Pocas veces una carrera tan efímera como la de Emilio Segura es igual de recordada. Fallecido en 2015 a los 69 años, el alero del Ramiro disputó cuatro años como profesional al más alto nivel baloncestístico que sirvieron para cambiar parte de la historia de este amado deporte.
Fue el hombre que puso la primera piedra en el camino del imperio dominante por entonces, el Real Madrid de Pedro Ferrándiz, gobernador nacional y europeo. Solo con cuatro años de carrera.
Fue el personaje extra que acaparó el plano más importante de la película ‘Liga Nacional 66/67’. Un suplente que derivó a héroe en el Ramiro, y de rebote en Badalona. Es más, Emilio Segura siempre fue una figura secundaria, pero sus logros memorables lo elevaron a la categoría de leyenda en solo cuatro temporadas. Es importante recordarlo. De esas personas que aún apetece escribir y leer, de las que merecen unas líneas en Skyhook para refrescar uno de los primeros episodios más significativos del baloncesto español.
Pero comencemos por el principio. Emilio Segura estudió en el Ramiro de Maeztu y, como tantos otros, ingresó en el equipo de baloncesto del colegio. Lo extraordinario vino después, en el Campeonato de España Juvenil de 1964, donde el Estudiantes lograría su primer triunfo. Entre aquellos jóvenes, eran tres los que destacaban: Vicente Ramos, Aíto García Reneses y Emilio Segura. Los colegiales vencieron en la final al Real Madrid por un solo punto. Premonitorio de lo que sucedería en años venideros.
Segura, alero de 1,78 metros, anotó 20 puntos en aquel encuentro: “Ellos creían que el partido había terminado y empezaron a abrazarse, tirando los chándales al aire y tal, pero todavía restaban unos segundos, tiempo suficiente para que nosotros metiésemos la última”. Lo hicieron al contraataque, que se convertiría en la especialidad del alero y en uno de los aspectos más identificativos del ‘Estu’ de la época.
“Ganamos en el último segundo gracias a un balón que roba tirándose en plancha Emilio Segura y ¡pum!, mete canasta. 82-81. Aquello fue una alegría enorme para nosotros”, recuerda Vicente Ramos.
Con absoluto merecimiento, aquel trío ascendió al año siguiente para jugar con el primer equipo. Nuestro protagonista era el menos talentoso de los tres, pero destacaba en el plano físico. Lucha, velocidad y capacidad de salto que le mantuvieron cuatro años con la primera plantilla estudiantil, en la que congenió con una grada a la que había pertenecido.
El tropiezo de Ferrándiz
El 19 de marzo de 1967, Emilio Segura disputaba su último partido con la camiseta colegial y, por ende, se despedía como profesional de primer nivel. En la última jornada de Liga, Estudiantes ya aseguraba una meritoria tercera plaza, mientras que el título se lo disputaban Real Madrid, el rival de los ramireños, y Joventut. Si ganaban los merengues, el título sería suyo, el octavo consecutivo; si vencían los locales, sería el Joventut el inédito campeón, ya que los verdinegros habían doblegado a su rival particular, el Barcelona.
La mítica Nevera del Ramiro de Maeztu llena a rebosar, como era habitual. El Estudiantes era un equipo muy difícil de batir en condición de local. El partido fue muy igualado, aunque siempre los colegiales mandaron en el marcador. Sin embargo, el potencial madridista en la pintura (Burgess, Luyk…) mantuvo en el encuentro a los blancos, quienes en el último minuto vencían por 73-75. Así hasta la última posesión. Momento de Segura. Artífice inesperado, ya que la expulsión de Juan Martínez Arroyo era la causa de su estancia en pista en un momento tan determinante como aquel. Porque aunque el ‘Estu’ no se jugaba nada, bien sabe el buen demente lo que es ganar al Madrid y, de paso, negarles un entorchado más.
Estudiantes había planteado una defensa al hombre 1-4 y el Real Madrid apenas había cargado el juego sobre Segura. Su presencia y la de otros suplentes no entraba en los planes de Ferrándiz. En estas, Emilio Segura robó el balón a José Ramón Ramos, canterano estudiantil que se había pasado al otro bando de la capital. El alero corrió hacia la canasta, se topó con Clifford Luyk y tiró como pudo. La fortuna quiso que el balón entrara tras tocar en el tablero. 75-75. El árbitro Ángel Sacha y un colega francés traído para ese partido pitaron falta en ataque, pero ante la presión de la grada dieron por buena la canasta. Luyk, en la siguiente posesión, falló sus dos tiros libres, y Emilio Segura anotó sin oposición la canasta definitiva al contraataque, su mejor arma.
El Real Madrid de Ferrándiz perdía de esa manera su única liga entre 1959 y 1977, que se dice pronto; el Joventut ganó la primera, y Emilio Segura entró en la historia de la competición. Así lo contaba el propio protagonista hace unos años: “le quité el balón a José Ramón Ramos y me fui a tope hacia la canasta contraria, por el lado derecho de la zona. Entonces me salió Clifford y solté el balón por encima de él, como hace ahora Juan Carlos Navarro, consiguiendo -a tablero- una decisiva canasta”.
Sobre la relevancia de aquel partido, Segura aclaró: “Éramos un equipo amateur que había ganado a otro profesional al que, además, odiábamos en el más puro sentido deportivo. Siempre nos estaban -‘nos están’, que todavía continúan en pleno siglo XXI- quitando jugadores, por lo que vencerles era una sensación increíble. Teníais que ver la cara de Ferrándiz. No se me olvidará nunca».
El Real Madrid logró en trece años, doce Ligas, once Copas y cuatro Copas de Europa. Dominaba también en forma continental. Con la pobre representación de los equipos de Europa del Este en Europa, solo el Varese italiano competía de tú a tú con los blancos. Pero ni por esas: el palmarés del Madrid causó época, la más utópica de la historia del club de la Castellana.
Apareció un David para vencer a Goliat. Para ganar a Pedro Ferrándiz, que solo conocía la palabra ‘triunfo’. Normal que aún hoy recuerde con cabreo aquella canasta de Segura: “¿Pues qué cara voy a tener con el cabreo que me agarré? Ese mismo día llamé a Saporta para decirle que quería echar al equipo entero. A todos. No me dejó, claro, pero lo hubiera hecho de buena gana. Fíjate que aquella fue la única Liga que perdí (de trece disputadas), como para no tenerla grabada. ¡Ay, Emilio Segura! Me acordé de su padre cuando nos metió esa canasta. No, no se lo perdono«, afirmó el entonces técnico madridista.
Aíto García Reneses, compañero de Emilio Segura en ese partido, ofrece más detalles de aquel día: “esa afición estudiantil era mucho más antimadridista que en la actualidad. ¿Que ahora lo es? Pues antes más, mucho más. Se lo pasaron pipa con aquel triunfo sin apenas titulares en cancha”.
Como anécdota, el Joventut no se olvidó de la ayuda del Estudiantes, y al año siguiente el patrocinador del club catalán regaló una maquinilla de afeitar a cada jugador colegial. Sin embargo, se desconoce si Emilio Segura recibió tal obsequio: el alero había abandonado la primera división y disputaba sus últimos partidos como profesional en el Canoe madrileño.
Lo que sí pudo disfrutar es de una peña a su nombre, siendo el único jugador de la historia de Estudiantes que posee dicho reconocimiento hasta la formación de la ‘Peña Rafa’, en honor a Vidaurreta. No es para menos: un alumno del Ramiro que evitó un título del Madrid y detuvo, aunque solo fuera por un instante, al imperio Ferrándiz.
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