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Perfiles

Drazen Petrovic. Los primeros pasos del genio por excelencia

Drazen Petrovic fue un genio precoz, uno de esos talentos generacionales que ya desde sus primeros años mostraban un aura especial

“Le considero un jugador despreciable”, afirmaba Arvydas Sabonis en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa de 1986. “No sé si le estrecharía la mano al encontrarle” decía Iturriaga al confirmarse el fichaje del oriundo de Sibenik por el Real Madrid. Ya en tono más sarcástico, la Demencia cantaba un jocoso “sí, sí, sí, me mola Petrovic”, como burla a sus vecinos madridistas, al haberse convertido el yugoslavo en su bestia negra. Esta es la historia en las vetustas canchas europeas, donde era amado y odiado a partes iguales, de un talentoso balcánico, del Genio de Sibenik, de Mozart, del mejor jugador europeo de todos los tiempos. Siéntense, tomen aire y disfruten, porque esta es la historia de los primeros años, y por ende más rodeados de misterio, de Drazen Petrovic.

Inicios

Drazen Petrovic nació en Sibenik, en plena costa adriática, el 22 de octubre de 1964. Era el segundo hijo de Jole y Biserka Petrovic, matrimonio serbo-croata afincado en dicha localidad costera, capital y centro del condado de Sibensko-Kninska, uno de los principales del país.

Desde pequeño, el joven Drazen (dulce) mostró una enfermiza obsesión por ganar, y ni mucho menos dejó de mostrarla en sus inicios en el Sibenka Sibenik, el equipo de su localidad. Sin embargo, al igual que todos los mitos, tiene una historia oculta, secreta, que muy pocos saben. En su caso, a los doce años un traumatólogo de columna le diagnosticó a Drazen un problema irremediable de espalda, a menos que desarrollara una actividad física de alto nivel. Sin embargo, le prohibieron jugar al baloncesto, a menos que (según el médico) quisiera quedar postrado para siempre en una silla de ruedas. Bendito el día que decidió no hacer caso al doctor, pues, de lo contrario, no hubiéramos sabido de su existencia y nos hubiéramos quedado sin disfrutar del Genio de Sibenik.  Algo que también es poco conocido es el deseo de Jole y Biserka de que sus hijos se convirtieran en profesionales de la música, tocando el clarinete y la guitarra española. Pero el destino estaba escrito, Drazen y Aleksandar tenían un talento innato para jugar al deporte de la canasta y todos nosotros somos conocedores de lo que finalmente pasó.

En 1976, de forma paralela al diagnóstico del doctor, el Sibenik creó su sistema de cantera, con el objetivo de surtir de jugadores al primer equipo. Drazen y sus amigos comenzaron a entrenar duro y con un alto nivel de exigencia, tanta, que incluso su amigo más íntimo, Neven Spahija, le tachó nada menos que de “loco y obsesivo”, mientras Petrovic, haciendo oídos sordos, se ejercitaba dos horas por la mañana antes de ir al colegio, dos horas a mediodía y otras dos por la tarde.

Drazen, inmerso en su rutina como estaba, sin tomarse jamás un día libre, pronto consiguió las llaves de la cancha local, con el objetivo de ir allí a entrenar. Realizaba todo tipo de ejercicios por su cuenta: abdominales, fintas, tiros, bote… Enseguida comenzó a progresar en su juego y la fama del pequeño de los Petrovic fue aumentando paulatinamente como un proyecto de futuro. Los más osados aseguraban que llegaría a ser tan bueno como su hermano, pero nadie, quizás únicamente el propio Drazen y tan solo debido a su espíritu de superación, se imaginaba la cota tan grandiosa a donde iba a llegar.

Primera División en el Sibenik

El Sibenik se había pasado casi toda su historia en las divisiones inferiores del baloncesto yugoslavo, hasta que en 1979 ascendió a la liga nacional, y, con nuevos jugadores, se convirtió en una alternativa a los Partizan, Zadar o Estrella Roja. Esos nuevos jugadores eran un par de veteranos que dotaban de consistencia al conjunto inicial y Moka Slavnic, procedente del Joventut de Badalona, quien se convirtió en jugador-entrenador. Su primera medida fue echar mano a la cantera, pescando en el equipo juvenil. Un espigado joven de tan solo quince años que hacía continuamente partidos de 50-60 puntos y 15-20 asistencias mientras jugaba a su antojo en categorías inferiores frente a jugadores mayores que él era el primero en su lista.

