-¿Y si Billy te mata?– preguntó ella.
-No seré yo quien muera, chica. Yo soy el que mata– respondió Frank.
Con esta frase del propio Frank Castle entro a describir un proceso bélico incesante. Un tránsito que invita a creer en los sucesos sobrehumanos, en la magia y en la capacidad de un hombre para ganar una guerra sin un hombro sobre el que apoyarse. Un proceso protagonizado por James Harden, un lobo solitario dentro de un ejército tan mermado como Houston Rockets – guiño a la enfermería, Chris Paul y la agencia libre -.
Porque, sí, haciendo una analogía del personaje que es Frank Castle (The Punisher) y trasladándola a la NBA, la ruta nos lleva a relacionarlo de forma directa con la versión que está mostrando James Harden esta temporada.
Y no es para menos, pues primero llegó la agencia libre y con ella los contratos de Paul, que se llevaba la flexibilidad salarial de la franquicia de un plumazo, la generosidad de Capela, y su sentimiento de causa y de futuro en lo relativo a su relación con Harden en pista, pero también desaparecían dos piezas elementales en el entramado defensivo de Houston Rockets: Trevor Ariza y Luc Mbah a Moute. Más tarde, y ya llegados los refuerzos, comenzaba la temporada regular, y cómo no, el seísmo dentro del sistema infectaba de forma directa el récord e impacto mediático del equipo.
Pero es que para colmo, y tras una treintena de partidos jugados, Paul (y posteriormente Capela) caían lesionados. Ni el guion más retorcido de Hollywood, vaya.
Faltaban refuerzos, munición… Pero jamás puntería e instinto
La pérdida de dos perfiles tan portables en el apartado defensivo fue un punto de inflexión dentro de la franquicia, pues esta pérdida tiene relación directa con el contrato que se embolsó Chris Paul este mismo verano y que, sin querer sonar faltoso, tiene más de disparo en el pie que de gran negocio a medio y largo plazo.
Porque su suma impedía renovar a dos piezas que, a pesar de no ser una (Luc) tan esencial como la otra (Ariza), suponían un comodín muy necesario a la hora de desarrollar su defensa y de no pecar de tener una pata que cojease atrás frente a un jugador de talla diferente a la suya. Y es que además de su relevancia defensiva, también eran dos activos muy valiosos en la anotación de bajo consumo (acciones de catch-and-shoot) y suponían una alternativa al monopolio vía ISO.
Dos elementos sumamente catalíticos dentro del no tan escaso flow ofensivo de Houston. Y la relación con Harden es directa, perdía cobertura atrás (necesaria visto el desgaste en el otro lado de la cancha) y también se quedaba sin dos alternativas en caso de recibir el dos contra uno o la negación al cambio vía bloqueo directo. Dicho esto, se les echó en falta desde el minuto uno y los resultados, dejando a un lado el eye test (que también lo confirmaba), se resentían más que nunca: 16-15 de inicio y Paul fuera de combate sin fecha marcada. Pero la sangría no terminaba aquí, en absoluto, ya que pasados diez encuentros desde la lesión de Paul, el que ponía rumbo a enfermería era Capela.
La prensa no se hizo de rogar, y vistos los resultados hasta la caída de Paul, no tardaron en dejar constancia de los problemas que rodeaban a la franquicia tejana. Fue entonces, y sin pedir permiso, cuando James Harden se enfundó las botas, cogió su chaleco antibalas y cargó su fusil automático para pisar la cancha armado hasta los dientes.
Harden sufrió más que nadie la pérdida de un Paul que era su único compañero de batalla (o compañero de ISO, visto desde otra perspectiva). Y lo que significaba su lesión no dejaba lugar a dudas: la sobrecarga ofensiva que se distribuían a duras penas entre los dos, iba a caer al completo sobre sus hombros. Y realmente sonaba un tanto utópico, pues un ataque como el que plantea D’Antoni, repleto de aclarados y acciones de bloqueo y continuación, además de muy escaso en alternativas (movimientos sin balón algo pobres y falta de ball-handlers para dar descanso a su binomio), parecía imposible que fuese a ser sobrellevado por un solo jugador. Pero no, ahí estaba Harden para, una vez más, romper con el tabú en cuestión.
La estadística más básica (puntos por noche, asistencias…) era, una vez más dejando a un lado el eye test, el principal termómetro de que algo estaba sucediendo. Porque sí, el grueso de anotación que aportaba Harden dentro del sistema era notable (siempre rondando la treintena), pero en los primeros diez encuentros, y aún teniendo a Capela como vía de escape, la cifra de elevaba a más de cuarenta unidades por noche.
Y ahora sí, entrando a valorar lo que el eye test nos aporta, la sensación con Harden en estos partidos era la de un salvavidas en medio de un mar plagado de tiburones, y el récord también lo agradecía (8-3 y apagando alarmas). Un salvavidas que se fundamentaba en dos grandes acciones, con sus alternativas, faltaría más: bloqueo directo vía Capela preferiblemente y buscar el cambio frente a un rival de mayor talla para, o bien generar espacio tras bote y poder lanzar desde el perímetro, o bien penetrar y buscar el aro vía tabla o floater, y la otra acción, bloqueo directo de Capela y continuación rumbo a la pintura para recibir el pase de Harden y finalizar a placer.
