Si hay algo que los norteamericanos no toleran es la falta de respeto a la Star-Spangled Banner, la bandera, el himno y toda la parafernalia nacionalista de este singular país. No es que en el resto de estados del mundo ocurra lo contrario, sino que allí se exagera y exacerba todo bastante más. Por eso, cuando saltó a la fama el caso de Mahmoud Abdul-Rauf las vestiduras empezaron a rasgarse y muchos aficionados, periodistas y compañeros lo vieron como una especie de insulto a la esencia nacional.
Chris Wayne Jackson había nacido en Mississipi en 1969 y se había convertido al Islam cuando contaba con 22 años de edad (cambiando de nombre en el proceso de transformación espiritual), ya inmerso de lleno en la NBA como jugador de los Denver Nuggets. Antes que eso, su paso por la universidad de Louisiana State le había otorgado una gran fama como anotador compulsivo pese a sus escasos 1,83 de altura, 74 kilos y una aparente fragilidad. Para hacernos una idea, su morfología y su juego se asemejaban al del exescolta del Real Madrid Louis Bullock.
Antes del caso que nos ocupa, Jackson-Rauf era conocido por haber sido uno de los escasísimos casos de atleta profesional diagnosticado con el síndrome de Tourette, un trastorno neuropsiquiátrico caracterizado sobre todo por frecuentes y muy visibles tics nerviosos. Pero fue al comienzo de la temporada 1995-96 cuando Abdul-Rauf comienza a hacerse notar, aparte de por su notable labor deportiva, por la negativa a respetar el ceremonial himno estadounidense cuya representación tiene lugar en toda actividad deportiva que se precie. “La bandera no es otra cosa que un símbolo de la tiranía y la opresión”, llegó a declarar el jugador entonces de los Nuggets. Algunas veces escuchaba el himno con las manos en los bolsillos, otra veces calentaba y hacía estiramientos, otras permanecía en los vestuarios. Cualquier cosa menos mostrar el respeto reverencial propio de tal circunstancia. El 12 de marzo de 1996 había sido sancionado por la propia NBA por uno de sus desplantes durante un partido frente a Orlando Magic, convirtiéndose seguramente en el primer caso de un jugador sancionado a causa de una canción en la historia del deporte americano.
Como era de esperar, el debate surgía dentro del ámbito no únicamente deportivo, sino también social. Algunos de los colegas de Rauf que habían tomado la misma decisión que él años antes (abrazar la disciplina mahometana), como Kareem Abdul-Jabbar o Hakeem Olajuwon, lo conminaban a reconsiderar esa postura tan radical. “El Islam significa obedecer y respetar”, señalaba la estrella de los Rockets, mientras que Jabbar declaraba: “Ser musulmán conlleva ser un buen ciudadano”. No fueron los únicos casos, otros notables ejemplos de conversión habían sido Mahdi Abdul-Rahman (Walt Hazzard), Tariq Abdul-Wahad (Olivier Michael Saint-Jean), o Abdul Qadir Jeelani (Gary Cole).
Como parte del debate imperante algunos programas de radio abrieron sus micrófonos para sondear opiniones. Mientras el sindicato de jugadores clamaba su apoyo a Rauf y a la libertad de opinión y expresión, la mayoría de ciudadanos (por ejemplo los oyentes, lógicamente) le mandaba recaditos casi siniestros. Uno de ellos llegó a afirmar: “Si no está de acuerdo, ¿por qué no se deporta su culo al país de donde procede?”. Quizás aquel oyente no disponía de información suficiente o consideraba Mississipi como un país independiente de clara inclinación mahometana.
Abdul-Rauf decidió que para el próximo partido respetaría el himno pero rezaría durante el mismo por “aquellos que están sufriendo”. Por consiguiente, la visita de los Nuggets a los Chicago Bulls tres días más tarde se elevaría a una cuestión de interés nacional. Casi por primera vez en su vida, los espectadores del Chicago Stadium no estarían pendientes casi continuamente de Michael Jordan. Una aprendiz de soprano del área de Chicago llamada Suzanne Shields envió una demo a los Bulls tiempo antes solicitando la posibilidad de cantar el himno previo a un partido de su equipo del alma. Ahora que su deseo se había hecho realidad, los lógicos nervios se incrementaron sobremanera cuando saltó a la palestra y se le vino encima de pleno el escándalo Abdul-Rauf. De repente, la atención global giraba hacia la canción de marras que iba a interpretar.
Llegado el momento, un montón de banderas petrióticas inundaban las gradas del vetusto Chicago Stadium, más de lo habitual, y algunos fans clamaban contra el diablo musulmán. Uno de los fanáticos chillaba: “¿Está oprimido un tipo que gana 3 millones de dólares al año?”. El constante apoyo al himno durante la actuación de la pobre Suzanne provocó que apenas se la escuchara, mientras Abdul-Rauf mantenía el tipo como podía. Michael Jordan declaraba después que no había oído nada de nada. Los constantes pitos y abucheos del público no desconectaron aparentemente la capacidad anotadora del base de los Nuggets, el cual se fue a los 19 puntos. A pesar de ello, los Bulls vencieron cómodamente 108-87 en el curso de la temporada más gloriosa de su historia (y de la de cualquier otra franquicia a excepción de los Golden State Warriors). Jordan: “Rauf es un buen chico. Tiene sus creencias y yo no tengo que compartirlas necesariamente. Sin embargo, le doy todo el crédito que merece por intentar a toda costa ser fiel a ellas”. “¿Oíste los abucheos?”, le preguntaron a posteriori al protagonista de la historia. Este contestó: “No, estaba pensando en mi creador”.
Tristemente, la carrera de Abdul-Rauf, salpicada de polémica y altibajos, cayó irremediablemente a partir de ahí, siendo traspasado a los Sacramento Kings y después protagonizando una larga aunque poco signicativa carrera en Europa. Sin duda, un caso paradigmático de una trayectoria meritoria oscurecida por el poco edificante ámbito extradeportivo.
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