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Objetivo Europa

La caída del imperio toscano

Durante más de una década, Montepaschi Siena fue el último descendiente de la clase noble de la LEGA. Una historia que de derrumbó de repente entre problemas financieros y legales, que tumbaron para siempre a un gigante histórico.

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Se evaporó como un sueño. Aquella época de gloria quedó puesta en tela de juicio. Pasamos de hablar de Bo McCalebb, Igor Rakočević o Michalis Kakiouzis a constantes investigaciones en la fiscalía de Siena. Los abusos en el crédito y otras irregularidades revelaron las miserias de un imperio que, como el imponente conglomerado de Felipe II, escondía bajo las alfombras el espectro de la bancarrota. Ferdinando Minucci, el antaño orgulloso presidente del Montepaschi Siena, fue condenado a arresto domiciliario.

El Monte dei Paschi presumió con frecuencia de ser la entidad bancaria más antigua del mundo. Con mucha ironía, el periodista Pablo Ordaz afirmaba que nunca fue sencillo en la Toscana señalar si el banco pertenecía a Siena o al revés. Como era lógico, las finanzas en la localidad mantenían excelentes relaciones con la clase política, estableciéndose fuertes vínculos que el país de la Azzurra conoce a la perfección desde el Renacimiento.

Por supuesto, pronto tuvieron intereses en una de las instituciones deportivas más importantes del lugar. Un matrimonio a la italiana tan plagado de altibajos como podía serlo el de Sophia Loren y Marcello Mastroianni para la gran pantalla. Conviene recordar con calma sus luces y sombras bajo el anhelo de una Euroliga que nunca se materializó entre tantos éxitos.

La gloria esquiva en el Sant Jordi

“Bulleri nos mató”. Ergin Ataman ya era un entrenador apasionado. El hombre en el banquillo durante el ciclo de gloria del Anadolu Efes ya tenía muchos de sus tics y exageraciones durante su periplo en Italia, país caro a sus afectos por los negocios de su linaje en suelo transalpino. Su Montepaschi Siena era un conjunto alegre, joven y vistoso, capaz de colarse con todo el mérito en la Final Four celebrada en la Ciudad Condal.

Con fichajes de relumbrón como el norteamericano Alphonso Ford, cuyos méritos de aquel curso baloncestístico se tradujeron en su elección dentro del quinteto ideal de la Euroliga, el cielo parecía el límite. Llegaron a estar 34-16 abajo en el electrónico, pero consiguieron anular al habilidoso Tyus Edney y protagonizar una intentona de remontada épica, frenada únicamente por la sangre fría de los hombres de Ettore Messina desde la línea de tiro libre para que su Benetton de Treviso sobreviviera. Bulleri y su descaro juvenil impidieron la debacle de los blanquiverdes, si bien Michalis Kakiouzis consideró que les mató el tibio primer cuarto, puesto que el sobresfuerzo de ir tanto tiempo atrás en el marcador les dejó sin energías para el zarpazo final.

Con todo, algo cambió cuando se pusieron en aquel escaparate tan especial. De hecho, ya en 2002 habían logrado despedir por todo lo alto a la difunta Copa Saporta, doblegando nada menos que al Pamesa Valencia. Fue un duro duelo, debido a que los taronjas poseían a curtidos guerreros como Bernard Hopkins, pero el bando de Siena pudo hacer prevalecer los puntos del incombustible Petar Naumoski y la dirección de Vrbica Stefanov. Pudieron llevarse el cetro continental a casa.

Nada mal para una entidad deportiva que había arrancado en la máxima categoría italiana en un año tan tardío como el de 1973. Stefano Fini, uno de los grandes conocedores de la historia de las canastas en Siena desde los días de la pionera Nomi Pesciolini, ha subrayado su fuerte vínculo con el histórico banco de su ciudad. Sagazmente, el corresponsal Ismael Monzón afirma que aquel lazo siempre fue una relación indirecta, aunque muy estrecha. Debido a su condición como monte de piedad, no pudieron ser inversores sin intermediarios hasta la salida en bolsa a la altura del año 2000. Los pasos se estaban dando de una manera más que correcta.

