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Objetivo Europa

La fortuna del trébol

Viajamos atrás en el tiempo para revivir una de las finales de Euroliga más apasionantes de la historia. El título de 2009 estuvo repleto de momentos icónicos y una cantidad de estrellas difícil de repetir.

Berlín era una ciudad abierta aquel fin de semana de 2009. El O2 World constituía un recinto multiusos, posteriormente rebautizado como Mercedes-Benz Arena, que estaba dispuesto a vibrar con un choque de titanes. La banda sonora de Piratas del Caribe inundaba todo el pabellón mientras dos maestros estrategas se miraban frente a frente. No era la primera vez que Željko Obradović y Ettore Messina cruzaban sus caminos con un título de la Euroliga en juego. La primera ocasión había sido en el Palamaguti de Bolonia, donde la intratable Kinder del técnico de Catania fue sorprendida por la magia de Dejan Bodiroga y su Panathinaikos en el 2002.

El PAO necesitaba poca presentación en el Viejo Continente. Desde la polémica e inolvidable Final Four de París con el tapón ilegal de Stojan Vranković, la orgullosa escuadra verde había acumulado éxitos y prestigio para hacer feliz a media Atenas. La otra, por supuesto, pertenecía en su corazón baloncestístico al Olympiacos, la inseparable némesis a la que habían apeado en unas durísimas semifinales en tierras bávaras. Šarūnas Jasikevičius, uno de los héroes del encuentro, afirmó en sus declaraciones inmediatas tras el pase, por un apretado marcador de 84-82, que deberían jugar muchísimo mejor ante el CSKA, una escuadra que acababa de alcanzar su cuarta participación consecutiva en la última instancia del basket continental.

Dos eran las intenciones del base lituano. La primera evitar que sus compañeros cayeran en la tentación de pensar que la épica victoria contra los de El Pireo ya suponía un título. La segunda, advertir sobre un transatlántico rojo que había terminado doblegando al Barcelona de Xavi Pascual por obra y gracia de Ramūnas Šiškauskas, una máquina de versatilidad capaz de convertir 18 puntos en el último cuarto. En una coincidencia que hablaba de la grandeza de ambas instituciones, se iba a producir un hecho curioso en la pista: la presencia de los dos últimos campeones para pugnar por el cetro.

El listón estaba altísimo y las expectativas por ver un gran partido eran tan grandes que casi parecía inevitable que el espectáculo deportivo decepcionase. No sería así. Aquella final resultó loca y memorable, sorprendiendo todavía a día de hoy la cantidad de leyendas que estuvieron involucradas y el legado que dos conjuntos históricos pusieron sobre el ring, como si fueran dos grandes púgiles de categorías distintas que no vacilan en exponer sus mejores cinturones en liza.

Para entender la intensidad de aquel duelo debemos viajar dos años atrás, como si las caprichosas deidades olímpicas hubieran ido trenzando dos vidas paralelas que debían desembocar en un combate homérico.

La decisión de Saras

Šarūnas Jasikevičius solamente había sentido una vez algo parecido. Fue cuando conoció a Larry Bird y conversaron sobre las posibilidades del playmaker lituano de convertirse en un miembro de los Indiana Pacers. El base anotador comprendió pronto que el antiguo astro de los Celtics era una mente privilegiada. Ahora estaba frente a otra. Željko Obradović se había desplazado hasta Madrid en las postrimerías del verano de 2007 para conversar con el jugador tras finalizar el encuentro europeo entre Lituania-Francia. El técnico del Panathinaikos estaba convencido de que la veterana estrella era justo lo que necesitaba su conjunto heleno.

El prestigioso entrenador le mostró con muy pocas palabras cómo podía incorporarlo a su esquema. Adivinando las propias dudas del báltico, le afirmó que era consciente de que estaba teniendo problemas físicos y que el paso del tiempo había agravado sus lagunas defensivas. No obstante, juzgaba que podían tapar eso y potenciar sus imaginativos pases, además del liderazgo que caracterizaba su andadura por la Euroliga. Obradović era un defensor de las variables del pick and roll y hombres como Mike Batiste podían beneficiarse de tener a un asistente tan espectacular.

