Antes de la Black Mamba hubo un joven talento preocupado por salir a su primer All Star contra su idolatrado Michael Jordan en la Gran Manzana. Hubo un dorsal 8 de Los Ángeles que sorprendió a Shaquille O’Neal en su debut juntos: afirmó al gigante que iba a ser el mejor Laker de la Historia. Posteriormente, modificó su número al 24 tras haber caído en desgracia y reinventarse (con un hábil aparato propagandístico de la marca Nike detrás) como una antiheroica personalidad en plena era de la globalización. Kobe Bryant nació en la Ciudad del Amor Fraternal en 1978, aunque en sus años de formación tuvo un peso muy destacado Italia, el lugar donde su padre Joe “Jellybean” se labró una excelente carrera tras su paso por la NBA. Con 1’98 metros de altura, su salto precoz del instituto al mejor campeonato baloncestístico del mundo terminó propiciando una de las carreras más legendarias en anotación. Kobe encarnó a un escolta virtualmente imparable que adoptó el apelativo de Black Mamba, una resonancia a Tarantino para florecer de su episodio más vergonzoso en Colorado y alzar dos nuevos anillos de campeón.
El hombre de los 81 puntos frente a los Toronto Raptors. Un tiburón competitivo que masacró a los Seattle SuperSonics para responder a un periodista que osó criticar sus porcentajes de tres. Hubo muchas versiones de Bryant en su trayectoria, casi siempre con luces sobre el parqué y alguna sospecha en los vestuarios por su narcisismo juvenil, pero solía haber una máxima: obsesionaba al staff técnico del adversario de aquella noche contra L. A. ¿Hubo realmente algún Kobe Stopper en todos aquellos años de tormento y éxtasis lanzando a canasta? La respuesta es sencilla: no. Igual que con Michael Jordan y otros mitos, ni siquiera algunos de los mejores defensas del mundo o las pizarras más sagaces dieron con la poción mágica. Eso sí, hubo algunos casos donde se le pusieron las cosas complicadas a uno de los mejores. En Skyhook nos atrevemos a lanzar nuestro peculiar top 10 de aquellos que osaron intentar lograr lo impensable.
#10 | El pionero
Previamente al chiste hubo una realidad interesante. Una carrera en la NBA que comenzó con poco glamour y posteriormente iría haciéndose un hueco. Durante el año del cierre patronal, aquel anillo de San Antonio que Phil Jackson colocó con un asterisco, Ruben Patterson era uno de los más bisoños integrantes del roster de Los Ángeles Lakers. Un equipo talentoso donde la apuesta personal de Jerry West había sido hacerlo girar todo alrededor de la casi imposible química entre el gigantesco Shaquille O’Neal y el talentoso prodigio recién aterrizado de instituto conocido como Kobe Bryant. En contra de lo que pudiera pensarse, a Phil Jackson le agradó lo que le comentaron de aquel fornido defensa nacido en Cleveland a la altura de 1975. No obstante, terminaría viendo como una blessing in disguise cortarlo tras comprobar en algunas prácticas que el motivado joven hacía mala química con Bryant durante los entrenamientos. Justo lo que no quería un Maestro Zen que ya pensaba que el díscolo escolta admirador de Michael Jordan iba a ser una futura estrella difícil de controlar por su carácter introvertido, perfeccionista y narcisista.
En uno de sus libros, el técnico insinuó que el joven Bryant fallaba algunos tiros a propósito en el instituto para poder llegar a finales apretados y decidir él. Como small forward, Ruben iría labrándose camino en Seattle. De cualquier modo, a Bryant le irían enfadando mucho algunas declaraciones de su antiguo compañero en California: “Cada vez que me ve parece asustado”. Tal vez buscando contratos como antídoto a la mayor amenaza de la fiebre amarilla sin contar a Shaq, Patterson iba haciendo crecer el mito de una auténtica rivalidad que desconcertaba y enfurecía a Kobe a partes iguales. No puede decirse que le faltaran méritos para ser un marcador a respetar. Bob Medina, preparador físico de los Portland Trail Blazers, siempre afirmó que era un placer trabajar con Patterson en el gimnasio desde que lo ficharon en 2001. A diferencia de diamantes en bruto en la plantilla de Oregón como Rasheed Wallace, el especialista en tareas de contención disfrutaba corriendo y haciendo pesas para ganarse un hueco en el seno de una plantilla plagada de grandes jugadores. Eso sí, Medina afirmaba que, lamentablemente, le faltaba esa dosis extra de talento que le hubiera permitido afrontar desafíos tan grandes como los que se planteaba.
Kerry Eggers, el gran cronista de los “Jail Blazers” rescata las frías estadísticas: Kobe pasó de los 40 puntos en un triunvirato de ocasiones de las veinte y tres ocasiones en que se midieron ambos hombres. El récord de victorias-derrotas, eso sí, reflejaba un no tan desnivelado 14-9 en victorias-derrotas para el Laker. Desgraciadamente para Patterson, Bryant mostraría una motivación extra frente a él que se agudizaba en las eliminatorias por el título y le hicieron promediar más de 29 puntos por noche.
Bajo la sabia mirada de Phil Jackson, el odio personal que parecía albergar terminó siendo contraproducente para Patterson en su duelo personal. Con todo, puede que su gran pecado radicara en el célebre término que precisamente muestra nuestro artículo: “Kobe Stopper”, un autoproclamado galardón que le costaría varias estampas donde aparecería en los highlights del futuro Salón de la Fama. Curiosamente, ello no sería óbice para que el mortal depredador de aros ajenos tuviera algún inconveniente en señalar que se trataba de un especialista en el marcaje que podía ponerle las cosas complicadas. Por supuesto, nuestro protagonista tuvo asimismo episodios bonitos como el de un 18 de febrero del año 2002. “Venganza” afirmó un irónico Maestro Zen al ser cuestionado por una derrota en el Rose Garden con el pabellón de Portland lleno. Aquel día las columnas deportivas lo señalaron como el factor X, por encima de los puntos de Sheed, para sembrar las dudas de un conjunto angelino con la baja de O’Neal. Bryant no pensó en claudicar nada ante los micrófonos: “Realmente es un buen defensor. Sin embargo, cinco contra cinco es algo diferente. Si nos juntamos en el gimnasio para un uno contra uno lo destrozaría”. Jackson, más comedido, afirmó que comprendía las causas que llevaban a los competidores de los angelinos a interesarse por los servicios de alguien que se elevaba a la categoría de némesis de su naciente dinastía.
En verdad, hubo momentos divertidos en los vestuarios como ver a Shawn Kemp susurrando “Kobe Stopper” mientras un sonriente Patterson mojaba sus tobillos entre cubos de hielo. Dos sospechosos habituales (por duende jugando y lenguas afiladas frente a los árbitros) como Bonzi Wells y Rasheed Wallace reconocían que usaban el apelativo con cariño, sabiendo que eso motivaba a su camarada, si bien no se hacían ninguna ilusión acerca de secar a alguien como Bryant. “Ruben le hizo en trabajar en ocasiones” le reconocía otro incombustible guerrero como Matt Barnes, mientras que Stephen Jackson, otra leyenda entre los forajidos de la NBA, matizaba que Patterson tenía un físico tan impresionante en fuerza que, a veces, eso incluso le perjudicaba como baloncestista.
Uno de los momentos más maravillosos para Black Mamba llegó en abril de 2004, donde logró 37 puntos y un triple imposible para vencer en la segunda prórroga en el Rose Garden (104-105) que heló al pabellón de Oregón… con Patterson como testigo de lujo. A nivel de polémica, estas dos personalidades tan diferentes tendrían el indeseado denominador común de recibir acusaciones de abusos que los llevaron a los juzgados. A través de un magnífico artículo, “The Black Mamba” (Gigantes del Basket número 1447), Miguel Ángel Paniagua, pluma de olfato fino, afirmó que el escándalo del Lodge and Spa at Cordillera permitiría posteriormente que la marca Nike consensuar con Kobe Bryant una modificación en su imagen pública: de chico impoluto a antihéroe. Agudamente, el periodista deportivo afirmaba que aquellos tristes sucesos de 2004 apelaban más a la falta de moralidad del deporte y el perdón a los ídolos (siempre que sean ganadores) que al propio caso individual de Bryant.