Tiempos de bonanza

Esa inyección económica se notó de inmediato. No solamente festejaron el campeonato doméstico, volvieron a hacer una campaña de Euroliga magnífica que llevó a la escuadra al mítico pabellón de la Mano de Elías. En aquellos momentos, Ergin Ataman había sido sustituido por una auténtica institución del pallacanestro, Carlo Recalcati. Un zorro de los banquillos que ya había brillado como jugador de los años dorados del Cantù. Gracias a Siena, logró igualar una marca que el mítico Valerio Bianchini había establecido: ganar con tres equipos distintos el scudetto.

Allí les aguardaba, otra vez, un rival que venía de su propia patria. El Skipper Bolonia se presentó en Tel Aviv dispuesto a desmentir todos los tópicos existentes alrededor del catenaccio. Bootsy Thornton, el gran referente de los de Siena en dicho curso, no encontró su ritmo de juego y los pupilos de Jasmin Repeša mostraron un acierto impresionante en los lanzamientos de tres puntos.

No obstante, apelando a la presencia de ánimo que habían mostrado en Barcelona, la plantilla de Montepaschi volvió a sacar fuerzas de flaqueza a través de una hábil defensa zonal y el coraje de jugadores como Kakiouzis. El último cuarto supuso una oda al baloncesto en particular y el deporte en general. Un hermosísimo duelo de francotiradores, además del resurgir de Thornton, quien logró desencadenarse de las ataduras boloñesas para mostrar su auténtico nivel.

Todo culminó en una prórroga brillante que cerró una jornada memorable que siempre sería recordada: 103-102 para el Skipper, una auténtica daga al corazón para sus compatriotas del Montepaschi, quienes no administraron bien los últimos 14 segundos de los que dispusieron para dar la réplica a sus contrincantes. “Ha sido un partido a cara o cruz”, admitió con elegancia un decepcionado Recalcati, puesto que habían acariciado una hermosísima victoria de la que, entre otros, les privó un mago argentino llamado Carlos Delfino.

De la mano de Recalcati, la sociedad Mens Sana Siena tuvo un trienio más que interesante, donde lograron añadir la Supercoppa, si bien hubo una mancha en el camino que al perfeccionista estratega no se le olvidaba: “Para mí, son tres años de resultados positivos, pero siento no haber traído la Euroliga”. Fueron sus palabras en 2006, justo cuando el curtido maestro Svetislav Pešić les dio la sorpresa con su Lottomatica Roma en los cuartos de final de la postemporada liguera. Estaban en progresión, aunque era innegable que debían agitar la coctelera para evitar quedarse estancados.

El ciclo glorioso

Llevaba toda la vida allí. Desde mediados de la década de los noventa del pasado siglo se había formado como preparador de las categorías inferiores de Siena. Simone Pianigiani era una esponja, el alumno más aventajado del maestro Carlo Recalcati. En la directiva no hubo dudas a la altura del verano de 2006 para darle los mandos de la nave, puesto que su pizarra estaba preparada y conocía todos los entresijos de la institución. No pudo ser mejor el debut, incluyendo un entorchado liguero que llenó de jolgorio al Palasport Mens Sana para soñar con nuevos asaltos a Europa.

En aquellos días, Terrel McIntyre llevaba la batuta como el mejor asistente de la escuadra y el hombre referencia a la hora del lanzamiento exterior. Formado en la Universidad de Clemson, su madurez combinaba a la perfección con un jugador tan aplicado como Vlado Ilievski, un siempre fiable conductor de origen macedonio. Dentro de los escoltas de la plantilla, la estrella llamada a brillar más era la de Rimantas Kaukėnas. En líneas generales, Siena mostraba un proyecto sólido donde se alternaban promesas de la cantera como Simona Berti con extranjeros de calidad contrastada como Romain Sato. La directiva apostaba por estadounidenses que hubieran demostrado adaptarse bien a la cultura transalpina; tal era el caso de Shaun Stonerook, quien se había fogueado en todo un clásico de la península itálica como el Cantù antes de marchar a uno de los mejores equipos que había en aquellos instantes dentro de la Euroliga.

