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Objetivo Europa

El único al que temió

Cuando toda Europa temblaba al escuchar el nombre de la Jugoplastika, en Split únicamente sentían una punzada de nervios frente a ellos.

La historia del Partizan de Belgrado durante la década de los ochenta del pasado siglo es una de las más singulares que pueden encontrarse en las canchas del Viejo Continente. Alcanzaron el éxito, fueron aplaudidos y respetados. No obstante, por precocidad y talento sintieron que su gran adversario en Yugoslavia les robó su verdadero papel en la Historia.

Cada Copa de Europa alzada por los Toni Kukoč y compañía durante aquel trienio mágico era una daga en el corazón de la capital serbia. Por su lado, el mismísimo Božidar Maljković, tras tantas batallas épicas frente a oponentes como Barcelona o Maccabi de Tel Aviv, señaló que su motivo de mayor satisfacción en aquella dinastía que ayudó a formar era la hegemonía que alcanzaron en un torneo tan feroz como el yugoslavo. No en vano, la Cibona de Zagreb inició su proceso de decadencia antes en sus fronteras que en Europa. Dražen Petrović y sus fieles se quedaron fuera de participar por el máximo cetro continental sin que nadie hubiera podido todavía ponerles la mano encima en las lides internacionales.

La generación de Gante

En ocasiones, parecía que dirigía a un conjunto de críos. No obstante, Duško Vujošević siempre fue consciente durante sus campañas en el Partizan (1986-1989) de que estaba siendo el testigo privilegiado de un futuro que iba a llegar a las canchas. Previamente incluso a que la Jugopaplastika sorprendiese al mundo en Múnich, aquella camada de imberbes intentó asaltar los cielos.

“Se dice que Kićanović, que fue el que formó aquel equipo, tuvo una visión con Đorđević, Divac, Obradović y yo mismo, pero otros dicen que fue pura casualidad”. Žarko Paspalj tira de ironía para rememorar como se formó aquel grupo salvaje. A fin de cuentas, él siempre había pensado que sería el mejor jugador de Podgorica, el pez más grande del estanque, feliz y despreocupado. Sin embargo, pronto el Bosna Sarajevo le echó sus redes para arrebatárselo al Budućnost. Al poco tiempo, dejó la capital de Bosnia.

Dentro de los mentideros de ojeadores en los Balcanes se había pensado que aquel alero de fuerte personalidad acabaría en algún club croata; incluso el talentoso joven miró con recelo algunas cosas de Belgrado. Por ejemplo, el Hala Sportova le recordaba a un inmenso túnel oscuro, un lugar sombrío y de condiciones muy por debajo de lo exigido para una escuadra de élite. De cualquier modo, sorprendieron a toda la nación al hacerse con la Liga yugoslava después de los Playoffs de 1987. Lo hicieron frente al Estrella Roja, existiendo incluso en la propia plantilla del Partizan la percepción de que los rojiblancos les habían hecho un inmenso favor al eliminar de manera inesperada a la Cibona de Zagreb, entonces el conjunto más temido fuera de la NBA.

Sea como fuere, corroboraron que no habían venido de la nada ni eran fruto del mero azar. El Partizan aterrizó en la Copa de Europa al año siguiente como un invasor dispuesto a saquear los grandes palacios continentales. Eran vertiginosos, sobresaliendo en una vistosidad demoledora para las transiciones. Algunos integrantes de aquella bisoña tropa no tenían carné de conducir, aunque llevaban la pelota por donde querían para lograr el objetivo de la canasta.

Los triples de Goran Grbović eran una constante en una avalancha ofensiva que podía desarticular a los rivales más experimentados. Así, el Barcelona comandado por Aíto García Reneses rememoraría la salida en tromba que sufrieron en Belgrado: 13-1. Probablemente, los azulgranas tomaron nota de Aleksandar Đorđević en aquella segunda vuelta de la liguilla. Se traba de un playmaker diferente, descarado y con una fortísima personalidad que transmitía en la cancha.

Siendo apenas un júnior, Đorđević debutó con maestría en el modesto Radnicki de Belgrado en la temporada 1985/86. Solo hizo falta ese curso para que el Partizan le echase el guante, convencida la institución de aquel diamante en bruto. Vujošević tomó una decisión muy acertada aquella Copa de Europa: balancear la energía juvenil de ese anotador con la dirección veterana de Željko Obradović, un base muy calmado y que sabía leer con aplomo los partidos apretados.

Sorprendieron a todos y lideraron la última fase con apenas cuatro derrotas. Llegaron a Bélgica como favoritos, una losa que, tal vez, resultó un tanto pesada para un proyecto que había apostado claramente por exhibirse en el Viejo Continente. Paralelamente ellos asombraban a las aficiones extranjeras, el Partizan veía cómo la Jugoplastika marcaba un ritmo inhumano en el torneo de la regularidad. Ellos se conformaron con la tercera plaza, si bien todo quedaría olvidado si cumplían los pronósticos en las Final Four.