El 9 de diciembre de 1979, en un Sibenik-Borac, aparecía en el acta por primera vez este joven, a quien apodaban “el pelusa”, y de nombre Drazen Petrovic. Ni siquiera jugó, pero era el comienzo de algo enorme.  Unos meses más tarde, frente al BEKO Belgrado, el joven Drazen anotaba los primeros dos puntos de su trayectoria profesional.

Después de foguearse con el primer equipo, llegaría algo que enervaba a sus rivales y enfervorecía a su afición partido tras partido: un espectáculo de fintas, pases, anotación, bailes e incluso todo tipo de tácticas y artimañas para sacar al rival del encuentro, espolear o enervar al público dependiendo de dónde se disputase el mismo y, por encima de todo, ganar, ganar y ganar. Poco a poco, fue elevando al modesto Sibenka hasta cotas difícilmente imaginables hasta hacía bien poco. En su ciudad natal ya era un ídolo. Aunque le costó. Fue un duro camino de obsesivo trabajo y poco descanso hasta conseguir su objetivo, pues en su segunda temporada (80-81), con tan solo dieciséis años, promedió 2 puntos en veinte encuentros. A la tercera (81-82), llegó su explosión: 16.3 puntos por partido, con algunas actuaciones memorables en anotación, ¡sin que existiera todavía la línea de tres puntos! Finalizaron la temporada en quinto puesto, todo un éxito para una población como Sibenik. Pero además, para más inri, alcanzaron la final de la Copa Korac, hecho que también consiguieron a la temporada siguiente, cayendo en las dos, ambas contra el Limoges francés. En la primera (84-90), Drazen anotaría 19 puntos, y en la siguiente (84-96), un orzuelo privó a Petrovic de gran parte de la visión, por lo que llegó al choque mermado y en malas condiciones, anotando tan solo 12 puntos. Este trofeo es el único que le faltó al pequeño de los Petrovic para haberlo obtenido todo a nivel europeo.

Temporada 82-83. El Sibenik, dirigido por Vlado Djurovic, alcanzó la final de la liga, además de la segunda consecutiva de Copa Korac, anteriormente citada. Pero lo vivido en esa final de liga yugoslava es uno de los mayores escándalos acontecidos en la historia del baloncesto europeo y mundial, pese a ser rápidamente olvidado por casi todo el mundo, excepto para aquellos que sufrieron en sus carnes tal atraco, porque no es digno de otro calificativo. Pero merece, al menos, ser mencionado. Y yo lo voy a contar.

Sibenik, 9 de abril de 1983. Tercer y definitivo partido de la final de liga yugoslava. La serie iba empatada a 1, tras ganar el Sibenik el primer choque y el Bosna Sarajevo, rival de los dálmatas por el título, el segundo. Se desarrolla el partido con normalidad, con toda la normalidad que se puede desarrollar una final en Yugoslavia, hasta el minuto 39. Sibenik iba tres puntos arriba (81-78), pero dos contraataques seguidos del Bosna colocan un 81-82 con pocos segundos por jugarse. A falta de dos, un joven Drazen Petrovic (que llevaba 39 puntos y estaba cuajando el partido de su vida en ese momento) se levanta y lanza un airball a la vez que suena la bocina. Sin embargo, el colegiado principal señala una falta sobre Petrovic cometida por el base rival. Durante cinco minutos, cunde la locura. Vlado Djurovic aprovechó para acercarse a Drazen y ordenarle que fallara uno de los dos libres, ya que la federación no iba a permitir que fueran campeones, y de ese modo, forzar un partido de desempate que estaba seguro de que ganarían. Entonces Drazen, con ese gen ganador que le caracteriza y sin mostrar un ápice de nervios, anotó los dos tiros libres sin despeinarse. Sibenik era el campeón.