Entre las pocas fisuras de aquel roster, solía considerarse que Kšyštof Lavrinovič tendía a la irregularidad y que, debido a su calidad, había que exigirle más en los momentos calientes de la temporada. Sea como fuere, el Pianigiani de aquella época ya estaba haciendo mucho ruido entre los estrategas de la canasta con un porcentaje de triunfos superior al 90%.

«No tenemos superestrellas, pero sí diez muy buenos jugadores que, jugando como un equipo, nos hacen ser muy duros». El nuevo inquilino del banquillo estaba muy orgulloso de todo lo que estaban llevando a cabo. A comienzos de la temporada 2007/08, nadie podía dudar de que existían pocos peores dolores de muelas en la Euroliga que tener que viajar a la Toscana. Shaun Stonerook, un ala-pívot rocoso y eficaz a ambos lados de la cancha, era la seña de identidad de un juego coral sin fisuras y donde la defensa del rival no podía centrarse en detener únicamente a uno o dos jugadores.

Por aquel entonces, ya estaba claro que para el Montepaschi su campeonato italiano se estaba quedando corto. A lo largo del torneo europeo fueron tomándole el pulso a los verdaderos retos, siendo considerados por los expertos uno de los auténticos favoritos a levantar el cetro continental a la altura del Top 16. De hecho, eran la máxima representación del concepto equipo, ni siquiera una baja tan sensible como la de Kaukėnas les impidió marcar su ritmo. Desde los despachos consiguieron a Héctor Romero y Drake Diener.

Marvis Thornton y McIntyre se recuperaron justo a tiempo. De hecho, los italianos pudieron presumir de ser los primeros en clasificarse para la Final Four que se iba a celebrar en Madrid. Venciendo sin apuros en un feudo tan complicado como el de Abdi Ipekci, los sieneses dejaron en la estacada al Fernerbahçe tras apenas dos partidos de su eliminatoria. Nunca se les había visto tan fuertes y confiados frente a su tope en la competición que les obsesionaba.

La pesadilla amarilla

Los tenían a su merced. El Montepaschi se encontraba 36-20 arriba y el Maccabi Tel Aviv parecía una sombra de lo que había sido en el ciclo glorioso de Šarūnas Jasikevičius y Anthony Parker. Nada cambiaría en el tercer cuarto, casi pareciendo que aquellas semifinales eran una prolongación de su hegemonía en la Lega. Eso sí, la grada estaba plagada del color amarillo de los macabeos, incombustibles al desaliento. Sin importar las indicaciones desde la banca por parte de Zvi Sherf, la pareja McIntyre y Stonerook volvió locos a los jugadores hebreos.

Conforme avanzaba el encuentro, veteranos eternos como Derrick Sharp aportaron su experiencia para ir desestabilizando al Montepaschi. Probablemente, con un mejor día desde la línea de tres puntos, Simone Pianigiani habría podido prevalecer, pero la pólvora se secó en el peor momento. Usando su propia experiencia contra la Benetton y Skipper, los campeones italianos sabían que debían sostenerse y esperar el agotamiento del rival que venía desde atrás, logrando mantener el partido empatado (78-78) a falta de tres minutos.

Fue la jornada del brasileño Álex García en una de sus mejores performances como amarillo. Los 45 triples intentados por el Montepaschi escenificaron un atasco histórico que les alejó de una gloria que ya estaban acariciando. El Maccabi convirtió los mismos que ellos (11), pero en apenas 22 aproximaciones desde la línea de 6’25. Auténticos clásicos de la Euroliga como David Bluthenthal personificaron las estocadas que quebraron a un club que soñó buena parte de la velada con romper su maldición, el último muro a la grandeza.