En resumen, no le garantizaba la titularidad, pero sí iba a aprovecharlo en los minutos decisivos de los partidos importantes. El movimiento del dueño de la pizarra en el PAO había sido una carrera contrarreloj. Corrían muchos rumores de que el CSKA iba a firmar a Jasikevičius en cuanto dejase la NBA. Asimismo, los hermanos Angelopoulos habían publicitado a los cuatro vientos una generosa oferta de El Pireo que iba a terminar con el triplista vistiendo la elástica rojiblanca del Olympiacos.

Aparentemente, el hecho de que estuviera Pini Gershon comandando al eterno enemigo del Panathinaikos parecía un aliciente. Saras había ganado dos Euroligas bajo sus órdenes. De cualquier modo, la intrahistoria entre ambos era más complicada de lo que parecía a simple vista. A Jasikevičius le gustaba la energía que aportaba desde la banda el israelí, pero era consciente del trabajo en la sombra que David Blatt había hecho por él en el Maccabi Tel Aviv. Sin ese respaldo, juzgaba que la convivencia entre los dos podía ser más difícil. Y no le agradaba que el Olympiacos diese por hecho que iba a aceptar sus cantos de sirena.

Manos Papadopoulos, sagaz general manager en el club del trébol, supo tirar muy bien de esos hilos. Había rumores de que el codiciado agente libre no estaba del todo convencido de marchar a Moscú. De hecho, las llamadas que hacía Jasikevičius a antiguos camaradas lo encaminaban cada vez más al OAKA. Ramūnas Šiškauskas, por ejemplo, le confirmó que la buena impresión que le había causado Obradović en Madrid era acertada. De igual forma, su compañero de selección en Lietuva le habló maravillas de sus ayudantes, resaltando por teléfono un nombre: Dimitris Itoudis.

Un contrato por 6’5 millones de dólares en dos años y una bonita casa en Ekali hicieron el resto. Durante los amistosos de postemporada del Panathinaikos contra franquicias NBA como los Houston Rockets o los San Antonio Spurs, el recién llegado ya dio destellos de su magia. Gregg Popovich distinguió a Jasikevičius afirmando que era incapaz de entender por qué no había seguido en el campeonato estadounidense.

Generosamente, Šiškauskas había encaminado los pasos de su amigo a un gran adversario sin saber que estaban a apenas dos años de una lucha continental épica. Apodado “El Pippen del Báltico” por su tremenda versatilidad, el polivalente escolta-alero había decidido de igual forma hacer las maletas en sentido inverso: abandonaba Atenas y ponía rumbo a la “Red Army” de Ettore Messina.

El héroe de la batalla por Atenas

Si la grada en la arena del OAKA quiso sangre, el CSKA de Ettore Messina no les defraudó. La Final Four celebrada en Atenas durante el año de 2007 parecía una ceremonia de coronación para el conjunto verde, pero ante ellos iban a tener a uno de los equipos más potentes que se recordaban en la competición. Se inició pronto una batalla de poder a poder donde los intercambios de golpe fueron despiadados.

Un enfrentamiento tan agotador en lo físico y mental que provocó el quiebre de un competidor nato que siempre mantenía la cabeza fría. David de la Vega, uno de los mejores conocedores de la intrahistoria del laureado equipo de Europa del Este, recoge las palabras de Jon Robert Holden sobre la insólita decisión de su técnico transalpino hacia él tras el descanso: “Pensé que íbamos a ganar. Y luego Messina, al elegir un equipo para la segunda parte, no me echó de menos”. Autor de la canasta decisiva en el Eurobasket celebrado en España (2007), Holden, el base de Pensilvania que había aceptado nacionalizarse ruso, desconectó del destino de aquel encuentro, un hecho insólito que lamentaría siempre. Mentalmente, no estuvo preparado en un duelo que hubiera exigido su mejor versión en el desenlace.

