Europa nos debe una. Existen pocas frases en el deporte más traicioneras que la anterior aseveración. Indudablemente, competiciones como la Euroliga no garantizan la justicia. Son innumerables los ejemplos de equipos fantásticos a los que factores externos (lesiones, un error arbitral, los caprichosos aros, etc.) privaron de una merecida gloria. No obstante, los clubes que se aferran al recuerdo de viejos agravios corren el riesgo de la autocomplacencia, el pensamiento mágico de que, algún día, el destino les devolverá lo que es suyo. Durante los Playoffs de 2021 por el máximo centro continental del basket, el Anadolu Efes observó ese abismo inquietantemente cerca.
Los otomanos venían con unos precedentes brillantes. Subcampeones con honor en la Final Four disputada en el Fernando Buesa Arena (2019), con la figura de Shane Larkin evolucionando de gran jugador a superestrella del campeonato, una máquina de anotar. La siguiente campaña fue incluso mejor, con la escuadra turca deslumbrando con sus audaces emparejamientos en el uno contra uno, verticalidad hacia la canasta y astutos bloqueos centrales. Probablemente, la pandemia era lo único que podía frenarles. Por ello, aquella serie ante un Real Madrid en transición y visitas frecuentes a la enfermería debía ser un trámite, un paso más para que el Viejo Continente entregase graciosamente lo que los pupilos de Ergin Ataman sentían que les pertenecía.
En principio, el libreto fue el previsto. Dos triunfos contundentes en el Sinan Erdem Spor Salonu. De cualquier modo, entonces el aspirante a todo cometió la soberbia de levantar el pie del cuello de uno de los conjuntos con mayor pundonor para remontar. Después de dos partidos con instantes de locura, la plantilla visitante tuvo que pellizcarse para entender cómo es que volaban para disputar un duelo a muerte súbita en su cancha. Ante todo aquel que quisiera (o no) escucharle, Ergin Ataman clamaba que sus pupilos merecían el torneo por lo mucho que habían hecho los últimos cursos.
Sea como fuere, a falta de 90 segundos, un Larkin que había estado exquisito toda la noche se quedó corto en su penetración, a buen seguro impresionado por la muralla humana que le planteó Walter Tavares. 80-80 en el marcador. Bryant Dunston se ajustaba las gafas desde la banca, mientras Sergio Llull no acertaba su entrada a canasta, aunque estuvo a punto de robar el rebote defensivo de Tibor Pleiss, tal era el grado de excitación de los compases finales. Vasilije Micic amasó la bola con el reloj expirando. Sin tiempo para nada, Krunoslav Simon recibió esquinado, cercado por Trey Thompkins, quien se dirigía hacia él para taponar.
“Tenía que lanzarlo de todos modos. Si no tiraba, no teníamos ninguna posibilidad de sacar algo positivo. Fue genial, tanto para mí como para el equipo”. La gran parábola se hizo eterna para defensor y atacante. Finalmente, desde su atalaya de 2’12 metros, Sertac Sanli, quien lo había observado todo desde el banquillo azulón, alzó su toalla y puso la mirada hacia el cielo. La Sublime Puerta les abría su gloria; una, por cierto, donde el pívot turco estuvo a punto de no contar, un ejemplo más de la extraña y fascinante andadura del club que más intensamente ha vivido las últimas Euroligas. Un recorrido donde el francotirador croata llamado Simon recordó, a despecho de las deudas morales, la mítica frase de Jack Nicholson en Infiltrados: “No one gives it to you. You have to take it”.
Kismet
Es una roca nacida en Kentucky. Bryant Dunston decidió cruzar el Océano Atlántico tras haber destacado como defensor en la universidad de Fordham. Su periplo no ha sido sencillo, incluyendo estancias en Grecia, Israel e Italia. De cualquier modo, es una presencia que cualquier aspirante a la Euroliga quiere en su plantilla. Pablo Laso podría dar fe del trabajo en las sombras que sabe hacer este interior. Fue en los Playoffs de 2014, durante dos encuentros en el Pireo donde las miradas se deshacían ante el talento anotador de Vassilis Spanoulis y la versatilidad de Giorgos Printezis, aunque, en muchos casos, era Dunston el que desviaba el tiro, sacaba la falta, permitía el bloqueo, daba una segunda oportunidad con sus capturas, etc.