Volvieron a consolarse en la casa. La Lottomatica Roma únicamente pudo robar un encuentro en la final, si bien a los hijos de la Loba les quedó el consuelo de ser los únicos en los Playoffs de la Serie A capaces de arrebatarles un triunfo a los sieneses, enfocados sin freno a su three-repeat.  

Síndrome de Lampedusa

Nada había cambiado. Ni siquiera sutiles modificaciones para que las cosas permanecieran como antaño era preciso en Siena. En las postrimerías del verano de 2008 lograron batir al Air Avellino, el sorprendente campeón copero del curso anterior. Con McIntyre justo donde lo había dejado, el eterno campeón liguero pudo disfrutar de su reciente fichaje, Henry Domercant, el cual salió muy motivado para ayudar a su nuevo club a levantar la Supercoppa. Fruto de la superioridad, los minutos finales permitieron al Palasport Mens Sana hacer debutar a Simone Centanni, un canterano de apenas 17 años de edad.

Una apisonadora. Por más que los libros de cuentas terminasen desmoronando el imperio toscano, conviene recordar los tiempos donde fueron el condotiero más temido de Italia. Pianigiani tenía 90-8 en las temporadas regulares y un todavía más inconcebible 25-2 cuando tocaban las eliminatorias. Un nuevo campeonato italiano llegó con una autoridad incontestable. En el camino hacia el título se permitieron ganar en el Palaverde por 20 tantos en una exhibición que la Benetton no había sufrido desde los días del Tau Cerámica de Luis Scola y Duško Ivanović.

A ese éxito debían sumar la primera Coppa Italia de su palmarés. Fue en una severa batalla contra la Fortezza Bolonia, liderada en anotación por Keith Langford. El Montepaschi sacó sus fuerzas del bloque, sobresaliendo los rebotes de Benjamin Eze, además de la aportación en el ataque de Henry Domercant, sin poder subestimarse el influjo del lituano Kšyštof Lavrinovič.

Por desgracia, la Euroliga volvió a atragantarse después de dos rondas iniciales muy sólidas. Tuvieron la mala fortuna de quedar emparejados contra el Panathinaikos, una escuadra que había invertido muchísimo dinero del clan Giannakopoulos para verse privada de la gloria que les aguardaba en Berlín. Los sieneses fueron capaces de robar el segundo choque en el OAKA, pero los diabólicos ajustes de Željko Obradović lo truncaron. El zorro plateado modificó la mentalidad del campeón griego en el vuelo a la Toscana para explotar carencias hasta ese momento inéditas para los dueños de la Lega.

Envidiados y temidos

Dentro del panorama italiano, nadie como el Montepaschi podía presumir del exquisito balance de robos y pérdidas de balón, porcentajes de acierto en tiros de campo, estadísticas defensivas, etc. Benjamin Eze se había confirmado a comienzos de la campaña 2009/10 como el alma defensiva de aquel proyecto tan sólido y que suscitaba envidias en lugares de tradición augusta como Milán o Varese. El escolta nacional Marco Carraretto estaba cada vez más consolidado y compenetrado con Terrell McIntyre. Buscando dar el salto de calidad y poder descargar de responsabilidad a figuras como Sato, llegaron Nikos Zisis y una eminencia en la pintura como Denis Marconato.

De igual manera, hubo reencuentros emotivos: Rimantas Kaukėnas sintió algo especial. “Va a ser muy raro jugar bajo la camiseta con mi número retirado”, reconocía el lituano cuando su club de por aquel entonces, el Real Madrid, iba a medirse contra el Montepaschi Siena. Por gratitud a sus cuatro años de servicio, el equipo italiano había retirado su dorsal. Preguntado por los medios madridistas sobre qué podía esperarse del viaje a la Torre del Mangia: “Actúa como un equipo, sin estrellas e individualidades, con jugadores tremendamente atléticos y polivalentes. Es muy difícil jugar en su cancha; los aficionados animan mucho”.