#9 | El demonio domado
“Le pedí a Kobe que se relajase. Le dije: Estás pegando al tipo equivocado. ¿No sabes con quién peleas? ¿Responder? Eso lo hacía en el cole, en mi barrio, cuando llegué a la NBA… ¡Era joven, tío!”. Toda la congregación de periodistas quería conocer la respuesta de Ron Artest a aquella escena. Emulando la estética de Dennis Rodman, el antiguo Pacer lucía un corte de pelo con el símbolo de su nueva franquicia: los Houston Rockets. Los texanos, sabiamente dirigidos por Rick Adelman, estaban poniendo en serios aprietos a Los Ángeles Lakers de Pau Gasol y Kobe Bryant, firmes candidatos al título en aquellos Playoffs del curso baloncestístico 2008/09. Si bien Paul Pierce o Richard Hamilton tienen más heridas de guerra propiciadas por el futuro Metta World Peace, Bryant tuvo su propio descenso a los infiernos en aquellas locas semifinales del Oeste. Phil Jackson admitió al final de la saga que su escuadra había firmado un homenaje al célebre caso literario del doctor Jekyll y Mister Hyde. En otros mentideros, incluso se afirmaba que las deidades de las canastas les protegieron con la lesión de un Yao Ming que estaba siendo un auténtico quebradero de cabeza. Y eso teniendo en cuenta que ya estaba confirmada la lesión de Tracy McGrady, uno de los pocos coetáneos a los que Bryant distinguía con el apelativo de virtualmente indefendible. Ello no fue óbice para que narrara una historia de un breve uno contra uno donde lo machacó, algo negado por T-Mac.
En su carrera, Artest, el principal protagonista de la dantesca “Malice at the Palace” sufrió más de 27 puntos por encuentro a cargo de Bryant. Hasta ese momento, el polémico defensor incluso había argumentado que otros iconos de la NBA como Pierce no tenían nada que envidiar al endiosado Laker. Sea como fuere, en aquella eliminatoria es de justicia admitir que Adelman solía dar el trabajo duro de bailar con Bryant a Shane Battier, otro magnífico marcador, si bien de maneras mucho más elegantes.
Con una innovación táctica que sorprendió a todo el staff angelino, el antiguo dueño de la pizarra de los Sacramento Kings más vistosos se inventó un quinteto de bajitos con velocidad que alargó una eliminatoria que hizo a Kobe, ya con el dorsal 24 y reinventado como líder total de una L. A. reforzada con Pau Gasol, afirmar que eran bipolares. Eso no resultaría óbice para que en el salvaje segundo choque del Staples se forjara un intenso odio. Los colegiados tuvieron que señalizar cinco falas técnicas, además de sobresalir en la batalla sucia una antideportiva acción de Derek Fisher que le valió la suspensión por agredir al pívot argentino Luis Scola. Artest, por supuesto, fue otro de los expulsados en el pabellón de California, con el pasional árbitro Joe Crawford interponiéndose entre los dos gallitos. En honor a la verdad, en aquella ocasión había sido el codo de Bryant el que salió a pasear. Previamente, durante un partido de fase regular en marzo se había dado un primer encontronazo con Bryant firmando 18 de sus 37 puntos en el último cuarto en su visita a Houston. Según la opinión de un estudioso del juego como Doug Collins, el culpable había sido Ron Artest, cuyo estilo físico había espoleado a la Black Mamba a actuar con todo su veneno. Eso sí, el viejo demonio no era de los que se rendían fácilmente. Volvió el tercer día para firmar 25 puntos y 6 rebotes. Su público en Houston aplaudía cada una de las acciones del musculoso Bad Boy de la NBA, quien había obsequiado a Bryant con su trash talking desde el primer día de la serie.
Nada de eso pareció molestar a un estelar Kobe, capaz de irse a los 33 tantos, incluyendo un milagroso triple desde su casa para cerrar el tercer cuarto con una ventaja de 62-74 para los visitantes. Lo hizo delante de la propia cara de Artest, mandando un aviso a navegantes si Adelman quería emparejarlos. Artest demostró gran entereza y buscó devolver la moneda a Kobe, si bien sus lanzamientos de tres a la desesperada y penetraciones a canasta únicamente maquillaron el marcador.
Pese a que dos gigantes como Dikembe Mutombo y el propio Yao Ming debían ver el resto de la serie vestidos de traje, la grada de Houston usó las imágenes de la sangre del incombustible Battier y el corte de pelo de Ron para escenificar una resistencia que el cuarto día les permitió desconcertar a todos los analistas y devolver la ronda a una posición de igualdad. Con todo, sería la noche de Aaron Brooks (34 en su casillero de anotación) la clave para Adelman para demoler por 99 a 87 a los reyes de la Conferencia Oeste. Eso sí, en el Staples se recobró la calma y Kobe lideró a los suyos para apabullar a unos Rockets que no pudieron controlarle en ningún momento. El sexto día resultó una de esas contadas ocasiones donde un contrincante logró mover mentalmente a Black Mamba hacia donde no quería. Houston salió inspirado en ataque de la mano de Luis Scola, mientras que Rick Adelman confiaba en Battier para hacer una intensa defensa sobre el escolta de púrpura y oro, incluyendo la habilidad del Rocket para apuntar discretamente con sus dedos a los ojos del lanzador. Con un bonito colchón, Artest logró hacer su “magia” para provocar una falta técnica en Kobe: después de incordiarle bastante, exageró sobremanera la respuesta del angelino. Se trataba de una combinación de estilo que luego veríamos en otros estrategas como Doc Rivers. Defendiendo los intereses de los Celtics, el antiguo playmaker demostró en unas Finales del Este contra Orlando que era un gran negocio combinar los sobrios marcajes del hierático Kendrick Perkins con minutos de calidad a cargo de un veterano como Rasheed Wallace, ideal para desesperar a Dwight Howard, entonces gran potencia interior del Este. En resumen, Battier perseguía a Bryant por toda la pista y el Bad Boy que intentó incendiar el Palace de Auburn Hills buscaba meterse en su cabeza.
Enfurecido, Kobe sacaría sus mejores suspensiones para asediar a los locales en el tercer cuarto. Aaron Brooks se erigió en el héroe en el último cuarto del partido, si bien cabía destacarse la calma de Artest, capaz de identificar el buen momento de sus compañeros y hacer circular la pelota con más calma de la que en él era habitual. Toda la lógica se impuso el séptimo día, si bien mucha gente pensaba que podía forjarse un duelo para el recuerdo, a la altura de los que el bueno de Ron había tenido con Paul Pierce (Skyhook), si bien nunca se atrevió a intentar bajar los pantalones del Laker.
A lo largo de un verano convulso, el viejo diablo supo aprovechar varios factores a su favor para ir a uno de los sitios con más glamour de las canchas: Los Ángeles. Pesaba su visita al vestuario de Phil Jackson y Kobe Bryant cuando perdieron el sexto partido de las Finales de 2008 contra los Boston Celtics de Kevin Garnett. El nuevo Garden devoró a los de púrpura y oro, una encerrona para la que necesitarían a tipos duros como él. De igual manera, el estancamiento en la negociación por Trevor Ariza aceleró un intercambio de cromos con Mitch Kupchack que propició que Lamar Odom se reencontrase con uno de sus amigos en los duros playgrounds de la calle. Durante buena parte del año, pudo pensarse que la ingratitud de Artest hacia Adelman (el preparador que reflotó su carrera cuando parecía derruida) había sido positiva, puesto que Ariza era un jugador en proyección y el triángulo de Tex Winter se iría atascando a un curtido ex miembro de los rocosos Indiana Pacers de principios del siglo XXI. Todo dio igual gracias a un triple milagroso sobre Paul Pierce que resultó decisivo en el séptimo enfrentamiento de unas magníficas Finales donde Bryant pudo ver a Paul Pierce sufrir mucho más cada canasta que las que logró el capitán Celtic en 2008. ¡Qué lejos quedaban los veranos en el gimnasio de “The Truth” y “Black Mamba” bromeando sobre quién sería el primero de ellos en ser traspasado! Un anillo y las terapias psicológicas enterraron cualquier posible enfrentamiento con Kobe, si bien resultaría el canto de cisne de Ron en la élite, acelerándose su declive. Sea como fuere, es curioso imaginar cómo habrían podido ser más series entre Rockets y Lakers con el demonio aceptando frenar a la deidad en lugar de aliarse con ella.