Punto de inflexión

El Maccabi de Tel Aviv había sufrido hasta el último momento para meterse entre los cuatro mejores del Viejo Continente. Pese a ello, no podía existir cliente más incómodo para el Partizan de Belgrado. El club israelí era un histórico acostumbrado a esas instancias finales en dicha década, algo que le daba un aplomo especial llegados los días grandes. Amparados en un veterano como Kevin Magee (34 puntos y 11 rebotes), la escuadra macabea golpeó con dureza en las semifinales celebradas en Gante.

A nivel metafórico, para comprender aquellos cuarenta minutos podríamos recurrir a la conocida fábula de la tortuga y la liebre. Los serbios impusieron su exuberancia nada más producirse el salto inicial (parcial de 7-0). Vujošević disimulaba una discreta sonrisa en la banca. En aquella época, el Partizan hacía una interesantísima presión individual donde cuatro hombres lo daban todo frente a sus pares, permitiendo a Vlade Divac, el pívot, adelantarse. Por momentos, parecía que los balcánicos iban a bailar a su contrincante e incluso a tener una plácida segunda mitad.

Nada más lejos de la realidad. Los ajustes de Ralph Klein y su cuerpo técnico iban surtiendo efecto. Si en la apertura únicamente Grbović acertaba desde el lanzamiento exterior, la respuesta macabea terminó llegando de la mano de Doron Jamchi, haciendo aflorar algunas inseguridades en el Partizan. Todavía a día de hoy, Paspalj señala a Vujošević por determinadas decisiones. A diferencia del que sería el sello de la futura Jugoplastika de “Boza” o la fe infinita de los compañeros de la Cibona en Dražen Petrović, Gante fue testigo de que el poderosísimo Partizan de aquellos jóvenes prodigios podía estallar en el cóctel de sus formidables egos.

Grbović empezó a encadenar errores en el tiro que perjudicaron a la ofensiva de los de Belgrado. Todavía sostenidos en el encuentro, la expulsión por cinco faltas personales de Vlade Divac dejó sin la cabeza más esclarecida del joven aspirante. Obsesionado con el triple, el conjunto revelación tuvo que conformarse con una derrota honrosa (87-82). En la final de consolación, arrasar con facilidad al temido Aris de Salónica (105-93) únicamente resaltaba lo cerca que habían estado de la auténtica gloria. Pese a los 39 puntos de Nikos Gallis, la hegemónica fuerza en Grecia tuvo que rendirse ante Miroslav Pecarski (24) y un Divac sencillamente majestuoso (31). Y es hora de recordar al que ha sido el center más impresionante que ha jugado en el Partizan.

Las dos torres

“Vlade tenía tanto, tanto talento…”. La frase ha sido reconocida en varias ocasiones por Dino Rađa. Interior de 2’11 metros, Dino había sido fichado por la Jugoplastika cuando apenas era un júnior del modesto KK Dalvin. Indiscutiblemente, se trató de una de las mejores inversiones jamás hechas en la ciudad de Split, especialmente porque pronto estableció una conexión muy estrecha con un espigado muchacho llamado Toni Kukoč. Sabían jugar de memoria tanto en la selección como en su club, con una mirada les bastaba.

Rađa era el clásico jugador que va forjándose sesión tras sesión, un deportista muy inteligente que optimizaba sus recursos con la correcta repetición. De cualquier modo, nunca dudó en elogiar a su gran rival en el Partizan, un caso realmente singular y que representaba un tipo de pívot que no se había visto por aquellas latitudes. Todo en aquel muchacho de visible barba oscura eran tan espontáneo que, de haberlo conocido Hemingway, habría dicho que su don resultaba comparable al dibujo que forma el polvillo en el ala de una mariposa.

Originario de Prijepolje, captó pronto la atención de Milan Bogojević, antiguo jugador profesional. Coincidieron en Kraljevo, la localidad de la abuela materna de Divac con quien pasaba los veranos. Simplemente las pachangas estivales del adolescente bastaron para captar la atención de Bogojević, por entonces entrenador del Sloga, equipo del lugar. No se equivocaba, el muchacho alcanzaría los 2’12 metros y parecía capaz de hacer cosas que estaban vetadas a los hombres altos.

El diamante en bruto tarda poco en captar la atención de los clubes más importantes de Yugoslavia. Sagazmente, el Partizan utilizó una carta ganadora: fruto de las concentraciones en las categorías inferiores del combinado nacional, Divac tiene una magnífica relación con Đorđević. Ha dudado seriamente si aceptar los cantos de sirena que venían del Estrella Roja, pero le atrae compartir vestuario con su amigo y pronto estará asimismo en inmejorables términos con Paspalj. En ocasiones, los tres hacen trampas y se escapaban en coche de las concentraciones de la selección para visitar a sus novias. Tres mosqueteros realmente singulares que conectan igual de bien en la pista que fuera de ella. Krešimir Ćosić los aprecia y reprende a partes iguales, convencido de que Yugoslavia necesita a esos diamantes en bruto.