No fue el único reencuentro. Si el Montepaschi tenía a Kšyštof Lavrinovič, su hermano Darjuš defendía la elástica blanca. El duelo entre los dos gallitos resultó algo terrible para los intereses del primero. Estando ambos detrás del Maccabi Tel Aviv y quedando fuera de la ecuación el Maroussi de Gracia, la segunda plaza estaría en liza entre españoles e italianos. Los dos se repartieron las victorias, haciendo valer el factor cancha, si bien Sergio Llull obró un milagro que luego sería muy habitual para la entidad merengue. Un aclarado dibujado por Ettore Messina permitió un triple inverosímil que dejó boquiabierto al sempiterno candidato a esa ansiada Euroliga.

Con el impacto del golpe del menorquín todavía presente, el Montepaschi se preparó para dulcificar su transición. McIntyre no seguiría y tampoco Sato. Presencias importantes en el rebote como Marconato o Eze hicieron asimismo las maletas. Buscando un nuevo ídolo que levantase a la grada del asiento con su anotación, el Montepaschi consiguió los servicios de Lester “Bo” McCalebb, un exterior que había hecho mucho ruido durante su periplo en el Partizan de Belgrado. Nikos Zisis buscaría acompañarle y quitarle algo de presión anotadora.

Pietro Aradori, por aquel entonces uno de los niños prodigio de las canastas transalpinas, fue seducido desde el Pallacanestro Biella para defender los colores del tetracampeón italiano. Después de un frustrado paso por la NBA, se lograron de igual manera los servicios de Malik Hairston. Con otras buenas incorporaciones en el mercado de fichajes, se confiaba en que mantenían los suficientes restos del anterior bloque (Kšyštof Lavrinovič y Shaun Stonerook), sumado el retorno del hijo prodigo, Rimantas Kaukėnas, frustrado de su paso por la capital española.

McCalebb tardó poco en dejar su tarjeta de presentación. Fue el MVP de la Supercoppa donde arrasaron a otro clásico de su país, la Virtus Bolonia. De hecho, no defraudó aquella nueva versión de la dinastía cuando arrancaron en el Viejo Continente, siendo primeros de grupo frente a rivales tan potentes como el Regal Barcelona comandado por Xavi Pascual, vigente defensor del título. Quiso el azar que pronto volvieran a verse las caras contra el Real Madrid, su anterior verdugo.

Los imprevistos de lesiones obligaron en aquella campaña a recurrir a los servicios de Marko Jarić. De nada sirvió, puesto que la escuadra hispana mandada por Ettore Messina solamente cedió el último encuentro contra ellos cuando ya estaba decidido su liderato de grupo. El Montepaschi había perdido aurea y sin ventaja de campo cedió fácilmente el primer encuentro en El Pireo, quedando duramente golpeados por Vassilis Spanoulis y sus camaradas del Olympiacos. Cayeron por 48 puntos contra los griegos y las críticas fueron severísimas.

Entonces algo hizo clic en la cabeza de Malik Hairston, quien sorprendió a todo el mundo con una actuación colosal para recuperar el orgullo perdido. Sus 19 puntos y 11 rebotes le acreditaron una valoración de 32 y empezó a contagiar las dudas en el campeón ateniense. En resumen, se fue produciendo una de esas metamorfosis de ánimo que truncan todas las predicciones previas. Marko Jarić se sacó de la chistera su mejor versión al regresar a la Toscana, alcanzando los 24 puntos y seleccionando con el mimo de una comadrona los tiros que debía realizar. El alero David Moss puso músculo para trabajar bajo tableros y producirse sus puntos para desesperación de los helenos, incapaces de evitar un 81-72 que los colocaba frente al abismo.

