El acto de encenderse un buen puro significa en muchas ocasiones la satisfacción por el deber cumplido, un momento de reposo tras haber hecho un buen trabajo, como hacía George Peppard interpretando al Coronel Hannibal Smith en la serie televisiva “El Equipo A”. Personajes históricos como Winston Churchill o Groucho Marx llevaron siempre asociado a su persona la imagen de un buen habano encendido, imagen que en el mundo del deporte nadie personificó mejor que Red Auerbach. Cuando el partido estaba decidido a favor de su equipo, cuando la victoria estaba asegurada, quitaba el envoltorio de plástico, encendía el mechero y el humo empezaba a asomar en su banquillo como símbolo de su superioridad ante el rival. Auerbach fumaba unos ocho o diez puros al día, pero los que se fumaba en el banquillo siempre sabían diferente. La gran mayoría de esos puros irían asociados a la historia de los Celtics y la ciudad de Boston, pero unos años antes habían tenido su germen en la capital del país, al mando de uno de los equipos pioneros en la historia del baloncesto estadounidense y cuyos uniformes, curiosamente, también mostraban los colores blanco y verde.
Hijo de un inmigrante ruso, Auerbach se ganó el apodo de “Red” a una temprana edad debido al color de su cabello y a su fuerte carácter que le hacía sobrevivir en las inhóspitas calles de Brooklyn, el sitio que le vio nacer. Él y sus amigos se ganaban unos peniques limpiando los cristales de los coches que paraban en las gasolineras o empujando los carros de la compra a la salida de los supermercados, al mismo tiempo que descubría el baloncesto, el cual había sido inventado unas tres décadas antes pero que ya gozaba de una gran popularidad en el país. Sin destacar como jugador, pronto decidió encaminar sus pasos hacia los banquillos, aunque sin conseguir grandes oportunidades, salvo un par de experiencias como entrenador de high school. Tras contraer matrimonio, se alistó en la Marina durante la II Guerra Mundial, haciéndose cargo del equipo de baloncesto en la base naval de Norfolk, Virginia. Tras finalizar el conflicto bélico, su vida parecía ir encauzada hacia las aulas como profesor, pero en la primavera de 1946 leyó un artículo de periódico que informaba sobre la celebración de una reunión en el Hotel Commodore de New York encabezada por Ned Irish, propietario del Madison Square Garden. En ella se establecerían las bases de lo que sería la BAA (Basketball Association of America), nombrando un Comisionado y estableciendo franquicias en once ciudades del país.
Auerbach vio en aquella idea un gran potencial, todo lo contrario de lo que el baloncesto profesional había sido hasta entonces, muy mal manejado en su opinión. A pesar de que nunca había jugado profesionalmente, de que no había entrenado a nivel universitario o de que no tenía ningún tipo de reputación, Auerbach contactó con Mike Uline, uno de los magnates presentes en aquella reunión, para proponerle una oportunidad para entrenar a los recién fundados Washington Capitols. En su afán por convencerle, Auerbach le explicó sus planes para hacer de los Capitols un equipo puntero en la BAA, atrayendo jugadores desde todos los estados del país. Si era elegido entrenador, convertiría a los Capitols en un equipo con mucho talento y a un bajo coste, reclutando jugadores del área de New York, California o antiguos pupilos suyos en la Marina. A Uline, hijo de unos inmigrantes holandeses que habían desembarcado en EE.UU. a finales del siglo XIX, le sedujo la idea y ofreció a Auerbach un contrato anual por 5.000 dólares. Propietario de la cancha que llevaba su nombre, Uline vio en Auerbach y en la recién creada BAA la posibilidad de dar un empujón al pabellón que albergaba los partidos de los Washington Lions de la Eastern Hockey League. “Conseguimos que los edificios no se vinieran abajo”, recordaba Auerbach hace años. “Si tenías un edificio como ése debías ocuparlo con partidos de tenis, sermones de predicadores, espectáculos de hielo o una liga pequeña de hockey. El edificio estaba vacío muchos días y la BAA sirvió para llenarlo y vender perritos calientes y cacahuetes”. Sin embargo, las cerca de 5.000 localidades rara vez se llenaban (alcanzaría su esplendor en 1964 cuando los Beatles lo eligieron para actuar por primera vez en EE.UU.), en una década donde el baloncesto aún no era un deporte de masas.