En Estambul encontró una merecida estabilidad en un firme candidato año tras año a visitar la F4. Sin saberlo, estaba opacando a una perla. Sertac Sanli desembarcó en 2018 desde el Besiktas y no parecía contar mucho en la rotación del coach Ataman. De hecho, estaba relegado al tercer quinteto en la TBL (Liga Turca), condenado a los minutos de la basura en un puesto con mucha competencia.
De la lengua árabe proviene la palabra qismah, un término que encontró acomodo en suelo otomano, transformándose en kismet. Así se designaba en los días de los sultanes a una fuerza del destino que, sin importar las dificultades, termina llevando al sujeto a su final prediseñado. Y algo estaba preparado para que Sanli fuese una de las revelaciones, quizás la menos premeditada de este proyecto. Ocurrió cuando Bryant Dunston sufrió un accidente con una de las máquinas de recuperación del club, quemándose la piel.
Fue en la temporada 2019/20. Irónicamente, el asunto benefició a ambos deportistas. Sanli encontraba acomodo, deslumbrando con sus manos rápidas, capacidad de fijar a los defensores donde más beneficiaba a sus compañeros y una capacidad de asistir estimable. Dunston, apartado de la competición como pocas veces en su carrera de trotamundos, pudo fijarse en la dimensión extradeportiva de la vida: “Pasé mucho tiempo con mi mujer embarazada, presencié el nacimiento de nuestra hija y aprendí cosas que pude aportar al equipo cuando recuperé la salud. Aunque me apartó del juego que amo, mi lesión fue una bendición disfrazada”.
Por su lado, Sanli fue la pieza maestra que faltaba en la final a cuatro de Colonia. Resultó capital para hacer torcer el brazo del CSKA de Moscú (19 tantos y 8 rebotes ante el último verdugo del Anadolu) y exprimió cada instante que le concedió Ataman ante el Barcelona (12 puntos en apenas 13 minutos). Unas vidas paralelas que confirman esos guiños de la caprichosa Fortuna a una constelación de astros dirigida por un líder que no deja a nadie indiferente.
Tierra amarga
Vasilije Micic es uno de los diamantes más cotizados de cuantos han podido verse en los últimos años en cualquier lugar que no sea la NBA. El serbio tiene un don natural en pista que lo convierte en un culebrón cada verano; si bien, de momento, parece que no va a poner un pie fuera de Estambul. Dentro de su biografía deportiva, recuerda su tutelaje en el Zalgiris Kaunas (2017-18) con un antiguo base legendario tornado en míster.
“Trabajé con Sarunas Jasikevicius, uno de los mejores y más talentosos entrenadores. Era un técnico que controlaba todo, pero Ataman es diferente y se adapta mejor a mí”. La reflexión es de sumo interés. Micic reconoce todas las cualidades del preparador lituano, aunque nos advierte que, para su estilo, una personalidad como la de Ataman encaja mejor. Y ha demostrado a qué se refiere con ello.
Sucedió una noche de máxima presión en Belgrado, sede de la última F4. Pese al talento descomunal presentado por el Anadolu (Larkin, Chris Singleton, el propio Micic, etc.), no conseguían despegarse del rocoso Olympiacos de un viejo zorro como Georgios Bartzokas. Estaba en juego el pase al partido más codiciado del año en la Euroliga. Kostas Sloukas leyó la defensa con la insultante facilidad de los veteranos curtidos en mil batallas para dejar solo a Hassan Martin cuando la presión para los demás mortales suele ser asfixiante. 74-74 en el electrónico.