Pese a contar con maestros en el control de los encuentros como Papaloukas, el Olympiacos protagonizó 20 pérdidas de balón que fueron castigadas por un underdog que acariciaba la Final Four. El PalaEstra se puso sus mejores galas para una velada muy especial. Hairston, en el mejor momento de su carrera, colocó 25 puntos en su casillero, sin importar el esfuerzo de guerreros incombustibles como Ioannis Bourousis. Fue una de las sorpresas más mayúsculas en la historia de la Euroliga y el viaje a Barcelona parecía que iba a permitir saldar una vieja deuda.

La pesadilla interminable

Los ruidos del Palau fueron silenciándose. Aquel fin de semana de 2011 supuso, hasta la irrupción del Armani Milano muchos años después, la última participación de un conjunto italiano en una Final Four. Las semifinales contra el Panathinaikos constituyeron un agridulce recuerdo, uno de los últimos instantes de grandeza, pero asimismo la confirmación de una auténtica maldición cuando apenas se estaba a un paso de conquistar la gloria.

El campeón griego se encontraba en un momento dulce y no se impresionó por el excelente arranque de los italianos. Pianigiani, un técnico de contrastada solvencia, agotó demasiado pronto sus tiempos muertos, mientras que Željko Obradović supo administrar mejor los momentos clave para arengar a sus hombres. Viejos rockeros como Mike Batiste o Kostas Tsartaris supieron cerrar filas para dejar vigiladas a presencias como la de Malik Hairston.

Fue una lección muy dura para los transalpinos. De la mano de un Diamantidis en perenne estado de gracia, los atenienses lograron ralentizar cada posesión, alargar el partido y saber producir siempre que sonaba la bocina. McCalebb buscó liderar un momento de orgullo, aunque paulatinamente irían desangrándose frente a una potencia que iba camino de su sexto entorchado de la Euroliga.

El consuelo volvió a llegar en la Lega. ¡Y de qué manera! Simone Pianigiani podía presumir de haber igualado un récord establecido por el Olimpia Milano de hasta cinco scudettos de manera consecutiva. Un dominio insultante al que se debían sumar cuatro Supercoppas y hasta tres Coppas de Italia. Si analizamos con lupa las series finales transalpinas, podemos apreciar la hegemonía tan apabullante que en aquellos instantes rodeaba a toda la península itálica.

Bennet Cantù podía sentirse muy satisfecho como club de haber podido alcanzar la última instancia, pero sus estadísticas eran demoledoras contra la maquinaria sienesa: habían perdido más de veinte partidos consecutivos contra ellos. De hecho, la grada canturina celebró como un trofeo personal haber podido ser capaces de batir en el tercer partido a su oponente. Aquel tropiezo convenció al Montepaschi de que no debía jugar a anotaciones altas y ralentizó los siguientes choques para reducir a los hombres de Cantù a apenas 63 tantos.

La satisfacción podía durar poco mientras siguiera el espectro europeo. El presidente Ferdinando Minucci prometió los fichajes de estrellas como David Andersen o Mario Kasun, confirmando aquellos cheques en blanco que brotaban de la nada y eran vistos con ansiedad por el resto de los oponentes de su país.

Últimos asaltos a Forlí

Era la guarida del león. Cuando el Gescrap Bizkaia inició su periplo por el Top 16, los pupilos de Fotis Katsikaris tuvieron en cuenta un dato que pesaba como una losa para todos los visitantes: de cada cien partidos que disputaban en su pista, ganaban noventa y tres. Sin importar que los vascos hicieron una gran primera mitad, el Montepaschi impuso sus leyes con el coraje de Caterina Sforza.

Por una de esas curiosidades, los transalpinos terminaron gobernando un grupo que estaba plagado de potencias ACB como Real Madrid o Unicaja. McCalebb tuvo varios instantes de gloria como su liderazgo para endosar un parcial de 3-22 a favor de los suyos en la capital española, logrando un triunfo a la postre decisivo para llevarse la primera plaza. Contaban con poder volver a dejar frustrado al Olympiacos.