 Particularmente, Đorđević disfrutaba de recurrir a Divac, lo usaba siempre que podía para destruir defensas contrarias con su pick and roll. A nivel personal, era un tipo muy querido en el vestuario por su singularidad. Informal al máximo, era frecuente verle despeinado, llegando tarde, con ropa informal… se alejaba bastante el perfil posterior de lo que sería un deportista de élite.

Duško Vujošević no tenía ningún problema en arriesgar con un hombre alto tan atípico. Cuando sus exteriores estaban comprometidos o con problemas de personales, Vlade sorprendería a sus oponentes siendo capaz de subir la pelota sin complicaciones. Incluso era habilidoso a la hora de ejecutar el coast-to-coast, reboteando, corriendo y culminando el contraataque él mismo. En caso de ser vigilado demasiado de cerca, regalaba una fácil asistencia para alguno de sus compañeros del Partizan.

Los pulsos definen y ayudan a rememorar a una generación. Audie Norris y Fernando Martín marcan un punto de inflexión en la trayectoria de la ACB. De idéntica forma, Dino Rađa y Vlade Divac representan en sus disputas un más que apasionante frente de la guerra sin cuartel que coloca al Partizan de Belgrado contra la Jugoplastika. No en vano, Divac es considerado el termómetro de sus camaradas, la pieza que hace girar a los demás porque es un pívot con una lectura de juego sobresaliente y generoso a la hora de asistir con brillantez.

Juanan Hinojo, autor de la inolvidable obra Sueños robados: El baloncesto yugoslavo, usa el binomio Rađa-Divac para explicar una rivalidad legendaria en los Balcanes. Como dicho experto recalca, no solamente brindaron batallas para la posteridad, con la selección fueron capaces de mostrarse compatibles y potenciándose sus virtudes. Obviamente, se esperaba mucho de una nueva final liguera y no pocas miradas se posarían en los centers para desgranar qué ocurriría.

El combate

Así tituló Norman Mailer, de forma escueta y contundente, un libro de referencia en la literatura deportiva. Cuando hablaba de un combate de manera tan singular, todo el público sabía a qué hacía referencia: al más famoso reto entre Muhammad Ali y George Foreman. No es exagerado afirmar que la afición yugoslava albergaba un entusiasmo similar durante la campaña 1987/88 por saber cuál de los dos gallitos (Jugoplastika y Partizan) heredaba el manto que había llevado la Cibona de Zagreb.

De hecho, los lobos de Tuskanac todavía mantuvieron su aura en la Copa de Yugoslavia, doblegando en la final a los de Split. Fue un encuentro agónico (82-80) que aumentó la presión alrededor del proyecto de Božidar Maljković. El Partizan, consciente de que debía intentar llegar lo más fresco posible a la hipotética final del siglo en los Balcanes, sorprendió al Estrella Roja del cerebral Srđan Dabić, doblegándolo por la vía rápida en un par de encuentros.

A partir de ahí las noticias fueron negativas en Belgrado. Si los analistas consideraban (acertadamente) que la Jugoplastika iba a desarbolar al Olimpia de Liubliana, las jóvenes estrellas del Partizan debían medirse al incontenible talento de Dražen Petrović. El monstruo anotador de la Cibona les castigó con 41 tantos y ese rosario de celebraciones que ya había vuelto locos a oponentes como el Real Madrid. La vuelta era a vida o muerte, intentar frenar el show de un solo hombre y jugar con los nervios de la escuadra de Zagreb.

Respondieron como mejor sabían. Ametrallando sin piedad (15 de 19 en triples), impidiendo que el genio de Šibenik les hiciera alguna diablura. Las crónicas recogen muchos elogios para la demoledora pareja Đorđević-Divac. Si fue aplaudido en Belgrado, el regreso a Zagreb demostró toda la grandeza que podía alcanzar el pívot partisano: 24 puntos y 17 rebotes. No existía fórmula para frenarle cuando se encontraba en ese estado de inspiración y, además, Petrović se quedó en unos registros mortales en su casillero (11).

Obradović se encargó de dormir el apretado duelo (77-83), mientras Vujošević se ajustaba su chaqueta negra. Había costado, pero la ansiada disputa iba a producirse. Muchos pensaban que, si el Partizan ganaba, volverían a asaltar el trono continental. Para los de Split era asimismo una cita en Samarcanda de la que debían salir airosos. El primer partido se antojaba decisivo, además de existir tal grado de igualdad que los más mínimos detalles podían decantar la balanza.