#8 | La llama de Scottie Pippen
“Alguien tiene que decirle al chico que no me encontré esos seis anillos en la calle”. Ahmad Rashad, uno de los periodistas deportivos más reputados para narrar baloncesto en los Estados Unidos, tuvo trabajo durante aquellas Finales del Oeste en el año 2000. No era para menos, aquel enfrentamiento entre los Portland Trail Blazers de Mike Dunleavy y Los Ángeles Lakers de Phil Jackson fue una agónica serie al límite de encuentros donde hubo muchísimos quilates en la cancha y palabras ásperas fuera de ella.
De cualquier modo, Kobe estaba acostumbrado a buscarle las cosquillas a Pippen desde hacía tiempo. Todo arrancó en el antiguo Forum de L.A., precisamente en un año atípico para el reinado del Comisionado David Stern: un cierre patronal obligó a una campaña de la NBA acortada. Uno de los escaparates más atractivos del inusual curso se halló en la visita de los reforzados Houston Rockets (Hakeem Olajuwon, Charles Barkley, Scottie Pippen, etc.) contra un futurible rival por el trono del Far West.
Michael Jordan, recientemente retirado, acudió a pie de pista para compartir asiento con Jack Nicholson. Apenas confirmaba su condición de titular indiscutible en un equipo hecho para la mayor gloria de Shaq, Bryant quería exhibirse ante su ídolo y la televisión nacional. Nadie lo sufrió más que el antiguo escudero de la deidad de los Bulls (25 tantos por solamente 10 del Rocket, además de vencerle en la batalla por los rebotes 10 a 9). Se trataría de una jornada particularmente dura para Scottie, un jugador consagrado y con todos los reconocimientos a sus espaldas, pero buscado en todo momento por un descarado muchacho que no le mostraba el menor respeto. Todo el mundo había arrancado la velada hablando del nuevo color de pelo de Dennis Rodman en su efímero paso como Laker, si bien Pippen se guardaría las energías para la hora de la verdad. L. A. y Houston se encontraron en los Playoffs, con Scottie demostrando a la promesa que sabía hacerla sufrir al poste: 37 tantos, 13 rebotes, 4 asistencias, 3 rebotes y un tapón en el feudo de los Rockets para retrasar la eliminación que ya se intuía contra los de púrpura y oro. Sea como fuere, sobrevivir a aquella serie frente a los pupilos de Rudy Tomjanovich en clara falta de química (serían célebres las críticas de Pippen a la profesionalidad de Barkley) hicieron a Kobe forjarse una baja opinión del mejor socio de su ídolo. Al menos, en cuanto a considerarlo alguien capaz de frenarle. Cuando llegó Phil Jackson a su vida, el Maestro Zen intentó de inmediato adquirir a su antiguo jugador, puesto que era un líder impresionante en pista y conocía todas las claves del triángulo de Text Winter. Para preocupación del nuevo estratega Laker, Pippen no aceptó la oferta y sí los dólares de Paul Allen, el ambicioso propietario de Portland, dispuesto a tener una batería de jugadores que habrían podido conformar dos quintetos titulares en cualquier otra franquicia.
“Vuestro triángulo parece más bien un cuadrado” bromearía Scottie tras vencer un partido de temporada regular a su antiguo mister. El buen trabajo del conjunto de Mike Dunleavy no preocupaba, en principio, a Bryant, quien ya tenía problemas por su propio lado para encajar bien con Shaq y algunos de los veteranos de su escuadra. Solamente Ron Harper sabía mediar entre ellos y hubo una reunión tensa donde se pusieron vídeos donde se mostraba que Los Ángeles había rendido mejor cuando el prodigio de instituto estuvo lesionado. Capucha en la cabeza, el escolta se sentó solo y recibió reproches de jugadores ambiciosos como Rick Fox, hartos de la dinámica perdedora angelina y conscientes de que tenían demasiado mimbres para dinamitarlos por una cuestión de ego. Una espada de Damocles pendía sobre el proyecto de Jerry West. En los mentideros del mercado se decía que solamente un anillo inmediato evitaría tener que separar a esos dos fenómenos deportivos. Con O’Neal galardonado como MVP, Kobe era quien más papeletas tenía de ser traspasado, puesto que su rendimiento interesaba a cualquier equipo con un par de ojos en la cara. Nadie pensaba aprovechar cualquier debilidad en el contrincante más que Pippen, el líder silencioso de unos Blazers que llegaron a las Finales de la Conferencia Oeste convencidos de, ahora sí, poder noquear a la fiebre amarilla. El Maestro Zen tardó poco en usar a la prensa para colocar presión sobre los hombros de su antiguo pupilo, argumentando que era el único posible líder que le quedaba a un proyecto con pinta ganadora, pero sin demasiados jugadores que hubieran estado previamente en rondas tan altas. “No escucho más a Phil. No es mi entrenador”. Hacía unos meses que el antiguo mentor lamentó que no le hubieran votado para el All Star, aunque en esos instantes debía velar porque uno de sus enemigos íntimos (Kobe) lo destrozara.
Buena parte del trabajo parecía hecha cuando Bryant colocó un tapón imposible a Sabonis que propició la primera derrota de Portland en el Rose Garden en la postemporada. Pippen arrojó las toallas preparadas por los utilleros en el camino del túnel de vestuarios, permitiendo que las cámaras de televisión vieran su frustración. Su gran amigo Ron Harper les había convertido una canasta dolorosa desde la esquina y él sentía que era el momento de lanzar un triple clave. Había convertido uno similar contra los Utah Jazz en circunstancias similares en semifinales, además de haber recobrado la puntería justo a tiempo con un gancho frente a Kobe pocas posesiones atrás. Antes de recobrar la serenidad, Pippen pudo ver a los californianos volar a casta con un 1-3 a su favor en la ronda.
Si bien no siempre se midieron en duelos directos, las frías cifras indican que el escolta Laker tuvo 23’7 puntos, 5’9 rebotes y 3’5 asistencias contra el ilustre veterano. Si bien son excelentes números, muchos otros especialistas defensivos salen peor parados, máxime teniendo en cuenta que el mejor socio de Jordan tuvo que afrontar a un joven prodigio cuando él ya iniciaba su paulatino declive. Su obra maestra llegó en el quinto disputado en el Staples, donde batió a Bryant en casi todos los aspectos (22 puntos contra 17, además de 6 rebotes sobre los 5 de su contrincante), exceptuando las asistencias (4 frente a 3 para Kobe). Donde más sufrió Phil Jackson fue al ver los seis robos del antiguo ídolo de Chicago, quien descifró todas las claves de Tex Winter. Nadie parecía echar muchas cuentas al traspiés Laker, pero Jackson confesaría en diferentes libros que le dolía el enfoque de Kobe hacía el Blazer: no lo respetaba y le daba por ello una ventaja enorme. John Salley, antiguo Bad Boy ahora en Hollywood, sugirió repetir algo del juego sucio efectuado por Detroit contra Pippen. El Maestro Zen sugirió sentirse horrorizado por la idea, si bien hubo varios compases (en particular de Rick Fox) que daban a entender que fue una táctica tanteada. La sexta partida pareció una auténtica exhibición del hijo de Joe Bryant: 33 puntos, si bien el discreto Scottie (9) dirigió el encuentro justo por donde quería. Alzó los brazos con los suyos igualando a 3 la serie y muchos de los triples de Kobe llegaron al final con Portland manejando la renta. Justo el juego que más aislaba a O’Neal, muy bien fijado por Arvydas Sabonis, beneficiando a los corales Blazers, con suplentes explosivos como Bonzi Wells. El miedo de Jackson a que su discípulo aventajado diera las clave a Dunleavy para derrocarles parecía muy real. En su autobiografía, Unguarded, escrita a medias con Michael Arkush, Pippen recordaría el demoledor parcial infligido por sus compañeros y él a una grada del Staples encogida. Phil Jackson se frotaba los ojos, Shaq parecía incómodo ante la posición de Sabonis y muchos dudaban de que el individualista Bryant pudiera resolver la debacle. Flavio Tranquillo y Federico Buffa, dos narradores italianos con mil enfrentamientos locutados a sus espaldas, otorgaron a Scottie el título de doctor de la NBA: “Una sola mente con diez brazos”. Hablaban así de su forma de encontrar a Rasheed Wallace para fáciles mates y algún triple psicológico clave.
