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Objetivo Europa

Tyus Edney y el Zalgiris, la génesis del nuevo baloncesto europeo

Tyus Edney, estrella universitaria americana, fue a encontrar la gloria allí donde no la esperaba. En una ciudad tan fría como hermosa, junto a un equipo llamado a derrocar el baloncesto industrial de los noventa

Múnich, 22 de abril de 1999.

El baloncesto estaba en deuda. No con un jugador. No con un equipo. El baloncesto estaba en deuda con sí mismo. El desastre europeo en los años 90 era un secreto a voces. La FIBA se desesperaba en la búsqueda por dinamizar el juego, que se había anclado en el baloncesto rácano y aburrido que promovió y perfeccionó Bozidar Maljkovic en Limoges.

Urgía un cambio. Urgía una corriente nueva, un rescate desesperado para el aficionado. Y para las propias instituciones, que veían cómo el afán competitivo mataba al deporte. Ganar es el fin de toda competición, sin duda alguna. Pero tampoco era necesario herir sentimientos al conseguirlo.

Aquel 22 de abril de 1999 todo cambió. Entró aire fresco. Se confirmó el cambio. Se abrieron puertas que dieron paso a una nueva era. Un efecto 2000 por adelantado, la semilla de una revolución que lideró un americano que a duras penas alcanzaba el metro ochenta.

BSU Pavillion en Boise, Idaho. 19 de marzo de 1995.

Marzo jamás conoció tal locura como la de aquella noche. UCLA llevaba una temporada prácticamente inmaculada, con tan solo una derrota ante Oregon el 5 de enero de aquel año. UCLA tenía la oportunidad de alzarse con el título veinte años después del último que había logrado la famosa universidad californiana.

Aquella segunda ronda ante Missouri se convirtió en una auténtica pesadilla. Nada salía, y a cada nuevo paso dado, obtenía una rápida respuesta. Al descanso, Missouri contaba con ocho puntos de ventaja, y el miedo se apoderaba de UCLA, que sabía que no merecía terminar la temporada en segunda ronda. Tiraron de orgullo y talento para remontar, e incluso se colocaron con un punto de ventaja a falta de unos pocos segundos. Sin embargo, Julian Winfield tuvo la gloria en su mano, anotando una canasta demasiado fácil que colocaba a Missouri con ventaja, 74 a 73, cuando restaban menos de cinco segundos.

UCLA contaba con 4’8 segundos y pedía tiempo muerto. Ed O’Bannon gritaba en el banquillo. “Give me the ball! Give me the ball!”, repetía. Sin embargo, Jim Harrick optó por otro plan. Mandó callar a O’Bannon, permaneció pensativo durante unos segundos y se dirigió a su menudo base. Tyus Edney era el elegido. “Tienes que correr la cancha en cuatro segundos, ¿lo sabes? ¿Eres capaz?”, preguntó.

Edney asintió y asumió la responsabilidad. Lo habían entrenado, aunque pareciera mentira. Era uno de los ejercicios favoritos de Harrick, y lo repetían en cada sesión. 4’8 segundos y la eternidad en las manos de un pequeño base. Mas el tamaño no era un problema. Más bien era una clara ventaja. Edney era una bala, ágil y capaz de colarse por cualquier recoveco. Y eso hizo.

Tomó el balón y salió como una exhalación hacia el aro. Su entrenador le pidió que lanzara él e iba a hacerlo. Botó, pasó el balón por detrás de la espalda para dejar atrás a su defensor y fue a comerse el mundo. No erró. Era algo impensable para Edney, californiano de nacimiento. Era su momento y lo aprovechó.

Edney anotó sobre la bocina para colocar el 75 a 74 definitivo. UCLA avanzaba de ronda gracias a su base senior, que salía a hombros del BSU Pavillion. Logró lo imposible y UCLA avanzó rondas sin problemas. El título de la NCAA volvía a UCLA veinte años después.

Múnich, 22 de abril de 1999. Zalgiris-Kinder. Primera parte.

El baloncesto vivía su proceso de regeneración en esta misma noche. El Zalgiris de Kazlauskas se había propuesto romper esquemas y llegaba a la final después de masacrar al Olympiacos en la semifinal, con una dupla Edney-Bowie que no tenía rival. En la final esperaban Messina y su Kinder, capitaneada por un Danilovic bien secundado por Rigaudeau.