Y, en esas circunstancias, “Boza” recurría a Toni Kukoč. En una época de grandes talentos en Yugoslavia, él era el más inusual, una Pantera Rosa que se deslizaba por la cancha. Podía ejercer desde base a ala-pívot. Anotar 40 puntos o volcarse a repartir asistencias. No le importaba encargarse de que Dino Rađa se erigiera en el mejor de la Jugoplastika. Fue la primera vez que Đorđević sintió en sus carnes aquel desesperante y astuto manejo de la bola por parte de los amarillos, un equipo que parecía adormecer la posesión y luego tenía una picadura mortal.

Allí estaba asimismo Duško Ivanović, un jugador ya veterano y consagrado, generosísimo en el esfuerzo y capaz de imponer un ritmo físico extenuante a sus compañeros más jóvenes. Paspalj lo conocía de los días en el Buducnost y sabía que era la clase de fichaje que eleva las prestaciones de un proyecto. Mucho rigor y orden que contrastó con una noticia misteriosa y que, posteriormente, volvió a revelar el singular carácter de Divac. El pívot apenas participó en la segunda mitad y dio muestras de estar disminuido en sus facultades. El motivo de aquel extraño hecho era haberse saltado las órdenes del cuerpo técnico y salido del hotel sin permiso. El gigante se hizo daño en el regreso de ver a su novia intentando saltar sigilosamente por la ventana del hotel en el que se alojaban en Split.

Demasiadas ventajas para los locales, quienes apabullaron por 101-79 al presuntamente temible Partizan que ofreció una versión gris de su talento. Con los tobillos vendados, Divac saltó a pista para tratar de quitarse el amargo sabor de boca en el duelo de Belgrado. Aportó 18 puntos, pero seguía sin ser la máquina de generar juego que necesitaban frente a la Jugoplastika. Eso sí, los hombres de Vujošević supieron darlo todo (seis jugadores por encima de los 10 puntos). Pese a ello, la sensación final resultó incómoda. Sus oponentes croatas apenas cayeron por estrecho margen (86-80), confirmando la sensación que llevaba a Maljković a afirmar que, si les pedía que estrechasen la cabeza contra un muro, solamente después pensaban por qué les dolía tanto la cabeza.

Con todo, no tenían una confianza plena. De todos los rivales que habían conocido, el Partizan era su reverso en el espejo. Sin importar lo maltrecho que estuviera Divac, las dudas por celebrar, al fin, un título liguero que no veían desde 1977 llevó a una decisión histórica: decidir que el partido de desempate se iba a celebrar en el antiguo pabellón del club, el Arena Gripe. Ansiaban generar una sensación de claustrofobia que confundiese a los incómodos visitantes.

Siguiendo con el símil pugilístico, aquellos cuarenta minutos escenificaban a dos boxeadores con demoledora pegada que eran conscientes del riesgo que entrañaba el puño ajeno. La gran diferencia era que los Dino Rađa y compañía manejaban mejor sus emociones, confiaban hasta el último instante en su plan de batalla. Después de una primera mitad igualada, el Partizan vería a Vlade Divac abandonar la pista con cinco personales, certificando una actuación decepcionante para sus expectativas. Goran Sobin aprovechó al máximo la falta de centímetros de sus adversarios para endosarles 28 tantos. El marcador no ofreció discusión: 88-67.

RocknRolla

La Copa Korać de 1989 fue un bálsamo muy necesario en Belgrado. Era la clase de torneo perfecto para darse a conocer en otros países como una máquina perfectamente engrasada para aportar un baloncesto feliz y despiadado para castigar los fallos del oponente. Durante la liguilla, los Đorđević y compañía ganaron sus seis encuentros, sin importar tener a oponentes históricos (Varese) o un clásico ACB como el Estudiantes. La ausencia de Goran Grbović no perjudicó excesivamente a los partisanos, quienes asimismo lidiaron con la marcha de Miroslav Pecarski para proseguir su formación universitaria en el Marist College.

La única novedad notable en el plantel fue conseguir el permiso para inscribir a Predrag «Saša» Danilović, un escolta inusual que se emparejaba con eficacia a sus defensores por disponer de una altura de 2’01 metros. Había hecho el suficiente ruido en el Bosna Sarajevo para que el poderoso equipo de Belgrado apostase por una promesa de apenas 17 años. Tardó muy poco en ser un ídolo de la grada y entender la clase de basket vertiginoso que allí se practicaba.

Las semifinales continentales los midieron con un rival que conocían muy bien: el Zadar. Consiguieron el pase a la gran final y todo iría acorde a lo planeado hasta que el Palasport Pianella se convirtió en un infierno. Los serbios cayeron por 89-76 y en muchos mentideros se volvió a cuestionar si su aplomo iba de la mano a su talento. Su rival, el por entonces muy pujante Vismara Pallacanestro Cantù, les sorprendió por completo en el primer duelo. Los rumores decían que Kent Benson, operado recientemente de la rodilla, no iba a jugar. Sin embargo, el técnico Carlo Recalcati lo puso como titular y firmó una soberbia actuación con 24 puntos.