Aquello habría abierto un hipotético séptimo anillo sin la alargada sombra de MJ. Sin embargo, el último cuarto pasaría la historia por muchas cuestiones (La mejor eliminatoria de la Historia), pero sobre todo por la mítica asistencia de Bryant superando la defensa de Pippen y dejando un pase a O’Neal para machacar. No perjudicó a la causa angelina la rápida expulsión de Sabonis y los rápidos problemas de faltas a cargo del propio Scottie, algo que fue materia de controversia en algunos libros de árbitros caídos en desgracia para la NBA. Hablando amistosamente con Jackson (su trash talking quedó en nada e incluyó el papel de maestro de ceremonias del segundo para la retirada de la camiseta del 33 de los Chicago Bulls en su retirada), Pippen reconoció el cansancio de sus piernas en los minutos decisivos donde antaño habría tomado las riendas. Kobe y Shaq vieron salvaguardado su legado y el star-system de David Stern encontró un gran Sol Naciente. Se vaticinaba una árida guerra entre Portland y L. A. (“Eran los únicos que no nos tenían miedo” reconoció Shaq ya como panelista), pero los Blazers irían cayendo en una espiral de autodestrucción donde las pinceladas de clase de Scottie no eran suficientes (aunque sí deliciosas de ver) para frenar a la pareja mortal. Eso sí. Si los Blazers hubieran tenido un poco más de fortuna con el hierro del Staples o los colegiados, Scottie ocuparía la primera plaza de nuestra lista.
#7 | Call me Raja
La grada de Arizona enmudeció. Nada parecía inquietarla hasta ese momento en una noche de Playoffs donde estaban dominando cómodamente a Los Ángeles Lakers (93-79). No obstante, el mejor jugador de los visitantes estaba en el suelo y eso en un choque que parecía abocado ya a los minutos de la basura. En resumen, Kobe Bryant disponía de dos tiros libres, aunque Raja Bell le había dejado un mensaje.
Mientras caminaba hacia el túnel de vestuario después de que le señalizarán flagrante, el deportista nacido en las Islas Vírgenes mantenía el rictus serio. Sabía que sus compañeros y Milke D’Antoni iban a velar por la renta obtenida para poder regresar a California y tratar de levantar una primera ronda complicada (3-2 a favor de los de púrpura y oro). Los micrófonos de la NBA querían saber más sobre aquel asunto que iba a añadir picante a la postemporada del curso baloncestístico 2005/06 en el parqué: “Mi problema con Kobe es que no me respeta. Siento que me está insultando y que no le preocupa lo que está haciendo. No necesito que me den respeto, pero no vas a faltármelo”.
Hasta ese momento nadie habría considerado que el especialista en tareas de contención de los Phoenix Suns fuera alguien capaz de cruzar las fronteras de las malas artes. De cualquier modo, había arrojado y tirado al escolta hacia el suelo sin contemplaciones en una acción donde no disponía ni de una remota opción de robarle la bola. Daba igual a su juicio, puesto que el shooting guard notaba algo que le inquietaba más. Lo confesaría superada aquella agónica ronda: “La gente olvida que fueron los Lakers quienes impusieron ese tono físico en las series. Kwame Brown se colgaba sobre Boris [Diaw]. Luke Walton hizo una antideportiva a Tim Thomas”. Bajo el juicio de Bell, un proyecto de la CBA que en 2001 ya estaba luchando por el anillo a las órdenes de Larry Brown en los Sixers (curiosamente contra la fiebre amarilla de Shaquille O’Neal y el propio Bryant), los rivales de la Conferencia Oeste pretendían intimidarlos desde que se confirmó la lesión de Amar’e Stoudemire. Sin el poderoso center, era él quien se juzgaba obligado a recordar a los oponentes que no iba a ser gratis morder a Steve Nash y compañía.
Hasta esa polémica Bryant golpeó con fiereza a uno de los equipos más vistosos del campeonato. Su cumbre llegó el cuarto día, cuando aprovechó el robo de Smush Parker al playmaker canadiense para llevar el encuentro a la prórroga (anotando sobre Bell) y otra canasta sobre la bocina en el añadido para dejar al borde del abismo a los de Arizona. De alguna forma, D’Antoni y los suyos hallaron fuerzas para sobrevivir el penúltimo capítulo en el Staples, triple agónico de Tim Thomas incluido, si bien nuestro protagonista no pudo estar presente en pista por sanción.
“¿Dónde está Raja? ¿Piensa que puede controlar a Kobe? Deberíamos volver allí y patearle el trasero”. Mientras se lavaba las manos en el servicio de un bar hollywoodiense, el Sun vestido de paisano escuchó aquella frase del público local que miraba la pantalla con creciente interés. Indiscutiblemente, había arrancado algo, una rivalidad especial. El tío del defensor, con conocimientos de informática, le ayudó con los emails agresivos que le llegaban de devotos incondicionales de mejor atacante a las órdenes Phil Jackson. Con inteligencia, quitó importancia al asunto y afirmó que era un sector muy reducido de la grada quien pensaba esas cosas de él. Formado en la Florida International University, Bell admitió que la peor bofetada de su carrera ocurrió al descubrir que los Miami Heat no lo consideraba digno ni siquiera de la típica prueba que se hace a las promesas universitarias. Era el clásico trotamundos que se abría camino corriendo hacia los mejores rompedores de tobillos del mundo. Bryant no había pensado mucho en Bell hasta ese instante. Probablemente, lo recordaría como un rentable fichaje de última hora de Larry Brown en la Ciudad del Amor Fraternal para combatir en la postemporada contra los Raptors por los problemas de enfermería en Philly. Nadie le contó que en su peregrinaje por la Liga que el dominaba, Jerry Sloan puso sus miras en el joven para darse cuenta de que estaba ante el clásico hard-nosed defender. “Fue el primer entrenador que me mostró confianza hacia mi juego ofensivo”. Conocido por ser uno de los marcadores más valientes de la historia de los Chicago Bulls, Sloan dio muchos trucos a un discípulo aventajado quien siempre le estuvo agradecido y en deuda.
Al finalizar aquel verano, el trotamundos recibió una extensión contractual en Phoenix y pudo disfrutar de aquella exitosa fórmula del seven seconds or less. En varias ocasiones, Bryant demostró ser muy poco rencoroso hacia su antiguo agresor (a quien él martirizaba con un permanente trash talking) e intentó adquirirlo en dos ocasiones al menos (2010 y 2012). El triunfo de Phoenix por 4-3 en 2006 incluyó reducir la producción de Kobe (35’4 puntos por velada en fase regular y 27’9 tantos en Playoffs). Resultaba evidente que no era contenible, si bien Bell supo ponerle las cosas difíciles. El séptimo partido vino caldeado por varias lindezas ante la prensa (“Raja Who?” cuestionaba Bryant, mientras Bell lo calificaba como un individuo arrogante y ridículo). Para sonrisa de Doug Collins, antiguo técnico de Jordan y comentarista de lujo para la ocasión en Arizona, Bryant movió sus pies como un bailarín para superar a Bell y la ayuda de otro especialista como Shawn Marion al poco de arrancar el último pulso. “No quiero subestimar sus habilidades como defensa, pero pienso que puedo anotar sobre él siempre que quiera” admitió un poco antes con su sonrisa a lo Kill Bill.