Es cierto que perfiles como Tucker, todo un mariscal de campo en el sistema de Houston, es un comodín de lujo para conformar ese formato de cuatro pequeños y un interior de peso, además de ser un activo perimetral (con las esquinas como fetiche) de primer nivel. Pero tampoco son una cura.
Una secuencia que nos la sabemos prácticamente de memoria, con Harden como director de lujo, pues siempre encuentra a Clint, y con Capela como ejecutor experto. Una acción de la que emanaban prácticamente la totalidad de las casi diez asistencias que repartía Harden cada noche en aquellos partidos. Y una acción que desaparecía del mapa, sí, por completo, tras la lesión de Capela diez encuentros después de la de Paul. Y, una vez más, el mayor damnificado era Harden, porque perdía el otro comodín, la última bombona de oxígeno que le quedaba dentro de un sistema que se encanecía poco a poco. Esas más de 150 conexiones directas entre guard y pívot se esfumaban, que casualidad, de un plumazo.
Pero no, esto no podía suponer un final para Houston. No con Harden con el cuchillo entre los dientes y todas las ganas habidas y por haber de romper, una vez más, con los tabúes. Y la lesión de Capela, dejando a un lado lo aportado por Rivers tras su llegada (que no fue poco, a decir verdad), le obligaba a cambiar los planes dentro del sistema una vez más.
Porque, aunque un elemento aparentemente básico dentro de la ofensiva como es Capela, no resulta complejo, su dosis de oxígeno es irremplazable para Harden. Fue entonces cuando el colectivo no parecía tenderle un brazo para acompañarle en una guerra que no parecía tener fin. Ahora, sus armas dentro del ataque se reducían a una creatividad superlativa para producir tras bote y un don para soportar acción tras acción el dichoso aclarado que le entregaba el equipo.
La cifra retumba por sí sola, pues no parece coherente que un solo jugador sea capaz de anotar más de 250 puntos de forma consecutiva sin recibir ni una mísera asistencia. Y podrá parecer obra del egoísmo, pero es que en absoluto es este el caso de un jugador egoísta. Este dato es obra de una falta de autosuficiencia del propio sistema que revoca a Harden a producir por obra del ISO y del bote. ISO y bote. ISO y bote… Así, sin freno alguno, hasta que la maquinaria estalle por sobreutilización.
Haciendo un inciso dentro de la historia, creo necesario resaltar el dominio absoluto del bote que ha llevado a un James Harden a replantear la legalidad de sus acciones. Porque su dominio del paso cero es absoluto (sí, con sus fallos como todo ser vivo), y lo emplea con relativa asiduidad en las acciones de aclarado para generar aún más espacio en sus step-back, su principal arma.
Entre lesiones y caídas, pérdidas y cambios, por llamarlos de alguna forma, dentro del sistema, ya suma más de treinta partidos consecutivos anotando al menos treinta puntos. Y con un promedio que rebasa los cuarenta por noche. Pero, una vez más, sí, la estadística queda a un lado si tenemos en cuenta los pocos apoyos que ha tenido en esta travesía.
Se exigió más a Gordon, que apenas dejó muestras de producción autótrofa, también de Green o Ennis (fuera del barco a día de hoy), y se buscaron alternativas en perfiles como Faried, que respondía al perfil de interior poderoso en el pick and roll y que ya no podía cubrir Nene. Al que jamás se le podrá echar en cara nada es a Tucker, elemento diferencial atrás con un poder sobrenatural en la cobertura tras cambio y que, además de ser valioso es inédito en este aspecto dentro de la plantilla, ha sido el único apoyo constante de Harden a la hora de aportar alternativas (esquinas).
Diario en campo de batalla: ¿último capítulo?
Una guerra que ha librado (casi y no tan casi) en solitario, y que arrastra consigo un 21-10 disfrutado hasta el último sorbo, pero que también se ha llevado, pasito a pasito, la efectividad que atesoraban las acciones individuales de Harden.
Porque, sí, es cierto que a medida que avanzaban las fechas el aclarado era menos efectivo, las piernas lo notaban aunque él quisiera negarlo –poniendo todo su empeño y talento en hacernos ver espejismos- y los porcentajes bajaban disimuladamente. Nadie está preparado para librar una guerra de más de cincuenta partidos en solitario, nadie. Y Harden sigue esperando en el campo de batalla, carente de munición a largo plazo, la respuesta de un Paul que si bien ya ha vuelto de la lesión, su presencia es pista es prácticamente testimonial y no descarga a Harden en la medida de lo que debería hacerlo.
También aguarda la llegada de Capela (aparentemente cercana) el Harden más generoso, la parcela más creativa y dedicada en su mayoría al pick and roll con Clint. Pero él no se rendirá, él tiene su objetivo y nada ni nadie le parará hasta cumplirlo (postemporada en puestos de privilegio).
Porque aquí es él el que mata, nunca el que muere.
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