La NBA siempre cambia. Los jugadores de antes no son los mismos que los de ahora. Cada época tiene sus estrellas, y no se trata de quién es mejor que quién. Fantaseemos con la idea de poder ver a LeBron enfrentarse a Jordan, o a Kareem jugando en los tiempos modernos. Presenciar cómo el pasado y el presente chocan en una misma cancha con un tiro de tres de Curry, punteado por un férreo Bill Russell. Pero, ¿qué pasaría si pudiésemos ver a ciertos jugadores desenvolviéndose en diferentes momentos de la historia? ¿Cómo se las apañarían en otra época que no es la suya? Pues bien, pese a que todavía no hemos encontrado la clave para viajar en el tiempo, podemos dejar volar nuestra imaginación y explorar un poco más allá de los límites de nuestra realidad. Analicemos una breve lista de jugadores con habilidades únicas que, en otros contextos, podrían haber dejado una marca indeleble en la historia de la NBA.
Russell Westbrook: El MVP que no supo adaptarse a los cambios
Posiblemente empezamos hablando del caso más obvio de todos. El de Westbrook es el ejemplo más claro de perfil que hubiese arrasado en otro momento de la historia, y sabiendo lo que ha conseguido en su era, hablamos de palabras mayores. Si bien Russell ha tenido temporadas de grandísimo nivel en la NBA moderna, incluso diríamos que numéricamente únicas, solo a la altura de sí mismo, Brodie no ha sabido cuajar el final de su carrera de la mejor manera. Ya sea por su inconsistencia para adaptarse a la era del triple o sus idas y venidas de franquicia en franquicia, Westbrook es considerado en la actualidad un gran jugador que revoluciona partidos desde el banquillo y no la súper estrella que fue en su día para todos. Por ello, en un buen equipo de los años 70–80 podría llegar a ser incluso el mejor jugador de toda la liga. Su apartado atlético es sin duda el punto más fuerte. Entrando a canasta es prácticamente inevitable, imparable para muchas defensas. Imaginarse a defensores de épocas anteriores o cualquier base ligero de los ochenta intentando frenarlo, parecería imposible. Pero lo más destacable del base, y por lo que pensamos que de haber jugado en otra era sería uno de los más grandes, tiene que ver con su tiro. De media distancia, pero sobre todo desde la larga. Esa enorme tendencia alrededor del tiro de tres que ha venido para quedarse en la liga.
En décadas anteriores, los jugadores no tenían en cuenta prácticamente el tiro de tres. Se apostaba más por el choque, el forcejeo y el juego duro. A nadie pilla desprevenido que el triple siempre ha sido el punto más débil de Westbrook. Algo que ha mermado y estancado gran parte de su carrera, sobre todo los últimos años. Aún con todo, hablamos de un talento descomunal. Russell logró hacerse con un MVP más que merecido en la campaña 16–17, tras una temporada absolutamente histórica y numéricamente a la altura de muy pocos jugadores. Aquel año, histórico a nivel estadístico, marcó un antes y un después en la liga, ya que desde entonces se ha hecho más rutinario ver líneas estadísticas de dobles dobles y triples dobles por parte de ciertos jugadores. Sin embargo, la hazaña de promediar dichos números no se ha vuelto a repetir. En 2016–17, el base de los Oklahoma City Thunder logró el premio a mejor jugador de la temporada regular (MVP) precisamente por sus triple-dobles promediados, y por liderar a los suyos durante toda la campaña, contando con un plantel bastante flojo e irregular donde la estrella supo desenvolverse y destacar de manera muy notoria. Para cualquier fanático de la NBA aquellos Thunder eran Westbrook y compañía, y así lo demostraban los datos. En su temporada MVP, el base tuvo promedios de uso del 41.7%, con un valor sobre el jugador de remplazo de 9.3 (VORP) y un box plus minus de 11.1 (BPM), el mayor de toda su carrera con diferencia. Si hablamos de Win Shares, Westbrook contribuyó aquel año a que su equipo consiguiese 13.1 victorias más de las estimadas, una cifra absolutamente remarcable. Por otra parte, el rating de eficiencia de Russell aquella temporada fue de 30.6 (PER) jugando 81 partidos, lo cual es demencial si nos fijamos en la mejor campaña de jugadores como Jordan, Kobe y compañía, por poner algún ejemplo que clarifique estos números. La mejor temporada en cuanto a PER de Michael Jordan fue de 31.7 en el año 87–88, mientras que la de Kobe Bryant fue de 28.0 en la 2005–06. Pues bien, la eficiencia de Westbrook durante su campaña MVP se encuentra en un punto intermedio entre ambas, y fíjense bien de qué dos nombres estamos hablando.