En la cancha, Dimitris Diamantidis y Theodoros Papaloukas lideraron emocionalmente a sus escuadras en un pulso homérico. Željko Obradović volvió a encontrar a un gran héroe para aumentar su palmarés: Ramūnas Šiškauskas se hizo inconmensurable para firmar 20 puntos y hacer enloquecer a Atenas. El marcador 93-91 escenificó uno de los mejores shows jamás vistos en esa lid, además de conseguir el lituano convertirse en un objeto de deseo para el CSKA. No sorprendió a nadie que ese mismo verano aceptase cambiar de colores.

Con todo, Messina siempre afirmó estar convencido de que les faltó solamente una cosa para salirse con la suya en la capital de Grecia: David Vanterpool, el líder del vestuario, uno de sus héroes en el título de Praga. Su baja les mermó. Sorprende poco pensar que la retirada del estadounidense de las pistas fue seguida de una inmediata oferta de su antiguo jefe para convertirse en uno de sus asistentes. Ambos estarían en Berlín, en la reedición de aquella epopeya entre dos colosos. Ahora, con el talento de Šiškauskas en su bando.

“Por supuesto, conocía muy bien a Messina, así que ese fue un punto muy importante a la hora de firmar por el CSKA”. Andrey Vatunin, presidente de los moscovitas, podía presumir de haber firmado al mejor alero ligero que el mercado podía ofrecer fuera de la NBA. Confirmando los pronósticos de las casas de apuestas, alzaron la codiciada copa en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. Solamente faltó un pequeño broche de oro a aquella gesta: no hubo ni rastro del PAO entre los cuatro mejores de Europa aquel fin de semana de 2008.

We’re Lean, We’re Green, and We’re Mean

Sigue siendo uno de los grandes misterios del OAKA. Resulta casi impensable que una escuadra con una línea exterior que cuente con la terna Spanoulis-Diamantidis- Jasikevičius no terminé arrasando a todos sus rivales. Sea como fuere, el baloncesto de alta competición no resulta tan sencillo. Aquel Panathinaikos tan glamuroso fue sorprendido y apeado en pleno Top 16 por un excitante Partizan de Belgrado, un conjunto joven capaz de arrebatarle al vigente campeón la plaza que dejó libre un por entonces peligrosísimo Montepaschi Siena.

Hubo varias consecuencias del descalabro. De inmediato, Giannakopoulos extendió sus tentáculos para adquirir a Nikola Peković, un poderoso pívot serbio que les había vuelto locos en Belgrado. En segundo, Obradović se dio cuenta de que debía poner algunas cosas en claro a sus talentosos discípulos. Uno de los primeros nombres de su lista era Jasikevičius. Había sido un año tumultuoso en lo personal para el playmaker; debido a su proceso de separación con Linor Abargil, el deportista había ido cayendo seducido por los encantos de la vida ateniense, particularmente de un célebre local llamado “Rock and Roll”. En vísperas de un partido frente al AEK Atenas, el primer entrenador del Panathinaikos sorprendió a su fichaje estrella allí, disfrutando y despreocupado con su buen amigo Efthimios Rentzias. Por supuesto, terminaron perdiendo aquel enfrentamiento y la ira de Zeus advirtió al base de que había faltado al respeto a toda una institución.

Y es que para Obradović, el Panathinaikos representaba a su familia. En aquella época era frecuente verlo por el barrio de Kolonaki cada mañana tomarse su tradicional taza de café, rodeado de amigos y admiradores. Era cierto que tanto Pavlos como Thanassis Giannakopoulos habían edificado su éxito deportivo en base a un imperio farmacéutico casi imbatible (por aquello días, la fortuna del linaje se cifraba en los 800 millones de euros), pero el serbio intentaba darle alma al conglomerado para propiciar un espíritu de unión, no ser simplemente el mejor equipo que el dinero podía comprar. Por eso mantenía su vigencia en el vestuario Fragiskos Alvertis como capitán espiritual de la nave. La torre de Glyfada ya disputaba pocos minutos, aunque su mera presencia hechizaba al OAKA. El ala-pívot curtido en mil batallas ya penas tenía minutos de rodaje, pero era el Héctor de aquella ciudad verde y soñaba con volver a alzar por última vez aquel trofeo tan hermoso que vio por primera vez en los días de Dominique Wilkins y “El Dragón” Giannakis.