Vujošević buscó limitar daños planteando una defensa zonal que se benefició de una jornada poco inspirada de Antonello Riva. Divac estuvo espléndido, rozando la treinta en su casillero de anotación particular, perfectamente acompañado por Đorđević. Los visitantes llegaron a ponerse por delante, pero pagaron muy cara la prematura eliminación de Paspalj, un zurdo incontenible y que interpretaba como nadie el estilo del Partizan. Castigados por Benson, se marcharon de Italia con un inquietante 89-76. En la precipitación final, los serbios fueron castigados en los contraataques, además de vérselas con un renacido Riva.

Por fortuna para Vujošević, aquello no era como el revés frente al Maccabi. Quedaba un encuentro de vuelta y el Hala Sportova olió la sangre de su presa aquel 22 de marzo de 1989. La hora de Vlade Divac. De igual manera que su displicencia podía ser legendaria, su capacidad de regeneración alcanzaba poca competencia. A fin de cuentas, era el mismo chico que en la Copa del Mundo celebrada en España (1986) había anunciado que abandonaría el baloncesto tras perder una pelota fundamental en semifinales frente a la URSS. Krešimir Ćosić habló con él y lo puso de titular en el bronce que Yugoslavia ganó frente a Brasil. Puede que hubiera estado muy señalado en la anterior final liguera de Split, pero no iba a desaprovechar la ocasión de volver locos a los pívots canturinos.

No fueron sus 30 puntos, sencillamente es que todo cuanto hacía el desgarbado center desajustaba los sistemas de Recalcati. Simultáneamente, el descaro de Paspalpj (22 tantos) volvió loco a Giuseppe Bosa, incapaz de conservar energía suficiente para atacar, desgastado en defensa. Đorđević no falló tampoco y Danilović suponía un sexto hombre genial. Antonello Riva anotó mucho, pero el Partizan consiguió amargar sus porcentajes de tres hasta niveles paupérrimos. Kent Benson, verdugo la semana anterior, quedó asimismo maniatado.

La segunda mitad fue una fiesta donde el prestigioso club italiano apenas parecía un invitado distinguido en fiesta ajena. El 101-82 permitió una noche larga en Belgrado donde todo pareció posible. Volver a la Copa de Europa por la puerta grande y ganar, de una vez por todas, a la siempre amenazante Jugoplastika.

Corriendo contra la Historia

“Ganaba partidos, creaba ambiente, glamour, pero no ganaba los títulos, porque cuando juegas las finales no puedes correr”. Las palabras de Đorđević esconden un punto de amargura, el propio de un sueño que se acarició para ver cómo se escapaba de entre los dedos. En aquel alborotado final de década, si hay una cápsula del tiempo que el Partizan siempre quiso eternizar esa es la de aquella final copera de 1989.

Sucedió en el pabellón de Maribor, una revancha anhelada cuando en las semifinales de ese mismo torneo un año atrás habían salido airosos los muchachos de la Jugoplastika. En aquella ocasión, “Sasha” corrió sobre un parqué de color verde, se divirtió y levantó el entorchado con sus amigos. En aquellos instantes nadie habría pensado que muchos integrantes de aquella generación dorada, figuras como Paspalj incluidas, renegarían de la filosofía de juego que les hizo célebres.

“Eran partidos muy, muy difíciles, decididos por pequeños detalles”, rememoraba con mucha razón Dino Rađa. Sin embargo, aquella velada no hizo falta esperar a la bocina para saber quién se saldría con la suya. Hubo instantes incluso para la fantasía en la segunda mitad. Vlade Divac taponaba a Kukoč; de inmediato, Đorđević lanza un veloz contraataque que intenta finalizar él mismo con una elegante suspensión. Los duendes de los aros hacen que el lanzamiento vaya a salirse, pero Paspalj ha corrido toda la pista para dejar un sutil palmeo que su afición festeja. No se les podía escapar.

Sería una de las veladas más felices de Jadranko “Jadran” Vujačić en su único año con los partisanos, aportando en defensa y ataque. El 87-74 final resultó un justo tributo a una camada que estaba intentando desbaratar un fenómeno que parecía impulsado por las deidades de la canasta. Y es que lo logrado por los de Split en un año tan tumultuoso provoca un gran asombroso incluso a día de hoy.