La noticia llegó al día siguiente. Tras una noche de fiesta por el título conseguido, la Federación Yugoslava reunió a su Comité de Competición y, en un infame acto de quien se sabe derrotado, se inventó que no existió infracción, y que además, se cometió fuera de tiempo, pese a que el propio infractor la había reconocido y las imágenes de televisión demostraban que sí estaba en tiempo. Mandaron repetir el partido al día siguiente en un campo neutral.

Novi Sad, 11 de abril de 1983. El árbitro lanza el balón al aire, es palmeada por el pívot del Bosna y cae en las manos de su base. El colegiado decreta el final del choque al no haber rival. 20-0 para los ahora serbios y nuevos campeones de liga.

Esa temporada 82-83 fue la última completa de Drazen Petrovic en Sibenik, pues a mediados de la 83-84, se tuvo que marchar a realizar el servicio militar obligatorio. Estaba cansado de perder, y al marcharse, tenía decidido que dejaría el Sibenik rumbo a un grande. Pero, ¿a cuál?

Cibona de Zagreb

Petrovic recibió ofertas de la Universidad Católica de Notre Dame, de UCLA, e incluso del Bosna Sarajevo y el Partizan de Belgrado, pero finalmente se decidió por la de la Cibona, donde jugaba su hermano Aza, y donde formarían un equipo que dominaría Europa y Yugoslavia durante unos años liderados por el menor de los Petrovic pero con jugadores de la talla de Slobodan Jankovic, Zoran Cutura o el propio Aleksandar. Ese 1984 en el que decidió fichar por los lobos de Tuskanac, conjunto anteriormente denominado Lokomotiva Zagreb, fue clave en el devenir del baloncesto europeo a corto plazo en la década de los ochenta, esa década en la que el baloncesto superó, o al menos igualó, al fútbol, y donde los aficionados al baloncesto se encontraban en una nube de la que, pensaron, jamás se bajarían.

La liga regular no le fue nada mal a la Cibona, que, acabando líderes de liga regular y con espectaculares anotaciones de Petrovic, como los 55 puntos que le endosó al Sibenik, su ex equipo, acabaron siendo campeones de liga, tras vencer por 2-1 en la serie al Estrella Roja en la final del playoff por el título, consiguiendo así su tercer título de liga, tras los de 1982 y 1984.

Pero el verdadero espéctaculo estaba en la Copa de Europa. Coincidiendo en época con los Lakers del Showtime, llegaba el Petrovic Showtime: fintas, driblings, lengua fuera (todos los cracks tienen el mismo gesto), anotación, tiros imposibles… La Cibona llegaba a la Copa de Europa como la Cenicienta del torneo, y, partido a partido, espoleada por ese yugoslavo provocador y fanfarrón, se plantaba en la final, la cual disputaría frente al Real Madrid, a quien había vencido ya en la primera fase en Zagreb y había hecho lo propio en Madrid. Sin embargo, era el club español quien se presentaba en Atenas, sede de la final, con la vitola de favorito. La primera parte transcurrió igualada, pero en la segunda mitad los lobos camparon a sus anchas por la pista y se llevaron la victoria final por 87-78. Era, además, el inicio de una rivalidad histórica.

Temporada 85-86. La Cibona ha perdido a hombres como Aleksandar Petrovic o Andro Knego, pero se refuerzan con Darko Cjveticanin y Franjo Arapovic, quien da el pase a senior. En la primera jornada de la liga, llegaría el partido de máxima anotación de Petrovic en su carrera, alcanzando nada más y nada menos que los 112 puntos ante el Olimpia Ljubljana. Pero tiene una explicación: el delegado del equipo esloveno presentó las fichas de los jugadores profesionales un día después del plazo establecido, por lo que la federación yugoslava no les permitió jugar el partido. Entonces, se presentaron en Zagreb con jugadores juveniles, a sabiendas de que iban a ser derrotados, pero por el contrario, si no se presentaban, se exponían a una sanción. El partido fue un hombre (Petrovic) contra niños, terminando 158-77. La Cibona arrasaría a sus rivales en liga y acabaría primera en la fase regular, pero acabaría hincando la rodilla en una vibrante final de playoff frente al Zadar, por 2-1.