Con todo, Saras se salvó de la quema y pudo seguir para el curso baloncestístico 2008/09. Hombres interiores con la relevancia de Dejan Tomašević o Dimosthenis Dikoudis no proseguirían viaje. Llegaron nuevas caras como Drew Nicholas, un excelente tirador que prometía ser más pólvora para aquellos exteriores de ensueño que debían reverdecer los viejos laureles.

Ajustes

Aterrizar en la Toscana suele ser un placer. Existen pocos sitios más idílicos. No obstante, Vassilis Spanoulis no quería saber nada de aquel hermoso paisaje: su cabeza solamente albergaba una imagen obsesiva: robar una pelota a John McIntyre, el pujante exterior de un club transalpino en alza: el Montepaschi Siena. Los pupilos de Simone Pianigiani habían robado el segundo encuentro de la eliminatoria por el pase a la F4 alemana de manera sorprendente, superando una desventaja de veinte puntos.

Las críticas en un club tan pasional como el de los Giannakopoulos fueron severísimas. Aquellas estrellas tenían toda la calidad del mundo, pero, a veces, carecían del corazón de otros predecesores suyos en el OAKA a quienes sobraba ese carácter. Semejante a Spanoulis en sus lacedemonios métodos, Diamantidis era asimismo un hombre consagrado a una misión. Sabía que era un ídolo de la grada y que su público adoraba que no hubiera abandonado el estilo de vida de su Kastoria natal. Sin embargo, ser capaz de ganar otra Euroliga, además sin contar con la ventaja de estar en Atenas, era una recompensa que debía alcanzar.

Por su lado, Jasikevičius observó en aquel vuelo a un genio trabajando. Normalmente, Obradović delegaba una buena parte de discurso de las charlas tácticas en Itoudis, mucho más que un ayudante hábil; el heleno era la mano derecha del laureado técnico. De cualquier modo, en aquella ocasión, Željko tomó las riendas para plantear pequeñas modificaciones que alteraron por completo el rumbo de aquella eliminatoria que se había complicado sobremanera.

Una de las nuevas cartas que puso el viejo zorro de los banquillos sobre la mesa fue dar pistas a sus jugadores para atacar de una manera que provocase problemas de faltas para Benjamin Eze, un jugador que era fundamental para el equilibrio de los hombres de Siena. En todo momento, igualaron la intensidad de sus anfitriones y no se relajaron ni con la victoria en el tercer día. Tampoco tuvieron que recurrir al OAKA y a su infernal atmósfera. Estaban donde debían por méritos propios.

Por su lado, el CSKA de Messina mostró una madurez igual o mayor al acallar un estruendo como el que se vivía en el Pionir al Belgrade Arena. No tuvieron piedad del Partizan y confirmaron su condición de panzer imbatible en todos los pasos previos a la línea de meta de la Euroliga. A pesar de tener un puño de hierro en su campeonato doméstico, fue un curso donde tuvieron que ver al UNICS Kazán alzar la Copa, además de tener a un adversario de nivel en el Khimki de Sergio Scariolo, polémicas arbitrales incluidas.

Con todo encarrilado, la organización veló hasta por el último detalle para que su roster no perdiera fuerza. Incluso se hizo venir al Efes Pilsen desde Turquía para que disputasen dos encuentros amistosos contra ellos. Llegaron a principios de mayo con toda la gasolina en el depósito y con un jugador en concreto dispuesto a quitarse una dolorosa espina personal.