Todos los ojos se posaban sobre Ataman. El máximo responsable de la estrategia otomana llevaba un año provocando a propios y extraños. Su expulsión en un bronco partido en el Palau blaugrana apenas era la tarjeta de presentación de un técnico capaz de afirmar que su plantilla estaba a solo dos fichajes de poder disputar con garantías los Playoffs de la NBA. Ahora, su colega Bartzokas lo tenía justo donde quería, amparado en unos pupilos más que buenos, pero sin un Spanoulis en sus filas. Los micrófonos de las televisiones pudieron captar una sencilla orden: “6 segundos, Micic”.
Dicho y hecho. El reloj corrió. Micic aguardó a que faltase ese margen en el reloj e inventó lo que quiso. Como si fuese un playground, con la familia llamando al chico para que vaya a cenar, siempre dispuesto a lanzar el último tiro antes de dejarlo. Solamente que esta vez el chaval lo hacía delante de un defensor como Alekander Vezenkov, quien solamente pudo resignarse ante una canasta de tres magistral. Entró limpia y en perfecta sintonía con la bocina. Ataman, tras cuarenta minutos intentando descifrar el enjambre griego, sonreía a las miradas adversarias, mientras la mano con su alianza conyugal señalaba a sus fieles seguidores.
Es el juego del gato y el ratón que todos aceptan en Estambul. Monstruos como Larkin o Micic saben que el paraguas de las provocaciones de su jefe es alargado. Ellos pueden limitarse a resolver partidos, sabiendo que la presión va para otro. La parte contratante lo tolera porque son quienes le solventan los lances tácticos más dedicados, los francotiradores natos en los que confiar cuando la pelota quema. Lejos de asimilar con humildad el afortunado desenlace ante los de Atenas, Ataman planteó otro juego a su crack serbio, siempre dispuesto a seguir al líder vocal del grupo.
Allí estaban Pablo Laso y Guerschon Yabusele, rodeados por periodistas de medio mundo. El Real Madrid se había recompuesto tras una pesadilla de año. La moral blanca se hallaba por las nubes tras dejar en semifinales a un Barcelona al que Ataman llevaba buscando las cosquillas psicológicas desde que era un hecho que iban a ser primeros en la fase regular de la Euroliga. Para pasmo de un sector del madridismo y las otras aficiones, el entrenador turco, junto con su astro, tocaron la copa. Un desafío a la superstición que puede costar caro incluso a profesionales con la trayectoria de Svetislav Pesic. A Micic no le importó, ni un segundo de duda cara a un mensaje que resultaba manifiesto. Iban a revalidar el título, cualquier otra cosa no entraba en sus cabezas, ni siquiera ante uno de los rivales con mejor currículum en el torneo.
Fue una lucha por el título dramática y poco generosa con la audiencia neutral. Homenajeando a un exitoso culebrón de Netflix, Anadolu y Madrid brindaron una tierra amarga para los ataques, un choque cerrado que nos retrotraía al auge del basket control en la década de los noventa del siglo pasado. El clásico choque que los equipos con aura como CSKA, Varese en sus días de gloria o el propio Madrid, acostumbran a ganar. Con lo que nadie contaba era con el aplomo de los de Estambul, quienes supieron sufrir cuando iban atrás en el marcador y ser maquiavélicos cuando, al fin, tomaron ventaja.
La controvertida decisión del staff técnico blanco de retrasar el bonus de faltas a apenas 44 segundos del final sería clave. De cualquier modo, revisitando el choque, puede observarse el titánico esfuerzo de Chris Singleton para evitar que los pívots blancos pudieran aprovechar el fallo tras triple esquinado de Shane Larkin. No logró la captura, pero sus saltos sirvieron para alejar la pelota de la tiranía bajo tableros de Tavares. Ante rivales acostumbrados a milagros heroicos, el truco más básico es no permitir que tengan esos instantes. 58-57 fue el sacrificio a las deidades de la defensa, un thriller que certificaba dos títulos consecutivos.