Bryant incluyó en su repertorio algún triple imposible y muy lejano, aunque el electrónico cada vez incrementaba más la ventaja de Nash y los suyos. Bell tampoco renunció a los trucos y hasta fingiría en una ocasión haber recibido un duro codazo de su par para intentar propiciar una falta técnica que lo expulsara (quinto encuentro). De igual manera, un sector del fandom de Bryant negaba que el casi desconocido integrante del roster de Phoenix supusiera un considerable desgaste a su astro. Convertía como siempre, si bien dejando una dosis de energía mayor que la usual. En una especie de boicot con el que escenificar lo solo que se sentía en la descompensada plantilla Laker, el genio ofensivo casi renunció a lanzar en un último cuarto visto para sentencia. En su fuero personal, la leyenda Laker admitió que llegó a odiar a los de D’Antoni, quienes fueron capaces de eliminarles también en 2007. En aquella ocasión por 4-1 y con la labor de Bell y compañía facilitada por la recuperación de Stoudemire. Frente la revista oficial de la NBA en lengua castellana, Kobe admitió que solamente cabía sentir máximo respeto cuando alguien lo daba todo en la cancha como hacía su sombra en aquella sucesión de encuentros. Incluso se les vio bromeando en la banda tras tantos días de empujones y exageraciones.
En aquellos lances sí sobrepasó la treintena de puntos, si bien su enfoque individualista quedó cuestionado por el contundente resultado de la ronda. “Obviamente no hay mucho que podamos hacer para frenar a Kobe, pero contra el resto nuestra defensa es sólida”. Así sucedió.
Y es que, si el defensor no vacilaba en usar el flopping, tampoco resultaría infrecuente que el anotador mirara con desaprobación a los colegiados cuando perdía la pelota ante las rápidas manos de Bell. Tim Donaghy, el colegiado caído en desgracia del reino de David Stern, señalizó en su polémico libro que especialistas como el de los Suns no eran queridos por el sistema publicitario de promocionar a las estrellas de los grandes mercados. Representaban a currantes del parqué que evitaban (o minimizaban) hazañas deportivas individuales. Viejos rockeros como Rasheed Wallace o Bonzi Wells han usado sus altavoces para recordar que piezas como Bell recibían un tratamiento severo de los silbatos cuando les tocaba contener a la megaestrella del oponente, algo que perjudicó sus posibles vías de contratación. Algo llamativo en una carrera donde rechazó firmar con los Lakers bicampeones de 2010, máxime teniendo en cuenta que había sufrido el corte del Tau Cerámica en 2002 después de la lesión de Elmer Bennett. En el primer duelo en Salt Lake City, el arma ofensiva angelina le buscó las cosquillas y le dominó frente a sus camaradas de los Jazz. No obstante, como recordaría el controvertido Gilbert Arenas, Kobe abroncaba a sus entrenadores personales por no hacerles las faltas con la dureza que él sabía emplearía Bell cada vez que se cruzaran.
#6 | El maestro
Sucedió el final que Mariah Carey, autora de un emocionante homenaje musical, deseaba. Junto con la artista, todo el público de Atlanta quería lo mismo. Jason Kidd había conectado con Michael Jordan, por aquel entonces en su tercera venida a la NBA, quien fue de menos a más toda la noche. El jugador por entonces en los Washington Wizards recibió la plaza de titular de la Conferencia Este como una galantería de Vince Carter. El matador de los Toronto Raptors sabía a quién quería ver la audiencia del All Star.
A diferencia de lo que sucede en algunos juegos de las estrellas, hubo hasta amagos de defensa y Michael Jordan hubo de superar a Shawn Marion, un excelente y heterodoxo marcador. Corresponsales españoles de medios como Gigantes del Basket se levantaron a celebrarlo. El mejor volvía a serlo y apenas quedaban unos segundos en el crono. David Stern podía sonreír ante la mejor retirada posible, un guiño al triunfo del dorsal 23 en Utah a la altura de 1998. Por desgracia, el trío arbitral creyó ver una dudosa falta de Jermaine O’Neal cuando todo el mundo pensaba en que el futuro premio MVP que iba a alzar MJ. El responsable de ir o no a la prórroga sería Kobe Bryant: anteriormente, había bromeado con la deidad de Chicago sobre la diferencia que había de anillos entre ambos. En ocasiones, Jordan podía ser desesperante en esas latitudes competitivas (incluyendo a compañeros del Dream Team de Barcelona 92), pero en el escolta angelino hallaba un alma gemela: tan genial en la pista como enfermizamente dispuesto a marcar su territorio en el parqué.
Bryant convirtió sus tiros libres y le quitó romanticismo a una velada que se la terminó llevando Kevin Garnett, injustamente opacado en su premio a jugador más valioso con su dominante estilo. “Garnett es el tipo más preparado, preparado y preparado para saltar a la cancha cada noche… pero el mejor es Kobe”, diría años después Jerry West, en una muestra de bonito elogio que terminaba estropeándose al final, opacando un tanto al homenajeado. Aunque un sector del público se enfadó por unos días con Bryant, Jordan no dejaba de pensar en su fuero interno que él habría hecho lo mismo.
Hacía unos años él había mandado a la escuela al joven Kobe, cuyo osado estilo le hizo lanzarse a la yugular del gran ídolo del deporte americano en su Meca, el Madison Square Garden (All Star de 1998). Una suspensión errada por Jordan acabó en las manos de Shaq, quien lanzó un pase para su compañero Laker, quien hizo un estético mate de concurso, girando sobre sí mismo. Minutos antes del duelo había notado mariposas en el estómago y Kevin Garnett, otro prodigio que dio el salto directamente a la NBA, le animó a olvidarse de todo y salir a volar juntos.
Precisamente el ala-pívot de los Wolves se encargó de insuflarle más energía con un precioso ally que el muchacho de Philly culminó con maestría. Aquello resultó suficiente para Jordan, el principal león de la manada y poco dispuesto a que el hijo de Joe Bryant le quitará el show. Con su inigualable juego de pies, comenzó a martirizarle en el poste bajo. Frente al micrófono de su amigo Ahmad Rashad, el mejor Bull de todos los tiempos pareció querer quitar hierro al asunto, si bien era significativo que ambos fueran mandados al banquillo al mismo tiempo, dado a entender que luego proseguiría el pulso que anticipaba el presente y el futuro del campeonato estadounidense. Una sonrisa de killer se dibujó en MJ cuando posteó de espaldas a Bryant y luego demostró ser capaz de superar en una gran parábola a David Robinson. Al descanso, llevaba 13 puntos y más del 50% de sus tiros de campo convertidos. Kobe le seguía de cerca (10 tantos) y afirmaba ante los medios que estaba pasándoselo bien. Siendo apenas un crío había dado pocas muestras de ponerse nervioso ante la deidad que le había seducido en Italia junto al AC Milan de los holandeses. No obstante, la procesión iba por dentro, según terminó confesando, uno de los motivos de su precoz irrupción al profesionalismo se hallaba en que: “Así podría jugar con Mike”.
A través de la serie documental The Last Dance (2020), estrenada en plena pandemia, quedó patente lo sorprendido que realmente estaba Jordan del descarado aspirante a estrella, además de llamarle la atención los muchos tiros que lanzaba, pese a estar rodeado de personalidades como Gary Payton, Karl Malone y otros. Los dos estilos quedaron patentes cuando MJ tomó el control del último cuarto: ganaba en anotación y con mejores porcentajes, si bien nadie podía cuestionar el mensaje lanzado por el angelino: había venido para quedarse en este torneo.