Dividida en dos conferencias de seis y cinco equipos respectivamente, la BAA arrancaría en noviembre de 1946, con 60 partidos programados para cada equipo y con la esperanza de convertir el baloncesto en un deporte mayoritario. A la hora de conformar el primer roster de los Capitols, Auerbach recorrió el país en busca de jugadores que pudiesen formar un equipo potente, reclutando a hombres como Bob Feerick, Johnny Norlander, Johnny Mahnken o Fred Scolari. Tras un comienzo dubitativo, el equipo ganó 17 partidos consecutivos, alcanzando un balance final de 49-11, el mejor de la Liga. Sin ninguna reputación entre sus colegas y entrenando a jugadores de su misma edad o mayores que él, Auerbach empezaría a desarrollar un comportamiento que le hiciese ser respetado y que le definiría durante décadas. Se golpeaba sus puños con tanta fuerza que los nudillos le sangraban, usaba un programa enrollado desde el inicio con el que se golpeaba la mano y protestaba cada jugada en contra de su equipo, haciendo caer las cenizas de sus puros sobre los zapatos de los árbitros. Sin embargo, se vieron sorprendidos por los Chicago Stags, mejor equipo del Oeste, cayendo 4-2 en los playoffs, a pesar de lo cual la temporada se dio por buena por la versatilidad del equipo y porque, sobre todo, económicamente no hubo grandes pérdidas.
La siguiente temporada no fue tan buena para el equipo de Auerbach, consiguiendo 28 victorias y quedándose fuera de los playoffs tras perder un partido de desempate ante Chicago. Durante la temporada, en un clima de segregación racial propio de aquella época, Uline permitía el acceso al pabellón a los aficionados de raza negra para ver los combates de boxeo pero no para los partidos de hockey y baloncesto. Al estar la pista colocada encima de las placas de hielo usadas para la liga de hockey, los jugadores y entrenadores aparecían sentados en los banquillos cubiertos de mantas y tiritando de frío. Auerbach comenzaría un peregrinaje en busca de los mejores jugadores universitarios con el fin de reforzar el equipo, a pesar de los rumores de una posible llegada de un nuevo entrenador a los Capitols. “Teníamos a Fred Scolari que venía de la Costa Oeste, a McKinney, procedente del Sur, Johnn Mahnken de Georgetown, Ivan Torgoff, de Long Island. Fuimos de los primeros en tener un grupo heterogéneo. Los Knicks cogían jugadores del área de New York, toda la plantilla de Pittsburgh era de Pittsburgh. Yo no creía en eso. Los escogía de todos los lugares”.
La tercera temporada se abriría con 12 equipos, un calendario de 60 partidos y la llegada de una pequeña cobertura televisiva para algunos equipos, entre ellos los Capitols. Los medios empezarían a denominar a Auerbach “el viejo zorro”, por los cambios llevados a cabo en la plantilla, que él definía como “ásperos, suaves, grandes y rápidos”. Con Feerick y Scolari como figuras, los Capitols ganaron sus primeros 15 partidos (algo que sólo igualaron los Rockets en el 93 y los Warriors el año pasado) y, tras un pequeño bache entre diciembre y febrero, acabarían la temporada como el mejor equipo del Este con un balance de 38-22. Tras eliminar a los Knicks en las Finales del Este, Auerbach y sus Capitols lucharían por el campeonato ante los Lakers del gran dominador de la época, George Mikan, y lo harían sin su mejor hombre, Bob Feerick, quien había caído lesionado en el último partido ante los Knicks. Tras perder los primeros tres partidos de las Finales, los Capitols conseguirían vencer en los dos siguientes, para acabar cayendo en el sexto por un claro 77-56 con un Mikan desatado (29 puntos).
Aquellas Finales dejaron para el recuerdo uno de los primeros episodios que definían a la perfección el carácter de Auerbach. Con Mikan corriendo el contraataque, el pívot de los Capitols, Kleggy Hermsen, le empujó por detrás mandándole a la primera fila de asientos. Con Mikan dolorido en el suelo, Auerbach chillaba a todos aquellos que estaban ayudándole para que el gigante se mantuviera fuera de la cancha y el partido pudiese continuar. “Puede que fuera verdad, porque no sentía ninguna pena hacia Mikan”, confesó Auerbach. “Él era un gigante entre aquellos tíos y siempre estaba golpeando con sus codos en todos lados, así que cuando fue él quien lo recibió me sentí feliz por ello”. Auerbach se encaraba frecuentemente con los árbitros y muchas veces lo hacía para ser expulsado y lograr encender a sus jugadores y la grada.
Este artículo es un extracto del original que apareció en Skyhook #5 y que puedes conseguir aquí
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