Sea como fuere, ni Spanoulis ni Printezis estaban dispuestos a darles esa alegría. Encaminados a lograr un heroico título en Estambul, los rojiblancos robaron el primer duelo en Italia y no dieron marcha atrás. Nadie podía imaginar que la eliminación en El Pireo era la antesala de una decadencia tan precipitada. Lo que pareció un breve alto en el camino, se convirtió en el descenso a los infiernos deportivos.

Mens Sana

Incluso técnicos tan reputados como Sergio Scariolo les habían señalado. De ser un equipo ilustre y admirado, pasaban a ser los parias de la Lega. Dentro de un año 2013 que pareció una pesadilla, David Rossi, portavoz del banco más antiguo, había aparecido muerto entre rumores sobre si había sido un suicidio o había algo incluso más siniestro. El fallecido había quedado bajo una ventana abierta de su oficina. Antaño, aquel edificio era una fortaleza del siglo XIV.

Los malos números dejaron la sensación de que todo estaba en venta. Únicamente el competitivo Daniel Hackett y Tomas Ress se mantuvieron como supervivientes del ganador bloque anterior. El EA7 Emporio Armani Milano aguardaba con los brazos abiertos y la cartera llena a David Moss, una pieza fundamental en el Montepaschi, y al técnico Luca Banchi. Le sustituiría Marco Crespi, hombre con experiencia en la ACB y que iba tener el reto de trabajar con hasta diez profesionales venidos de la NCAA y con poca experiencia en las lides continentales.

Otros como Bobby Brown decidieron navegar a aguas financieras más tranquilas y aceptaron los cantos de sirena de un país en bonanza como China. En un clima de recomposición no puede negarse que los recién llegados lo intentaron, hasta el punto de quedarse a apenas una victoria del Bayern de Múnich para poder disputar la siguiente ronda de la Euroliga. En Italia, dentro de un panorama decadente en rendimiento deportivo que hacía aflorar la nostalgia, resultaron capaces de plantarse en plena final de la Lega, mostrando gran coraje.

Dibujando en la pizarra estaba Luca Banchi, un entusiasta entrenador que se había formado con paciencia bajo la sombra de Pianigiani. Ahora era su oportunidad de brillar con luz propia. Por supuesto, el adversario iba a ser el Emporio Armani Milano. Perdido el primer partido de la serie, el Montepaschi no pudo lamerse las heridas. Egidio Bianchi hizo una proclama que dejó helado a todo el campeonato italiano: el club iba a liquidarse. Los intentos de patrocinio y buscar buena voluntad por parte de la Federación no estaban dando los frutos deseados y los inversores no venían con claridad aquella apuesta de un proyecto que desprendía un aire de descomposición inquietante. 

Por ello, debe recordarse un instante de gloria entre tanta leyenda negra, una capacidad de resiliencia que mostrase que lo ocurrido sobre el parqué no había sido una mentira. En una atmósfera irrespirable, el Montepaschi, en plena cruzada por su octavo campeonato liguero consecutivo, logró forzar un séptimo encuentro en el Forum de Milán, provocando que toda la Lombardía se preguntase si íbamos a presencia el más hermoso canto de cisne.

De hecho, la octava Liga pudo haber ocurrido durante la gara 6, una noche que Siena nunca podría olvidar. Con 72-72 y la posesión para los locales, el Montepaschi no convirtió y Curtis Jerrells silenció al pabellón con un lanzamiento de tres más propio de un videojuego. De repente, la noche cayó sobre el vigente campeón y la continuación de la eliminatoria parecía la crónica de una muerte anunciada.

De nada había servido la exhibición de pundonor a cargo de Daniel Hackett para liderar a sus camaradas a otra increíble resurrección. Jerrells provocó el peor déjà vu para sus rivales con otra daga lejana que colocó el 62-62. Ahí empezó a naufragar el navío de Siena que había buscado resistirlo todo. La fuerza de interiores como Othello Hunter había permitido a la dinastía mantenerse un poco más, pero ahora venía un nuevo ciclo en cuna de la pizza y todo hacía indicar que ellos no estarían en la cima de antaño.

