoria que había ilusionado al Madison como no sucedía desde hacía mucho tiempo. Pese a ello, el futuro parecía inmejorable. El siguiente curso, King elevó incluso más su juego hasta una fatídica velada en marzo ante los Kansas: ligamento cruzado en el tobillo derecho. Ello frustraría el apasionante What If..? relativo a su posible combo con un tal Patrick Ewing llamado a ir a la ciudad que nunca duerme. Las adicciones volverían, sin embargo, el caballo de carreras lograría algo insólito: volver de un rosario de lesiones para ser All Star de nuevo. 

“Lo mejor de acabar con aquella serie fue decir adiós a Bernard King para el resto de Playoffs. Durante esa postemporada, Bernard King fue la mejor máquina de anotar que he visto”. Larry Bird no regalaba elogios, no obstante, valoraba el esfuerzo como pocos. Siempre hablaría maravillas de la pasión de Hubie Brown y aquel número 30 con dedos dislocados. Conviene no olvidar que el único ídolo del Celtic fue su padre, un trabajador nato que lidió con sus propios diablos. 

Igual que Billy Elliot diría después, King confesaría que su pista de baile le permitía desaparecer. Quienes tuvieron la infinita suerte de verle en el Madison aquel verano de 1984, nunca olvidarían al fantasma que aterró a los todopoderosos Celtics. 

BIBLIOGRAFIA: 

BIRD, L. y RYAN, B., Drive, Bantam Books, New York, 1990.  

CORREA, J., “Los tres milagros de Bernard King en 1984”. Recuperado de: https://www.skyhook.es/2017/12/los-tres-milagros-bernard-king-1984/

JACKSON, S., “King: Genio interrumpido”, Revista oficial NBA, nº 148 (2004), pp. 52-56. 

KING, B. y PREISLER, J., Game Face: A Lifetime of Hard-Earned Lessons On and Off the Basketball Court, Da Capo Press, New York, 2017. 

ORTIZ, G., “El último y milagroso All Star de Bernard King”. Recuperado de: https://www.jotdown.es/2016/10/ultimo-milagroso-all-star-bernard-king/

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