A diferencia de sus colegas y archirrivales del Partizan, la liguilla en la Copa de Europa de la Jugoplastika resultó discreta, muy beneficiada de que rivales como el Barcelona no se jugasen ya el billete a la Final Four de Múnich cuando se cruzaron con ellos por segunda vez. Lejos de ser negativa, aquella modesta cuarta plaza cimentada en la solidez en su propia cancha hizo llegar a Alemania sin ninguna presión a un talentoso conjunto cuyo potencial estalló en el mejor momento posible. Maljković les sorprendió en el hotel al traer a su querido mentor, el maestro “Aza” Nikolić. Figura reverenciada en las canastas yugoslavas, únicamente pidió a aquellos imberbes que no hicieran el ridículo y que nadie pudiera acusarlos de haber llegado allí por mera suerte.

El resto resultó legendario. Provocaron una ansiedad impresionante en el hasta entonces casi infalible Barcelona de Aíto García Reneses. Frente al Maccabi, el verdugo del Partizan durante la edición anterior, “Boza” exhibió su rasgo más notable. Toni Kukoč empezó fallando casi todo y su propia hinchada pedía el cambio. Su técnico y valedor lo mantuvo. Por supuesto, la Pantera Rosa renació heroicamente para salvar a los suyos. Regresaron como héroes. Los grandes triunfos en el tenis eran celebrados en el paseo marítimo de Split; en aquella ocasión, Rađa recordó la improvisación y el cariño de la gente saliendo de las fábricas para abrazarles.

Uppercut

Era el día D y la hora H en Belgrado. Habían trabajado para ello. Tanto Jugoplastika como Partizan habían empatado en el balance de la fase regular (16 triunfos y 6 derrotas), aunque los segundos tendrían una hipotética ventaja de campo por haberse impuesto en los duelos directos. La postemporada yugoslava en aquella edición de 1989 quedaría reducida a apenas los cuatro primeros clasificados.

Entre las fuerzas dinásticas, el lado correcto del cuadro es un factor fundamental. Todavía a día de hoy, Larry Bird recuerda su feroz Conferencia Este (los Bad Boys, aquellos excelentes Milwaukee Bucks de Don Nelson, los Sixers del Doctor J, etc.) que les dejaba heridas de guerra decisivas cuando aterrizaban en Los Ángeles para disputar el anillo. En el Partizan habrían comprendido este sentimiento, puesto que el Bosna Sarajevo no fue rival para la Jugoplastika, mientras ellos tuvieron un apasionado derby en Belgrado contra el Estrella Roja.

Miladin Mutavdžić y Vlade Divac fueron expulsados con diez minutos para decidirse el primer partido de las semifinales. Duško Vujošević apenas tenía recursos para jugar por dentro. En condiciones normales, Milenko Savović habría tenido que asumir los galones, pero cayó lesionado ese mismo día. Era el capitán de la escuadra, una voz respetada y el nexo con la generación de Kićanović. Todo parecía perdido, si bien Zarko Paspalj agrandó su leyenda de impredecible máquina de anotar con 31 puntos cimentados en su velocidad y uso de la mano izquierda. Oliver Popović demostró de igual manera su categoría para olvidar su usual rol secundaria y firmar cuatro lanzamientos de tres puntos que permitieron doblegar a sus vecinos por 106-92.

Con la cabeza cada vez más puesta que en la Jugoplastika, los partisanos sentían que debían ganar a domicilio para ahorrarse un dramático desempate. No obstante, Paspalj quedó aquejado de un proceso gripal y apenas pudo aportar 4 puntos. Como hicieron en tantas ocasiones, la sociedad Đorđević-Divac se combinó para regalar 56 tantos entre ambos en un conmovedor despliegue. Sin embargo, la heroicidad no impidió caer por 85-83 en una noche donde Slobodan Janković y Nebojša Ilić pusieron lo mejor de sí para alargar el pulso por mandas en las pistas de la ciudad un día más. 

Los nervios estaban a flor de piel. Se llamó a la carrera a «Miro» Pecarski para que volase desde los Estados Unidos para brindar una valiosa ayuda. Paspalj se recuperó (20 puntos) y ayudó a recobrar cierto dominio bajo el tablero. Pese a que el Partizan dominó toda la secuencia dl partido, el Estrella Roja, liderado por Zoran Radović apretó las clavijas hasta el final intentando remontar. Se llegó al 100-95 con un claro desgaste físico y mental para el vencedor. “Boza” y sus hombres esperaban muy mentalizados.

Toda Yugoslavia previa un desenlace apasionante y de tremenda igualdad. La Jugoplastika parecía encaminada a robar la venta de campo a la primera oportunidad. Goran Sobin, uno de sus jugadores de soporte que tan bien entendían su rol, anotó una suspensión que les daba un ligero margen (71-74). Divac, ovacionado en cada acción por su grada, saco dos tiros libres que convirtió sin temblarle el pulso (73-74). La inercia pareció cambiar. Velimir Perasović y Duško Ivanović jugaron a trenzar pases, aquella destreza que tanto desmoralizaba a sus oponentes. En aquella ocasión, agotaron el reloj de posesión antes de lanzar.