Jordan recogió el MVP, además de mostrar que podía involucrar a sus compañeros (Reggie Miller, Rik Smits, etc.) para certificar el triunfo del Este, comandando en la banca por su amigo Larry Bird. El fascinante duelo Bryant-O’Neal contra Jordan-Pippen no pudo darse en aquella época porque los Utah Jazz de Jerry Sloan cerraron en dos ocasiones las puertas californianas a esa soñada Final. En una de esas caídas se criticaron mucho algunos triples mal elegidos por Kobe, si bien O’Neal le matizó que “Eres el único con agallas en este equipo para hacerlos”. Los Bulls de 1998 fueron aplastados por Los Ángeles Lakers en el antiguo Forum, si bien en un encuentro con asterisco donde Chicago llegaba con cansancio acumulado por su gira en el Far West. Previamente, el duelo en la Ciudad del Viento personificaría otra respuesta del número 23 a un arranque prometedor de Bryant: 36 puntos, incluyendo 11 de 12 en tiros libres. Bryant (33 en su casillero) sorprendió por acercarse en varios momentos de pausa del encuentro a la leyenda para pedirle consejos sobre sus fantásticos movimientos de espaldas al aro. Con inusual paciencia, el por entonces dueño de cinco anillos de campeón le explicó que la clave era utilizar las piernas para adivinar por donde venía el intento de tapón.
Las lecciones prosiguieron en distintos interregnos. Incluso el inefable Bill Murray acudió a recoger un premio en nombre de MJ porque la estrella se encontraba aconsejando a la joven promesa Laker. Hasta en su tercer anillo de 2002 (frente a los New Jersey Nets), pudo verse a Kobe luciendo la elástica de Michael, algo que provocó el consejo de O’Neal de cambiársela. Los deseos de emulación llevaban incluso a mimetizar cada uno de los movimientos. Salvo en el total de puntos acumulados en su carrera, existen pocas categorías estadísticas donde nuestro protagonista supere a su referente, aunque es de justicia añadir que hay todavía menos profesionales en la NBA que puedan poner sus cifras frente a lo mejor de Jordan y estar tan parejos. La cesión de la antorcha se hizo oficial en marzo de 2003 en el Staples, con Kobe respondiendo con 55 puntos a los 23 del por entonces escolta de los Washington Wizards. Las bromas entre ambos confirmaban lo único que le faltaba a este pulso para estar más arriba en la lista: por diferencia de edad, Jordan era más un mentor para Bryant, quien tampoco le sentía realmente como una némesis, más bien su futuro sucesor en la Corona.
#5 | Defensa contra las artes oscuras
“Es una jugada defensiva asombrosa. Muchos chicos esperarían a que recibiera la bola, pero Bruce Bowen sabe que si Kobe la recibe va a machacar”. Doc Rivers, con su calmada y algo ronca voz, era un técnico desempleado en aquellos instantes que prestaba sus servicios para comentar los encuentros de la NBA en las semifinales del Oeste de 2004. Estaba en el quinto duelo en Texas y no pensaba dejar de elogiar las artes oscuras de un perro de presa muy especial: Bruce Bowen.
La mirada de Bryant a los colegiados contenía frustración. A aquellas alturas no le podía sorprender ninguna treta que hiciera un alero que había elevado a arte el oficio de sacar provecho de la más mínima debilidad del oponente. Pese a muchos agarrones y empujones, a veces sacaba tiempo para preguntarle cosas a su verdugo físico sobre algunos de los muchachos que fichaba Popovich. Hacía poco las cuestiones versaban sobre todo hacia un “chico blanco” venido de Argentina y que respondía al apellido de Ginóbili.
Rivers, inspiradísimo en sus comentarios a lo largo de aquella velada del Far West, escenificó el gran problema del especialista defensivo de los guerreros de El Álamo: brindaba minutos de muy buen control sobre el escolta, pero cuando volvía de breves descansos se encontraba con que el escolta de púrpura y oro estaba totalmente desatado. Con el transcurso de los años, Bowen admitió que esa era la gran virtud de Bryant: podía fallar sus primeros tiros, pero podía terminar la jornada con unos porcentajes espectaculares. No perdía la compostura por algún error inicial. Si bien no pocas de las acciones del Spur sobre la estrella sobrepasaban lo legal, es de sumo interés revisar el trabajo con los pies del perro de presa favorito de Popovich. Adiestrado por el mismísimo Michael Jordan, Kobe tenía uno de los más elegantes y trabajados footworks de la historia de la NBA. De cualquier modo, el tipo duro de San Antonio no se dejaba intimidar por esas espectaculares exhibiciones que lo dejaban a él mal parado en los resúmenes televisivos.
Nunca se escenificó mejor que en otras semifinales del Far West. En este caso, a la altura de 2003. Los dos primeros partidos permitieron muchas alabanzas a la labor de Bowen sobre el socio más devastador de Shaquille O’Neal. Como solía, Bryant respondió en las siguientes citas en el Staples para despejar cualquier duda sobre su presunto mal rendimiento contra esa marca. Sea como fuere, Bill Walton escenificó el sentir de muchos cuando afirmó que se subestimó la ingrata tarea llevada a cabo por el alero, quien provocaba que el killer de la fiebre amarilla se lo tuviera que pensar dos veces antes de entrar a canasta. Además, era consciente de estar muy bien rodeado. En no pocas de las ocasiones en que Black Mamba rompió su cintura, sabía que le estaba dando el carril para recibir la ayuda de David Robinson o Tim Duncan, dos taponadores natos que hacían muy ingrata las hazañas del favorito de Los Ángeles. Ya retirado, Bowen bromeaba con que Kobe era uno de los que afirmaba no echarle de menos y proyectar en sus visitas a San Antonio como algo mucho más placentero. Si no colocamos a nuestro protagonista en una parte más alta del ranking se debe a que traspasó las fronteras legítimas en diversas oportunidades. Otros artistas del juego como Vince Carter o Ray Allen podían dar fe de lo dañino que podía ser colocando los pies tras intentar taponarles un intento de lanzamiento exterior. Algunas las artimañas más dañinas llegaron en 2002, donde se generó controversia alrededor de si había pisado “accidentalmente” la mano de Kobe cuando estaba en el suelo. El respeto texano alrededor de la dupla O’Neal-Bryant quedó patente cuando Popovich, con formación militar en plena época de la Guerra Fría, resumió el terremoto provocado por los Detroit Pistons en 2004: “Es como asistir a la caída de la Unión Soviética”. Tal había sido la autoridad ejercida por la pareja mortífera mientras estuvo bien avenida. Eso sí, no ponemos a Bruce en lo más alto porque varias de sus formas de intentar frenar a su admirado Kobe terminaron siendo de sumo peligro para el físico de la estrella.
#4 La sombra más alargada
Sería injusto decir que se defendieron realmente, más allá de algún momento puntual en el pico de su rivalidad personal. Los tiempos calmaron todo y, merced a embajadores como Bill Russell, Kobe y Shaq enterraron incluso el hacha de guerra. La clase y la fuerza. Nueve anillos entre ambos colosos, tres de ellos obtenidos de manera conjunta. Sin embargo, casi desde el comienzo de su matrimonio deportivo, con Jerry West entre bambalinas, la relación entre los dos resultó compleja.
Phil Jackson, lo más cercano a un psicólogo de los aros, se dio cuenta de la delicada armonía que ambas personalidades necesitaban. Involuntariamente, los incontestables éxitos iniciales de Bryant (3 anillos de campeón mucho antes de la edad con la que LeBron James y Michael Jordan los lograron) serían bajo el amparo de un titán que lo bloqueaba cara a reconocimientos individuales como los MVPs (tanto en temporada regular como las Finales).
“Shaq tiene un ego y envidia infantiles” llegó a señalar en una ocasión dramática, mientras que el pívot tampoco se quedó atrás “La gente piensa que porque mete un par de tiros es un gran tipo… y en el fondo es un payaso”. Luego hubo momentos de Luna de Miel, con Kobe afirmando que Shaquille habría ganado un duelo individual contra Wilt Chamberlain o el gigante elevando a los altares al escolta por sus exhibiciones en el Arco Arena durante los Playoffs. Los Pistons de 2004 crearon un cisma donde no hubo marcha atrás. David Stern, sagaz con los contratos televisivos, puso la fecha en Navidad: Los Ángeles Lakers-Miami Heat. En el pasado, el Comisionado dijo unas palabras que revelaban la importancia que tenía para él la fiebre amarilla: “La mejor Final sería la que enfrentara a los Lakers contra los Lakers. Hay algo fascinante en esa franquicia”. Aquel duelo de diciembre resultó lo más cercano. Sin O’Neal luciendo su misma camiseta, Kobe confirmó aquel curso que podía brillar más… y ganar menos. En el pasado, el pívot incluso tenía un código secreto para indicar a sus otros tres compañeros en pista que ya estaba harto de que el escolta lanzara todo. Y eso que Bryant pudo conocer una versión más conciliadora de Tex Winter, quien juzgó que trató de imponer demasiado a Michael Jordan y mostró un triángulo más flexible a su sucesor, mientras que el Maestro Zen pretendía que se sintiera como un comando de élite, la pieza gourmet que la persona amante del baloncesto paladeaba de verdad.
