La de Joe Barry Carroll, nacido en Pine Bluff, Arkansas, y rompedor de récords en la Universidad de Purdue, es una historia carente de serendipia, el relato de un tipo para el que la gloria siempre fue dos pasos por delante.
Todo porque los Warriors –aquellos Warriors pre-run TMC, perdedores por decreto-, entre otros aspectos de una enrevesada operación, se quedaron con los derechos del primer ‘pick’ del Draft de 1980, mientras que los Celtics recibían a cambio a Robert Parish y elegían a un blancucho con pinta de agente de seguros cibernético llamado Kevin McHale. Lo que pudo haber sido la carrera de Carroll en aquellos Celtics nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que la afición de San Francisco nunca le perdonó ser el obstáculo para disfrutar de aquellas dos bombas de racimo de gen ganador.
Los números eran lo único que estaba de su lado -24 puntos por partido en su tercera temporada, sin ir más lejos-, pero la trayectoria de un equipo incapaz de oler los Playoffs y el lenguaje corporal del juego de Carroll, un pívot que destilaba tanta clase como indolencia, le hicieron ganarse el, reconozcámoslo, imaginativo mote de “Joe Barely Cares” –Joe Apenas Se Preocupa-. En 1984 finalizaba su contrato con Golden State, pero la normativa de aquella época les permitía retenerle o dejarle un año en blanco.
Joe enfiló el camino del medio, que consistió en irse a jugar al, en aquel momento, predominante baloncesto italiano, y en concreto al efervescente Olimpia de Milano. Allí conquistó liga y Copa Korac, y, a pesar de permanecer solo un año, aún es recordado con particular cariño. La temporada siguiente llegó a un acuerdo con los Milwaukee Bucks, pero los Warriors, sabe Dios por qué razón, decidieron igualar la oferta y encerrarle de nuevo en una jaula, eso sí, más dorada que nunca: era el contrato más alto de la historia de Golden State. Sencillo imaginar cómo se lo tomaron sus aficionados.
Su carrera baloncestística finiquitó sin pena ni gloria en los Suns, pero la personal dio un salto interestelar. Licenciado en Económicas, se convirtió en asesor de exjugadores de NBA y NFL y se involucró en múltiples iniciativas benéficas y de preservación de la cultura africana. Un día se sentó en un avión, casualmente, junto al legendario ‘crooner’ Tony Bennet, el cual le invitó a su exposición de arte. El bueno de Joe quedó tan impresionado al comprobar que un hombre de tan avanzada edad tuviera arrestos para embarcarse en nuevos proyectos personales, que decidió tomar el mismo camino aun estando cerca de la sesentena. A día de hoy ha escrito ya tres libros y ha pintado, y exhibido con éxito, más de 70 cuadros.
Los fans de Golden State estaban muy equivocados: a Joe Barry Carroll le importan muchas cosas.
Este artículo apareció en la sección «Gafas de la Talla 33» de Skyhook #19, que puedes adquirir aquí.
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