Con todo ello, el ahora base de los Clippers atesora una hazaña al alcance de tan solo dos jugadores en toda la historia de la liga: Oscar Robertson y el mismo Westbrook. Ambos lograron promediar un triple-doble durante toda la temporada, una absoluta locura. Robertson lo hizo en 1961 con los Cincinnati Royals (ahora Sacramento Kings), promediando 30.8 puntos, 12.5 rebotes y 11.4 asistencias. Sin embargo, la histórica campaña del base no pudo concretarse con el premio de MVP, ya que aquel año fue Bill Russell quien se lo llevó, quedando en segundo lugar Wilt Chamberlain y tras estas dos absolutas leyendas, aparecía el bueno de Robertson. Por su parte, Westbrook lo consiguió con los OKC en 2016–17, promediando 31.6 puntos, 10.7 rebotes y 10.4 asistencias. Pero ahí no quedó la cosa con The Brodie. El base de Long Beach logró esta inédita hazaña las dos campañas siguientes, es decir, lo hizo durante tres temporadas seguidas, y volvió a repetirlo en la campaña 20–21. Hasta cuatro veces en cinco años. Quienes entienden este deporte saben de la importancia de este disparate.
Quizá Russell no sea el jugador más querido o más seguido de la liga, pero no cabe ninguna duda de que merece todo el respeto y admiración por lo que ha conseguido a nivel individual. Por todo esto, podemos afirmar que, de haber jugado en otra era, don Russell Westbrook tendría muchos más honores y reconocimientos de los que tiene a día de hoy, y seguramente hubiese marcado toda una época en la liga él solito.
Un “dramón” generacional: André y la era de los tres puntos
Otro de los casos más comentados de jugadores que, por sus condiciones y puntos fuertes y débiles, debieron jugar en otra época, no es otro que el de André Drummond. A nadie se le escapa esta apreciación, ya que el pívot parece ideado más para la NBA de los años setenta y ochenta que muchos de los que la vivieron. Su juego tosco y primitivo recuerda a esos tiempos pasados donde sin lugar a dudas Drummond hubiese arrasado con todo a su paso. Hombre grande, fuerte, que no pierde la oportunidad de pelear y ganar un rebote, sin miedo a chocar con los demás. No hay mucho más que añadir a esta descripción de interior idóneo para el puesto de pívot en aquella NBA. Entre otras distinciones, Drummond ha conseguido promedios muy locos para esta época y que desde luego le habrían valido para ser uno de los mejores interiores en aquellos años pasados. El pívot rondó promedios de casi quince rebotes por partido hasta en cuatro ocasiones, siendo nombrado cuatro veces campeón de rebote de toda la liga, así como elegido dos veces para el All-Star.