Incluso Đorđević parecía tenso mientras subía la bola para una posesión que podía definir la serie. La jugada sería muy recordada en Belgrado. Gancho de Divac que parece a punto de entrar, pero termina saliéndose. Intentos de palmeos a cargo de sus compañeros y, finalmente, amargas protestas por algún posible contacto. La marea amarilla corre pronto con los puños alzados y victoriosos a su vestuario. Lo han vuelto a hacer.

En aquella ocasión, la Federación de Yugoslavia había determinado un formato de 1-2-2 para alargar la final, si bien existían opiniones que veían escaso premio en dicha secuencia al conjunto que hubiera sido el mejor a lo largo de la campaña. El Gripe Hall de Split se llenó con 8.000 personas para intentar asfixiar a un Partizan que mostró su madurez al irse al descanso ganando (43-44).

La pareja arbitral conformada por Zdravko Kurilić y Ljupče Ristovski tuvieron trabajo extra durante la segunda parte. Duško Vujošević protestó agriamente varias de las decisiones, recibiendo por ello una falta técnica. Un sector de la grada local ayudó a incrementar la tensión de manera lamentable, incluyendo arrojar monedas y otros pequeños objetos. Vlade Divac recibió el impacto de uno de ellos y su entrenador, visiblemente airado, ordenó que se marchasen a vestuarios. Iban cayendo por 75-70, destacando una defensa clave de Luka Pavićević sobre Đorđević. Svetislav Pešić recordaría años después que ambos eran jóvenes de la misma generación e igual de prometedores, si bien “Sasha” fue quien terminó teniendo una legendaria carrera y Pavićević nunca se recuperó del todo de una lesión importante ante de firmar por la Jugoplastika.

La Federación de Yugoslavia no tuvo piedad con el Partizan, dándole por perdido el tercer encuentro por 20-0. Triste final para un pulso apasionante y una última disputa que debió haber sido mucho más extensa.

¿Victoria a los puntos?

Dentro de esa coyuntura, Paspalj ha reflexionado con el tiempo que los de Split siempre fueron mejores, inalcanzables para el resto de escuadras a excepción de los conjuntos NBA. Irónicamente, un miembro del bando vencedor, Duško Ivanović, es bastante más generoso recordando el equilibrio de aquella batalla que definió a una competición: “Yo creo que éramos dos conjuntos muy parecidos y, no sé, a veces alguien tiene más suerte o juega mejor en algunos momentos”.

Casi con tono jocoso, Đorđević admite que ambas camadas tenían potencial, pero que unos vivían en la populosa Belgrado y otros en la tranquila Split, un núcleo dedicado casi exclusivamente al seguimiento deportivo. “Eran grandísimos jugadores, pero muy malos actores” responde todavía a día de hoy un tajante Maljković sobre aquel famoso monedazo a Divac, afirmando que el pívot era el más talentoso de aquellos años, solamente por detrás de Kukoč. Eso sí, bajo su severo prisma y disciplina espartana en la Jugoplastika, aquel prodigioso center era demasiado “vago” para sus estándares. La relación de ambos hombres empeoraría en el futuro, incluyéndose importantes clubes españoles de por medio.

Predrag Danilović, joven promesa en aquel pulso balcánico y futuro ídolo en Bolonia, afirmó que “Boza” marcó una gran diferencia por saber hacer que sus hombres tuvieran una calma encomiable en los minutos finales. Vujošević, pese a algunos reproches que en ocasiones le han hecho incluso en su propio bando, ha ido confirmando en distintas etapas del Partizan ser un más que excelente entrenador para las jóvenes estrellas en formación: “Si hay algo que no tolero es la indisciplina, el individualismo, el egoísmo… Los jugadores vienen con diferentes costumbres, mal aconsejados por sus padres, novias, amigos, agentes… que piden de ellos egoísmo, mientras yo intento explicarles que el baloncesto es un juego colectivo”.

En ese sentido, el estratega del Partizan compartía una singularidad con aquella etapa dorada del baloncesto yugoslavo: era joven hasta límites increíbles para el cargo del que tomó posesión. “Mi edad fue una ventaja porque no tenía nada que perder, pero, por el otro lado, también un inconveniente porque tenía mucho que aprender; no solo como entrenador, asimismo en las relaciones con los jugadores”. Este hecho quizás explica su breve periplo en Granada tras vencer en la Korać, tal vez ansioso de aminorar un poco el enorme ruido que llegaba desde Belgrado.

