La elegancia es uno de aquellos conceptos difíciles de definir pero fácilmente perceptibles cuando los tienes delante. Cuando alguien la emana de una manera abrumadoramente evidente, no puedes dejar de sentir esa pequeña envidia sobre aquello inalcanzable si no es innato.
En este sentido, ha existido y todavía perdura una estirpe de deportistas que no solo se dedican a practicar sus distintas modalidades, sino que sientan cátedra. Su técnica desprende un intangible de clase que es perceptible por cualquiera, un aura magnética que seduce por su belleza hasta a aquel que no es entendido en el deporte que está viendo pero que comprende que allí hay algo diferente.
La paradoja es que cuando les ves en acción, aún siendo los mejores parece que van más lentos que los demás. ¿Cómo no logran pararlos? Te da hasta la sensación de que podrías competir con ellos, de que podrías seguirles el ritmo. Pero no, no podrías. Esa es su magia. Y esa lentitud aparente es lo que hace que los buenos “fans” gocen de cada uno de sus movimientos en una especie de “slow motion” maravillosa y permanente.
El mundo del fútbol se maravilló con Laudrup, los aficionados al tenis aún se fascinan con Federer, y en el baloncesto disfrutamos pero sobretodo aprendimos de Dejan Bodiroga.
Nacido en Zrenjanin (actual Serbia) el 2 de marzo de 1973, a estas alturas no vamos a presentar a nadie al mil veces llamado “Magic blanco”. Y es que cualquiera que ame mínimamente el baloncesto recordará por lo menos uno de los pasos de baile que nos regalaba sobre la pista. Daba igual contra quién estuviera jugando, cuando Dejan entraba en acción parecía un cisne entre patos.
Aunque nos importa más “como” lo hacía que “qué hacía”, a los más despistados os obsequiaremos con una pequeña retahíla-recordatorio de los títulos que consiguió en su carrera:
A nivel de clubes: tres Euroligas, una Recopa, seis ligas (1 en Italia, 2 en España y 3 en Grecia), una Supercopa de España, una Copa del Rey y una Copa de Italia. Con la selección yugoslava: plata en Atlanta 96, dos oros en el Mundobasket, tres oros y un bronce en el Eurobasket.
El último gran mito del baloncesto europeo
Pero como comentábamos antes, aunque es un palmarés más que admirable, lo realmente mágico fue la manera como lo consiguió. Dejan Bodiroga fue la referencia absoluta e indiscutible en todos los clubes en que jugó. Y estuvo en los mejores de las mejores ligas. Como la elegancia, hay algo de innato en la capacidad de liderazgo, y Dejan andaba sobrado de ambas cosas. Como de técnica individual,de tiro, de actitud… Ficharle era como fichar a 5 jugadores, ya que podía ocupar cualquier posición sobre la pista. Es la ventaja que tienes cuando mides 205 centímetros pero en cada uno de ellos hay más talento que en el anterior.
Y es que intentar pararle en un uno contra uno era poco menos que intentar detener las olas del mar con las manos. Era tal su versatilidad y su variedad de movimientos que fuera quién fuera el defensor, el serbio sabía adaptarse a sus características. Jasmin Repesa no pudo describirlo mejor:
“Parar a Bodiroga en el uno contra uno es imposible; sólo el conjunto de un equipo puede hacerlo. Si le intentas marcar con jugadores más bajos, te posteará; si le pones encima un jugador más alto, le driblará, es sencillamente imbatible”. Nítido, ¿verdad? Así de fácil es el baloncesto cuando eres absolutamente bueno.
Fue en la LEGA donde Bodiroga empezó a pasar de ser un jugadorazo a forjar su leyenda. Llegó en 1992, pero fue tres años después, con 22 primaveras, cuando empezaría a devorar títulos en una racha que se alargaría hasta poco antes de su retirada. Y empezó por todo lo alto, ganando el Eurobasket de Atenas de 1995. Fue contra la Lituania de Sabonis, en una seleccion en la que compartía equipo con Danilovic, Paspalj, Djordjevic, Rebraca, Divac… Podéis imaginaros. Cuando ganas tu primer título importante en la cara del “zar” Arvydas y Marciulonis seguramente sea una motivación para seguir creciendo. Esa selección yugoslava impuso una hegemoniía en Mundiales y en Eurobasket durante los siguientes años que por poco no llegó a la categoría de dinastía.