La mejor temporada a nivel reboteador de Drummond fue la 2017–18 en Detroit, con tan solo 24 años. Aquel año promedió 16.0 revotes por encuentro, acabando con un total de 1247 en los 78 partidos que logró disputar el pívot. Para hacernos una idea en base a otros perfiles de esta era que podrían asemejarse a Drummond, tipos como DeAndre Jordan o Dwight Howard tienen una máxima de rebotes por partido de 15.2 y 14.5 respectivamente. Grandes hombres dominadores que, al igual que André, pasaban gran parte del tiempo debajo de las canastas debido a su nula aportación desde el mid-range y la larga distancia. Extrapolando su récord de rebotes en una temporada a la década de los sesenta, tan solo sería el máximo reboteador en una campaña, concretamente la 67–68, por delante de los 1213 conseguidos por Mel Daniels en los Minnesota Muskies. La de los sesenta es una época dominada absolutamente de inicio a fin por la dupla Russell-Chamberlain, una difícil pareja de baile para Drummond. Sin embargo, si nos fijamos en la década de los setenta, André estaría ante una magnífica oportunidad de mostrar todo su potencial reboteador, ya que, con esos 1247 rebotes que conforman su mejor marca histórica, había sido el máximo reboteador en tres campañas: 74–75, 76–77 y 79–80. Esto quiere decir que su gran virtud para rebotear, por la cual se dio a conocer en Detroit, tuvo su apogeo en los años sesenta y setenta, con grandes exponentes como Russell, Wilt, McAdoo, Hayes, Mel Daniels y compañía.
A partir de la década de los ochenta y en adelante (salvo la temporada 1991–92 del gusano Rodman, que consiguió 1530 rebotes totales), los récords de rebotes a final de cada campaña rondaban los 1000, lejos de los 1247 que consiguió Drummond en 2017–18, y desde luego lejos de los registros más grandes de la historia para este apartado del juego: varias temporadas de 1900–2100 rebotes de Chamberlain o Russell y alguna campaña de Spencer Haywood por encima de los 1600. En pocas palabras, hablamos de un jugador que, si en esta NBA moderna ha promediado números de ese calibre, sin ser un elegido o un destacado de la liga, en otra era habría sido el típico grande que, sin ser el más vistoso y seguido, habría dominado de forma estelar.
La NBA de ahora: Una época “lamar” de bien para Odom
Para muchos portales digitales y expertos de la liga, la tercera espada de los Lakers bicampeones de 2008–09 y 2009–10, Lamar Odom, fue otro de los grandes nombres que se hubiese beneficiado de haber podido competir en otra época que no fuese la suya. ¿A qué equipo de la NBA actual no le interesaría contar con un escolta de 2’08 y más de cien kilos con buen manejo, gran versatilidad y capaz de anotar con facilidad? Sobre el parqué podía hacer de todo un poco. Un todoterreno del calibre anotador de Lamar estaría bien cotizado hoy en día. Gracias a sus fortalezas en la pista, Odom solía entrar desde la segunda unidad para dinamitar planes y estrategias rivales, algo muy valioso para equipos contenders que pelean por los puestos altos de la clasificación, y sobre todo para esos encuentros de playoffs donde la pelota suele quemar más de lo normal. Si decimos que Lamar jugó en una época errónea a la suya, es porque cuando Odom entró en la liga en 1999–00, la NBA se caracterizaba más bien por juegos lentos y defensivos que no permitían estrategias más versátiles y dinámicas, algo más propio de la era actual.
En aquellos Lakers, Odom logró hacerse con el premio a mejor sexto hombre en la campaña 2010–11 promediando 14.4 puntos, 8.7 rebotes y 3.0 asistencias. Si bien sus números no son los de una súper estrella de la liga, ni siquiera los de una estrella de segunda línea, en esta NBA el habilidoso escolta podría gozar de un papel mucho más importante y decisivo que aquel que tuvo en Los Ángeles. Con un rango de anotación casi calcado al suyo, en la era actual encontramos a jugadores como Bennedict Mathurin o Norman Powell, escoltas muy veloces, versátiles y con una facilidad pasmosa para meter puntos. Perfiles que se asemejan al de Odom, sin embargo estos dos no alcanzan siquiera los dos metros de altura. Si hablamos de rebotes, la cifra de Lamar Odom es incluso mejor que la de jugadores interiores de esta era como Karl-Anthony Towns (2’13cm) , Isaiah Hartenstein (2’13cm) o John Collins (2’06cm). Cuerpos grandes que deberían destacar más por su poderío aéreo que por otra cosa, y aún así el escolta les superaba en promedio reboteador. Por su aporte en asistencias podríamos equipararlo a un Cole Anthony actual, incluso a un Grayson Allen o un Bogdan Bogdanovic, promedios de tres asistencias por encuentro. Jugadores muy intensos en su juego, que pelean constantemente los balones y que no destacan significativamente por repartir asistencias, sino más bien por centrar su juego en explotar esas virtudes que pueden ser decisivas para sus equipos.
