“En mi carrera ha sido muy importante asimilar momentos en los que no todo va bien para crecer”. A página completa (la número 24), esta frase de Sergio Rodríguez inauguraba el especial que le dedicamos en #Skyhook14. Era febrero de 2019 y el Chacho se encontraba disputando su última temporada con el CSKA de Moscú. No sabíamos que conseguiría ganar la Euroliga meses después. Tampoco que se mudaría al Armani Milán durante tres dulces temporadas con sabor a retiro espiritual. Ni por asomo, claro, conocíamos que su vuelta al Real Madrid en 2022 no se trataría de una gira de despedida sino de una montaña rusa en la que su presencia se convertiría en igual o más importante para su equipo que en sus más gloriosos años en el club blanco (2014 y 2015). Es decir, no sabíamos que esa frase resonaría mucho más en el futuro.
Fe de erratas: un servidor despotricó de él durante los cinco primeros meses de competición. Aunque más que una errata, fue una blasfemia. “No está ni para competir en LEB Oro”. “Es una sombra chinesca de lo que fue”. Es fácil recurrir a la fe cuando todo sale bien. Mucho más complicado mantenerla en medio del vendaval, el momento donde arrojar la toalla parece lo sensato. Y, pese a que ya sabemos lo que sucedió a continuación, la realidad es que los dos hechos -que empezó bastante mal y que acabó siendo el eje del Madrid- son verdad a la vez.
A este respecto, es necesario reseñar algo que en los medios olvidamos a menudo: el deporte es cinética, trasiego y cambio. No solo por los engranajes físicos del movimiento, sino por las tendencias emocionales y del bienestar completo de los jugadores y los grupos humanos. Por ello, y a pesar de correr el riesgo de soltar una perogrullada, no se puede tallar en piedra sobre lo que sucede en la alta competición. Los fans irredentos de un jugador recriminan a los críticos: “y ahora qué, ¿no era el Chacho tan malo?”. Sin entender que la actualidad es cruel por naturaleza y que los estados de forma mutan, y lo que hoy es una rajada mañana es un elogio. De hecho, Sergio Rodríguez encarnó la evolución del Real Madrid durante todos aquellos meses.
Con una plantilla envejecida y falta de piernas, durante el primer tramo de temporada Chus Mateo se encomendó a Williams-Goss y Adam Hanga. Mateo sabía que aún quedaba magia en el tanque de Sergio Llull y el Chacho, pero sus minutos eran escasos debido a su debilidad e inconsistencia atrás. Con Alocén lesionado de manera indefinida y un agujero enorme en el puesto de base, el Madrid palideció ante equipos robustos en esas áreas como el Mónaco o Baskonia, que provocaban graves problemas para la defensa blanca con jugadores como Mike James, Darius Thompson o Markus Howard. Tal ha sido el descontento que, éxito en Europa mediante, el Madrid sigue esperando a Facundo Campazzo para llenar ese hueco.
Los dos hechos -que empezó bastante mal y que acabó siendo el eje del Madrid- son verdad a la vez.
El otro gran problema pasaba por el movimiento de balón. Williams-Goss es un base explosivo y con talento anotador, sin embargo, en labores de distribución aún se encuentra suspenso. Hanga defiende como nadie, pero hace las veces de parche en la posición de 1. Llull -el eterno debate de si el menorquín es base está más que saciado- nunca ha sido ese perfil de jugador. Ahí comenzó el revulsivo Sergio Rodríguez, la pócima (no tan) secreta. Ya desde marzo el Chacho venía con un nivel superior, pero la serie contra Partizan lo inmortalizó. Todos sabemos lo que ocurrió, se han escrito ríos de tinta sobre ello. En los tres últimos partidos, los que dieron la vuelta a la eliminatoria, el Madrid dio muy mala imagen en las primeras partes. Y siempre, siempre, fue el Chacho quien montó la fiesta, trajo las bebidas, echó a los invitados, limpió la casa y barrió el porche. Su conexión con Tavares, la pieza perdida del puzle, que Mateo, con buen ojo, decidió convertir en el único plan táctico.
Mientras la casa se venía abajo -los lesionados, los sancionados, los castigados-, Sergio Rodríguez volvió a sacar la grúa. Regresaron incluso los buenos porcentaje de tiro, una tarea pendiente desde noviembre de 2022. Los ataques estáticos del balón al poste bajo se marcharon paulatinamente dando lugar a los bloqueos y continuaciones, pases al hombre libre y el extrapass. La defensa en zona planteada por Chus Mateo concedía triples, pero daba el suficiente aliento a los defensores para compensarlo en el ataque. Todo sea dicho, todo un órdago que pudo salir muy mal en la Final Four ante Olympiacos, pero que culminó con el MVP para Tavares que perfectamente pudo acabar en las manos del Chacho.
Fue el Chacho quien montó la fiesta, trajo las bebidas, echó a los invitados, limpió la casa y barrió el porche.
“La resurrección del mago”. Así se tituló el último artículo especial de Alfonso Lozano en nuestro número 14. Un adelanto que no podría definir mejor la temporada 22/23 del tinerfeño. Como entes comunicadores, deberíamos replantearnos cómo tratamos a los deportistas que se encuentran en sus fases finales de carrera. Darles por muertos suele ser un error fatal. Y más con los que saben más por diablos que por viejos. Porque el mundo está dividido en dos tipos de personas: los que tienen el arma cargada y los que cavan. El Chacho nunca cava.
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