Tanteo

Los primeros minutos de una final de Euroliga suelen estar atenazados por los nervios. Hay imprecisiones y los dos banquillos se observan mutuamente, buscando descifrar alguna clave o sorpresa inesperada. Holden, por el contrario, arrancó en Berlín con una idea clara que pensaba ejecutar a la perfección. Era un base veloz y de elegantes suspensiones, pero muy superior a la imagen tópica del playmaker venido del otro lado del Atlántico para engordar sus estadísticas individuales. La batuta del CSKA podía ejecutar él mismo o asistir con brillantes a compañeros como Víktor Khryapa.

Messina y Obradović jugaron al gato y el ratón desde el salto inicial. El primero no puso de titular a Šiškauskas, algo que recibió la réplica verde de mantener en el banquillo a Diamantidis. Por supuesto, en cuanto el alero lituano empezó a rondar por la pista berlinesa pudo ver que sus oponentes llamaban a uno de los mejores defensores en la historia de la Euroliga.

Los dos contendientes buscaron entrar en calor de inmediato. Con todo, incluso un tirador tan frío como Trajan Langdon, otro de los hombres con ansías de revancha por el título de 2007, tuvo un air ball que resultó sorprendente en alguien de su nivel. Peković, brillante en las semifinales contra el Olympiacos, recibió una atención especial que le minimizó mucho durante toda la velada.

Pese al prometedor arranque de Holden, pronto empezó a notarse la mano de Obradović. Si se observaban con atención esos primeros minutos, los atacantes del PAO consiguieron poner pronto en problemas de falta personales a jugadores del calibre de Erazem Lorbek. Además, el agresivo estilo buscando la canasta contraria de Vassilis Spanoulis permitió pronto a los griegos ir tomando las riendas en el electrónico.

La avalancha verde

Incluso Matjaž Smodiš, uno de los mejores tiradores del CSKA, estuvo errático desde la línea exterior en la primera mitad de la Final Four de Berlín. La incorporación de Diamantidis ayudó al Panathinaikos a cargar mejor el rebote y tener segundas opciones de convertir las canastas. Saltaron a la pista hombres no tan habituales en la rotación de Messina como Terence Morris. Ala-pívot altamente promocionado desde sus días en la universidad de Maryland Terrapins (que tuvo una triple representación en la fiesta del baloncesto europeo con Drew Nichols y Jasikevičius), nunca había terminado de arrancar en Moscú. De hecho, en su traspaso al Barcelona la campaña siguiente anidaron las claves de su resurrección deportiva.

Las variables del club heleno, en cambio, parecían ser efectivas casi de inmediato. Stratos Perperoglou era un alero pequeño de gran rapidez y que desconcertaba mucho las líneas interiores del conjunto ruso. Jasikevičius salió en los estertores del primer cuarto para brindar algunos de los mejores minutos que se le recordaban en Grecia. Aunque Holden admitía que era un oponente que en ocasiones le desesperaba por sus aspavientos, el playmaker americano reconoce incluso a día de hoy que era un adversario que le motivaba muchísimo por su calidad y competitividad.

Parecía que cada miembro de la plantilla ateniense lograba aportar algo cuando le llamaban al parqué. Konstantinos Tsartsaris podía hacer ganchos heterodoxos, pero siempre sumaba y hacía un trabajo subterráneo que podía llegar a desesperar a sus contrincantes, algo de lo que podía dar fe la selección española comandada por “Pepu” Hernández en las semifinales del Eurobasket celebradas en 2007. Batiste salió asimismo dispuesto a batirse el cobre contra cualquiera, mientras que Sasha Kaun pareció un tanto abrumado por los minutos de más donde tuvo que suplir a Lorbek.

Como buen estratega, Messina reconocía los síntomas de una batalla que se ha complicado demasiado por errores previos. Pidió tiempo muerto ante la atenta mirada de su esposa, Laura. La familia había pasado por momentos duros debido a las exigencias de la agenda deportiva de un entrenador de élite. Uno de los peores episodios fue el susto de salud que les dio su hijo en plena Final Four de Praga, si bien contaron con la rápida ayuda del equipo médico del Maccabi Tel Aviv, también alojado en el mismo hotel que el italiano.