Si los palmeos agónicos de Singleton escenificaban la voluntad, el héroe discreto de la velada fue Tibor Pleiss. El pívot alemán anotó 17 de sus 19 tantos en los dos últimos cuartos, siendo, en ocasiones, el bote salvavidas de un Anadolu irreconocible en la faceta ofensiva. Atraído al proyecto tras su campaña en el Valencia Basket (2017-18), Pleiss tenía una valiosa experiencia previa en las canastas turcas tras militar en el Galatasaray. Pronto, sus más de 2’20 fueron un comodín impresionante para Ataman. Previamente a ser verdugo de los blancos, tuvo otra F4 donde su labor fue ingrata, ser la sombra de una leyenda: Pau Gasol.
Teniendo en cuenta el fantástico desempeño del ala-pívot catalán en su despedida ACB y el impacto anímico que brindó durante el triunfo blaugrana ante el Armani Milán, únicamente cabe descubrirse ante el pegajoso marcaje del bávaro. El Anadolu consiguió que sus compañeros se olvidasen de una referencia tan importante y el propio Jasikevicius pareció contagiarse por los pocos minutos concedidos hacia el icónico jugador, siempre valioso cada vez que salió al parqué en su último año profesional, salvo ese día.
De hecho, hubo pocos tweets más emotivos que el del campeón teutón de la Euroliga cuando se confirmó la marcha del jugador originario de Sant Boi: “¡Eres una leyenda! Elevaste el juego a otro nivel. Gran respeto por tu extraordinaria carrera”. No en vano, Sanli había dicho que medirse a Pau era un sueño apenas hacía unos años para él, cuando lo veía en la NBA. Reconocimiento máximo entre unos guerreros comandados por un astuto general que suele combatir psicológicamente en sentido inverso.
El halconero predilecto
Piti Hurtado, uno de los mejores conocedores del baloncesto continental en la actualidad, afirma que es un personaje que no admite medias tintas. O se ama a Ergin Ataman o se le odia. Por ello, este artículo va a intentar lo más difícil, quitar la vista de aquellas partes del escaparate donde este astuto personaje incide, además de obviar la leyenda negra y las diatribas de las que se hace acreedor para las aficiones a quien su poderoso equipo derrota.
En primer lugar, cabe afirmar que el entrenador nunca camina solo en Turquía. Cuando llama al controvertido presidente Recep Tayyip Erdogan, el dignatario tarda poco en responder. De hecho, movió sus hilos para que toda la nación pudiese ver en televisión el primer título de Euroliga de los suyos. Quizá influencia de ser nieto de un Ministro de Guerra, pero Ataman se cuida de llamar al dignatario “Comandante en Jefe”, una buena sintonía que resulta crucial en el asalto del Anadolu al reconocimiento patrio, espoleados por un enemigo íntimo como el Fenerbahçe, el pionero en 2017 a la hora de tocar ese cielo.
Desde la marcha de Obradovic, el incómodo rival y vecino parecía haber levantado un pie del acelerador, por eso resultó tan doloroso para el Efes la pasada final liguera. Bajo los hombros de un Jan Vesely en nivel MVP, el sueño del triplete fue hecho añicos (3-1) en unos partidos de amargo recuerdo para Ataman. Hay más que justificadas sospechas de que el veloz fichaje de músculo en la figura de Achille Polonara surgió tras la derrota, máxime sabiendo que un contrincante continental como el Barcelona tardó poco en tirar de sus hilos para lograr a Veseley.
La posibilidad de hacer un three-peat que los equipare a la mítica Jugoplastika ondeará todos estos meses, pero eso no significa que Ataman obvie los torneos nacionales. El Fenerbahçe fue el responsable en Copa de amargarle otro pleno de entorchados durante su primera intentona, algo doloroso para un hombre que ha pasado por todos los clubes grandes de su nación y que, además, merced a la decisión de Hedo Turkoglu, presidente de la Federación y antigua estrella NBA, confirmó su segundo periplo como seleccionador.