Después de ganar Liga y Copa en Italia, Dejan nos regaló dos temporadas en España. Entrenado por Zeljko Obradovic, el Madrid parecía la oportunidad perfecta para encaramarse al reinado absoluto del basket europeo después de haber renunciado a la NBA. Sin embargo, aunque todos pudimos ver que aquel carismático jugador tenía algo especial y nos ofreció temporadas de gran calidad, no pudo hacerse con ningún título de liga. Su compañero de selección Djordjevic (vestido de blaugrana) el primer año y un sorprendente TDK al siguiente lo impidieron.
Panathinaikos tuvo la suerte de contar con él durante los siguientes años. Un equipo que aspira a títulos europeos se alimenta de los mejores, y Obradovic que entiende algo de baloncesto, se hacía una idea de quién iba a ser el mejor en muy poco tiempo. Así que aunque durante el primer año tuvieron que conformarse con la liga, en el 2001 Dejan se consagró como el mejor jugador de Europa al guiar a los griegos hacia la victoria en una de las mejores finales de la Euroliga que se recuerdan. Fue contra el Kinder de Bolonia, un equipo que desbordaba una calidad que relucía sobretodo en un par de jugadores exteriores llamados Rigaudeau y Ginobili. El argentino (que también jugó un partidazo) todavía se debe estar preguntando si Dejan hubiese sido mejor que él en la NBA después de ver más de cerca que nadie la exhibición que nos regaló en esa final.
Regreso a España de la mano de Pesic
Volvió a España Bodiroga al año siguiente, concretamente a vestir la misma camiseta que había llevado Djordjevic para arrebatarle la liga ACB hacía un tiempo atrás. En Barcelona necesitaban un mesías para intentar la conquista de la casi utópica Euroliga que se resistía a quedarse en el Palau. ¿Y qué mejor para conquistar que un conquistador? Con la inestimable colaboración de un pletórico Jasikevicius, un joven Navarro y un Fucka tan efectivo como poco ortodoxo, Bodiroga llevó al Barça a la final de la Euroliga contra la Benetton de Treviso. Allí jugaba un tal Garbajosa, otro ejemplo de versatilidad baloncestística aunque con un estilo un poco más rudo. Como no podía ser de otra forma, Dejan se llevó el MVP de la “Final Four” y el Barcelona llegó a lo que parecía una cima inalcanzable, casi maldita. Antes de irse con el trabajo hecho y convertido en leyenda, Bodiroga aún le regalaría al Barça otra ACB, una Copa del Rey y una Supercopa ACB, con clases magistrales semanales de un estilo de baloncesto que no se ha vuelto a ver por el Blaugrana.
El genio serbio acabo su carrera en la Roma, quizás para compensar con un poco de su talento a los aficionados italianos, a los que había birlado dos Euroligas en el último partido con dos equipos distintos. Pero cuando uno desborda carisma, el mundo que le rodea acaba rindiéndonse a sus pies. Y el baloncesto italiano no fue una excepción. Tras dos años en la Virtus de Roma, jugó su último partido en las semifinales de la Lega contra el Montepaschi Siena. Los más de 10.000 aficionados que llenaban el pabellón eran conscientes de la trascendencia del momento. El aplauso de diez minutos que se llevó Dejan intentaba mitigar la tristeza de saber que nos quedábamos sin su genio y sin sus peculiaridades. Como aquella mecánica de tiro que cualquier aficionado ha intentado imitar alguna vez con resultados nefastos, o aquel dominio del “látigo” que dejaba a Indiana Jones a la altura del betún. Fueron diez minutos de aplausos que aún no han terminado, que perduran en cualquier amante del basket cada vez que se regala un tiempo para ver algún partido donde esté Dejan. Llegó esta despedida justo el día en el que se cumplían 14 años de la muerte de Drazen Petrovic, del que se dice que era primo segundo de Bodiroga. Si realmente es así, lo que tenemos claro es que si existe algún gen que determine el talento para el baloncesto, deberíamos empezar a investigar por ahí.
Y en ese partido se fue nuestro Jordan europeo. Y digo nuestro Jordan porque fue “nuestro mejor”. El mejor de los que no se han ido, de los que no han cruzado el charco ni una sola vez. Él, que no sucumbió a los cantos de sirena de los “yankis”, el que quiso quedarse para regalarnos solo a nosotros su baloncesto en estado puro. Ahí demostró que en la vida también aplicaba la inteligencia que demostraba en la cancha. ¿Hubieran entendido allí su estilo de juego? ¿Hubieran limitado a una especialidad a un todoterreno como Dejan?
Hay cosas que jamás serán descubiertas.
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