Ahora no era un contratiempo de esa índole. Simplemente, se trataba de baloncesto. Miró a su quinteto de ensueño y les agredió verbalmente diciéndoles que su sistema era que uno hacía la guerra por su cuenta con la pelota y otros cuatro miraban a la espera de que sucediera algo. Y una Final Four era justo lo contrario. En una película deportiva, habría sido el momento ideal de poner la banda sonora y que se sucedieran a cámara rápida acciones de remontada.

La realidad resultaría más compleja.

Ich bin ein Champion

Hay jugadores de calidad indiscutible, pero que deben hallar su hábitat. Antonio Fotsis había nacido en la cuna de la filosofía occidental durante la primavera de 1981. Pronto, demostró ser un chico precoz, capaz de hacer las maletas tras llamar la atención en el Ilysiakos para aceptar la oferta de un club de tanta presión como el Panathinaikos. Se mudó en compañía de su por entonces pareja, una precoz entrenadora de baloncesto rumana que compartía su pasión y estaba haciendo ruido en el baloncesto femenino.

Del PAO llegó el salto a la NBA, nada menos que los Memphis Grizzlies de un tal Pau Gasol. Para una personalidad tímida y casera como la suya, un auténtico reto que le llevó a volver a hacer las maletas tras apenas un curso en la ciudad de Elvis. Aquel fracaso deportivo en el mejor campeonato del mundo se olvidó pronto cuando le llegó la oferta de todo un histórico al otro lado del Atlántico, el Real Madrid. Se esperaba muchísimo en la ACB de un hombre de 2’09 metros que tenía una muñeca exterior exquisita.

Su momento álgido sirvió también para escenificar la sensación de incompleto que arroja su estancia de blanco. Fotsis puso el tapón decisivo a un playmaker tan poderoso como José Manuel Calderón para certificar una Liga ansiada en las vitrinas madridistas desde hacía años en 2005. No obstante, la Historia únicamente reservó la gloria para un veterano con la última bala de plata en la recámara: Alberto Herreros. Igual que Riquelme dejaba destellos impresionantes en otras canchas, pero tenía un último toque bostero, Fotsis hubo de regresar a su casa, mostrando que era el OAKA el sitio donde mejor entendían lo que podía aportar. Y por esa razón lo llamaron a una emotiva ceremonia en la época de Aleksandar Đorđević para recibir el tributo como miembro de los inmortales de la institución, junto con los Bodiroga y Vranković.

En aquella Final Four de Berlín todo eso quedaba muy lejano. Ahora volvía a ser un dolor de muelas para la defensa que podía cargar el rebote ofensivo o mandar dagas desde más allá del arco. Jasikevičius lo olfateó y empezó a jugar a las esquinas, haciendo trizas los sofisticados ajustes de Messina y sus ayudantes. El estratega transalpino buscó desconcertar con quintetos que rara vez había probado.

Y nadie notaba más esa carga que Zoran Planinić, una perla croata que había aterrizado en el CSKA con la casi imposible misión de hacer olvidar a Papaloukas. Ambos hombres albergaban calidad a borbotones, si bien sus estilos de hacer las cosas eran bien distintos. Conforme avanzaba la renta, asimismo creía la animosidad. Juan Carlos Arteaga, uno de los miembros del triunvirato arbitral (sumadas las presencias del lituano Romualdas Brazauskas y Shmuel Bachar, israelí), recordó la época ACB con Saras para advertirle de su verborrea tras cada decisión: “Solo te digo que hemos pitado una técnica ya, es lo único que te digo”, pudo escucharse al colegiado a través de la televisión que retransmitía en el pabellón.

