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Análisis

El fantasma del Rey

Y el elegido cumplió la profecía.

Getty Imanges

Su confesión pilló por sorpresa a unos pocos despistados. Los mejores buscan ídolos, un fantasma, quimeras, evanecidas por el peso de la nostalgia. Decía LeBron James que su motivación nació de Michael Jordan, aquel espectro que perseguirá hasta el día que decida brindarnos su último baile.

La pasada noche rubricó uno de esos hitos que se antojaban imposibles antes de su entrada en la liga: convertirse en el máximo anotador de siempre. A sus 38 primaveras, antes incluso de lo proyectado, ha rebasado la marca que dejó Abdul-Jabbar más de tres décadas atrás. Era uno de esos récords perennes en el seno de la competición; un título que trasciende al paso del tiempo.

Bautizado como Elegido a ojos de las grandes estrellas del nuevo milenio, ingresó en la NBA con la obligación de mutar en un MJ moderno. La presión siempre estuvo ahí, acompañándolo en su viaje. De villano pasó a antihéroe, para después redimirse a ojos de los suyos. Cayó, venció y volvió a perecer frente a la hidra de Oakland: la constelación más talentosa de la historia del baloncesto y, también, el equipo construido para vencer al hijo de Akron.

Esa será su herencia, ya que no siempre estuvo tan bien acompañado. Un jugador alejado de la etiqueta de “anotador primario”, que alcanza la excelencia en todos los apartados de este deporte. Su privilegiado IQ, incrustado en uno de los especímenes físicos más especiales que ha dado la raza humana. Durante su larga carrera los equipos fueron aspirantes al anillo por el mero hecho de su presencia. Hizo grandes a compañeros mediocres, liderando dentro y fuera de la pista.

Y es que James ha sido Jordan en la era de mayor capacidad baloncestística que se recuerda. Mis ojos nunca vieron a ningún otro dominar todo lo que acaecía sobre el parqué como lo hizo LeBron en plenitud. Probablemente hayamos sido coetáneos del prime más longevo de la historia de cualquier disciplina. Y como condición inherente al ser humano, parte de la aventura se ha perdido en las filias y fobias de cada uno.

Con la evolución del juego, la NBA se ha metamorfoseado en tierra de unicornios. Ejemplares capaces de tiranizar todos los apartados numéricos nos dan los “buenos días” en nuestros ásperos despertares. Caníbales estadísticos como Jokic, Antetokounmpo o Doncic son efecto directo del paso del Rey. Lástima que el perpetuo debate sobre el mejor jugador de todos los tiempos nuble la proeza a la que hemos asistido.

LeBron siguió la estela de Jordan, dejando tras de sí una andanza igualmente ilusoria. Cuando abdique… ¿Quién será digno de reclamar su legado?

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