La primera mitad no tuvo más nombre que el de los lituanos. Los de Kazlauskas sorprendieron a una Kinder con mucho más nombre y talento, sobre el papel. Bowie, pletórico, anotaba sin parar, con Stombergas demostrando su talento jugada tras jugada. Pero… ¿y Edney? El base americano era el centro del juego lituano, aunque en los primeros veinte minutos pasara desapercibido. Sumaba alguna asistencia, recuperaba algún balón, estaba muy atento al rebote. Mas no era la daga en ataque que esperaban los italianos.

Sacramento. 1996.

Tyus Edney lo había conseguido. Se había hecho sitio en la NBA, en unos Kings donde disputaba más de 30 minutos de media. A pesar de su tamaño, sus números le avalaban, con 10’8 puntos y 6’1 asistencias. Su velocidad era casi insalvable y su talento estaba fuera de toda duda. Edney era un base de futuro, un jugador al que ver y respetar. Al que disfrutar. Poco a poco.

Sin embargo, ese mismo año todo cambió. Pasó de indiscutible a ver sus minutos caer de forma drástica. Edney ya no disfrutaba de la misma manera. De los 60 partidos de titular en su año rookie, a solo 20. De sus más de 30 minutos por noche, a 19’7. Y Edney no dudó. Si no confiaban en él, pondría rumbo a otro equipo. Y eso sucedió en el verano de 1997.

Tyus Edney buscaba minutos en la franquicia más laureada de la historia de la NBA. Boston se convertía en su nuevo hogar, aunque tampoco encontraría el camino. Algo ocurría, algo fallaba. Sabía que podía ser decisivo, sabía que lo merecía.

Pero la NBA iba a cambiar. No había acuerdo entre jugadores y liga, y el parón parecía inevitable. Edney tendría que salir del país a buscarse la vida, como otros tantos. Era 1998, y Jiri Zidek llamaba a su puerta. Sin contrato tras su fallido intento de triunfar en los Celtics y con la incertidumbre del lockout en la NBA.

Kaunas. El destino no era el ideal, sobre todo para un californiano. Pero Edney no iba a echarse atrás. El Zalgiris estaba a punto de cambiar para siempre.

Kaunas. Invierno de 1998.

“Help! Help!”, gritaba el joven Edney. El base americano aporreaba la puerta de su vecino, en busca de ayuda para calentarse. La temperatura en el exterior era insoportable, y la caldera del piso de Edney se había roto. No era la primera vez que sucedía. De hecho, se estaba convirtiendo en una desagradable costumbre.

Las cosas en la pista, sin embargo, iban mucho mejor. El Zalgiris imponía un ritmo inusual para el baloncesto europeo de los años noventa. Defensa aguerrida, rebote y transición, liderados por un Edney en estado de gracia.

Y es que sin Edney nada era igual. Desde luego que el Zalgiris tenía una plantilla digna de mención, con Anthony Bowie y Stombergas compartiendo línea exterior y con el inmenso Zukauskas en la zona. Con ellos y la aportación de algunos secundarios de lujo, como Mindaugas Zukauskas (que no era hermano de Eurelijus), Jiri Zidek, Masiulis o Adomaitis. Kazlauskas había formado un bloque sólido y talentoso, con la intención de ofrecer un estilo opuesto al basket control que nació a raíz de la exaltación defensiva de Maljkovic en Limoges.

El año anterior, de la mano de Stombergas, ya habían logrado la Recopa de Europa, en una magnífica final ante el Stefanel Milano de Gentile y Sigalas. Stombergas anotó 35 puntos en aquella noche, dando al Zalgiris su primer título continental, algo que ni el propio Sabonis pudo conseguir. El camino estaba marcado, y se supo mantener la columna vertebral de la plantilla. Todo ello junto a los fichajes de Edney y Bowie para toda la temporada, algo distinto en relación a otros equipos europeos que sólo pudieron contar con sus NBA hasta que finalizó el lockout.

El camino del triunfo estaba marcado. Kazlauskas sabía qué hacer y cómo hacerlo. Solo era necesario encajar a los dos nuevos americanos, que no tardaron demasiado en demostrar su potencial. Sobre todo Edney.

Porque Edney ya dejó claro lo que era capaz de hacer. En Kaunas, sin ir más lejos, poco después de debutar, ya hizo diabluras. Ante el Pau Orthez en Euroliga rememoró su canasta ante Missouri, aunque esta vez con un espectacular triple en carrera que daba la victoria a los lituanos por 70 a 67. Sus números se situaban entorno a los 15 puntos por partido, y además era el segundo máximo asistente de la competición europea, solo por detrás de Petar Naumoski.