Por su lado, Spanoulis y Holden chocaron como dos trenes de alta velocidad. Ambos estaban destacando en situaciones distintas. El segundo era el único asidero de un navío imponente que naufragaba y parecía que se hundiría ante una avalancha del PAO. El de Larrisa era una lanza destacada de un auténtico asalto a Ilión, aprovechándose, de igual forma, de la paupérrima puntería hasta entonces de los moscovitas.

Casi pareció que Drew Nicholas quería poner fin a su agonía. Se desmarcó con habilidad para recibir una imaginativa asistencia picada de espaldas a cargo de Jasikevičius. El electrónico subrayaba un 48-28 que podía coger ribetes de varapalo inolvidable si las filas de Messina no se reagrupaban. En el vestuario ruso, únicamente se habló de no fallar a la comunidad de fans allí desplazada. De no hacer el ridículo frente a un adversario que penalizaba los errores como nadie.

Las dos caras de Jano

Šiškauskas siempre habló de dos partes claramente diferenciadas. De cualquier modo, sería injusto decir que el Panathinaikos salió presuntuoso del descanso o con exceso de confianza. Un nuevo triple volvió a abrir una brecha en el marcador que parecía incluso definitivo. Más que una remontada milagrosa en minutos de magia, hombres como Langdon demostraron su capacidad de trabajar con la paciencia de una hormiga cuando no salían los grandes lanzamientos. Superviviente del casi olvidado combinado norteamericano del Mundial de 1998, el tirador venido de Alaska fue sacando faltas personales y abriendo grietas en el entramado del trébol.

Luego hubo puntos de inflexión. Una elegantísima finta de Šiškauskas a Perperoglou levantó una señal de alarma en mentes como la de Itoudis. Aquella acción suponía algo más que tres puntos. No era un enemigo al que quisieran recuperando sensaciones. Tras haberse dejado intimidar en la batalla por el rebote, todos en el CSKA se arrojaban hacia los rechaces, con una encomiable labor de Khryapa. Victor Keiru, un suplente de pocos minutos y que había sido heroico en la Final Four de 2007, fue un resorte del vestuario al más puro estilo M. L. Carr, luchando por mantener la moral en sus filas.

Emmanuele Molin, uno de los asistentes de confianza de Messina, observaba todo con atención discreta. Dejaron la distancia en apenas diez puntos cuando sonó la bocina que marcaba el final del tercer cuarto. Una renta considerable, si bien habían sembrado una serie de dudas en un contrincante que había podido incluso intuir el sabor del champán. El rostro de Obradović enrojecía a marchas forzadas.

Agonía y éxtasis

El dramatismo en su máxima potencia. Berlín pudo asistir a momentos increíbles. Zoran Planinić halló algunos de sus instantes de mayor felicidad durante su periplo en aquel gigante europeo. Nikos Zisis, una de las grandes apuestas del CSKA, por el contrario, nunca terminó de explotar, si bien aquel día habría sido una jornada que habría hecho olvidar cualquier otro sinsabor.

Matjaž Smodiš y su expresiva forma de celebrar los lanzamientos hicieron temblar a los atenienses. El exquisito anotador esloveno había recuperado sus sensaciones y era una amenaza que abría espacios para los demás. Por su lado, Fotsis hizo recobrar la compostura al club de sus amores con un triple que en aquella circunstancia suponía quitarse la carga de Atlas de encima. Los cánticos en la lengua de Homero empezaron a escucharse con un 59-50 que parecía alejar al espectro de la derrota. Sea como fuere, aquel CSKA ya no era el mismo.

Planinić se arrojaba al suelo por los rebotes y Holden, como en anteriores ocasiones, dio muestra de su velocidad mental. Ridiculizó los hábiles sistemas de ayudas del Panathinaikos al penetrar con insultante facilidad a canasta para reducir el pulso a un resultado inquietante para su rival (65-60).