En la Copa de Europa sería distinto. Las acciones de los Lobos de Tuskanac, tales como encerronas o tanganas, habían sido suficientes para que toda Europa se les pusiera en contra y cada vez que se enfrentasen a ellos, diesen el 200% de sí mismos. Aún así, no fue suficiente, pues la Cibona alcanzó la final. El club yugoslavo tenía entre ceja y ceja la Copa de Europa y no la iba a dejar escapar. Enfrente, el Zalgiris Kaunas de Arvydas Sabonis y Rimas Kurtinaitis. El propio pívot, por aquel entonces soviético, se encargaría de calentar la final con estas declaraciones: “Petrovic es un payaso. Venceremos porque somos mejores que ellos”. No fue una final especialmente igualada, sobre todo después de la expulsión de Sabonis debido a una agresión a Nakic. Petrovic anotó 22 puntos, y de ese modo la Copa de Europa volvía a volar hacia Zagreb. A la postre, este sería el último partido de Drazen Petrovic en la Copa de Europa, pues era una época en la que tan solo la disputaban los campeones de liga, y el equipo de Zagreb no repetiría el título local en los años venideros al encontrar una fuerte subida del nivel de juego de los equipos dentro de las fronteras de su propio país.

Así comenzaba la temporada 86-87, con el conjunto azul disputando la Recopa al quedar subcampeón de su país. Había ganas en los lobos de Tuskanac de ganar la liga y de ese modo volver a la copa de Europa, pero, tras una liga regular inmaculada, resultando invictos, en playoffs se volverían a pegar otro batacazo, esta vez en semifinales, frente al Estrella Roja de Belgrado, quien a la postre resultaría subcampeón. Tras el partido en el que la Cibona quedaba eliminada, se produjo una espectacular tangana en la que tanto Drazen como su hermano (había regresado a Zagreb esa misma temporada) resultarían sancionados por la Federación Yugoslava.

En Recopa, sin mucha historia: campeones, quedando también invictos y venciendo en la final al Scavolini de Pesaro por 89-74. Sin embargo, al final de la temporada, Drazen Petrovic anunciaría esto:

«La siguiente temporada será mi última en la Cibona.»

Lo dijo ante su afición, la de Zagreb, que sabe que con esas declaraciones se escapaba el mejor jugador de la historia de su club. El balcánico ficharía por el Real Madrid tras arrebatarle el fichaje al mismísimo F.C Barcelona y firmar el acuerdo en una servilleta. El acuerdo sería por cuatro años, de los que tan solo cumplió uno, y un millón de dólares.

La temporada 87-88 sería desalentadora para el equipo de Zagreb, pues perdieron a Aleksandar Petrovic (de nuevo) y a Sven Usic. Ganarían la copa yugoslava, pero ni siquiera disputaron la Recopa, al quedar eliminados en semifinales de liga el año anterior. Esa temporada repetirían eliminación en liga, de nuevo en semifinales, pero esta vez ante el Partizan de Belgrado, el archienemigo del equipo que les había apeado de la pelea por el título el año anterior. La hegemonía de la Cibona se acababa.

Después de salir de Yugoslavia, llegó la madurez de Drazen Petrovic: el año en Madrid con los 62 puntos en la final de la Recopa, su marcha sorpresa a Portland y su puesto marginal en la rotación, su relación rota con Divac debido a la Guerra de los Balcanes, su fichaje por los Nets, su momento de máximo auge en el que se gana el respeto de toda la NBA, y, por desgracia, su temprana muerte. El jugador croata siempre ha sido uno de esos tipos con un aura especial, odiados y amados según en qué lugares, a caballo entre la leyenda y el mito, hecho acrecentado aún más si cabe por su muerte, cuando aún le quedaban cosas por demostrar y años de baloncesto por ofrecernos. Tras su muerte, comenzó a cobrar fuerza el eterno what if… (¿y si…?). Se dice que tras su última temporada en New Jersey tenía ofertas muy jugosas de la liga griega, pero él siempre había manifestado su deseo de regresar al Real Madrid si finalmente decidía retornar a Europa. Aquí vuelve a aparecer el ¿y si…? Nunca lo sabremos. Solo nos queda disfrutar de su legado.

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