En resumen, Odom habría sido aún más dominante y valioso si hubiera jugado en una era más acorde a sus habilidades. A pesar de sus impresionantes logros, hoy en día podríamos estar hablando de un impacto aún mayor a este. Su capacidad para anotar, rebote y asistir lo habría convertido en un activo indispensable para cualquier equipo contemporáneo. En una era como la actual, que valora la versatilidad y la dinámica, Odom habría demostrando que su legado va más allá de las estadísticas, siendo un pionero de un estilo de juego que ahora sería ampliamente celebrado y aprovechado en la NBA moderna.
Ben Simmons: Idóneo para cualquier época menos la suya propia
Vamos llegando al final de este bonito relato imaginativo, aunque si hiciésemos un ejercicio de memoria rápido, encontraríamos muchos más casos como estos en la historia de la liga. Destacamos como último caso el que para muchos expertos fue en su día un diamante que, de pulirse debidamente, por físico, posición, habilidades y talento, podría haberse convertido en “el nuevo Lebron James”; hablamos, cómo no, de Ben Simmons. Después de años y años de poder demostrar su valía en la NBA, Simmons no ha logrado explotar todo ese talento que muchos veíamos en él desde collage. La NBA actual y Ben parecen no haberse querido conocer nunca. No se han querido dar siquiera una pequeña oportunidad el uno al otro. Y es que, aunque la de estos dos parece una historia de amor imposible, sí hubo un corto periodo de tiempo en que todos pensamos que Big Ben explotaría por algún lado y se convertiría en una absoluta estrella de la liga.
Tras perderse todo su primer año de NBA por una grave lesión, Simmons volvió más fuerte que nunca y se hizo con el premio a Rookie del año la campaña siguiente, promediando 15.8 puntos, 8.1 rebotes y 8.2 asistencias. La suya parecía una carrera destinada al triunfo, ya que dichos números para un joven de tan solo 21 años no era algo tan común de ver. En su segunda temporada, y pese a bajar el promedio de asistencias en 0.5 por partido, mejoró en los demás registros y consiguió ser nombrado All-Star por primera vez en su carrera. ¿El gran problema de Simmons durante toda su corta carrera en la liga? La aparición del triple como gran atractivo de la liga para las próximas décadas. Sí, la problemática salud del base de 2,08 también puede tener algo que ver en todo esto. Sin embargo, todos los expertos coinciden en que el gran factor X que haría que Ben Simmons fuese un absoluto quebradero de cabeza para las defensas rivales es el triple. Si bien Simmons cuenta con una buena muñeca para el tiro de media distancia, con marcas durante toda su carrera de más del 55% en estos lanzamientos, la inconsistencia desde la larga distancia ha sido desde el principio un enorme what if para el base. Su mejor temporada en porcentaje de tres es un muy pobre 30% durante la campaña 2020–21 con Philly, y todo ello intentando únicamente 0.2 triples por encuentro. En pocas palabras, a Ben no le gustan los triples. De hecho ni siquiera parece plantearse darles una oportunidad.