El Zalgiris vencía partido tras partido (solo cuatro derrotas en las dos primeras fases y líderes de su grupo) y el rumor de Sabonis volviendo a Europa si el lockout no finalizaba cogía peso. Al final, el Zar volvió a los Blazers. Pero la historia del Zalgiris no quedó ahí.

Múnich aguardaba la sorpresa final. Zalgiris llegaba como la cenicienta a la Final Four, y en las semifinales dejó claro que iban a por todas. Arrasó a Olympiacos por 87 a 71, destrozando el mito del basket control de un plumazo. Edney aportó 13 puntos y 6 asistencias, controló el ritmo del partido y dejó claro que había ido a Alemania para alzarse campeón. No estuvo solo, por supuesto, y Bowie contribuyó con 19 puntos, mientras que Adomaitis y Stombergas sumaron 15 y 10 respectivamente. La final continental aguardaba.

Múnich, 22 de abril de 1999. Zalgiris-Kinder. Segunda parte.

Todo estaba controlado. Los quince puntos de ventaja al descanso parecían demasiados hasta para una Kinder repleta de talento. Los lituanos pusieron la máxima diferencia en 19 puntos gracias a cuatro tantos seguidos de Edney, ante una Kinder Bologna no podía amoldarse al ritmo impuesto por los de Kazlauskas.

Rigaudeau, el talento francés por antonomasia, sufría ante el pequeño Edney. Messina tenía que cambiar algo. Y optó por el tiro exterior. Si no podían correr, el triple era su única esperanza.

Y lo fue por momentos. Con Rigaudeau pletórico (5/7 en triples) todo es más sencillo. Danilovic cedía el testigo al francés, que acabaría con 27 puntos. Radoslav Nesterovic (o como era conocido en esa época, Radoslav Makris[1]) era el más regular en el equipo italiano, que recortaba poco a poco la diferencia del marcador.

El ritmo frenético del Zalgiris tornó en caos y malas decisiones, permitiendo que la Kinder se colocara a tan solo cinco puntos, después de dos pérdidas de Zidek y Bowie. Con 72 a 77 tras canasta de Rigaudeau, la remontada parecía consolidarse y la afición italiana enloquecía. Después de un partido donde se habían enfrentado al vendaval lituano y se habían estrellado ante el vistoso juego que desplegaban, la Virtus Bologna seguía con vida.

Stombergas pedía un aclarado, después de casi perder el balón. Todo salía mal en el ataque lituano, pero hubo un pequeño resquicio. Una ayuda demasiado larga que dejaba a Bowie solo para que anotara un triple que daba aire y dejaba el partido visto para sentencia con 72 a 80 en el marcador. Un palmeo de Bowie en el siguiente balón del equipo italiano daba con un robo de Edney, que sentenciaría el encuentro anotando un tiro libre.

Los últimos treinta segundos del encuentro fueron una fiesta. La bocina sonaba, al fin, y Tyus Edney se lanzaba al parquet, visiblemente emocionado. Su redención, su confirmación como estrella europea tras serlo en UCLA. 14 puntos, 6 rebotes y 6 asistencias en la final como registro numérico. El título y el MVP de la final, en su palmarés. Ser el jugador que marcó el ritmo del nuevo baloncesto en Europa, en la memoria colectiva.

Epílogo.

18 años después de la gesta, el Zalgiris no ha vuelto a levantar título europeo alguno. Edney se confirmó como uno de los grandes hombres del inicio del siglo XXI en el baloncesto europeo, pero tampoco levantó el cetro de nuevo. La comunión Edney-Kaunas fue irrepetible y lo seguirá siendo. Porque no fueron solo campeones de Euroliga. Fueron un modelo a seguir, como lo fue otrora el Limoges. Edney y el Zalgiris fueron el equipo del fin de década gris del baloncesto europeo. Firmaron la anotación más alta en una final desde 1988. Once años tuvieron que pasar para que un equipo lograra más de 80 puntos en la final de la máxima competición europea. Recortaron un segundo a la posesión media de sus rivales en la Final Four. Marcaron el camino. Edney y el Zalgiris fueron uno. Fueron la luz al final del túnel. La génesis del nuevo baloncesto europeo.


[1] Al igual que otros yugoslavos exiliados por la Guerra de los Balcanes en Grecia, Nesterovic debió cambiar su nombre para obtener la nacionalidad griega y competir como jugador naturalizado.

Este artículo apareció publicado en nuestra revista Skyhook #6

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