Además, puede presumir de varias presencias importantes en el extranjero. En 1998/99 asistió a la universidad de Stanford, aprendiendo los fundamentos de la NCAA. Fruto del negocio familiar por la rama paterna, un verdadero emporio de calcetines, tuvo tempranos vínculos con Italia que se tradujeron en su experiencia en la Lega. Con respecto a la NBA, se alinea con varios de sus colegas a la hora de incurrir en tópicos como la falta de defensa y fundamentos, si bien, como también exhibe ante los micrófonos, suspiraría por la posibilidad de estar allí algún día. Tiene conocimientos y padrinos como Gregg Popovich. Este es un rasgo importante para descifrar al jefe del Anadolu Efes: observar sus metas y no las palabras que siempre carga con intención de desconcertar a propios y extraños.
No todos se rinden ante su carisma. Vladimir Micov le atacó recientemente por su experiencia conjunta en el Galatasaray, señalando el estilo bon vivant de un míster capaz de faltar a varios entrenamientos por sus visitas al mar. Tal vez por ello encaje a la perfección en un transatlántico como este Anadolu, donde sus bombas mediáticas hacen de cortina de humo para sus hombres, asumiendo las presiones. Una astuta manera de hacer volcar el odio deportivo hacia su persona y liberar a un club que parece encantado con él, especialmente mientras los millones del presidente Tuncay Ozilhan fluyan.
Dueño de todos los McDonald’s en su país y propietario de una cervecera más que rentable, Ozilhan agasajó a su staff técnico con dos consuelos tras perder el sueño del triplete: Will Clyburn y Ante Zizic. El primer fichaje aprovechaba la coyuntura de veto a los equipos rusos mientras dure la dramática guerra de Ucrania y el segundo movimiento atraía a la torre croata tras el terrible barrido sufrido por un histórico Maccabi Tel Aviv que se desinfló en los Playoffs.
Un panorama propicio para conseguir nuevos éxitos. La única certeza es que Ataman lo verá todo en compañía de su halconero predilecto, el muchacho que luce la camiseta de Larkin con orgullo y ya es un miembro no oficial del organigrama: su propio hijo. Mientras protestaba amargamente durante la final de Colonia porque sus vástagas mellizas no recibían el visado para compartir el instante con él, Ataman omitía que se había saltado todas las normativas COVID para introducir a un menor de doce años. Fiel a su estilo, exprimir las reglas al máximo y protestar ásperamente cualquier contrariedad.
Puede que en las escuelas turcas preocupen las faltas de asistencia del chico en jornadas lectivas, pero el orgulloso progenitor lo está llevando a conocer media Europa, mientras que Hulusi Akar, Ministro de Defensa Nacional, le llama para felicitarle entre lágrimas por la alegría que sus soldados acuartelados sienten ante este hegemónico Anadolu. Como un halcón, uno de los técnicos de moda sonríe desde las alturas, si bien conoce también la otra cara de la moneda, razón que le lleva a exprimir cada faceta de este proyecto deportivo con ambiciones hegemónicas.
La Sublime Puerta
Siete partidos antológicos para arrebatar el cetro liguero otomano al Fenerbahçe en 2019. La exhibición sin premio de Shane Larkin ese mismo año ante el CSKA, seguida años después de su dulce revancha agarrando el rebote defensivo claves en semifinales ante Clyburn. Noches de ensueño de Micic, plagadas de anotaciones por parte de los ojeadores de la NBA. La energía de Chris Singleton y Bryant Duston, los triples milagrosos de Simon, etc.
Si algo ha abierto el Anadolu Efes estos últimos cursos para el baloncesto europeo ha sido una capacidad innata de conseguir la reacción del público. Amor y odio. Miedo y respeto. El resto de potencias maniobran en los despachos y en la pista para evitar el tercer entorchado consecutivo, mientras Ataman y su staff ya estarán tramando las provocaciones y juegos mentales que harán en las ruedas de prensa antes de los choques más delicados.
Eso sí, mientras Larkin conserve ese ataque frontal demoledor y esa marea azul respaldándole, el cielo es el límite y allí es realmente donde abre sus cerrojos la Sublime Puerta.
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