Si hablamos de épocas en las que Simmons hubiese dominado con puño de hierro, no podemos evitar pensar en los setenta, ochenta y noventa. Casi podríamos decir que le habría sentado mejor cualquier otra NBA que no fuese la que le tocó vivir. Un base con cuerpo de alero, con su capacidad para moverse en pista, de anotar penetrando con fuerza, ir al choque y ganar, buen manejo de balón pero tampoco nada exagerado, y sobre todo, una visión de juego y un movimiento de balón impecables para encontrar siempre al compañero liberado. Simmons lo tenía todo para ser como Magic. Salvando las distancias, evidentemente. Pero en cuanto a físico, versatilidad, visión de juego y talento, Simmons habría cumplido con las expectativas. Pese a no ser un experto en tiro de tres, Magic sí logró marcas decentes en su carrera. Hasta en cuatro ocasiones superó el 30% en triples, incluso en dos de ellas lo hizo con un sólido 37.9% y un 38.4%, intentando casi dos por encuentro en la campaña 1995–96, y 3.5 intentos en la 89–90. Ahora bien, quizá si ubicamos a Simmons en aquellos años no estaríamos hablando de un base de 2.08, básicamente porque la idea de emplear jugadores de ese tamaño y envergadura como exteriores ágiles y móviles surge precisamente de aquellos Lakers de Johnson. Puede que a Ben le encasillasen en una posición más afín a sus condiciones como puede ser un 3–4, pero en ningún caso tendría asegurado un puesto como base en aquellos tiempos donde se experimentaba menos con las posiciones.
Simmons es un facilitador de juego para sus compañeros. Lideró la liga en pases como novato en 2017–18 (74.1) y luego terminó con la segunda mayor cantidad de pases tanto en 2018–19 (66.5) como en 2019–20 (70.6). Desde su temporada Rookie en 2017 hasta el 2021, Big Ben lideró a todos los jugadores con 743 asistencias registradas en campo abierto. Para contextualizar este dato, solo Russell Westbrook, LeBron James, James Harden y Kyle Lowry registraron 500 asistencias de transición durante este lapso, casi 250 menos que el australiano. Si bien es obvio que el joven base tiene grandes deficiencias como tirador, es un jugador que facilita y mucho a su equipo en acierto de tiro exterior. Desde su debut y hasta la lesión de espalda en la temporada 21–22, Simmons había registrado 996 asistencias de tiros de tres, la segunda mejor marca entre todos los jugadores de la liga. Solo Westbrook y Chris Paul asistieron en al menos 900 triples durante ese mismo transcurso. Es sin lugar a dudas uno de los creadores de juego más dispuestos y capaces de la NBA, que puede marcar la diferencia incluso cuando no es el portador del balón. En cuanto a capacidades defensivas, Ben tuvo la tercera mayor cantidad de deflections por partido tanto en 2019–20 (3.9) como en 2020–21 (3.5), situándolo en el mismo escalón que jugadores como Marcus Smart y Jimmy Butler. Es más, entre los 148 jugadores que participaron en al menos 1,500 minutos en la campaña 19–20, Simmons terminó con la quinta marca más eficiente en cuanto a asignaciones desafiantes, es decir, emparejamientos con rivales más complicados de frenar, con cifras similares a la que registraron Jrue Holiday y Dejounte Murray. Absolutas bestias y expertos defensivos.
En resumen, existen numerosos jugadores que han destacado tanto por adelantarse como por quedarse rezagados a su tiempo, y que de haber tenido la oportunidad de ver cómo se desenvolvían en distintas épocas podríamos tener una percepción diferente de ellos en comparación con la que tenemos hoy. Ya sea por el impacto en la dinámica de la liga o simplemente por el placer visual que ofrecerían a los aficionados, este tipo de situaciones despiertan el deseo de imaginar la posibilidad de trasladar a estos jugadores a otros equipos y momentos históricos, como si se tratara de un videojuego. ¿Habrían sido estos jugadores más valorados de lo que son hoy en día? Es una incógnita que nunca podremos resolver con certeza, pero especular al respecto no cuesta nada.
Suscríbete a nuestras newsletter y no te pierdas ningún artículo, novedad, o menosprecio a Los Ángeles Clippers