Obradović, un hombre con fama de decidido, incluso pidió asesoramiento a Jasikevičius, admitiendo al lituano que estaban jugando muy mal en esos minutos. Saras le aconsejó que usase más a Perperoglou, puesto que podía aportar cosas que desconcertaran a Khryapa, un martillo pilón en aquella segunda mitad. Un consejo interesante, pero que luego no fue aplicado. De hecho, el entregado jugador de origen ucraniano incluso se atrevió a responder a un triple de Diamantidis con una acción que pareció arrebatar toda la fuerza psicológica del PAO (68-63).

Del éxtasis al llanto en apenas un par de acciones. Eso resumió la ópera que se representó en el O2 World. Al poco de festejar la expulsión de Fotsis, Messina se colocó las manos en el rostro. Khryapa, su héroe aquella noche, no acertó unos tiros libres que los largos brazos de Diamantidis cerraron en un rebote defensivo que parecía acabar con el sueño de la remontada.

Entonces los colegiados pitaron una falta en ataque del hombre de Kastoria sobre Šiškauskas. El lituano del CSKA anotó una canasta de muchísimo mérito que redujo la distancia a apenas un punto (70-69). Khryapa se desfondaba para apoyar a Langdon en la presión a toda una garantía subiendo la pelota como Jasikevičius. Era el momento de elegir con acierto a quién hacer la falta para ir a la línea de personal.

Con 72-71, Obradović eligió precisamente a Saras para cerrar el choque. Una decisión que el 99% de las veces le habría salido bien, puesto que solamente Arvydas Macijauskas tenía más garantías que él en esa lid entre sus compatriotas. Con una emotividad imposible de impostar, Smodiš alzó los brazos como un gladiador victorioso cuando el playmaker se quedó corto e impactó en el hierro la primera intentona. Convirtió el segundo, pero ahora el CSKA tendría segundos suficientes para culminar su escalada y ganar el duelo sin prórroga.

Drew Nicholas recibió instrucciones para no separarse de Šiškauskas. Fue una defensa tan perfecta como la parábola que el báltico logró armar. La vio dentro y muchísima gente en el pabellón bávaro también. Los duendes de los aros escupieron la que habría podido ser una canasta icónica de la Euroliga. La fortuna del trébol lo impidió.

Palabras desordenadas

Gracias a la reciente biografía de Pablo Laso, sabemos cuáles fueron las palabras que Xavi Pascual y el técnico vitoriano se dedicaron cuando finalizó su último duelo como estrategas de Real Madrid y Barcelona. Todavía, especulamos sobre qué sucedió entre Ettore Messina y Željko Obradović, en uno de los apretones de manos que ni siquiera sus jugadores favoritos pudieron descifrar.

El balcánico mantenía una fuerte cólera por los últimos designios arbitrales, algo que le hizo casi chocar con su colega, quien no dejó a mantener un rictus de perplejidad. Entonces se susurraron algo antes de que Itoudis se llevase a su maestro. Una más de las dudas de un partido loco y memorable. Si la Final Four de 2007 fue una batalla apasionante de gran lucidez ofensiva, la revancha de 2009 tuvo un componente irracional y de leyendas al borde de un ataque de nervios que convierte en memorables a los grandes partidos.

Los dueños del Norilsk Nickel, impulsores del Renacimiento del CSKA a comienzos del siglo XXI, no pudieron doblegar en aquel episodio de Alemania a la dinastía Giannakopoulos. De hecho, el PAO volvería a alzar otra Euroliga en apenas dos años. Eso sí, en el Sinan Erdem (2012) se vivió una venganza anhelada, ya sin Messina, pero sí con Jonas Kazlauskas. Aquella semifinal de 2012 siguió otro guion muy parecido: una versión rejuvenecida de Mike Batiste y Jasikevičius, remontada del CSKA con una promesa llamada Alekséi Shved volando más que nadie junto a Šiškauskas. Por supuesto, ambos gigantes incluyeron la polémica arbitral en una revancha deportiva donde, lejos de terminar con el trofeo, los moscovitas hallaron una nueva pesadilla venida de la Hélade: el Olympiacos de El Pireo a través del gancho de Printezis. Pero esa es ya otra historia…

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