El eterno y estéril debate incluye algunas actuaciones clave del exterior en los títulos logrados bajo el liderazgo de O’Neal… tan innegables como que el prodigio tuvo (a diferencia de T-Mac o Allen Iverson, entre otros) la fortuna de estar acompañado por una auténtica obsesión para las defensas que liberaba más espacios que nadie. Ello quedó patente en su primer duelo como adversarios: el Laker se disparó a 42 tantos, pero los 24 tantos y 11 rebotes de Shaq habilitaron que los Miami Heat forzaran la prórroga y una posterior victoria. Con 84-87, Kobe quedó encerrado con fiereza por el tipo a quien el Staples ponía la banda sonora de la primera película de Superman cuando defendía sus colores. El escolta logró sacar su tiro, pero erró, mientras su antiguo aliado no le rehuía la mirada. En el pasado, el liderazgo paternalista de O’Neal le hizo muy querido entre los veteranos y jóvenes de la plantilla angelina, aunque no encajaba con el futuro dueño del vestuario. Tipos trabajadores como Derek Fisher eran muy respetados por el talento de Philly, quien criticaba abiertamente los problemas con el peso del center y su dejadez con los tiros libres. El triunfo 102-104 con Bryant errando el triple sobre la bocina supuso un sabor agradable para O’Neal, quien ya había visitado el Staples como paisano y recibidos los vítores de la grada. Impertérrito, Kobe afirmó que le afectaba cero su presencia. La primera intentona de revancha en Florida también supuso otro duro revés en un año duro para el escolta: 25 tantos, 12 capturas bajo los tableros y hasta 4 tapones de su enemigo íntimo, flaqueando solamente en los tiros libres, como en él era habitual.
Sin postemporada por primera vez estando en plenitud de fuerzas, el vacío de Shaquille obligó a nuestro protagonista a reinventarse. Cuando Kobe conociera a Pau Gasol en 2008 estaría más que dispuesto a admitir que necesitaba ayuda desde el interior, no podía ganar él solo. Admitió que le dolió el anillo de los Heat, pero solamente por no ser él quien alzó el trofeo de las manos de David Stern. “El triunfo de Miami fue únicamente el de otro equipo de la Liga”.
De cualquier modo, aquel 2006 marcó que Dwyane Wade era ya el hombre fuerte de los Heat. Puede que el mismo papel que hubiera tenido un Kobe más conciliador y que no se hubiera enquistado con el aspirante a sheriff, incluyendo varias escenas de telenovela delante de todo el resto de la plantilla. Sea como fuere, O’Neal se iría sorprendiendo al ver que el Staples, su antiguo hogar, aplaudía al joven Andrew Bynum plantarle cara tras acabar por los suelos contra el coloso. Algo había cambiado.
De cualquier modo, el pívot que admitió haber querido destrozar el televisor en el salón de su casa cuando Bryant alzó su quinto anillo de forma agónica contra los Boston Celtics, podría afirmar que lució un 7-4 favorable en sus enfrentamientos como rivales. Un canto de cisne llegó en Arizona, cuando se erigió en la respuesta de Phoenix al cambio de paradigma propiciado por la llegada de Pau Gasol a California. En días muchos más pacíficos para su relación, el flamante fichaje Sun, convirtió 33 tantos para demostrar por enésima vez que era un objeto inamovible cuando tenía el balón en la pintura. Kobe respondió con 49, volviendo loco a un especialista en el marcaje como Matt Barnes (quien en Orlando trató de intimidarle en vano con un amago de balonazo y luego sería reclutado en L. A. a petición expresa de la Black Mamba). De cualquier modo, los locales ganaron sin importar que Steve Nash estuviera lesionado. El base canadiense y su doblete como MVP siempre fue algo doloroso para Shaquille y Kobe a partes iguales. Puede que debido a que no comprendieran que, sin sus incomparables dones, el playmaker era capaz de crear atmósferas de vestuario muy positivas sin obligar a elegir bando en guerras civiles de ego. Si en el All Star de 2009 compartieron entre sonrisas el galardón al jugador más valioso, era una lección que aseguraba su proclama de que habrían podido ser algo muy similar a la dinastía céltica de Bill Russell de no haberse separado. Con todo, les faltó la sintonía de otros duetos como Stockton y Malone para saber permanecer unidos en época de vacas flacas.
A través de una divertida grabación de vídeo en el video marcador del Staples, un sonriente Bryant felicitó a su antiguo center en su ceremonia de retirada del dorsal. catalogándolo como el más increíble espécimen físico que hubiera conocido. Tal vez, como Escipión el Africano con Aníbal en la lista de mejores generales de la Historia, el rol de Shaquille haya sido evitar calificar a la Black Mamba como la figura indiscutible de la dinastía angelina en el nuevo milenio. El perro grande de la NBA. Su mejor socio en pista… y un rival peligroso cuando vestía otros colores.
#3 | El príncipe
De todos los que afrontaron el reto fue uno de los más exitosos. También de los más discretos. Preguntado durante su visita a un campus en España sobre las claves de su gran marcaje a Kobe en las Finales de 2004, Tayshaun Prince se dedicaba elogiar sobremanera las ayudas planteadas por la colosal figura de Ben Wallace y los sistemas diseñados por el staff técnico de Larry Brown. A lo largo de aquella lucha por el anillo nadie daba un céntimo por Detroit en los análisis previos. Un barrido frente a los Cuatro Fantásticos (Karl Malone, Gary Payton, Shaq y el propio Kobe) era la apuesta fácil, si bien desde el primer encuentro en el Staples Center resultó palpable el firme cemento de los de Michigan, bendecidos tras el parón del All Star con el aterrizaje de Rasheed Wallace. Tras probar con el veloz Richard “Rip” Hamilton, Brown iría cada vez más convenciéndose de que los largos brazos de Prince eran la mejor receta para frenar a Bryant en su año más duro en lo personal, aquel donde tuvo que acudir a las cortes judiciales de Colorado bajo una acusación tan grave como la de violación. Alzar el título parecía lo único capaz de mantener su matrimonio a la italiana con O’Neal y el propio Jackson, algo que beneficiaba al vencedor de la Conferencia Este, una auténtica familia con el base trotamundos Chauncey Billups como floor general.
Un triple de dibujos animados del escolta Laker para forzar una prórroga imposible y dar el único triunfo a L.A. en el segundo juego confirmó que Prince siempre debía estar alrededor del killer. En más de una veintena de duelos, Prince mantuvo a Kobe en unos números excelentes (24’2 tantos, 5 rebotes y 4’8 asistencias), pero asumibles para el usual poder devastador que tenía. Con su inteligencia fue capaz también de aislar al díscolo talento de su clásica conexión con Shaq cuando las cosas se ponían realmente mal para la dinastía angelina. La noche más especial para Prince sucedió en el Palace de Auburn Hills, donde se demostró capaz de poder dejar entrampado a Bryant, pese a su gran juego de pies, para verse rodeado con las eficaces ayudas de sus camaradas de Detroit. Además, el jugador de segundo año era muy versátil y podía rebotear tanto en ataque como en defensa para ser un quebradero de cabeza a ambos lados de la cancha. A juicio del propio interesado: “Con Kobe sabía que tenía que aprovechar mi altura, tratar de presionarlo y que no pudiera hacer su fadeaway”. En cualquier entrevista sobre el tema puede valorarse lo mucho que el Piston admiraba el juego de Black Mamba, si bien, a su entender, en la Conferencia Este conoció a los pocos años un reto incluso más temible: LeBron James, debido a la impresionante explosión que albergara el genio de Akron. Curiosamente, en 2008 disfrutó jugando con los dos para colgarse el oro olímpico.