Hunter había sido una de las voces más emotivas de un vestuario conjurado. Su aura y liderazgo se manifestaron con gran fuerza durante los cuartos de final. En una situación complicada frente a Grissin Bon Reggio Emilia, con la propia grada simulando el entierro del club de sus amores, el norteamericano hizo una piña para sortear el match ball del cuarto encuentro en territorio hostil. Un arranque de orgullo que era necesario, olvidar todo lo que estaba ocurriendo fuera y centrarse en lo que sucedía cuando la pelota se arrojaba al aire. Pudieron regresar al PalaEstra y protagonizar unos sensacionales Playoffs impropios de una plantilla que duda qué continuidad va a tener su situación contractual.

El presunto fraude por la adquisición del banco Antonveneta estaba siendo la punta del iceberg para la investigación policial. Incluso el presidente Giuseppe Mussari estaba siendo objeto de pesquisas de agentes de la ley. Por su lado, Ferdinando Minucci era señalado por el feo asunto conocido como “la Operación Time Out”, un escándalo donde las facturas falsas estaban a la orden del día y la sociedad Polisportiva Mens Sana quedaba, otra vez más, salpicada. Sorprende poco que en semejante coyuntura surgiera en el club de baloncesto la intención de resurgir de las cenizas. Un nuevo bautismo.

Las cenizas del Fénix

Mens Sana 1871 vio la luz verde en el año de 2014. La Federación no tuvo concesiones por los antiguos méritos deportivos, encasillándolos en la tercera división. No obstante, para la afición era una manera de comenzar limpios de deudas y, tal vez, de algo más importante. Una regeneración sin los pecados del pasado.

Atrás quedaba un ciclo con siete campeonatos consecutivos en Italia y el respeto internacional. Posteriormente, descubriríamos que en ese ciclo triunfal se otorgaron nada menos que 100 millones de euros en un clima donde la evasión fiscal y la corrupción fueron moneda corriente.

La Guarda di Finanza fue el peor enemigo que nunca había encontrado la institución, además de no ser un duelo que pudiera resolverse en la cancha. El Tribunal Federal de Deportes dejó desiertos los campeonatos italianos de 2012 y 2013, propiciándose una línea de descrédito que recordaba poderosamente a la hora más oscura de un equipo futbolístico con el aura de la Juventus de Turín.

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Paulatinamente, obtuvieron el ascenso a la serie A2, aunque careciendo del respaldo y el mecenazgo de antaño parecía una quimera aspirar a repetir las antiguas gestas. La afición se entregó en masa a salvar un barco en mitad de una tormenta de carestía de fondos para salvar los muebles a la atura de 2016. Se depositó una gran fe en la familia Macchi, cuyo impulso volvió a tambalearse tras un buen arranque por dificultades abonar correctamente el FIP.  

Precisamente en 2016 surgió la sentencia de la Procura Federale, mediante la cual se confirmaba la retirada de los títulos de Lega de 2012 y 2013, además de dos entorchados coperos y una Supercopa. En el pasado, la fotografía podía ser la de Eduardo Portela entregando a Ferdinando Minucci el título como Ejecutivo del Año en la Euroliga en 2008. Ahora, nadie quería aparecer asociado a un modelo económico donde la manipulación de los balances había estado a la orden del día.

“Así muere una parte del baloncesto italiano”. Una sentencia increíble que escenificaba el duro golpe sufrido por el Mens Sana Siena cuando tuvo que reconocer que carecía de los fondos necesarios para costear el viaje de su plantilla para el encuentro contra el Legnano. La Federación tuvo que darles el duelo perdido por 20-0, tal y como marcaba la normativa. En nuestro presente, la Mens Sana Basketball Academy intenta mantener la llama del que fuera el gran imperio toscano en el nivel de la Promozione. Dolor y orgullo que, a buen seguro, serían más llevaderos si hubieran podido alzar alguna de aquellas Euroligas donde estaban entre los dioses del Olimpo.

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