Diáspora y resurrección

La marcha de Vujošević no sería la única. Vlade Divac aceptó finalmente la posibilidad de ir a la NBA, nada menos que bajo la batuta de Magic Johnson, quien se fascinaba y sorprendía a partes iguales por aquel atípico europeo que llegó a suplir el gigantesco hueco dejado por Kareem Abdul Jabbar. Paspalj hizo lo propio al marchar a los San Antonio Spurs. No logró demostrar todo lo que tenía, si bien resultó curioso que fuera Vujošević una pieza esencial para que aceptase una salida amistosa del Partizan, convenciendo al portentoso jugador que no debía cerrare puertas tras haber dado tanto a la institución.

El binomio Rađa-Divac mantuvo también su paralelismo al otro lado del Atlántico. El primero cuajó unos excelentes números e intento hacerse sitio en unos Bostons Celtics orientados a una compleja reconstrucción en la década de los 90. Su némesis en el Partizan iría perdiendo prestaciones físicas, particularmente el salto, confirmando las sospechas sobre su poca pasión por el gimnasio. Sin embargo, el sistema del torneo americano (muchos partidos y poco tiempo para entrenar) le venía como anillo al dedo a su talento. Hizo un gran papel en LA y, sobre todo, ayudó a unos inolvidables Sacramento Kings. Le perseguiría durante cierto periplo aquel famoso palmeo para alejar la pelota de Shaquille O’Neal en el cuarto partido de las Finales del Oeste de 2002, intentado emular un truco de Magic ante los Portland Trail Blazers de Clyde Drexler. Eso sí, la mejorable tarea de la terna arbitral el sexto juego de aquellos Playoffs en el Staples Center tuvo mucha más responsabilidad en el amargo desenlace para Sacramento que aquel rechace del serbio que permitió a Robert Horry convertir un triple milagroso. Como de costumbre, supo recomponerse de una acción dolorosa y su dupla con Chris Webber maravilló al Arco Arena. Alcanzó el rango de All Star y una fama de típico flopper europeo, la misma astuciaque, cuando hacían otros deportistas avispados como Derek Fisher, era aclamada como inteligencia táctica en algunos comentaristas de la NBA.

En casa, las cosas se irían complicando al Partizan. Đorđević, debido a sus obligaciones militares, solamente pudo ser alineado en los enfrentamientos europeos del difícil curso 1989/90. El Partizan ya no era una amenaza, apenas un testigo de lujo en la gloria que mantuvo la Jugoplastika. Parecía que ya nada sería lo mismo. Ya como tricampeona de Europa en 1991, con su nuevo nombre de POP 84 (merced al patrocinio de una marca de ropa transalpina), la dinastía amarilla cerró su círculo y venció en la última final liguera yugoslava contra su disminuido archirrival de Belgrado. Llegarían los terribles vientos de la guerra y la desintegración. El último pulso liguero vuelve a ser Partizan-Jugoplastika y el desenlace es el mismo que los anteriores. Eso sí, nuestra aventura con el club partisano, al menos, tiene un feliz epílogo.

El milagro de Fuenlabrada

Željko Obradović habla apresuradamente con el seleccionador Dušan Ivković durante el Eurobasket celebrado en Roma (1991). El cerebral playmaker renuncia a su privilegiado puesto con el combinado nacional y acude al rescate del equipo de sus amores. El Partizan lo necesita y él no duda. Es un primer técnico novel y entusiasta. Durante los primeros meses, tiene graves problemas para conciliar el sueño. Teme no saber dar las respuestas adecuadas a pupilos que, apenas hacía unas semanas, eran compañeros y amigos.

En realidad, hará magia. Es el primer campeonato de Liga Europea con tres representantes por país. Sus muchachos han debido abandonar Belgrado, pero Fuenlabrada los acoge en un cariñoso exilio. Sus competidores de Split marchan a Galicia, si bien no logran emular la exitosa andadura de sus colegas en los partidos decisivos de 1992. Los croatas ya no tienen a Kukoč ni a su inseparable Dino. Obradović comanda un grupo joven (21’7 años de media), once serbios y el croata Ivo Nakić.

La gloria no siempre lo es todo. La Real Sociedad alzó dos trofeos ligueros (1981 y 1982), pero entre sus veteranos siempre coinciden en que cuando mejor jugaron fue en 1980. Đorđević recordaría cómo superaron a un Knorr de Bolonia todopoderoso en lo económico durante los cuartos de final. Asimismo, su lanzamiento de tres para que Tomás Jofresa tuviera que retrasar el primer cetro continental del Joventut. Una Copa de Europa que supo a ambrosía les consagró a Danilović y a él, mientras jóvenes como Nikola Lončar empezaban a saber ruido.

De cualquier modo, fueron conscientes de que no eran la mejor versión de aquel glorioso Partizan. Que incluso con títulos domésticos y europeos, hubo un equipo majestuoso en la Jugoplastika que no les impidió ganar, pero sí cumplir aquello que debieron ser: la primera gran dinastía de los Balcanes.

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