#2 La Némesis amistosa
Se trata de un argumento de autoridad. Toda persona que haya vistos partidos de Kobe Bryant está en su legítimo derecho de dar su opinión libremente acerca de quién es el defensa que peor se lo ha hecho pasar. Convendremos, en cambio, que el criterio de Phil Jackson resulta algo más que digno de ser tenido en cuenta sobre otras apreciaciones. Nadie dirigió más a aquel talento volcánico y complejo, hasta el punto de que el Maestro Zen exorcizó algunas de sus rencillas con Bryant en el célebre libro The Last Season: A Team in Search of Its Soul (2005). Ninguno de los dos podía intuir que les quedaba otra gloriosa etapa donde enterrarían el hacha, llegarían a tres Finales y lucirían dos anillos más para su extensa colección.
Paralelamente intentaban reconstruir su relación técnico-jugador, Jackson quedó muy sorprendido por la actuación de un Sixer de segundo año. Kobe parecía inspirarse especialmente en su ciudad natal, Filadelfia, lugar donde no era especialmente querido y solía recibir abucheos. De cualquier modo, aquel día finalizó con 17 puntos y unos discretos porcentajes (7 de 27 en tiros de campo). En opinión del estratega angelino, el culpable era el imberbe Andre Iguodala, un explosivo alero de 1’98 metros de altura, gran versatilidad e ideal para hacer la vida más fácil a Allen Iverson.
La prensa norteamericana hizo lucir en titulares la opinión del antiguo mister de Michael Jordan: nunca había visto a nadie marcar así de bien a Kobe. Además, sin faltas especialmente duras o recurriendo a trucos psicológicos. El propio afectado tomó la matrícula de aquel recién llegado a la NBA que parecía saber muy bien cómo enfocar su carrera. Era curso baloncestístico 2005/06 y el mortal escolta se movió con calma en los pasillos del Staples Center cuando los 76ers devolvieron la visita: “Decidle a Andre que esta noche serán 50”.
Estaba en el radar de un auténtico depredador e Iguodala pudo ser testigo en directo de un recital de 48 puntos por parte de Bryant, pletórico y con ganas de recordar al mundo que nadie podía pararle dos veladas consecutivas. De cualquier modo, el jugador de Philly encajó el correctivo con buen ánimo y resultó frecuente que la estrella de California lo distinguiera ante los medios de comunicación.
“He sido muy fan de él desde su época en Arizona. Siempre he intentado aconsejarle sobre el juego y todo ese tipo de cosas. Me alegra ver que se encuentra en una situación tan cómoda. Está realizando un gran trabajo. Es un excelente defensor. Se está pippenizando gracias a la habilidad con que cubre la pista”. Este testimonio de diciembre de 2012 mostraba la curiosidad con la que la leyenda estaba viendo el fichaje de Iguodala por los Denver Nuggets. Usar una comparativa con Scottie Pippen era un tremendo elogio viniendo de Kobe. Pese a las agrias disputas entre ambos durante la rivalidad Lakers-Blazers a comienzos del siglo XXI, el antiguo admirador de Michael Jordan valoraría posteriormente hasta el extremo las enseñanzas que el antiguo lugarteniente de los Chicago Bulls había regalado a las personas amantes del juego: “Si fuera un chico joven que llega a la NBA y quiere mejorar en defensa vería todos los vídeos de Scottie Pippen. Ese tío era un genio”. A diferencia de Patterson, Bell y otros cazadores, Iguodala siempre buscó corresponder a los piropos. Interrogado por el legado del de púrpura y oro, el sexto hombre de la gloriosa dinastía de los Golden State Warriors de Steve Kerr afirmó que no veía ningún punto débil en los sistemas de ataque y técnica individual de Bryant. De hecho, ambos hombres compartían a Rob Pelinka como agente y siempre hubo rumores de que el astro susurraría algo a la familia Buss para intentar vestir de amarillo a un secundario de lujo que luciría cuatro anillos de campeón al final de su carrera.
De hecho, Iguodala puede presumir de haber recibido “solo” 24’6 puntos de media a cargo de un auténtico devorador de récords individuales. La única pega que podemos poner a estos duelos es que nunca tuvieron reflejo en postemporada y que la mejor etapa del defensa en los Warriors coincidió con la decadencia hollywoodiense.
#1 | Historia de unas zapatillas
Es de justicia que para el primer puesto recurramos al propio juicio del interesado. Para ello debemos recurrir a unas zapatillas firmadas que el genio Laker entregó a un defensor que lucía la elástica de los Memphis Grizzlies: “A Tony, el mejor defensor al que me he enfrentado nunca” era la bonita dedicatoria de un competidor fiero que no se caracterizaba por repartir elogios de manera altruista.
¿A qué Tony se refería? Nada menos que a Tony Allen, un auténtico conocedor de cómo proteger el perímetro de su canasta y a quien Bryant recordaba de una manera muy detallada: “Jugaba el uno contra uno sin pedir ayudas. Su trabajo era ponerse siempre delante de mí, perseguirme de cerca por todos lados. Y lo hacía”.
Como todos los que tuvieron que cruzarse con el que muchos llamaron el heredero natural de Michael Jordan, Allen tuvo que sufrir algún recital a su costa. Nada hay más duro que ser el marcador del mejor jugador visitante en el Boston Garden cuando la celebridad acaba con 43 puntos y más del 50% en sus tiros de campo. De cualquier modo, Tony mostraría ser un estudioso del baloncesto y logró hacer el trabajo del escolta realmente complicado. A diferencia de muchos, solamente en dos ocasiones más hubo de padecer que Kobe le endosara más de 20 puntos Pudiendo añadir a su candidatura tres inclusiones en el mejor quinteto defensivo de la NBA, Tony Allen pudo presumir con los orgullosos verdes el haber sido una auténtica molestia para LeBron James durante las semifinales de la Conferencia Este en la primavera del año 2010. Nacho Doria, una de las cabezas rectoras en la legendaria Gigantes del Basket, subrayaba el juicio del propio Kobe y recordaba que es uno de esos atípicos casos en los que el cazador podía presumir de tener un 50% de victorias contra aquella pesadilla que martilleaba a los aros ajenos. Según confesó a la cadena ESPN, la gente no estaba acostumbrada a elogiar sus virtudes conteniendo al mejor del rival porque durante mucho tiempo vivió en unos Boston Celtics en dinámica perdedora. Por fortuna para él, el desembarco de Kevin Garnett y Ray Allen en 2008 para unir fuerzas con Paul Pierce le dio un papel preponderante en los esquemas de Doc Rivers y su gurú defensivo Tom Thibodeau. Solamente sus percances con el tendón de Aquiles le impidieron estar más presente en el anillo para la franquicia del trébol, aunque a Bryant se lo vio realmente incómodo cuando debía anotar sobre él.
La revancha californiana en 2010 no fue en desdoro de la fantástica defensa céltica, con Allen volviendo a dar muestras de ser más que capaz de alargar el esfuerzo de la Black Mamba. La resolución además dio a Bryant un MVP donde muchos señalaron a Pau Gasol, puesto que los porcentajes de la leyenda resultaron discretos y los orgullosos verdes sufrieron en sus carnes jugarse el último cuarto en el Staples con un arbitraje tendente a proteger a los astros locales en el último tramo. No solamente Kobe habló siempre maravillas de Tony, otro devorador de la anotación como Stephen Curry no vacilaba en señalarle como el mejor perro guardián del perímetro. Lo hizo, además, con más limpieza que Bowen y con una rivalidad prolongada que incluyó partidos decisivos por el anillo. De hecho, casi leyendo la mente a nuestro protagonista, le hizo el máximo elogio que se le podía arrojar al dorsal 24 de L. A.: “Fue el Michael Jordan de nuestra generación”.
A diferencia de otros de los ilustres citados, el defensa de Memphis y Boston no hablaba casi nunca con su defendido. Tenía horas de grabaciones que había estudiado como para una oposición que ya lo hicieron por él. Sabía que estaba frente a uno de los mejores competidores de todos los tiempos.
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